Amira

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SEXTA PARTE » Alí

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Alí

Abdallah Rashad, jefe del organismo que la mayoría de remalíes llamaban simplemente Halcón, y que combinaba las funciones de la CÍA, el FBI y el Servicio Secreto juntos, cerró el expediente sobre su mesa y aguardó la reacción de su sobrino.

—¿Tú te crees lo que dice ese campesino, ese turco? —preguntó Alí.

—Podría mentir con la esperanza de ser recompensado, pero hasta donde ha podido ser comprobada, su historia se sostiene.

—Así que la muy zorra está viva —dijo Alí.

—Parece probable —replicó Abdallah tranquilamente.

—Y mi hijo también.

—Si Dios quiere…

—¿Dónde están?

Abdallah decidió pasar por alto el tono autoritario.

—Ésa, claro está, es la cuestión, sobrino. He repasado todo el expediente a la luz de la nueva información. También he iniciado nuevas pesquisas. Lo más probable es que ella y el niño se fueran a París. Seguramente se alojaron en cierto hotel. Puede que viera a un abogado llamado Cheverny, pero hace dos años que éste murió. Ahí acaba el rastro. Ahora podría estar en cualquier parte del mundo, bajo cualquier identidad.

—Encuéntrala.

Abdallah apartó la vista, molesto; la brusquedad de Alí rayaba en la falta de respeto.

—Si comete un error, la encontraremos —replicó con mayor serenidad que nunca—. Si no… El tiempo es como la arena, sobrino. Al final lo cubre todo.

—No necesito… —Alí se controló con visibles esfuerzos—. Gracias, tío. Dios mediante, cometerá ese error y tú encontrarás a mi hijo. Si alguien puede hacerlo, ése eres tú.

—Si Dios quiere, lo conseguiremos.

—Gracias otra vez, tío —repitió Alí, levantándose—. Ha sido agradable volver a verte. Desgraciadamente tengo prisa. Otra cita…

—Claro, claro. Sé que tienes una agenda muy apretada, pero quizá puedas atenderme un minuto más, mientras disfruto el placer de tu compañía.

—Desde luego. —Alí no se sentó—. ¿Qué es?

—Sólo una cosa, sobrino. Es mi más ferviente deseo que puedas reunirte con tu hijo; al mismo tiempo, si lo encontramos a él y a su madre, sería un desprestigio para Al-Remal, y para la propia familia real, que ocurriera algo… inconveniente.

—¿Qué quieres decir, tío?

—Apariencias, sobrino. Algunas veces da la impresión de que es lo único que le importa al gran mundo. Imagina los rumores si le ocurriera algo a la mujer después de que nosotros la localizáramos. Algo tan inocente como, digamos, un accidente de coche.

—Bueno, eso parece obvio, ¿pero qué tiene que ver conmigo? —El rostro de Alí era la viva imagen de la inocencia sorprendida; como en tantos culpables, se dijo su tío.

—Nada en absoluto —dijo Abdallah—. Era sólo una idea que se me ha ocurrido mientras hablábamos. Por favor, ya te he robado demasiado tiempo. La paz sea contigo, sobrino. Espero que nos veamos más a menudo.

—Dios mediante. La paz sea contigo, tío. Ah, a propósito, ¿lo sabe alguien más?

—No.

—¿Ni siquiera el rey?

—Nadie.

—Bien. Seguramente es mejor no preocuparle en su estado actual.

—Desde luego. —El rey, tras un período de abandono a los placeres, se hallaba al borde de la muerte; corazón, riñones e hígado se hacían pedazos al unísono como si formaran parte de una conspiración.

Abdallah acompañó a su sobrino a la puerta. Le desagradaba el genio vivo de Alí, su duplicidad y cosas que sabía sobre él, y lo sabía casi todo. Al mismo tiempo, no lo quería tener por enemigo.

Muchas eran las cosas en las que debía reflexionar y muchas las decisiones que tomar. Abdallah regresó a su despacho y abrió la caja fuerte que contenía sus expedientes más secretos.

En el pasillo, Alí juró por lo bajo. Aquella extraña advertencia al final de la conversación… ¿había querido decir el viejo chivo lo que parecía? Y si era así, ¿de dónde procedía su información?

Oh, bueno, ¿importaba en realidad? Qué más daba que lo supiera el viejo, mientras hiciera su trabajo y encontrara a Karim… y a la zorra. Una vez conseguido, ¿a quién le importaba su opinión? Toda su generación estaba llegando al final.

Alí se regodeó en la idea de encontrar a Karim. Aunque había acabado por detestarla, su segunda esposa le había dado dos hijos, además de una hija. Sin embargo, la pérdida de su primogénito era la más grande de su vida, y ahora tenía la oportunidad de recuperarlo. ¿Cómo sería, casi un hombre? Alí no conseguía imaginar más que una versión más joven de sí mismo.

En cuanto a Amira, sí, que la encontrara Abdallah, y luego que se tragara sus advertencias. Alí tenía derecho a castigar a la zorra. Empezó a planear los detalles de su venganza con gran deleite.

Abdallah presionó el botón del magnetófono. Hacía muchos meses que no oía la cinta, pero su charla con Alí le había movido a escucharla de nuevo.

«—La paz de Dios, alteza.

»—La paz de Dios, Tamer. Me alegro de volver a verte.

»—Y yo de verle a usted, alteza.

Eran las voces de Alí y de Tamer Sibai, que parecía nervioso incluso en aquellos saludos rutinarios. Un tipo interesante, pensó Abdallah. Todo el mundo lo conocía, por supuesto, como hermano de una mujer, Laila Sibai, ejecutada por adulterio. Tamer, el hermano mayor, había arrojado la primera piedra.

Abdallah apretó los labios en un gesto de simpatía y respeto por un hombre que era capaz de cumplir con tal deber.

«Por favor, no son necesarias las formalidades cuando estemos solos los dos. Llámame Alí.

»—Como desee, altez… Alí.

Abdallah sabía que Tamer tenía motivos para estar nervioso. Su presente era mucho más oscuro que el pasado. Era dueño de varios negocios (su tarjeta de visita lo describía como inversor, pero el que le procuraba mayores beneficios había llamado la atención de Abdallah debido a que varios organismos de lucha contra la droga de Europa y de Estados Unidos le habían solicitado información sobre él).

«— ¿Me harás el honor de tomar café conmigo?

»—El honor es mío.

»—Llamaré para que lo traigan. ¿Sabes?, el otro día estaba pensando en ti, en cuando jugábamos de niños.

»—No imaginaba que lo recordarías. Yo lo recuerdo.

»—Y me he dicho, ¿cómo es que ya no veo a mi viejo amigo Tamer? Ah, el café.»

Abdallah hizo avanzar la cinta para pasar por alto la charla mientras se tomaban el café que requería la costumbre remalí antes de iniciar una conversación sobre asuntos serios.

«… y sin embargo, a pesar del inmenso placer que me da verte, amigo Tamer, temo que habré de estropearlo con malas noticias.

»— ¿Malas noticias?

»—Espero que no culpes al mensajero por el mensaje.

»—No, por supuesto que no.

»—Muy bien, amigo mío, ahí va. Sin desearlo yo, he tenido la desgracia de enterarme de quién deshonró a tu hermana.

»—Nómbralo y es hombre muerto, incluso ahora.

Abdallah asintió para aprobar estas palabras. Tamer Sibai podía ser muchas cosas, pero sobre todo era un hombre de honor.

El nerviosismo y la servilidad habían desaparecido por completo de su voz.

«—Ah, amigo mío, hablas como un hombre, como cualquiera que te conozca esperaría de ti. Sin embargo, perdóname por decirte que incluso el valor honorable debe ser atemperado, como una hoja al fuego. De lo contrario podría traicionarte. Uno no debe olvidar la precaución, incluso en asuntos de esta índole. Un hombre como tú no debe exponerse innecesariamente, ni tampoco a su país, a los prejuicios del gran mundo que no comprende el sentido del honor remalí.

»—Te agradezco tu preocupación. ¿Quién es él?

»—Malik Badir.

Una pausa en la cinta antes de que Tamer hablara de nuevo.

«—Siempre creí que había sido él.

»— ¿En serio?

La sorpresa de Alí era palpable incluso a través de una cinta. Abdallah sintió deseos de reír al comprender lo ocurrido; Alí se había inventado la historia sobre Badir, seguramente esperando tener que convencer a Tamer que, en cambio, había mordido el anzuelo. Abdallah lo había visto otras veces en interrogatorios.

«—Sí, y ahora lo sé. Te doy las gracias de nuevo.

»—No me des las gracias por hacer lo que exigen la amistad y el respeto. Pero espero que comprendas lo que acabo de decirte. Badir es ahora un ciudadano del mundo. Te pido que no… abordes este asunto de un modo que comprometa a nuestro país.

»—Sólo conozco un modo de abordar este asunto. ¿Qué has pensado tú?

»—Ah. Has puesto el dedo en la llaga. Pensaba que quizá podría intervenir un tercero, un profesional independiente. Perdóname por mencionarlo, pero tengo entendido que tienes ciertos… contactos en Córcega.

»—Mis negocios me llevan a muchos lugares.

»—Por supuesto. Te pido perdón nuevamente. Sé que te estoy pidiendo que renuncies a un derecho que podría parecer puramente personal, pero lo hago por Al-Remal, y por esa razón, estaría encantado de pagar cualquier suma que fuera precisa para… contratar a alguien.

»—Te lo agradezco, pero es innecesario. Puedo ocuparme de eso yo mismo.

»—Como desees, pero si surgiera algún gasto extra, por favor, permíteme que contribuya a pagarlo. Mientras tanto, me he tomado la libertad de hacer ciertas averiguaciones que pueden ahorrarte tiempo y esfuerzo. Por ejemplo, me he enterado de que en esta época del año, Badir y su mujer veranean en una villa del sur de Francia, y que dos veces por semana van a comer a un restaurante de un pueblo cercano. Su coche es fácilmente reconocible, te daré todos los detalles, y la carretera es poco transitada. Si se produjera un accidente… una pena, por supuesto, ya que un acto de honor exige ser conocido, pero hay que pensar en el país.

»—Lo comprendo. Te doy las gracias una tercera vez, Alí Rashad. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí.

Abdallah paró la cinta. Podía imaginar fácilmente cómo debían de haberse desarrollado los hechos: Un asesino que se ganaba la confianza de un pobre camionero, lo emborrachaba, estrellaba su pesado vehículo contra el Mercedes que llegaba, le rompía el cuello al camionero desvanecido con pericia, y se alejaba tranquilamente campo a través.

La ocupación de Abdallah Rashad eran los secretos, algunas veces para desentrañarlos, otras para guardarlos. Allí tenía un secreto que sólo conocía él y quizá otros tres hombres: Geneviéve Badir no había muerto de accidente sino asesinada. Había guardado el secreto porque convenía a los intereses de Al-Remal, pero eso podía cambiar pronto. El rey se estaba muriendo y Ahmad, el hermano de Alí, le sucedería en el trono.

Ahmad era un hombre tan práctico como Abdallah, tanto como Alí impetuoso. A Ahmad no le gustaba ni le disgustaba Mahk Badir, pero lo consideraba un factor potencialmente valioso para el reino. Quizá debería enterarse de que la enemistad personal de su hermano había puesto en peligro ese factor y que podría volver a ponerlo. Ahmad agradecería la información.

En cuanto a Alí, tampoco había necesidad alguna de perder su favor, siempre que se le convenciera de que se refrenara. Todo lo que Abdallah necesitaba hacer era desvelar un secreto más: el paradero de Amira y de Karim Rashad.

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