Amnesia

Amnesia


Cuarta parte » Capítulo 26

Página 34 de 45

26. AMOR

Las dos mujeres escucharon un ruido a sus espaldas y se volvieron asustadas. Sharon apuntó con el arma a los árboles y Victoria la imitó.

—¡No disparen! —dijo una voz con acento extranjero.

Las dos mujeres se miraron confundidas y después al ver a una mujer rubia, de pelo casi blanco, salir de entre los árboles, bajaron las armas.

—¿Quién demonios es usted? —preguntó la policía.

—Lo siento, bueno… —comenzó a decir la mujer, cuando a su espalda asomó la cara de una niña.

Victoria abrió mucho los ojos, como si no lograra creer lo que estaba viendo. Por primera vez en los últimos días sabía que no estaba delirando, esa era su hija. Estaba viva, no podía creérselo.

—¿Charlotte? —preguntó todavía confusa. La niña esbozó una sonrisa y corrió para cobijarse en los brazos de su madre.

—¡Charlotte! —gritó la madre al ver de nuevo a su hija a salvo.

—Mamá —contestó entre lágrimas.

—Creía que te había perdido para siempre. Ya no permitiré que nunca más te separes de mí —dijo la mujer con la voz temblorosa por la emoción.

Sharon tuvo que morderse el labio inferior para reprimir las lágrimas. No podía creer lo que contemplaban sus ojos, por fin algo parecía salir bien.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Quién es esta chica?

Las cuatro se sentaron en el suelo y la niña les narró cómo llevaban días escondiéndose de los contrabandistas.

—Lo peor fue cuando descubrieron que Olena ya no estaba en su celda. Registraron toda la isla, pero nos escondimos en el lago, con unas cañas para poder respirar, después continuaron con sus negocios. Traían mercancía y se la llevaban.

—¿Sabes algo de tus hermanos?

—No los hemos visto, pero cada día llegan a la misma hora con una lancha; después se marchan. Si lográramos seguirlos, podríamos descubrir dónde están todos. ¿Dónde está papá? —preguntó la niña al extrañarse de que su madre no le hubiera mencionado.

La mujer suspiró y miró a la agente, como si necesitara su apoyo para responder a una pregunta tan difícil.

—Papá ya no está con nosotros, ahora está en un lugar mejor.

Las lágrimas de la niña comenzaron a correr por sus sonrosados pómulos y se abrazó a su madre llorando.

Unos minutos más tarde, cuando lograron consolar a Charlotte, Sharon preguntó a la chica qué hacía en la isla.

—Bueno, llegué como turista a Canadá hace unos meses. Mi intención era quedarme a vivir. Soy originaria de Ucrania y allí llevamos años viviendo una terrible guerra civil. Los tipos que me habían traído me prometieron un trabajo cuidando niños y que arreglarían mis papeles. En mi país era maestra y tenía el sueño de vivir en Canadá, ser profesora, casarme y fundar una familia. En cuanto llegué al país me encerraron en un piso y me… —la mujer titubeó antes de continuar describiendo su vida, la niña la escuchaba atentamente—. Bueno, era una mafia que explotaba a mujeres, al parecer les dan chicas a los contrabandistas para que las vendan en Estados Unidos y estos, a su vez, les venden drogas. Nos suelen tener unos días encerradas hasta que tienen comprador. Estuve unos días en la cueva, éramos varias, pero cuando su hija me liberó, yo era la única que quedaba.

—¿Entre las chicas había alguna llamada Isabelle? —preguntó angustiada Victoria.

—No recuerdo a ninguna con ese nombre —contestó la chica.

La mujer respiró aliviada, temía que la hubieran vendido a algún tipo de mafia. El último recuerdo que tenía, según le había contado a Sharon, había sido la caza macabra en la que habían metido a los gemelos, pero continuaba sin recordar cómo había logrado escapar y qué le había sucedido al resto de sus hijos. Al menos Charlotte se encontraba sana y salva.

—Queda algo más de una hora, para que lleguen con la barca —dijo la chica.

—Podremos seguirlos, pero quiero pedirte un último favor. Necesito que te marches con Charlotte, debes llegar a la comisaria de Fort Frances y contarles todo lo sucedido. Mientras nosotras intentaremos salvar a mis otros dos hijos. ¿Lo has entendido?

—Sí, pero no estará involucrada la policía de Canadá —le recordó Sharon.

—Tendremos que correr ese riesgo —dijo Victoria resignada. A veces la única forma de salvarse era arriesgarse primero.

Abrazaron y besaron a la niña, las dejaron al otro lado del lago y regresaron a la isla. Esperaron impacientes hasta que vieron venir a los contrabandistas. Eran dos hombres, uno mayor y otro más joven. Entonces Victoria recordó todo y fue como si alguien le estuviera arrancando las entrañas con unas tenazas. Intentó soportar el dolor y concentrarse en salvar lo que aún quedaba de su pobre familia.

Ir a la siguiente página

Report Page