Amira

Amira


SÉPTIMA PARTE » La verdad

Página 60 de 69

Una respuesta mecánica, pero la elección de las palabras era significativa. Jenna tomaría notas tan pronto como le fuera posible. Había decidido ya quedarse al menos hasta que encontrara un psiquiatra adecuado para su sobrina. No podía tratar a Laila ella misma; estaba demasiado involucrada en su historia, pero quizá podía ser de ayuda como una amiga y pariente que no la juzgaría, alguien que la escuchara y comprendiera.

—Volveré mañana, Laila. A esta hora más o menos. ¿Por qué no piensas en lo que te gustaría comentar? Te diré todo lo que quieras saber.

—No quiero hablar.

—Tú piénsalo. Te veré mañana, o siempre que te apetezca.

Jenna tenía pacientes en los que pensar. Llamó al Sanctuary e informó a Liz Ohlenberg de que no iría en una semana como mínimo. Dejó el mismo mensaje en su contestador automático.

A lo largo del día siguiente, Jenna llamó a sus pacientes, citó a unos para otros días y a otros los remitió a colegas.

Una y otra vez, al marcar el prefijo 617, Jenna pensó en Brad.

¿Llamarle? Pero ¿para decirle qué? No tenía respuesta a su pregunta. Si le decía la verdad… bueno, no podía decírsela.

Esa tarde, Laila se había encerrado aún más en su concha y sus respuestas fueron más esquivas.

—Muy bien —dijo Jenna—. Hablaré yo. Te lo contaré todo sobre Amira Badir. —Y así lo hizo.

El lunes, Jenna se puso en contacto con un psiquiatra de Los Ángeles que le recomendaron sus colegas de Boston. Le explicó la situación y le gustó el análisis que él hizo de la misma. Ambos se mostraron de acuerdo en que lo mejor era conseguir la aprobación de Laila para iniciar la terapia, pese a que existía cierto riesgo en su situación.

Esa tarde, Laila seguía sin querer comunicarse, pero parecía aguardar a que Jenna empezara y ésta aprovechó la oportunidad.

—¿Te gustaría que te hablara de la mujer que te dio a luz? Era mi mejor amiga, la mejor amiga de Amira. —Se lo contó todo, incluyendo, con el mayor tacto posible, la última noche y el último día en la vida de su madre.

Cuando terminó, Laila se metió en el cuarto de baño y vomitó. Regresó pálida y temblorosa.

—¿Sabes que fui allí, a Al-Remal? —dijo—. Encontré a una mujer que me había amamantado, o eso dijo ella. Una pobre mujer. Envejecida prematuramente, como tantos otros en aquella aldea. ¡Dios, cómo odio aquel lugar! ¿Y sabes lo que estaba pensando? Pensaba: «¿Es ésta mi verdadera madre? ¿Mi padre…?» —No terminó la frase. Después de un rato, se tumbó en la cama revuelta y se durmió.

El tercer día, Laila se negó a abrir la puerta durante largo rato. Cuando por fin la abrió, Jenna entró saludando, pero luego se sentó en silencio.

—¿No más historias? —preguntó Laila al fin, y sorprendentemente su tono era como el de una niña a la que acaban de acostar.

—He hablado por los codos dos días —dijo Jenna—. Poco ortodoxo por mi parte. Quizá quieras contarme cómo te sientes.

—Ya habla la psicóloga —comentó Laila con amargura—. «¿Cómo te sientes?» —Hizo una mueca—. ¿Cómo crees que me siento? Me siento como uno de esos estúpidos juguetes que rebotan y vuelven a levantarse cuando los golpeas. «Tu madre murió, Laila, sólo que no era tu madre auténtica, claro que ésa también está muerta. Oh, por cierto, la mujer a la que conociste, la que se decía tu amiga, en realidad es tu tía.» ¡Maldita seas! ¡Maldita seas! ¡Malditos todos! —Laila daba puñetazos sobre la cama—. Golpeadme, ¡pero esta vez no me voy a levantar!

Ya te has levantado, pensó Jenna con alivio. Ahora la cuestión está en mantenerte de pie.

En los días siguientes, Laila abandonó su reclusión paulatinamente. Una noche apareció en la cena. A la siguiente se maquilló. Insinuó que estaría dispuesta a hablar con alguien más, si Jenna consideraba que valía la pena. Incluso llegó un momento en que Laila adoptó el papel de terapeuta.

—¿Vas a contarle la verdad a tu hijo?

Le tocaba el turno a Jenna de mostrarse evasiva.

—No estoy segura de que sea el momento. Tú conoces mi historia, quién era yo, con quién sigo casada. Sencillamente, no creo que sea el momento adecuado.

—¿Crees que Karim no sabrá digerirlo? ¿O temes que seas tú la que no digiera el modo en que se lo tome él?

Era una buena pregunta, demasiado buena.

—Aún no estoy segura. Algún día…

—Díselo ahora. En cuanto puedas. Tiene que haber un modo; es tu hijo. No puedes seguir mintiéndole para siempre.

Jenna no había pensado a tan largo plazo; era un lujo que había dejado atrás hacía mucho tiempo.

Sombreros. Docenas de sombreros, cada uno más extravagante que el anterior.

—Escoged uno cada una —dijo Malik a hermana e hija—, y luego buscáis un atuendo a juego. Vamos a las carreras. Es el día de apertura en Del-Mar. Los sombreros son de rigor.

Era una celebración, una especie de fiesta para la recuperada Laila, pero también un gran día para Malik, que había enviado a unos cuantos de sus pura sangre al hipódromo de California para la temporada de carreras.

Viajaron en helicóptero con Farid, y Jabr y uno de los guardaespaldas de Malik. La escena en el hipódromo era como una versión californiana de Ascot. Mujeres vestidas como para el desfile de Pascua se paseaban con hombres embutidos en ropas deportivas de diseño. Jenna reconoció a media docena de estrellas de cine, la mayoría de la vieja guardia.

La cuadra privada de Malik les permitió refugiarse de la multitud, pero incluso hasta allí acudieron varios hombres con aspecto de no estar acostumbrados a tales deferencias para estrecharle la mano. Un excesivo número de ellos parecían ser téjanos que tenían caballos en la competición.

En la quinta carrera, Jenna y Malik apoyaron por sentimentalismo a un caballo llamado Exilio del Desierto, que estaba muy bajo en las apuestas, y cuando el caballo escasamente valorado se adelantó a los demás, saltaron y se abrazaron como niños.

—Telefoto, jefe —dijo el guardaespaldas.

Jenna vio a un fotógrafo que les apuntaba con un teleobjetivo desde veinte filas más abajo en las gradas.

—No te preocupes —dijo Malik al guardaespaldas—. Me han dicho que éste es un país libre.

Sin embargo, Jenna se sentó y se bajó el ala de la pamela.

Al día siguiente, durante el desayuno, un sonriente Malik dejó caer un popular periódico sensacionalista sobre la mesa. Una foto en primera plana mostraba a Jenna mirando temerosa a la cámara con el brazo alrededor del cuello de Malik. El titular rezaba: «¿Misteriosa mujer nuevo amor de multimillonario?» Veinticuatro horas más tarde, el misterio se había resuelto: «Doctora feminista compañera de juegos del megamillonario Malik en Palm Springs», proclamaba el titular en negrita sobre una foto de Jenna tirando furtivamente del ala de su pamela.

Jenna sintió violada su intimidad, pero al mismo tiempo no tuvo más remedio que echarse a reír. Tras innumerables excusas para evitar fotografías en las solapas de los libros y entrevistas en televisión, ¡había llegado a eso! ¿Pero qué importaba en realidad? Si Malik estaba en lo cierto, una foto o dos no influirían demasiado en que Alí la encontrara o no.

Aquella noche, hizo su llamada habitual a su contestador automático esperando encontrar noticias de Karim. Para su sorpresa, halló un mensaje de Brad. Era breve: «Veo que te había juzgado mal. Adiós, Jenna.» Al principio pensó que se refería a la fecha límite para su propuesta de matrimonio. Luego comprendió que debía de haber leído los periódicos.

¡Bueno, por Dios! Jenna sintió deseos de tomar el primer avión hacia Boston para romper el contestador y arrojarlo a la chimenea, junto con Brad, si conseguía encontrarlo. ¡Cómo se atrevía a sacar semejantes conclusiones! ¡Cabrón pomposo e hipócrita!

Su ira tardó varias horas en enfriarse, pero cuando lo hizo, el frío caló hondo. No quería perder a Brad, así de sencillo. Llamó a su casa. Tras preguntar su nombre, un criado le informó que el señor Pierce no estaba disponible. Su recepcionista le dijo lo mismo seis veces a la mañana siguiente.

La ira de Jenna volvió a asentarse. Muy bien, si era eso lo que quería, podía pasar sin él, ¿no?

Necesitaba volver a casa. Laila se hallaba en manos competentes. Poca cosa más podía hacer Jenna salvo ser una buena tía. Además, estaba cansada del calor perezoso del sur de California. Apenas unas semanas más, y el aire se volvería frío en Boston.

—Para ti, prima —anunció Farid, llevándole un teléfono.

Tenía que ser Brad.

—¿Hola?

—¡Caramba, mamá! ¡Qué lejos estás!

—¡Karim! ¿Dónde estás?

—En Atenas. Sales en todos los periódicos de aquí, mamá. Malik Badir es una especie de dios local. Creo que la mitad del Pireo es suya.

—No salgo con él, Karim. Estoy de visita. —La explicación no sonaba convincente.

—Aja. Me habías dicho que no lo conocías.

—Es… es una larga historia. Lo conocí hace mucho tiempo, pero no lo había vuelto a ver en años, desde que tú eras un bebé. —Tampoco eso le sonó demasiado bien.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No… no pensaba que fuera importante en ese momento.

—¿Y cómo es?

—Karim, escucha. No creas todo lo que pone en los periódicos. Las cosas… no son lo que parecen.

—Aja. —Karim parecía vagamente decepcionado—. Bueno, parece un tipo impresionante. Me gustaría conocerlo. Oye, mamá, tengo que irme. Hay un montón de gente esperando para llamar.

—¡Karim! ¿Estás bien? ¿Todo va bien?

—Claro, ¿por qué iba a ir algo mal? —El infinito optimismo de la juventud—. Tengo que pirarme, mamá. Te quiero.

Qué ironía. Por fin su hijo aprobaba a un hombre en su vida, y resultaba ser su hermano. Era como una farsa francesa. Tenía que contárselo a Malik.

Su hermano soltó estruendosas carcajadas.

—¡Dios mío! ¿Imaginas lo que dirían los periódicos si supieran la verdad? «Multimillonario Badir en nido de amor con hermana perdida.» Meterían a Elvis por medio antes de acabar. Un

ménage a trois.

Jenna también rió, pero esa noche se fue a dormir echando de menos a Brad.

Resultaba fácil perder la noción del tiempo en el eterno bálsamo del sur de California. ¿Había pasado otra semana?

Jenna estaba nerviosa. Había llegado el momento de volver a casa. Allí ya no la necesitaban. Laila seguía bien; aunque tendía a esquivar a los demás y a dormir demasiado, no faltaba jamás a su cita con el psiquiatra de Los Ángeles. Jabr la llevaba en el coche. Incluso había pedido a Jenna su opinión sobre si debía escribir una nota de disculpa al novio abandonado.

—No te disculpes —dijo Jenna—. Explica. Dile cómo te sentías y cómo te sientes ahora. Si es el hombre que crees, lo comprenderá.

También el reencuentro con Malik tocaba a su fin. Los negocios reclamaban la atención de su hermano, que tenía reuniones, llamadas internacionales y faxes, además de charlas con Farid hasta altas horas de la noche. Y tenía también sus carreras de caballos.

Además, Karim pronto volvería a casa, pues empezaba el nuevo curso en la universidad.

Y Brad. Sin duda hallaría el modo de hacerle comprender. El consejo dado a Laila resonaba en su cabeza.

Por fin, en una nebulosa tarde azul y oro en el desierto, una de tantas, tras comentar sus planes con Malik y con Laila, reservó billete para el avión del día siguiente con destino a Logan.

Malik se fue al hipódromo, donde había inscrito a su caballo favorito, de tres años, en una carrera con un premio importante.

—Ven conmigo —invitó a Jenna—. Daremos una pequeña fiesta de despedida en tu último día.

—No, gracias, hermano. No quiero acabar de nuevo en primera página. Ve y diviértete. Yo voy a relajarme junto a la piscina. ¿Quién sabe cuándo volveré a tener una oportunidad así cuando vuelva al Este?

—¿Estás segura?

—¿Quieres marcharte, por favor?

Malik se fue con Farid. Ambos la invitaron de nuevo cuando se marchaban ya.

Jenna eligió un bañador de la docena que Malik había insistido en comprarle. Desde luego tendría la mejor colección de Boston. Una llamada a la cocina le proporcionó limonada y algo para picar. Para colmo, encontró una novela sin el menor atisbo de moraleja. Así pertrechada, se tumbó al sol.

Durante un rato fue exactamente el placer puro e inconsciente que necesitaba, pero luego la heroína de la novela tuvo un terrible desacuerdo con el hombre que obviamente estaba destinado a ser el amor de su vida. Todo era un malentendido, absolutamente inventado, pensó Jenna, disgustada, ¿pero no era eso precisamente lo que le había pasado con Brad?

Quizá debería escribirle, como había aconsejado a Laila que hiciera con su novio. «No te disculpes. Explica. Dile la verdad.» La verdad sobre Malik, al menos. Pero eso, claro está, provocaría nuevas preguntas, y más, hasta llegar finalmente a otras que tendría que negarse a contestar, o que contestaría con mentiras. Dios, estaba harta de las mentiras.

La casa estaba silenciosa con Malik fuera y Laila arriba. El personal no era visible. Algunos de los guardaespaldas debían de haberse ido con Malik y Farid, claro. Sin embargo, quedaban media docena más, y aunque no eran entrometidos, lo normal hubiera sido divisar a uno o más comprobando que estaba bien.

Ah, ahí había uno de ellos, junto a la puerta corredera. A la luz del sol no distinguía cuál era. Se acercaba. ¿Un mensaje? ¿Una llamada de Brad, o de Karim? Malik debía de pagar muy bien a sus hombres. Menudo traje. ¿Un hombre nuevo? Seguía sin reconocerlo. Era más bajo que los otros. También más mayor, con las sienes plateadas. Oh, no. No podía ser. Por favor, Dios, no.

—Hola, Amira. No te quedes paralizada como un conejo frente a una serpiente. Di algo.

—¿Qué quieres, Alí? No tienes nada que hacer aquí. Cuando vuelva Malik…

—No me quedaré tanto tiempo, paloma mía, cariño. Y nadie más interrumpirá nuestra charla; me he encargado de eso. Pero no te asustes, no voy a hacerte daño. Aquí no, ahora no. Pero sí otro día, Amira, zorra, quizá cuando vayas caminando por la calle. Piensa en ello. Piénsalo a menudo. ¿Serás capaz se huir de nuevo y ocultarte?

—Vete, por favor.

—Ah, sí, suplícame. Me gusta. Y mi hijo vendrá conmigo.

—¡No te atrevas a tocarlo!

—No tendré que hacerlo. ¿Crees que querrá quedarse contigo, puta, cuando descubra que le has mentido?

—Sí. —Fue todo lo que pudo decir.

—¿Sabes cómo te he descubierto? Por tu foto en esa basura de periódico. Pareces diferente aquí, pero el pelo castaño es negro en una foto en blanco y negro, y… los ojos… verdes… sólo son ojos oscuros. Y por supuesto estabas con ese ladrón de tu hermano. Tuve una inspiración.

De repente se oyó la voz de Malik desde la casa hablando con alguien.

—No, el caballo tiene una inflamación. He tenido que retirarlo de la carrera. Me han localizado en el teléfono del coche. —Instantes después salía al jardín—. ¿Quién es éste, hermanita? ¡Tú! —Malik se acercó a Alí a grandes zancadas y le abofeteó con el dorso de la mano—. ¡Cómo te atreves a entrar en mi casa! ¡Fuera!

Ocurrió muy deprisa. Alí se tambaleó por el golpe. Luego, con un gruñido, se abalanzó sobre Malik como un animal, igual que cuando pegó y violó a Amira. De repente, Malik, con un solo brazo, estaba en el suelo, respirando con dificultad porque Alí le apretaba el cuello con las manos.

Incluso en aquel momento, y siempre a partir de entonces, Jenna supo que podía llamar pidiendo auxilio. Alguien hubiera llegado en unos segundos, Farid, Jabr, alguien. Pero por su mente pasaban las imágenes rápidamente, como en teoría ocurría cuando alguien se ahogaba: Alejandría, el hospital de Al-Remal, la mueca desdeñosa de Alí allí mismo mientras la amenazaba.

No gritó. Corrió al interior de la casa, cogió el pequeño y pesado revólver negro azulado de la mesa de ajedrez, quitó el seguro, volvió a donde Alí intentaba ahogar a Malik, apuntó a la espalda de su marido y disparó tres veces.

Después, todo fue confusión. Malik sostenía el revólver y la gente acudía en tropel: Farid, guardaespaldas, el chef, y dos extraños que resultaron ser hombres de Alí y tuvieron que ser desarmados. Y Laila.

—Ha intentado matarme —decía Malik a todo el mundo con la voz ronca—. He tenido que dispararle.

Luego, cuando alguien fue a llamar a la policía y un guardaespaldas intentaba reanimar a Alí sin esperanzas, Malik llevó aparte a su hermana.

—Yo me encargo de esto, ¿entiendes? No, ni una palabra. ¿Recuerdas que juré proteger a los que amaba? Le he fallado a todo el mundo menos a ti. Me debes esta oportunidad.

Jenna estaba demasiado aturdida para responder. Dos preguntas martilleaban su cerebro: ¿Qué efecto tendría aquello en Laila? ¿Y qué le diría ella a Karim?

Ir a la siguiente página

Report Page