Amnesia

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Tercera parte » Capítulo 18

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18. EN CAMINO

Victoria se aferraba a las manos de la agente. Tenía que sobrevivir, ahora que había logrado recordar, no podía fallarle a su familia. Aún su mente bloqueaba algunos de los sucesos de la semana anterior, pero cada vez le venían más recuerdos, a veces en forma de flashes, como imágenes intermitentes que desparecían al poco tiempo.

No veía el rostro de la agente, estaba demasiado oscuro, pero escuchaba su voz animándola a que intentara subir al tronco. Tenía medio cuerpo fuera, las piernas congeladas por la corriente, le dolía todo el cuerpo y estaba llena de magulladuras, aunque nada de eso le importaba. Tenía que regresar para salvar a los suyos. Haría cualquier cosa por ellos, su vida no tenía sentido sin su familia.

Logró que sus dedos se apretaran alrededor de las muñecas de la agente y dio un impulso hacia arriba. Logró colocar una pierna sobre el tronco y la policía la ayudó a subir el resto del cuerpo. Las dos mujeres se quedaron un rato tendidas sobre la madera húmeda. Después se sentaron y miraron a ambos lados.

—Tendremos que hacer equilibrios hasta aquella orilla.

—¿Sabe dónde nos encontramos?

—No estoy segura, posiblemente a un par de kilómetros del lago. Es difícil calcular la distancia. Imagino que la ciudad más cercana es Ericsbug. Iremos hasta allí para pedir ayuda —dijo la agente mientras intentaba ponerse en pie.

—¿Eso no está en dirección contraria a Canadá? Mi familia está en peligro. Esos hombres la tienen retenida y cada minuto que pasa las probabilidades de que continúen con vida son menores.

—¿Y qué podríamos hacer nosotras dos solas?

—Ya le he comentado que el sheriff me intentó matar. No me fío del resto de policías —dijo la mujer enfadada.

—Lo entiendo, pero esa es otra localidad en la que no tengo jurisdicción. Podremos ponernos en contacto con el FBI y no creo que también el sheriff de allí tenga algo que ver con el caso —le explicó la agente para intentar calmarla, pero Victoria parecía poco convencida. Sabía que no podía ella sola adentrarse en el bosque, no conseguiría encontrar la cabaña y se perdería. Pensó que ya se le ocurriría algo más adelante.

Caminaron hasta que el sol comenzó a iluminar de nuevo las copas de los árboles y cuando llegaron hasta casi las inmediaciones del pueblo, la mujer comenzó a quejarse del tobillo. Sharon se dio la vuelta. Estaba agotada, cubierta de cortes y cardenales, lo único que quería era llegar a la comisaría, tomar algo caliente y darse una ducha.

—No veo nada —dijo la agente poniéndose de rodillas delante de la mujer. Esta aprovechó la posición para darle con una piedra en la cabeza.

Sharon la miró sorprendida, después notó la sangre corriendo por su frente hasta la mejilla y perdió el conocimiento. La mujer se apresuró a tomar su ropa. Aquel uniforme la ayudaría a llegar a la cabaña y liberar a su familia.

Se vistió a toda velocidad y dejó a la policía tumbada sobre la hierba. Caminó hasta la carretera principal y paró con la pistola en la mano al primer coche que pasó por ella. Era una mujer embarazada.

—¿Qué sucede agente?

—Necesito el coche para una emergencia.

—Usted no es de la policía de la ciudad —comentó la mujer observando el uniforme.

—No, soy de Internacional Falls, pero necesito el coche de inmediato.

—La llevaré donde haga falta —dijo la mujer abriendo los seguros.

—No me ha entendido. Necesito el coche. Es una misión peligrosa.

—Pero, no puedo…

Victoria apuntó a la cabeza de la mujer y le ordenó que bajase de inmediato. Cuando se dio cuenta de su estado le remordió un poco la conciencia, pero el pueblo estaba a menos de dos kilómetros y podría regresar caminando sin problema. Se montó y salió a toda velocidad en dirección a Canadá. Tendría que evitar la carretera principal para no pasar por el control. Aunque casi nadie los observaba normalmente, no quería arriesgarse a que la detuviesen.

El coche circuló durante unos cuarenta minutos por la carretera principal. Después tomó uno de los caminos de montaña y cruzó la frontera. Estaba a unos veinte kilómetros de la zona de la cabaña cuando se dio cuenta de que se estaba terminando el combustible.

—¡Mierda! —gritó golpeando el volante. A veces creía que esta maldita pesadilla no iba a terminar jamás.

Descendió del coche y comenzó a caminar. Era poco más de las diez de la mañana. Antes de dos o tres horas llegaría a la cabaña. Debería tener un plan para liberarlos. Al menos llevaba el arma de la policía y la determinación de no parar hasta acabar con todos esos sádicos.

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