Amnesia

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Cuarta parte » Capítulo 30

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30. MUERTE

Le temblaban las manos, alargó el cañón y abrió la puerta despacio. La habitación estaba completamente a oscuras. No quería encender la luz, pero al final la mujer entró y llamó en voz baja a su hija.

—Isabelle, ¿te encuentras bien?

Algo se movió sobre la cama, pero no pudieron identificarlo. Se aproximaron un poco más e intentaron forzar la vista. Lo único que se distinguía era un gran bulto. La mujer lo zarandeó un poco y comenzó a moverse.

—Isabelle. Soy mamá.

El cuerpo se tensó de repente y se apartó a un lado de la cama. Las dos mujeres le rodearon, temían que comenzara a gritar o intentase escapar. Victoria palpó el brazo del cuerpo tendido y enseguida entendió que se trataba de Steve.

—¡Dios mío, es Steve!

Estaba sorprendida por verle en aquel cuarto y sobre todo por encontrarlo con vida. De alguna manera se había convencido de que los contrabandistas se habrían deshecho de él.

—Mamá —dijo el crío con una voz ronca. Se aferró a ella y comenzó a llorar. Después de una semana en aquel terrible infierno, apenas era capaz de moverse, estaba paralizado por el miedo y tenía todo el cuerpo amoratado por las constantes palizas.

—No te preocupes, te vamos a sacar de aquí.

—Lo siento —dijo el chico llorando sin parar.

—No tienes nada que sentir —dijo su madre mientras le acariciaba la cara—. A partir de ahora todo va a salir bien, regresaremos a casa y todo esto quedará atrás.

—Tenemos que salir de aquí —le advirtió la policía.

—No podemos, Isabelle tiene que estar en la casa —dijo mientras ayudaba a levantarse al chico.

—Tenemos que encontrar un teléfono y pedir ayuda. Ya nos hemos arriesgado bastante. La policía canadiense puede buscar a su hija antes de que…

Escucharon el ruido de pasos y las dos mujeres se callaron de inmediato y se pusieron tensas y alerta.

Los pasos parecían de una sola persona. Se detuvieron durante un momento pero después volvieron a retumbar. Las dos mujeres apuntaron hacia la puerta, pero no entró nadie, al parecer no habían subido hasta el desván.

—Tenemos que irnos de inmediato —insistió Sharon. Sabía que si las descubrían dentro de la casa no lograrían escapar con vida.

—Márchese con mi hijo y pida ayuda, yo buscaré a Isabelle.

La policía se quedó pensativa, estaba a punto de insistir de nuevo a la mujer cuando escuchó un fuerte golpe.

Tres tipos entraron por la puerta y se lanzaron sobre ellos. Sharon logró echarse a un lado y correr escaleras abajo, tenía que encontrar un teléfono lo antes posible.

No paró hasta llegar al salón y entonces vio un teléfono sobre la mesa, intentó llamar pero estaba bloqueado, al final logró acceder a las llamadas de emergencia, el teléfono tardó en dar la señal y se le hizo una eternidad hasta que una operaria al final tomó la llamada.

—Soy la ayudante del sheriff de 31 Internacional Falls. Por favor envíen ayuda urgente, hay varias personas armadas que nos están reteniendo.

—¿Puede decirme su dirección?

—Estamos en una casa en medio del bosque. ¿No son capaces de rastrear un teléfono?

—Por favor, no cuelgue, eso puede llevarnos un momento…

Escuchó unos pasos a su espalda, sintió un escalofrío y se giró para ver quién estaba justo a su lado.

—No pensé que fueras tan estúpida. Confiaba en ti, eras una buena ayudante, incluso hubieras podido ser una buena sheriff con el tiempo. Ya sabes que yo me jubilo dentro de poco tiempo, pero tenías que meter las narices donde no te importaba. Ayudar a esa maldita loca. Esperaba que no recordase nada, pero ese maldito doctor logró que comenzara a recuperar la memoria y, casualmente, lo primero que logró recuperar de su mente fue nuestro encuentro. Sabía que me conocía y que estaba involucrado, por eso intenté eliminarla, también tuve que matar al doctor, ella le había contado todo.

Sharon miró a su jefe, tenía la pistola en la mano y la apuntaba directamente a la cabeza.

—Tira tu arma.

—¿Me va a matar a mí también?

—Bueno, prefiero darte la oportunidad de unirte a nosotros. Tienes un sueldo de mierda, nunca saldrás de este agujero, vivimos en el culo del mundo.

—Yo elegí vivir aquí. Mis padres querían que estudiara fuera, pero preferí quedarme en el condado.

—Sigues sintiéndote culpable por lo que le sucedió a tu hermana: la dejaste morir para proteger a tu abuelo. Cuando desapareció tu hermana yo era uno de los ayudantes del sheriff, conocíamos las inclinaciones de tu abuelo, pero nunca tuvimos pruebas, pensamos que él había matado a la niña, pero fue su hermanita. Su propia hermana. No puedes salvarla, tampoco a esta gente. Están muertos desde el mismo momento en el que metieron las narices en nuestro negocio.

—Dejadlos libres y hablaremos, mantendré la boca cerrada.

—Eso es imposible, dos críos y una niña no mantendrán la boca cerrada.

—No podéis…

Escucharon voces que descendían por la escalera y aparecieron tres contrabandistas con la mujer y el chico.

—Por favor, déjalos libres ellos no dirán nada.

—¡Maldita sea, el mundo no funciona así! ¿No lo entiendes? La gente se hace rica de manera fraudulenta, todos roban y se saltan la ley, pero nosotros tenemos que cumplir las normas.

—Te lo pido, por favor —dijo la mujer.

—No, será mejor que tires el arma y te pongas con el resto, veo que no estás dispuesta a unirte a nosotros.

Sharon dejó el arma sobre la mesa, junto al teléfono, después caminó hasta la mujer y su hijo.

—Bueno, creo que por fin hemos terminado el trabajo —dijo el sheriff.

Sharon miró de reojo la puerta de la calle. Estaba abierta. Si corría lo suficientemente rápido y subía en una de las furgonetas, al menos tendría una oportunidad. Mientras su jefe miraba sorprendido el teléfono, que aún seguía abierto y daba la orden de llevarlos afuera, ella corrió hacia el bosque.

Uno de los contrabandistas alargó el brazo para atraparla, pero no logró asirla por la ropa. Sharon corrió hacia la furgoneta, pero antes de que lograse subir en ella sintió un disparo en la espalda.

—¡Dios mío!

Logró sentarse y cerrar la puerta, sentía una gran debilidad. Encendió el motor y arrancó la furgoneta, pero otros disparos impactaron en el parabrisas. La furgoneta derrapó y ella apretó el acelerador hasta que la furgoneta se estrelló contra el portalón y lo derrumbó. La sangre corría por su espalda y empapaba el asiento, la cabeza le daba vueltas y tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos. Logró alcanzar el sendero y desapareció en medio de una gran nube de polvo.

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