Amnesia

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Cuarta parte » Capítulo 29

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29. DESASOSIEGO

Una semana antes, en las proximidades de Internacional Falls.

Los hombres escucharon los disparos y el motor de la furgoneta a lo lejos. En ese momento dos de los perros estaban mordiendo al chico. El pobre gritaba desesperado y se sacudía sin poder hacer nada para defenderse.

—Creo que nos han estropeado la diversión —dijo el hombre mayor.

—Esas zorras están intentando escapar de nuevo.

Uno de ellos se adelantó, apartó a los perros y cogió al chico por la pechera. Lo arrastró por el polvo en dirección a la cabaña, mientras que el otro corría hacia la casa. Cuando llegó ya era demasiado tarde, las mujeres habían escapado con la furgoneta. Se acercó a la casa para buscar su teléfono cuando casi se dio de bruces con el cuerpo de su hermano.

—Mierda —dijo mientras se limpiaba las botas manchadas de sangre en la alfombra.

Le examinó unos momentos, pero esta vez su hermano estaba bien muerto. Tenía la fuerza de un roble, pero tenía la cabeza destrozada por una bala. Nadie podía sobrevivir a algo así. Parecía que había presentado batalla por el reguero de sangre que había por todas partes.

Cuando su padre llegó arrastrando al muchacho le hizo un gesto para que se fijara en el cadáver del hombre. El padre reaccionó fríamente, no era el primer hijo que perdía, ni siquiera era el preferido. Aquel chico era puro músculo, pero poco cerebro. Sabía que tarde o temprano alguien acabaría con él. Dejó al chico tirado en el suelo polvoriento rodeado por los perros y se dirigió hasta el gigante. Se quitó el sombrero y se puso en cuclillas. Hurgó en los bolsillos del muerto y sacó un paquete de tabaco, la cartera y le quitó el reloj.

—¿Qué hacemos con las mujeres?

—Llama al viejo, que salga a recibirlas —dijo el padre mientras escupía en el suelo y se encendía un cigarrillo.

Mientras el hombre mayor encerraba al chico, su hijo llamó al viejo.

—Hola. Tenemos un problema —le comentó sin más preámbulos.

—¿En qué os habéis metido ahora? Llevábamos años sin problemas y ahora no dejáis de meter la pata. No debí acceder a lo de traer prostitutas.

—No hemos tenido ningún problema con ninguna prostituta. La cosa es que… —El hombre no sabía cómo explicarle lo sucedido. La muerte de dos de sus hermanos y todo aquel desastre con la familia de turistas ingleses.

—No tengo todo el maldito día —se quejó el viejo.

El contrabandista le resumió brevemente lo ocurrido, aunque omitió algunos detalles escabrosos.

—¡Dios mío! ¿Pero qué demonios estabais pensando? ¿Habéis matado a alguno de los turistas? —preguntó el viejo preocupado.

—Bueno, el padre se puso chulo y tuvimos que eliminarlo.

—Eso es un desastre. Los federales meterán sus narices en el parque nacional. Llevamos años intentando pasar desapercibidos y vosotros habéis tirado todo por la borda.

—También hemos tenido que matar al casero.

El viejo se llevó las manos a la cabeza. Era muy difícil solucionar todo aquel desastre, pero tendrían una oportunidad si tomaba las riendas.

—Las dos mujeres se han escapado, van por la carretera en dirección al pueblo.

El viejo ya no pudo escuchar más. Le mandó al diablo y colgó el teléfono. Salió a la calle y tomó su coche. En menos de diez minutos se cruzó con la furgoneta de esos malditos palurdos con los que se había asociado. Afortunadamente, el vehículo paró y las dos mujeres comenzaron a pedirle ayuda.

—Señora, lamento mucho lo ocurrido.

—Necesitamos que nos ayude, mi hijo todavía está en manos de esa gente.

—No se preocupe. Dejen la furgoneta a un lado y entren en la parte de atrás.

Victoria y su hija entraron en la parte trasera del vehículo policial y cerraron la puerta. El sheriff de Internacional Falls lo puso en marcha y se dirigió hacia la casa de los contrabandistas. La mujer comenzó a ponerse nerviosa en cuanto cambiaron de rumbo y a los pocos minutos regresaron al sendero.

—¿Dónde va? —le preguntó golpeando el cristal de seguridad.

—No se preocupe, liberaremos a su hijo. Yo sé tratar a gente como esta, llevo toda la vida haciéndolo.

—Son al menos dos, no podrá hacer nada contra ellos —comentó Victoria nerviosa.

—No podemos perder más tiempo, cada minuto que pasa es importante —les explicó el sheriff, después recorrió el sendero a una velocidad moderada y entró en la explanada en la que se encontraba la casa.

Los dos hombres se habían deshecho del cadáver y habían encerrado al chico. Al ver llegar el coche se pusieron en pie y caminaron hasta el sheriff.

—Hola chicos, estoy harto de hacer el trabajo sucio. Nadie puede relacionarme con vosotros —dijo mientras se apeaba del coche.

—Lo sentimos jefe, pero las cosas se han complicado.

—Las cosas no se han complicado, sois vosotros los que las habéis complicado —dijo el sheriff.

Victoria miró desde el interior del coche cómo el policía hablaba amigablemente con los asesinos de su marido y comenzó a ponerse histérica, intentó controlarse para no asustar a su hija, pero disimuladamente empezó a mover el manubrio de la puerta del coche, pero estaba bloqueado.

—¿Qué sucede mamá? ¿Por qué hemos vuelto aquí? —preguntó la chica aterrorizada.

—Tranquila todo saldrá bien. El sheriff está negociando con ellos. Dentro de muy poco toda esta pesadilla habrá terminado —le comentó sin mucha convicción.

El sheriff señaló el coche y les dijo:

—Ahora tendremos que matar a todos. No podemos arriesgarnos a que nos descubran.

—No hay problema —contestó el más joven.

—Podríamos vender las dos mujeres a los canadienses —propuso el otro hombre.

—¿Estás loco? Estas dos no son unas inmigrantes indocumentadas, son ciudadanas británicas y alguien preguntará por ellas antes o después —dijo el sheriff furioso.

—¡Maldita sea, he perdido a dos hijos por esas zorras! Al menos nos quedaremos con la menor, con la otra haz lo que quieras. Además, hay una niña perdida por el bosque y otro chico que tenemos encerrado.

El sheriff los miró atónito, no podía creer lo que estaba sucediendo.

—Traedme a esas dos —dijo mientras entraba en la casa.

Se sentó en uno de los sillones del salón y esperó impaciente. Cuando los dos tipos entraron con las dos mujeres se quedó algo pensativo, como si todavía no tuviera claro qué hacer con ellas. Los dos hombres arrastraron a la madre y a la hija hasta sus pies y las empujaron hasta que se pusieron de rodillas.

—Señoras tenemos un problema, mis amigos han hecho una tontería y ahora me toca a mí resolverla. Me hubiera gustado evitarles todo este sufrimiento, pero no puedo cambiar el pasado. Señora, imagino que sabe en la situación que se encuentra. La única forma de salvar a su familia es que olvide lo sucedido y busquemos a su hija pequeña. Imagino que comenzará a gimotear y a decirnos que no puede abandonar a sus otros dos hijos, pero si no lo hace, los tres morirán. ¿Lo ha entendido?

—Sí —dijo Victoria intentando controlar los nervios.

—Mi amigo la llevará al lago para buscar a su hija, después la traerá y las liberará.

La mujer asintió con la cabeza, después el más joven de los contrabandistas la agarró del pelo y la arrastró por el salón hacia la salida. Ella se quejó, pero intentó mantener la calma. Debía colaborar, para que su hija pequeña no muriera. El hombre la llevó a rastras hasta una barca, pero antes de que la metiera dentro, la mujer vio en el suelo un peluche, un osito que pertenecía a su hija. Le imploró al hombre que le dejara cogerlo. El tipo soltó un gruñido, pero al final permitió que Victoria tomara el muñeco.

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