Amnesia

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Cuarta parte » Capítulo 32

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32. VENGANZA

Ahora lo recordaba todo. Aquellos hombres la habían recogido medio muerta y habían llamado a la policía. Después de examinarla y curar sus heridas la habían encerrado en aquella maldita clínica mientras su pequeña seguía desaparecida, sus dos hijos mayores prisioneros y su esposo enterrado en medio del bosque. El primer recuerdo fue cuando el sheriff vino a verla para comprobar que no recordaba nada. Cuando ella se lo contó al doctor, aquel tipo regresó con unos hombres y la persiguieron.

Después de una larga semana se encontraba en la misma casa al lado de su hijo, aunque no sabía qué había pasado con su hermana gemela, al menos Charlotte se encontraba a salvo.

—Maldita sea, de nuevo estamos en el principio, creíamos que te habíamos matado, después apareciste como una loca amnésica y ahora regresas de nuevo —dijo el sheriff hastiado de aquella mujer.

—Estaré para siempre en sus pesadillas —le contestó.

—¿Estás segura?

—Sharon ha logrado escapar y no tardará en regresar con ayuda —comentó la mujer, que aún tenía la esperanza de escapar con vida.

—Hasta ahora has tenido mucha suerte, pero acaba de terminársete, lo siento —dijo el hombre levantando el arma.

El chico corrió hacia su madre y se interpuso en el disparo, que le alcanzó de lleno. Steve se derrumbó en el suelo con un fuerte impacto en el abdomen, justo debajo del estómago.

—¡Hijo! —gritó la mujer arrodillándose y poniendo su mano en la herida para frenar la hemorragia.

Steve comenzó a ponerse pálido, estaba perdiendo mucha sangre.

En ese momento escucharon a varios coches acercarse. El sheriff se asomó por una de las ventanas. Dos coches de la policía canadiense aparcaron junto a la entrada y cuatro hombres se dirigieron armados hacia la puerta.

—La policía —dijo uno de los contrabandistas.

—Tranquilos, yo me ocuparé de esto.

El sheriff se arregló la ropa, se puso el sombrero y salió a la puerta. En cuanto le vieron los cuatro policías parecieron dudar.

—¿Qué sucede agentes?

—¿Qué hace usted aquí? —le preguntó el sargento de la policía.

—Hemos recibido un aviso y hemos venido lo antes posible —le contestó tranquilo, como si no entendiera qué hacía la policía de Canadá en aquel lugar.

—Es nuestra jurisdicción —le contestó el sargento.

—Ya sabe que algunas zonas del parque pertenecen a los Estados Unidos y otras a Canadá: hasta el sendero forma parte de su país, pero la casa está en el mío. No tienen jurisdicción. No se preocupen, tenemos todo controlado —dijo el sheriff intentando que aquellos tipos se largaran.

El sargento frunció el ceño y miró la puerta arrancada de la entrada de la finca.

—¿Podríamos echar un vistazo? —le preguntó intentando asomarse por la ventana.

—Claro que no pueden. Les ruego que se marchen por donde han venido. Lo que suceda aquí no les incumbe; nosotros nos hacemos cargo.

El sargento dudó por unos instantes, pero lo último que deseaba era un enfrentamiento entre las policías de ambos países. Ordenó a sus hombres que guardasen las armas.

—Una niña y una chica han llegado a nuestro pueblo, nos contaron que unos contrabandistas las retuvieron y que en esta casa podría haber más gente.

—¿Las han encontrado? ¡Gracias a Dios! Las llevamos buscando casi una semana. Pensábamos que les había sucedido algo. El delito se produjo en nuestro territorio, por favor, en cuanto puedan llévenlas a nuestra comisaría.

—Daré la orden, no se preocupe. Si no necesitan nada más nos marchamos —dijo el sargento.

Se escuchó un grito que salía de la casa y los policías canadienses se pararon en seco.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó el sargento.

—Uno de mis agentes le está apretando las tuercas a un sospechoso para que confiese dónde tienen el resto de mercancía. ¿Su policía no se emplea a fondo con los delincuentes?

—A nosotros nos gusta seguir las normas.

—Algo muy elogioso agente, pero en los Estados Unidos los delincuentes son más peligrosos, están hechos de otra pasta. Ya me entiende.

El sargento ordenó a sus hombres que subieran a los vehículos y regresaron al sendero. El sheriff entró de nuevo en la casa y observó a la mujer. Estaba abrazada a su hijo que se desangraba poco a poco.

—Por favor, ayúdele —le suplicó.

El hombre sacó su arma y le pegó un tiro en la cabeza. El chico se desplomó y la sangre salpicó el rostro de la mujer, mezclándose con sus lágrimas.

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