Amnesia

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Segunda parte » Capítulo 13

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13. LOS CONTRABANDISTAS

Una semana antes, en las proximidades de Fort Frances.

Samuel intuyó que le seguían y se salió del sendero. Ya no era el joven aventurero al que le encantaba subir montañas y explorar zonas casi inaccesibles. Todo eso había acabado muchos años antes. Ahora era un hombre de mediana edad, sedentario, con algo de barriguita y que el máximo esfuerzo que realizaba era ir de vez en cuando al gimnasio o sacar la bicicleta para dar un paseo con sus hijos. Sabía que la vida tranquila de su casa a las afueras de Londres le había convertido en todo lo que odiaba de joven. No es que quisiera estar soltero, ni que no amase profundamente a su familia, de hecho, no la cambiaría por nada del mundo, pero lo que realmente sucedía era que a veces las cosas no son como uno se las ha imaginado de joven. Habían tenido una vida feliz, si exceptuaba las crisis de su esposa, pero sabía que lo que quedaba por delante era la peor parte de su vida. En unos años sus fuerzas menguarían, su atractivo desaparecería y, lo peor, la enfermedad de su esposa se agravaría. Los médicos le habían dejado claro, aunque ella se negara a aceptarlo, que cada año se encontraría un poco peor, más débil, con crisis nerviosas más profundas que aumentarían con el tiempo y acabaría postrada en una cama los últimos años de su vida. Victoria se negaba a reconocerlo, sabía que era muy duro para ella, pero también lo era para él.

Tuvo una crianza privilegiada, mientras que la mayor parte de la gente de su país vivía en la indigencia o la pobreza; después él había estudiado en Europa, había pasado unos años maravillosos conociendo gente, disfrutando de la vida y, después, conviviendo con Victoria. Los niños siempre habían sido fuentes de conflicto, él era mucho más estricto, pero ella siempre tenía una buena excusa para levantar un castigo o disculpar cualquier falta de los niños. En los últimos años la situación se había deteriorado mucho, hasta el punto de que él a veces le tenía miedo. En una de sus crisis era capaz de tomar un cuchillo y clavárselo sin pestañear.

Se ocultó detrás de un árbol e intentó buscar a sus perseguidores, pero no los vio. Pensó que se había imaginado que le seguían. De hecho, pensaba que todo lo que pasaba era más producto de la imaginación de Victoria que de la realidad. Él no había estado en el momento en el que la habían increpado en el supermercado. Era cierto que en la caja se habían mostrado un poco groseros, pero era algo que les sucedía demasiado a menudo. El mundo estaba lleno de racistas y estúpidos, eso nadie podía cambiarlo, por muchas leyes que crearan.

Regresó al sendero y comenzó a caminar deprisa, llevaba unos diez minutos cuando comenzó a sentirse fatigado. Todo el trayecto era de subida, una ascensión que cada vez era más empinada. Entonces escuchó unas piedras moverse y miró hacia atrás. Allí había dos hombres, uno de ellos algo mayor, el otro un joven, eran los tipos del supermercado. Le miraron sonrientes, pero a él aquella expresión le heló la sangre y comenzó a correr. Por unos instantes el cansancio y la fatiga desaparecieron, la adrenalina le mantenía en un estado de alerta máximo. Escuchaba las voces y los jadeos de sus perseguidores. Intentó acelerar el paso, pero estaba al límite de sus fuerzas, para colmo era una zona abierta y era imposible despistarlos.

Comenzaba a desesperarse cuando vio una casa a lo lejos. Sin duda era la casa de Timothy. Aceleró aún más el paso, al fin y al cabo, en menos de quinientos metros estaría en la propiedad y dudaba que quisieran hacerle algo a un vecino de la zona.

Los hombres corrieron más rápido, los sentía muy cerca, como si estuviera al alcance de sus brazos, pero no dejó de acelerar el paso, tenía que conseguirlo, se encontraba muy cerca.

Uno de los hombres rozó su camisa con los dedos poco antes de alcanzar el camino de gravilla, pero entonces se escuchó un tiro y los dos perseguidores se pararon en seco. Después se dirigieron hacia los árboles y desaparecieron de la vista. Miró hacia la casa y vio al casero con un rifle apoyado en el hombro, llevaba un puro entre los labios y parecía satisfecho.

—Señor Landers, veo que esos malnacidos han estado molestándole. No se preocupe, lo arreglaremos de una forma u otra. Los malditos contrabandistas están arruinando esta zona. No me entienda mal, en las fronteras siempre se ha hecho contrabando, es natural, pero lo que esa gente mete en Canadá no es precisamente tabaco o alcohol. Después escupió en el suelo y se puso el rifle en el hombro mientras le invitaba a entrar en la casa.

El sitio era agradable, aunque se notaba que el hombre vivía solo. Nada de figuritas, flores o cortinas a juego, todo era funcional y cómodo. Samuel estaba sin aliento, se agachó e intentó recuperar fuerzas. El hombre le trajo un vaso de agua y lo bebió de un trago.

—¿Dónde se encuentra su familia, señor Landers?

—Están en la cabaña.

El casero frunció el ceño y apretó los dientes en el puro.

—No ha sido buena idea dejarlos solos con estos tipos. Será mejor que vayamos a por ellos de inmediato.

Las palabras del hombre le quitaron de repente el poco sosiego que había logrado recuperar. Siguió a Timothy hacia el coche y rezó para que su familia estuviera bien. No podía perderlos, si les sucediera algo no se lo perdonaría nunca.

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