Amnesia

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Cuarta parte » Capítulo 28

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28. MALAS COMPAÑÍAS

Cuando vieron llegar la lancha y descargar la barca se quedaron un rato observándolos. A los dos hombres que Victoria conocía se les habían unido otros dos. Aquello las desanimó un poco, no sabían cuántos matones podía haber en su guarida. Si ya era muy difícil intentar salvar a su familia con dos, sería misión imposible si se trataba de un ejército.

En cuanto percibieron que los hombres estaban a punto de marcharse, corrieron hasta su barca y la sacaron al agua. Dieron la vuelta a la isla y a una larga distancia vieron cómo se alejaban los contrabandistas. Intentaron perseguirlos de lejos para que no las vieran.

—Por lo que nos ha contado la chica ucraniana hay una verdadera mafia organizada en esta zona —comentó Victoria.

Sharon afirmó con la cabeza. Se preguntaba cómo podía estar sucediendo eso delante de sus narices sin que se diera cuenta.

—Tú no tenías por qué saberlo. Normalmente los policías corruptos saben a quién involucrar en sus negocios —dijo la mujer como si le estuviera leyendo el pensamiento.

—Eso es cierto, pero no me consuela. He sido una estúpida, a veces pienso que por eso precisamente me eligieron. Una niña que es incapaz de darse cuenta de nada.

—Eso no es cierto, estás arriesgando tu vida y tu carrera por ayudarme. Siempre has confiado en mí, a pesar de que era una completa desconocida.

—Lamento no haber podido hacer algo antes.

—A veces las cosas suceden cuando tienen que hacerlo. Yo estaba bloqueada, no recordaba nada, pero poco a poco lo sucedido me fue viniendo a la mente. Por un lado estaba mejor sin acordarme de ello, pero lo importante es que hemos salvado a mi pequeña a esa chica, a muchas más y espero que al resto de mis hijos.

—¿No recuerdas qué sucedió cuando te encontraste con el sheriff?

—La última imagen que tengo es cuando nos dijo que estábamos a salvo. No sé qué sucedió después con mi Steve ni con Isabelle.

—Bueno, lo sabremos dentro de poco. Parece que esos tipos están atracando la barca.

—¿Dónde estamos?

—Otra vez en Canadá, aunque allí es Estados Unidos. Nos movemos todo el tiempo en la frontera entre ambos países.

Las dos mujeres dejaron la canoa a algo más de quinientos metros, llegaron a pie al embarcadero y vieron que había otras dos barcas y una destartalada caseta de madera.

Sharon miró por un agujero y vio algunos utensilios de pesca y trastos viejos, nada demasiado sospechoso. Caminaron por el sendero algo más de medio kilómetro y llegaron a un claro en el que había una casa inmensa, rodeada por una valla metálica que parecía tener salida a una carretera. Enfrente de la casa había tres furgonetas aparcadas; una era la de aquellos tipos.

—¿Cuántos piensas que serán? —le preguntó Sharon.

—Me temo que al menos seis, puede que más.

—Tengo unas diez balas, creo que tu pistola está cargada con seis. No es mucho, tendremos que afinar la puntería.

—A lo mejor no están todos en la casa en este momento —dijo la mujer para animarse un poco.

—Es posible —contestó la agente.

—Puede que sea mejor que esperemos a la noche, cuando estén todos dormidos.

—Tienes razón, pero también tenemos que conseguir una forma de avisar a la policía de Fort Frances. Si llegan con refuerzos tal vez tengamos una opción.

—Pero has dicho que estamos en suelo estadounidense —dijo la mujer algo extrañada.

—Bueno, la casa justo se encuentra en suelo canadiense.

—Fantástico. Pero ¿cómo podremos comunicarnos con ellos?

—Puede que en las furgonetas encontremos algún tipo de aparato de comunicación. Esa gente debe tener algún sistema —comentó Sharon.

—Esperemos.

—Sí, pero antes intentaré comunicar. La policía de Canadá tardará al menos un par de horas en llegar hasta aquí. No tardará en anochecer. Cúbreme.

Sharon comenzó a bajar por el terraplén a plena luz del día. Victoria miraba a todas partes asustada: si la veían todo estaría perdido. La única forma de liberar a sus hijos era aprovechar el factor sorpresa.

La agente saltó la valla y se acercó a rastras a la primera furgoneta, abrió la puerta sin levantar la cabeza y se introdujo con cuidado, volvió a cerrar la puerta y comenzó a registrarla. Estaba repleta de latas vacías de cerveza, restos de comida y cartuchos, vio una escopeta y pensó en llevársela. Al menos había encontrado más armas, pero no encontró teléfonos ni radios. Bajó con sigilo y se acercó a la siguiente furgoneta, estaba a punto de entrar cuando escuchó cómo se abría la puerta principal y salían dos tipos. Le dio un vuelco el corazón, se tiró bajó la furgoneta y apuntó con el fusil a las dos personas que se aproximaban.

—Joder, siempre nos toca a los mismos.

—No te quejes, Tim, es mucho peor lo de repartir a esas furcias, son chillonas y lloronas —dijo el otro hombre.

—Pero al menos uno puede pasar un buen rato con ellas —comentó Tim.

—Eres un salido —dijo sonriente el otro hombre.

Se pararon justo frente a la furgoneta en la que se escondía Sharon y abrieron la puerta.

—Joder, esta no tiene las llaves, vamos en la otra.

—¿En esa tartana? —se quejó el otro hombre.

Se fueron a la furgoneta de al lado, se subieron y salieron por la puerta principal después de que uno de ellos se bajara a abrir y cerrar la cancela. Después la agente salió de debajo del vehículo y lo registro. Tampoco encontró ninguna forma de comunicarse.

Se acercó a la única furgoneta que no había registrado. Estaba llena de trastos, un cuchillo y restos de comida, pero sin teléfonos. Regresó a la posición donde se hallaba Victoria y le comentó lo que había descubierto.

—No es mucho, pero al menos tenemos más armas. Se han marchado dos tipos, imagino que no habrá más de cuatro o cinco en la casa, tal vez sea la hora de actuar.

Sharon se lo pensó un poco, pero sabía que la mujer tenía razón. No merecía la pena esperar refuerzos, tenían que entrar en la casa y terminar el trabajo ellas mismas.

Descendieron por el terraplén y después saltaron la valla.

—¿Por dónde entramos? —preguntó Victoria.

—Mejor por detrás, pero tal vez sería más adecuado que te quedaras fuera para poner en marcha una de las furgonetas, no quiero que esta gente te haga daño.

—¿Estás loca? Esa gente ha destrozado a mi familia. Ahora van a pagar por lo que han hecho.

Sharon encogió los hombros y se dirigió a la parte trasera. Se asomó por un par de ventanas para hacerse una idea de la distribución de la casa. Era enorme, parecía la mansión de un magnate más que una simple cabaña en el bosque.

Llegaron a la parte trasera y vieron una puerta que daba al sótano.

—Creo que será mejor entrar por aquí —dijo la agente.

Un candado pequeño la cerraba con dos arandelas. Sharon logró abrirla con el cuchillo y después entraron lo más sigilosamente que pudieron.

El sótano se encontraba completamente a oscuras, algo de luz entraba por la puerta abierta y un ventanuco mugriento, pero no era suficiente para que se hicieran una idea de cómo era el lugar. Caminaron con cuidado de no tropezar con nada y llegaron hasta lo que parecía un pequeño laboratorio de procesamiento de droga. Después vieron unas escaleras que conducían a la planta de arriba.

Sharon subió primero con sumo cuidado, los escalones de madera crujían y sentía que el corazón se le aceleraba por momentos. Tenía la sensación de que si entraba en esa casa nunca más saldría con vida.

Abrieron la puerta y salieron a un pasillo, si no estaba equivocada por un lado daba a la cocina y por el otro a un baño, la entrada y el salón. Hizo un gesto a la mujer y se dirigieron hacia a la entrada donde había otra escalera que llevaba a la primera planta. Si tenían encerrados a sus hijos, sin duda sería allí.

Subieron con suma cautela, por ahora no se habían cruzado con nadie. Cuando llegaron arriba vieron el largo pasillo, más escaleras y unas cinco habitaciones. Entrar en cada una de ellas era como jugar al azar, podían encontrar a los chicos o meterse en la boca del lobo.

—Vamos más arriba —le susurró Victoria.

—¿Estás segura? —le preguntó Sharon.

—No, pero parece un lugar más probable.

Subieron el nuevo tramo de escaleras y vieron dos habitaciones. Allí las probabilidades de acertar aumentaban hasta un cincuenta por ciento. Sharon empuñó la pistola y comenzó a girar el pomo. Justo en ese momento se acordó de su hermana, la echaba mucho de menos. Tuvo que dejarla en medio del bosque para que no lo contara todo. El abuelo era un buen hombre, se había sobrepasado con ellas, pero no quería destruirle, dañar a toda la familia. Ahora se arrepentía en el alma, pero ya era demasiado tarde. Siempre era demasiado tarde para redimirse.

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