Amnesia

Amnesia


Capítulo 15

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Capítulo 15

 

— ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Max?

Max levantó la mirada del escritorio. June estaba en el marco de la puerta y, por su expresión, debía llevar un buen rato observándolo.

No había un solo hueco en el despacho. Había folletos, muestras de papel pintado, de diferentes telas...Y todo estaba directamente relacionado con la renovación del hostal. Con la amenaza de Kristina resonando todavía en su cabeza, Max se había lanzado a acondicionar el hostal a toda velocidad.

Paul se había mostrado dispuesto a asumir casi todo el peso de la obra hasta que Max hubiera terminado. Pero acababan de conseguir un nuevo proyecto en San Clemente. Faltaba menos de una semana para que terminaran con un complejo y comenzaran a trabajar en otro. Max no se había sentido tan condenadamente abrumado en toda su vida.

Ni tan condenadamente solo.

Respondió vagamente a la pregunta de June. Aquel no era momento para andarse con adivinanzas.

—No lo sé, June. Diez, quince años, quizá.

June cruzó el estudio, despejó una silla sin ninguna ceremonia y se sentó frente a él.

—Diecinueve años, Max. Te conozco hace diecinueve años y, en todo este tiempo, nunca te había visto así.

Max se pasó la mano por el pelo. Las muestras de papel pintado comenzaban a desdibujarse ante sus ojos. Maldita fuera, ¿por qué tenía que ser todo tan complicado? Con un suspiro de resignación, eligió una de ellas. Pero inmediatamente la rechazó.

—Esta es una nueva fase —gruñó.

—Y un infierno. No le mientas a una anciana, Max. No me gusta.

Aquello consiguió atrapar su atención. Alzó la mirada hacia ella y apareció en su boca una sonrisa.

—Tú no eres ninguna anciana, ¿recuerdas?

—Soy más vieja que tú. Por lo menos lo suficiente como para saber cuándo he cometido un error.

A Max le pareció detectar una nota de seriedad en su voz.

— ¿Ah, sí?

Pero June no había ido allí para hablar de su propio pasado. Dejó escapar un suspiro con impaciencia.

—Estoy hablando contigo, muchacho. Préstame atención.

Max se recostó en la silla y miró a June, intentando concentrarse en lo que le estaba diciendo.

— ¿Qué? ¿Qué error he cometido? —señalo los últimos esbozos de lo que creía que debería ser el hostal—. ¿Los baños son demasiado pequeños, o...?

—Los baños están bien, Max, es tu cabeza la que es demasiado pequeña. Desde que ella se fue, no has vuelto a tener una idea buena.

Max no iba a preguntarle a quién se estaba refiriendo.

—Ella se fue, June. Fue decisión suya.

—Muy bien. Y tú puedes decidir ir a buscarla.

— ¿Y hacer qué? ¿Arrastrarme? ¿Suplicarle? Ese no es mi estilo June.

—No estamos hablando de estilos, Max. Estamos hablando de errores, de errores que pueden perseguirte durante toda una vida si no haces algo para remediarlo. Y te lo dice una mujer que sabe de qué está hablando.

Max no pudo evitar preguntar con cierto sarcasmo:

— ¿Y qué historia vas a contarme ahora para que vea la luz?

Si pretendía que así lo dejara en paz, no tuvo ningún éxito. June se limitó a sacudir la cabeza y dijo con tristeza:

—Dios, eres un amargado, ¿verdad?

Agotado, Max entrelazó las manos detrás del cuello y se echó hacia atrás, soltando una bocanada de aire. No tenía derecho a hablarle a June de aquella manera.

—Lo siento, June. Lo siento de verdad. No debería haberte dicho eso.

—No, no deberías. Lo que deberías estar haciendo es recobrar la cordura.

¿Pero de qué estaba hablando June? ¿Se estaba poniendo del lado de aquella esnob que había salido huyendo del hostal?

— ¿De verdad te gustaba? —le preguntó con incredulidad.

—Sí, me gustaba —vio la sorpresa dibujada en su rostro—. Quizá no la chica que llegó al principio, pero sí la que estuvo en el hostal casi todo el tiempo.

Sí, y también a él.

—Eso era una anomalía June. En realidad ella no es así.

—Pero Kris no habría podido comportarse como lo hacía si en el fondo no fuera así —insistió—. La amnesia pudo robarle parte de su afilada lengua, pero no funciona como una lobotomía. Y si no me crees a mí, puedes preguntárselo a tu amigo el médico. Detrás de esa joven tan descarada, se esconde una chica dulce que quizá teme serlo por miedo a no ser tomada en serio, ¿nunca se te ha ocurrido pensarlo?

—No, estaba demasiado ocupado intentando recuperarme de las mordeduras de serpiente.

—Creo que ha llegado el momento de que te cuente mi historia, Max.

Max no quería oír historias, ni reales ni ficticias. Lo único que quería era que lo dejaran en paz. Miró hacia la puerta. Si June no se iba, lo haría él. Comenzó a levantarse.

—Yo...

June lo agarró por la muñeca, obligándolo a sentarse de nuevo.

—Cierra la boca y escucha. Solo voy a decirte esto una vez.

Se interrumpió y, cuando volvió a hablar, su voz dejó de ser la de la mujer que Max siempre había conocido para convertirse en la de la joven que en otro tiempo había sido. Max la escuchó, fascinado por el cambio.

—Cuando yo era mucho más joven que tú, me enamoré de alguien —sonrió con nostalgia—. Era el hombre más bueno y dulce que podría haber creado Dios.

Max se echó a reír. Aquellos adjetivos eran los últimos que se podrían aplicar a Kristina Fortune.

—Hasta ahora no encuentro ningún parecido —June le dirigió una mirada de advertencia—. De acuerdo, de acuerdo, me callaré la boca.

—El problema fue que a mis padres no les gustaba. Bueno, en realidad no lo conocían, solo sabían lo que habían oído sobre la «gente como él». Así era como se decía entonces —añadió con tristeza—.Ya ves, Joshua tenía un pasado diferente del mío. Una herencia diferente, una religión diferente... y mis padres me prohibieron casarme con él. Joshua me suplicó que huyera con él, pero yo era una hija modélica. Tenía miedo y le dije que no. Y de esa forma rompí el corazón del hombre más bueno y dulce de esta tierra.

Al terminar su relato, June volvió a suspirar.

—Si le hubiera dicho que sí, esta primavera llevaríamos cuarenta años casados.

Conmovido, Max buscó su mano y la cubrió con la suya.

— ¿Dónde está ahora?

—Le perdí el rastro. Pero no hay un solo día en el que no me arrepienta de no haberle dicho que sí —se interrumpió, como si estuviera pensando si debería decir o no algo más. Pero Max era importante para ella, así que continuó—: Intenté localizarlo cuando murieron mis padres, pero ya era demasiado tarde —levantó la cabeza y fijó en Max la mirada—. Pero no dejes que a ti se te haga demasiado tarde, Max. Ve a buscarla y quédate tranquilo.

Se levantó y se dirigió hacia la puerta, teniendo cuidado de no pisar nada de lo que había en el suelo.

—No vas a conseguir nada bueno ni para ti ni para nosotros hasta que no lo hagas.

Max asintió lentamente.

—Quizá tengas razón.

—Claro que la tengo —respondió June con una sonrisa—.Y ahora, reserva un billete a Minneapolis y demuéstrale a esa chica de qué madera estás hecho.

—Hum, ¿señorita Fortune?

Kristina se frotó el puente de la nariz. Estaba comenzando un nuevo dolor de cabeza. ¿O sería el mismo del día anterior, dispuesto a hacer su reaparición? Desde que había regresado del hostal, tenía un dolor de cabeza tras otro.

Ante la insistencia de su madre, había ido a hacerse un escáner al hospital, pero las pruebas habían dado los mismos resultados que las de La Jolla. No le ocurría nada que unas largas vacaciones o una nueva amnesia no pudiera curar. Una amnesia para poder olvidar a aquel canalla de sonrisa devastadora.

Y lo último que quería en aquel momento era otra interrupción. Reprimiendo su enfado, alzó la mirada hacia su secretaria.

— ¿Sí Jennifer?

—Hay un hombre fuera que dice que quiere verla.

Kristina miró el calendario. No tenía ninguna visita concertada para aquella hora. Lo que tenía era una reunión cuarenta minutos después.

—Dile que tendrá que esperar. Estoy ocupada.

—Pues dile que ya he estado esperando durante dos semanas y que no estoy dispuesto a esperar ni un minuto más —respondió Max, pasando por delante de la secretaria.

Kristina se quedó boquiabierta. Durante un momento de descuido, su corazón se llenó de júbilo. Pero rápidamente lo sofocó. Jennifer miró a Max como si fuera King Kong y estuviera a punto de llevarse a Kristina al Empire State.

— ¿Quiere que llame a seguridad, señorita Fortune?

—No, no hace falta. Soy capaz de manejar a este hombre yo sola.

— ¿Estás segura, Kris? —Max se adentró lentamente en la habitación. Era como una pantera acechando a su presa—.Yo diría que salir huyendo no es manera de manejar nada.

Kristina apretó los puños.

—Puedes irte Jennifer —en cuanto la secretaria cerró la puerta tras ella, se volvió hacia Max y lo miró furiosa—. ¿Qué pretendes viniendo hasta aquí y montándome una escena?

—He pensado que sería la forma más rápida de que me hicieras caso —se apoyó contra el escritorio—.Toma, te he traído esto —y sacó las tarjetas de crédito que le habían retenido en el hostal.

Kristina no se molestó en recogerlas.

—Ya las he sustituido. Y ahora, sal de aquí, Cooper.

Max esbozó una lenta y perezosa sonrisa.

—Solo pienso irme contigo.

—Me temo que vas a tener que irte solo.

— ¿Quieres apostar? Acabo de pasar tres horas metido en una lata que volaba más alto de lo que puedo soportar y no pienso repetir ese viaje hasta que tenga la mente ocupada en algo que pueda distraerme —Max metió los pulgares en las trabillas de los vaqueros, para evitar alargar las manos hacia ella—. Me imaginé que trabajarías aquí.

—Sí, tengo un trabajo —señaló Kristina—. Una carrera, soy directora de publicidad.

Incapaz de contenerse, Max se inclinó hacia delante y jugueteó con un mechón de pelo de Kristina.

—Me gustabas más en el hostal.

Kristina retrocedió al instante.

—Sí, supongo que te gustaba más siendo una marioneta a la que podías manejar a tu antojo.

— ¿Y lo hice, Kris? ¿De verdad te manejé a mi antojo? —preguntó Max con voz suave y seductora—. ¿Te obligué a hacer algo que no quisieras?

—Me hiciste trabajar de camarera.

Max no iba a impacientarse. Aquella era una situación que tenía que manejar con paciencia.

—Simplemente pensé que a una persona como tú le vendría bien un poco de trabajo físico —vio la furia que reflejaban sus ojos, pero continuó sin inmutarse—: Y me sorprendiste trabajando mucho mejor de lo que esperaba. En todos los sentidos.

Maldito fuera. Kristina podía sentir su corazón latiendo en respuesta a su mirada. ¿Qué demonios le pasaba?

— ¿Y se supone que debo sentirme halagada?

—Se supone que tienes que estar dispuesta a perdonar —Max se pasó la mano por el pelo, deseando saber cuál era la mejor forma de actuar. Había estado pensando en ello una y otra vez durante el vuelo, pero no había encontrado respuesta—, ¿Quieres que te suplique que me perdones?

No, lo que ella quería era que se fuera.

—No estaría mal.

Max le tomó la mano.

—De acuerdo. Kristina, vuelve por favor.

Kristina esperaba que girara sobre sus talones y se marchara, no que obedeciera. Por un momento, solo fue capaz de mirarlo fijamente, completamente anonadada. Después, apartó la mano.

—No hay ninguna razón para que vuelva. Yo ya no soy propietaria del hostal, ¿recuerdas?

—Pero todavía estás a tiempo de ser medio propietaria.

¿Pero de qué demonios estaba hablando?

— ¿Pero cómo? Yo...

Max volvió a tomarle la mano, por una parte para retenerla a su lado y, por otra, para evitar que le tirara algo a la cabeza.

—Cásate conmigo, Kris. Así podrás volver a ser propietaria del hostal Ese lugar va a convertirse en el rincón ideal para las lunas de miel, tal como tú habías planeado Y necesita a recién casados.

Oh, no. Max no iba a conseguirlo otra vez. Ya la habían engañado en una ocasión. Liberó su mano, se volvió hacia el escritorio y comenzó a ordenar sus papeles.

—Entonces cásate con otra.

Evidentemente, su estrategia no estaba funcionando. Max la agarró del brazo y la obligó a volverse hacia él.

—Lo haría si fuera capaz de pensar correctamente. Ocupas todo mi cerebro, has distorsionado toda mi vida y no soy capaz de dejar de desearte. Siento haberte mentido, lo hice porque estaba desesperado, pero una vez dicha la mentira, ya no podía retractarme — Kristina tenía que entenderlo, tenía que perdonarlo—.Yo quería decírtelo e intenté hacerlo.

A pesar de todo, Kristina era consciente de lo mucho que deseaba creerlo. Pero eso era por culpa de la parte de su cerebro que se negaba a aprender de los errores.

—¿Cuándo? —le preguntó fríamente.

—Docenas de veces. Pero cada vez que lo intentaba, pensaba en las consecuencias. En estas consecuencias — señaló a su alrededor—.Y temía arriesgarme. No quería que me abandonaras.

— ¿Y esperas que te crea?

Max no dejaba de mirarla a los ojos. Buscaba en ellos el perdón y la comprensión por lo que había hecho.

Kristina levantó la barbilla con expresión desafiante.

— ¿Por qué? —«convénceme, Max, convénceme», le suplicaba en silencio.

—Porque es la verdad, maldita sea.

—Demuéstramelo.

— ¿Pero cómo? No puedo conseguir una declaración jurada que demuestre...Al infierno.

Max la estrechó en sus brazos y la besó, liberando toda la pasión que había estado reprimiendo durante las dos semanas anteriores.

Las rodillas de Kristina se habían transformado en gelatina cuando Max la soltó. Apenas podía fijar la mirada en su rostro. Decidió concentrarse en lo mal que se había sentido cuando había descubierto que Max la había humillado. Y casi funcionó.

— ¿Y se supone que esto tiene que convencerme? — preguntó con un hilo de voz.

—Por lo menos tanto como me ha convencido a mí — tomó aire y apoyó la frente contra la de Kristina. Podría continuar diciéndole que no, pero él ya había saboreado otra respuesta en sus labios—. Dame otra oportunidad. Todo el mundo te está echando de menos.

—Sí, claro.

—Claro que sí — ¿por qué le resultaría tan difícil creerle?—. ¿Es que nunca te ha echado de menos nadie?

—No lo sé —contestó Kristina pensativa—. Pero puedes estar seguro de que no es la primera vez que me engañan.

—Olvídate del pasado, Kris.

—No puedo —le costaba, pero quería decirle la verdad. Quizá fuera esa la única manera de que la dejara en paz—. Os apreciaba mucho.

No era ese el efecto que se suponía debería tener aquella confesión. Vio que Max sonreía como si acabara de tocarle la lotería.

—De acuerdo, lo he dicho, pero no te emociones tanto. No conocía a nadie, y no sabía que todos os estabais riendo de mí al verme hacer el ridículo.

— ¿Cuándo? ¿Cuándo crees que hiciste el ridículo?

—Cuando... Oh, tú ya lo sabes.

—No lo sé.

—Pues todas las veces que me ofrecí a ti —siseó entre dientes.

¿Así que era eso lo que estaba en la raíz de su problema?

—Y yo no te acepté —dio un paso hacia ella, pero Kristina retrocedió, procurando mantener las distancias entre ellos.

—Exacto.

— ¿Y en algún momento te has parado a pensar en por qué no te acepté? Kristina, no quería aceptar lo que me ofrecías porque no quería aprovecharme de ti.

Si creía que estaba dispuesta a tragarse aquello, realmente la consideraba una estúpida.

— ¿Entonces por qué lo hiciste al final?

—Porque me iba a morir si no hacía el amor contigo —le dijo quedamente—. ¿Satisfecha? Te necesitaba más que al aire para respirar. Y sigo sintiendo lo mismo. Y ahora, ¿vas a ponerme las cosas fáciles o no?

Estaba confundiéndola. Y a Kristina no le gustaba sentirse confundida. Comenzó a caminar.

—Yo...

Max la agarró del brazo.

—Estoy intentando ser razonable contigo —al instante siguiente, la levantó el brazos—.Ahora vas a venir conmigo. Y procura ir haciéndote a la idea.

Que el cielo la ayudara, porque ya lo estaba haciendo. Casi sin darse cuenta, le rodeó el cuello con los brazos.

— ¿Y yo no tengo nada que decir al respecto?

—Puedes decir que sí.

—Puedo denunciarte por secuestro, ¿sabes?

—Antes tendrían que atraparnos —le dio un beso en la mejilla—.Y, en cualquier caso, creo que merece la pena correr el riesgo.

— ¿Por qué? —Kristina quería, necesitaba oír la razón.

—Porque te quiero.

Kristina no esperaba aquella respuesta. Sobrecogida, se acurrucó todavía más entre sus brazos.

— ¿Me quieres?

Max soltó una carcajada.

— ¿Pero es que no me estás prestando atención? He dejado el hostal en medio de las obras, por no hablar de mi empresa de construcción, para venir a postrarme a tus pies. Para la mayoría de la gente eso significaría que esto es algo más que un capricho.

Pero Kristina apenas estaba oyendo su explicación.

— ¿Me amas?

—Te amo.

Kristina se sentía como si estuviera en medio de un sueño. Un sueño maravilloso.

— ¿Y quieres casarte conmigo?

Max le mordisqueó cariñosamente el cuello.

—Parece que vas entendiéndome.

— ¿Y piensas llevarme así hasta La Jolla?

—Si tengo que hacerlo, sí.

Kristina le dirigió una seductora sonrisa.

—Déjame en el suelo, Max.

— ¿Por qué?

—Porque quiero sentir tu cuerpo contra el mío mientras te beso.

—Por fin estamos de acuerdo en algo —la soltó, deslizándola lentamente a lo largo de su cuerpo.

—Creo que podemos llegar a estar de acuerdo en otras muchas cosas.

—Cuento con ello.

En ese momento sonó el intercomunicador del escritorio de Kristina. Sin dejar de abrazar a Max, la joven alargó el brazo para poder atenderlo.

— ¿Sí?

— ¿Está usted bien, señorita Fortune? —preguntó Jennifer.

—Nunca he estado mejor. Cancela todas mis citas, Jennifer.

Jennifer estaba diciendo algo sobre la reunión que tenía pendiente cuando Kristina apagó el intercomunicador.

— ¿Por dónde íbamos? —le preguntó a Max.

Max acercó sus labios a los de Kristina.

—Creo que por aquí.

—Ah, sí, ya me acuerdo —contestó Kristina con un suspiro.

Max sonrió antes de besarla.

—No te preocupes, si te olvidas, siempre estaré a tu lado para recordártelo.

Y era una promesa que pretendía cumplir.

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