Amnesia

Amnesia


Primera parte » Capítulo 1

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1. MUJER

Nadie había denunciado la desaparición cuando aquella mujer fue encontrada en el Parque Nacional de Voyageurs, justo en la frontera entre los Estados Unidos y Canadá. Por eso, cuando dos pescadores en las inmediaciones del Lago Narrows encontraron a una mujer inconsciente de raza blanca y pelo rubio, con las ropas desgarradas y la llevaron a la oficina del sheriff, nadie supo qué hacer. No tenían ni idea de quién se trataba, su nacionalidad o datos personales. Entre sus pertenencias se hallaba un teléfono móvil dañado, un tique de compra de una tienda en Ericsburg y un oso marrón de peluche al que le faltaba un ojo. No eran muchas pistas para empezar o al menos eso era lo que pensaba Sharon Dirckx, la ayudante del sheriff de Internacional Falls. Sharon era una agente de poco más de veinte años; su pelo rojo y rizado, siempre parecía aprisionado en el moño apretado de la nuca, bajo el sombrero redondo de ala ancha. El uniforme tampoco era muy favorecedor. Su perfecto cuerpo se disimulaba bajo aquella camisa marrón oscuro y la cartuchera negra en la que colgaba el arma reglamentaria no dejaba ver sus hermosas caderas. La mujer aún estaba soltera, algo poco común en aquella comunidad cerrada, conservadora y en ocasiones asfixiante de Internacional Falls. Algo más de seis mil almas habitaban en el núcleo urbano, y al otro lado del río, en la parte canadiense Fort Frances, no llegaban a los ocho mil, pero no podían ser más distintos ambos lugares. En cuanto pisabas Fort Frances te dabas cuenta de que te encontrabas en otro lugar del mundo. La mayoría de los habitantes hablaban en francés y sentían un profundo desprecio por los anglosajones de la otra orilla.

Sharon se paró enfrente de la clínica psiquiátrica y miró por unos segundos la fachada de ladrillos rojos y ventanas blancas de estilo colonial. Aquel edificio siempre le había producido escalofríos, aunque el condado lo mantenía en un estado impecable, no dejaba de ser un antiguo manicomio del que se contaban horribles historias.

La mujer entró por el pasillo hasta el despacho del director del centro, el doctor Sullivan. Llamó a la puerta y pasó a un amplio salón que tenía las paredes forradas con estanterías de caoba, archivadores dorados y una gran mesa se levantaba de espaldas al amplio ventanal que daba a los jardines del complejo. El doctor Sullivan era un solterón de oro, un hombre de mediana edad, atractivo y con porte de antiguo galán de Hollywood. Se rumoreaba que había estado casado, pero que había perdido a toda su familia en un desgraciado accidente de tráfico, por eso cojeaba ligeramente y tenía una profunda cicatriz en su mejilla derecha que cruzaba su cara desde el ojo hasta la barbilla.

—Doctor Sullivan, me han comentado que la paciente está consciente por fin —dijo la ayudante del sheriff evitando cualquier tipo de protocolo. Los habitantes de Minnesota eran francos, directos y en ocasiones antipáticos.

—Bueno, al parecer, después de dos días, ha logrado recuperar la consciencia totalmente. Cuando la encontraron se despertó y murmuró algunas palabras, pero desde entonces había caído en otro estado de inconsciencia. Esta mañana volvió en sí, dijo que tenía hambre y preguntó al celador qué hacía aquí. No recordaba nada.

Sharon frunció el ceño y colocó sus manos en las caderas; después se sentó en una de las butacas forradas de cuero marrón y dejó el gorro sobre la mesa.

—¿Qué quiere decir? ¿Cómo que no recuerda nada?

—Bueno, al parecer no sabe ni su nombre. Le hemos preguntado, pero tiene la mente en blanco. Puede que se trate de un trauma, ya sabe el famoso síndrome de estrés postraumático, o lo más probable es que el fuerte golpe que tiene en la sien le haya producido una amnesia. Pero ustedes tienen su teléfono móvil y en el archivo de desaparecidos debería aparecer.

—Las huellas dactilares no nos han proporcionado ninguna información, puede que no sea estadounidense; el teléfono aún lo están examinando, se encuentra destrozado. De la ropa no se infiere nada, es común, pudo comprarse en casi cualquier sitio y el osito de peluche ha sido fabricado en China. ¿Cree que es canadiense?

—Puede ser, aunque se expresa en inglés, no creo que sea de esta zona —dijo el doctor, después apretó una tecla y miró con detalle el informe de la paciente en la pantalla.

—Debe de tratarse de una turista, pero no hay registros de las personas que acampan libremente, tampoco de las cabañas que se alquilan de manera particular, nadie ha denunciado su desaparición y lo más probable es que se perdiera en el bosque —comentó Sharon.

El doctor se tocó la cicatriz, como si el contacto de sus dedos sobre la piel marcada le ayudara a pensar con más claridad.

—No creo que llevara un osito entre su equipaje, me temo que viajaba con más personas, seguramente con hijos o hijas, esposo o amigas.

—Eso es lo que más nos preocupa: hemos inspeccionado la zona y no hay rastro de más personas desaparecidas. Tampoco los drones han encontrado nada. Si hay niños perdidos en el bosque, no sobrevivirán mucho más tiempo —dijo Sharon algo nerviosa. La incertidumbre siempre era mucho peor que la más terrible realidad. Ella sabía lo que era perder a alguien en el bosque: su hermana gemela se había extraviado en una salida familiar y nunca apareció. Algunas veces prefería pensar que seguía con vida en alguna parte. Aquello la consolaba un poco, pero no le permitía cerrar las heridas y comenzar una nueva vida. Los gemelos siempre guardaban un vínculo que únicamente la muerte lograba romper.

—¿Qué han descubierto del tique?

—Compró algunas cosas de primera necesidad como leche, pan de molde, latas, refrescos y chucherías —dijo la ayudante del sheriff.

—Lo que confirma que podía viajar con niños —comentó el doctor.

—Sí, hoy nos mandarán las imágenes de la calle de la tienda, al parecer el banco de al lado tiene una cámara de vigilancia.

—Puede que tengamos suerte y veamos si había más personas que viajaban con la mujer.

—¿Puedo verla?

—No estoy seguro de que sea una buena idea. Al ver tu uniforme se asustará. El miedo puede bloquear aún más su mente. Aún no he llegado a un diagnóstico definitivo, tengo que hablar con ella, aunque todo apunta a una amnesia postraumática debido al golpe o a una amnesia disociativa por un episodio de estrés intenso.

—¿Entonces?

—Está bien, pero únicamente unos minutos —dijo el hombre poniéndose en pie. Tomó unas llaves del cajón y salieron al pasillo central. Caminaron hasta una amplia escalinata de madera y ascendieron por ella hasta la primera planta. El edificio estaba completamente reformado, pero conservaba el estilo elegante del siglo XIX. Llegaron a una de las habitaciones del fondo y el doctor introdujo la llave en la puerta.

—¿Es necesario tenerla bajo llave? —preguntó Sharon.

—No recuerda nada. Podía intentar irse y se perdería por las calles del pueblo o en el bosque del otro lado de la carretera. Lo hacemos por su seguridad. De hecho les quería pedir que uno de sus agentes estuviera custodiándola, el golpe de la cabeza y las magulladuras no parecen producidas por la maleza o una caída —comentó el doctor antes de abrir la puerta.

—No me habían informado. ¿Piensa que alguien la agredió? —preguntó la mujer enfadada.

—Claro que la agredieron. Le pasé el informe a su jefe, incluso podemos asegurar que la forzaron.

Sharon le miró sorprendida. No entendía por qué el sheriff no le había dado esa información. ¿Cómo quería que averiguara lo sucedido si no estaba al corriente de todo? En cuanto se marchara de la clínica, pasaría por la comisaría para hablar con Frank.

Abrieron la puerta y vieron a una mujer rubia, llevaba un camisón blanco impecable y se había sentado al borde de la cama mirando en dirección a la ventana enrejada. Al escucharlos se giró y los miró fijamente, como si intentara comprender lo que estaba sucediendo.

Sharon la había visto dormida, pero ahora que estaba consciente le sorprendió su belleza, sus ojos azules eran tan intensos que parecían devorar la luz que entraba por el ventanal aquella luminosa mañana de verano. La mujer la miró, pero no mostró ningún tipo de sentimiento, aunque parecía confundida y algo adormecida por las drogas.

—Señora, esta es la ayudante del sheriff Sharon Dirckx. Quiere hacerle algunas preguntas. ¿Se encuentra con fuerzas?

La mujer hizo un leve gesto con la cabeza y después cruzó las piernas, el cuerpo debajo del liso camisón se intuía hermoso, su piel debía de ser muy blanca, pero se encontraba algo bronceada.

—Señora, lamento que esté en esta situación. El doctor me ha comentado que no logra recordar nada. ¿Conoce su nombre, procedencia? ¿Sabe si estaba sola? ¿Se perdió en el bosque?

La mujer encogió los hombros, no parecía preocupada ni estresada por la falta de memoria, pero sí algo incómoda, como cuando una prenda te queda demasiado ajustada y la presión te hace moverte inquieto.

—Si intenta recordar, ¿qué es lo primero que le viene a la cabeza?

—Lo único que recuerdo es esta habitación. Todo lo demás está en blanco.

—Habla inglés. ¿Es norteamericana?

—No lo sé —contestó la mujer, comenzando a ponerse algo inquieta.

—¿Quién es el actual presidente de los Estados Unidos?

—No estoy segura. ¿Barack Obama?

—Creo que es suficiente por hoy —dijo el doctor.

—Una cosa más —comentó la policía. Sacó de su espalda una bolsa transparente. Dentro se encontraba el oso de peluche.

La mujer se quedó observándolo muy seria, como si su mente intentara recordar algo. Después su gesto se torció y sus ojos comenzaron a empequeñecerse. Las lágrimas no tardaron en cubrir sus mejillas y la barbilla comenzó a temblarle.

—¿Recuerda algo? —preguntó Sharon esperanzada.

La mujer se puso en pie de un salto y extendió los brazos como si quisiera coger el muñeco. Sharon dio un paso atrás, pero antes de que pudiera reaccionar, la mujer se abalanzó sobre ella y la derribó. La policía intentó zafarse, pero la paciente tenía una fuerza endiablada. El doctor la aferró por los brazos, pero tardó un rato en hacerse con ella. Mientras intentaba que regresara a la cama, la mujer comenzó a gritar y patalear. Pronunciaba un nombre a gritos, aunque parecía más un gemido que una voz normal.

—¡Charlotte!

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