Amnesia

Amnesia


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Era una habitación que rara vez utilizaba, pero como era grande, proporcionaba el espacio que necesitaba para una reunión como aquella. Sterling sabía que podía haber pedido a los miembros de la familia Fortune que se reunieran en la mansión del lago Trevis, pero algo lo había inducido a buscar un terreno neutral para la bomba de relojería que estaba a punto de lanzar.

Además, era allí, en su propia casa, donde realmente debería estar Kate. Había sido en su casa donde Kate había dejado de ser la mujer que estaba al mando de un importante emporio para convertirse en una mujer mucho más vulnerable. Una mujer que necesitaba ser protegida.

Una mujer que lo necesitaba.

De modo que Sterling se había puesto en contacto con todos los miembros de la familia y les había pedido que se reunieran en su casa.

El abogado sonrió para sí y se detuvo un momento antes de entrar en el salón, saboreando el aura de excitación y misterio que destilaba aquella reunión.

Aunque tenía tan poca información como los demás sobre los motivos por los que los habían convocado, la confusión no aplacaba el júbilo de Kristina. Le alegraba el corazón el simple hecho de estar allí. Después de haber vivido, aunque solo fuera durante unos meses, con aquel vacío interior, la mera presencia de su familia se había convertido en un bien muy preciado para ella.

Debía estar sonriendo como una tonta, pensó, pero no le importó.

Max se inclinó hacia ella y miró de reojo al hombre que estaba frente a la chimenea. El hombre que pronto sería su suegro, si todo salía tal como esperaba. Y no le resultó especialmente reconfortante su expresión.

—Aquí hay más gente que en el ensayo del coro de los mormones —le susurró a Kristina al oído—. ¿De verdad son todos parientes tuyos?

Kristina asintió y volvió la cabeza para contestarle en un susurro.

—De una u otra forma, sí.

Rebecca sonrió mientras miraba a Kristina y a Max. Formaban una pareja adorable, pensó al ver sus cabezas unidas; parecían dos niños perdidos en su propio mundo. Hacía mucho tiempo que ella no tenía una relación así.

Pero si quería una pareja, reflexionó, podría crearla ella misma y darle vida en las páginas de sus libros. Sí, podía crear un héroe que se mereciera su corazón. Un héroe que podría parecerse a...

Rebecca apartó rápidamente aquella idea de su mente, aunque se prometió a sí misma comenzar a pensar en tener muy pronto un bebé tan adorable como la hija de Caroline, y se acercó a Kristina.

Rodeó con el brazo a una de sus sobrinas favoritas y le dirigió a Max una sonrisa.

— ¿De qué estáis hablando vosotros dos?

Nate resopló y miró con impaciencia hacia la puerta, preguntándose dónde estaría el maldito anfitrión.

—A lo mejor Kristina sabe por qué nos ha reunido Su Majestad —comentó Nate enfurruñado—. Primero nos hace creer que se trata de una cuestión de vida o muerte y después desaparece. ¿Pero quién demonios se cree que es? ¿El mago Houdini? Como si yo no tuviera otra cosa que hacer.

—Sí, cariño —Bárbara le guiñó el ojo a su hija mientras trataba de consolar a su marido—.Todos sabemos que eres un hombre muy ocupado.

—Y también muy feliz —señaló Rebecca, clavando la mirada en su hermano.

Nate tomó entonces la mano de Bárbara. Las líneas de su rostro parecieron relajarse y esbozó una sonrisa. Bárbara era su ancla, su puerto Y sabía, mejor que nadie, lo afortunado que era al tenerla a su lado.

—Eso no voy a discutirlo.

Lindsay elevó entonces los ojos al cielo.

—Ah, siempre hay una primera vez para todo.

Zach Bolton desviaba la mirada de uno a otro Fortune, cada vez más confundido. Para él, era más fácil intentar aprender todos los cambios ocurridos en el mundo a lo largo de aquel siglo que acordarse de los miembros de la familia de Jane.

Jane había estado preparándolo pacientemente, mostrándole fotografías y explicándole la biografía de cada uno de ellos, pero Zach todavía tenía dificultades para relacionar los rostros con los nombres.

La llegada de una nueva pareja a la habitación lo hizo volverse hacia Jane en busca de una aclaración.

— ¿Y esos son?

—Esa es Kristina Fortune, mi hermanastra. Y ese es... —se interrumpió y miró a Kristina arqueando una ceja en busca de ayuda.

Bueno, si iba a formar parte de la familia, debería atreverse a dar el salto, pensó Max. Le tendió la mano al otro hombre, y en cuanto advirtió su sensación de incomodidad, comprendió que no estaba solo.

—Me llamo Max Cooper —el otro hombre le estrechó la mano con firmeza. El lazo que acababa de forjarse entre ellos se hizo mucho más fuerte.

El nombre le resultaba familiar. Jane miró a Kristina, intentando recordar si ese era el hombre del que su padre le había hablado.

— ¿El socio de Kristina? —sugirió.

Max y Kristina intercambiaron una mirada de diversión.

—Para toda la vida, espero —dijo Max, antes de que Kristina pudiera decir nada.

En cuestión de segundos, comenzó a moverse todo el mundo hacia ellos, con los brazos tendidos para abrazarlos, las manos extendidas para estrechárselas y montones de buenos deseos.

— ¿Una boda?

—Felicidades.

—Eh, bienvenido a la familia.

Le gustó sentirse aceptado. Le gustó más de lo que imaginaba. Hasta ese momento, no fue consciente de que había estado conteniendo la respiración, expectante. Que Kristina hubiera aceptado casarse con él había sido un gran paso, pero sería incompleto sin contar con la bendición de la familia.

Max sintió una mano en su espalda y al volverse se encontró con un rostro bronceado de facciones duras sonriéndole de oreja a oreja.

— ¡Por fin! Nunca pensé que habría alguien suficientemente tonto como para quitarme a mi hermana de las manos —Grant McClure soltó una carcajada y abrazó a Kristina—. Bienvenido a esta casa de locos, hermano —le dijo a Max.

Hermano. Le gustaba que lo llamaran así.

— ¿Para esto nos ha hecho venir Sterling? —Quiso saber Michael, mientras abrazaba a Kristina—. ¿Para anunciar tu boda?

—No creo —Kristina besó a su hermano en la mejilla y después abrazó a Kyle—, entre otras cosas, porque no lo sabe —miró a su madre, pidiéndole disculpas con la mirada. Pretendía habérselo dicho a solas antes de que el resto de la familia conociera la noticia—. Hasta ahora nadie lo sabía.

—Hablando del rey de Roma —musitó Kyle, y señaló hacia la puerta de la habitación.

Sterling Foster permanecía en el marco de la puerta, con una expresión indescifrable.

En el extremo opuesto de la habitación, Allie y Rocky dieron un paso adelante, sin disimular su preocupación. Y la alegría y los buenos deseos se desvanecieron como si nunca hubieran habitado aquella espaciosa habitación.

Allie expresó en voz alta la pregunta que todos tenían en mente.

—¿Es algo relacionado con papá?

Sintió la mano de Rafe estrechando la suya, como muestra de su apoyo.

Luke posó la mano en el hombro de Rocky, que parecía a punto de saltar.

—Maldita sea, suéltalo ya —exclamó Nate—. No tenemos tiempo para andarnos con rodeos. ¿Vas a decirnos de una vez por todas lo que ha pasado con Jake?

—Esto no tiene que ver con Jake —replicó el abogado—. Por lo menos directamente.

—¿Pero indirectamente? —presionó Adam.

—En cierto modo —respondió Sterling. No había sido idea suya aquella reunión, pero nunca había sido capaz de negarle nada a Kate y había sido ella la que había querido presentarse frente a toda la familia reunida.

Parecía incómodo, advirtió Natalie, observando atentamente al abogado. ¿Pero por qué? ¿Y con qué? Probablemente tenía que comunicarles algo devastador, algo que los afectaría a todos ellos.

—Por favor —posó la mano en el brazo de Sterling, forzándolo a pasar—, ¿en qué modo?

No había otra forma de decir aquello, salvo decirlo.

—Kate...

Rebecca abrió los ojos como platos.

—¿Han encontrado al asesino de mi madre?

Kate, que estaba ya cansada de esperar, dio un paso adelante, saliendo de la biblioteca en la que Sterling le había pedido que esperara hasta que preparara a los otros para su aparición.

—No, han encontrado a tu madre.

—Oh, Dios mío.

Nadie supo quién lo había dicho. Fue como si la muerte hubiera entrado de pronto en la habitación y se estuviera moviendo entre ellos.

Nadie hablaba, nadie respiraba.

Rebecca fue la primera en recuperarse, aunque continuaba completamente anonadada.

—¿Mamá? —apenas susurró.

Temía moverse y que su madre, su adorada madre, pudiera desvanecerse como el humo.

Kate Fortune miró a su alrededor, contemplando a todas aquellas personas a las que amaba más que a la propia vida. Sin ellas, no había vida posible. Había llegado a comprenderlo durante aquellos meses interminables de exilio.

—Sí —la voz de Kate no era mucho más fuerte que la de su hija—, soy yo.

—¿Cómo...? —Lindsay no fue capaz de encontrar las palabras para completar la pregunta.

Como si acabara de salir de un trance, Kristina alargó la mano para tocar la mano de su abuela. Al sentir el calor de sus dedos, abrió los ojos como platos y, al borde de las lágrimas, se arrojó a sus brazos.

—Oh, Dios mío, estás viva —sollozó contra el hombro de Kate.

Kate tuvo que tragar saliva antes de poder hablar. Tensó los brazos alrededor de su nieta y susurró contra su pelo:

—Sí, completamente viva.

Y entonces, el silencio fue roto por un torrente de palabras, de preguntas, que procedían de todos los rincones de la habitación. Sterling retrocedió, permitiendo que Kate disfrutara de aquel momento de gloria.

Kate siempre había tenido sus momentos de gloria, pensó. Una sonrisa asomaba a sus labios mientras contemplaba la escena. Y qué escena, parecía sacada de un melodrama. Kate Fortune, la matriarca, había regresado para reclamar su puesto en aquella trama.

Fueran cuales fueran las circunstancias, Kate Fortune siempre le recordaba a una reina. Lo había sentido desde la primera vez que había puesto los ojos en ella.

Y suponía que eso solo podía significar una cosa.

Estaba enamorado de ella. Siempre lo había estado. Había oído el anuncio de boda de Kristina. Pronto habría nuevos cambios en la familia, pero, de momento, podían esperar. Él podía esperar. Kate necesitaba disfrutar de su familia. Y él era un hombre paciente.

—No hay nada tan hermoso —musitó Kate, acariciando el pelo de Rebecca—, como encontrar algo que creías perdido para siempre.

Nate presionaba los labios, temiendo que lo desbordaran las emociones.

—Podríamos decir lo mismo de ti, mamá —se sentía como un niño otra vez, deseando abrazar a su madre para no volver a perderla nunca más.

Se aclaró la garganta. Necesitaba respuestas que le dieran algún sentido a lo ocurrido.

—¿Dónde has estado? ¿Y por qué has montado toda esta farsa?

Nate miraba a Sterling mientras preguntaba. No culpaba a su madre. Ella era una mujer dura, la vida le había enseñado a serlo, pero no era cruel. Aquel montaje tenía que ser obra de Sterling. ¿Pero por qué?

Al reconocer el desafío que reflejaba su mirada, Sterling se dispuso a contestar, pero Kate negó con la cabeza, diciéndole sin necesidad de palabras que era ella la que debía una explicación.

—El accidente de avión no fue tal. Alguien quería matarme y comprendí que, tras haber fracasado al primer intento, volverían a intentarlo. O intentarían haceros daño a cualquiera de vosotros. De modo que dejé que pensaran que lo habían conseguido.

—Y dejaste que pensáramos que te habían matado — Nate, acabado de salir del infierno, no se sentía capaz de mostrarse magnánimo. Bárbara intentó atemperar el tono de su marido.

—¿Pero por qué...?

Lindsay apartó a su hermano de un codazo y abrazó a su madre, algo que deseaba hacer con desesperación.

—No importa por qué. Yo solo me alegro de que no sea cierto.

—Jake —exclamó de pronto Erica, mirando a su alrededor—.Alguien tiene que decírselo a Jake.

—Jake ya lo sabe —respondió Kate quedamente—. Se lo he dicho antes que a vosotros.

—¿Antes que a nosotros? —repitió Nate con incredulidad.

Rebecca vio fruncir el ceño a su hermano y comprendió lo que estaba pensando. Pero aquel no era momento para sentimientos heridos

—Entonces, ahora lo que tenemos que hacer es celebrarlo —sugirió, y miró a Sterling expectante.

Rebecca, pensó Sterling, alegrándose de aquella distracción, era la más parecida a su madre.

—Yo pienso lo mismo. Hay champán enfriándose en el comedor.

Dio un paso adelante y le ofreció el brazo a Kate. Con una carcajada con la que pareció revivir la joven que había sido tantos años atrás, Kate tomó su brazo y asintió.

—Piensas en todo, Sterling.

—Tengo que hacerlo —respondió él—. Siempre tengo que ir un paso por delante de ti.

Kate apretó los labios para disimular una sonrisa.

—¿No querrás decir un paso por detrás?

—Lo siento, pero me temo que vais los dos al mismo paso —replicó Kristina, que iba justo detrás de ellos.

 

Marie Ferrarella - Serie Multiautor Los chicos Fortune (I) 11 - Amnesia (Harlequín by Mariquiña)

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