Amira

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La última hazaña pública de Jordán Chiles fue convencer a un juez de que no debía concederse la libertad bajo fianza a la acusada en el caso del pueblo contra Rashad. Dos días más tarde, perdía las elecciones de manera aplastante ante una abogada corporativa y antigua letrada de oficio de treinta y tres años, llamada Jennifer Faye Edmondson.

Sam Adams Boyle atacó a Chiles en el tribunal y en los medios de comunicación por emprender una vendetta contra los hermanos Badir. Apeló la negación de la fianza, y con mucho menos ruido e indignación, inició negociaciones con Jennifer Edmondson.

—Nos llevará algo de tiempo —explicó a Jenna—, pero es el único camino, y el mejor.

—¿Cuánto tiempo?

—En el peor de los casos, tres meses, que será cuando Edmondson entrará oficialmente en funciones. En el mejor de los casos, si conseguimos aplastar a Chiles, tres o cuatro semanas. Sé que no te gusta oírlo, estando encerrada aquí, pero eso es lo que hay.

—Luego ¿qué?

—Estoy trabajando en ello. Llegaremos a un acuerdo, como ya te comenté. Con suerte, no tendrás que ir a la cárcel, pero aunque tuvieras que ir, te garantizo que será por poco tiempo.

—Eso está bien. Gracias, Sam.

—No me las des. Me limito a hacer mi trabajo. Bueno, ¿y qué tal lo llevas, nena?

Jenna sonrió al oír lo de «nena». Sam se había vuelto muy paternal a medida que se iban conociendo.

—Estoy bien, Sam. De verdad, estoy bien.

Lo gracioso era que no mentía. Al contrario que la mayoría de presas nuevas, Jenna no necesitó aprender a vivir cada día por separado. Ya había vivido así antes, en los aposentos de las mujeres en el palacio real de Al-Remal. Cierto, en palacio ella y las demás mujeres tenían acceso a todos los lujos y caprichos imaginables, mientras que en la cárcel el lujo consistía en una ración extra de

bologna[7] en el sandwich del mediodía, pero psicológicamente la similitud era extraordinaria; pensándolo bien, las mujeres de palacio también estaban presas.

La cárcel, al menos el ala de las mujeres, no era especialmente sombría. Constituida en su mayor parte por un pequeño dormitorio colectivo, ni siquiera estaba demasiado llena; Palm Springs no era una zona con un alto índice de criminalidad. La mayor parte de sus escasas compañeras eran madres solteras que vivían en trabajos con un salario mínimo o de la asistencia social, en situaciones muy parecidas a las que Jenna había visto en el centro de Boston. Los delitos típicos eran robar en tiendas o extender cheques sin fondos. Al principio, trataron a Jenna como a una celebridad, incluso una heroína. Una criada llamada Latronia Parrish rompió el hielo.

—¿Tú eres esa princesa que mató a su marido?

—Sí.:

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque él intentaba matar a mi hermano.

Latronia asintió como si aquello no fuera nada fuera de lo normal.

—¿Cómo vive una princesa?

Todas lo querían saber. Después de que apagaran las luces, azuzada por una docena de preguntas, Jenna les contó la historia de su vida, que duró varias noches. Empezaba a sentirse como la protagonista de

Las mil y una noches. Las otras lloraron cuando describió lo sucedido en Al-Masagin, la miraron con incredulidad cuando habló de Alejandría, maldijeron la paliza que había provocado la hospitalización de Amira. Cuando terminó de contarlo todo, las otras la trataron menos como a una celebridad y más con el respeto a una superviviente.

Pese a todo, la pérdida de libertad fue dura, y más dura aún fue la imposibilidad de reunirse con su hijo. Karim se alejaba más de ella cada día que pasaba, lo intuía, y no podía hacer nada al respecto. Ni siquiera sabía dónde estaba. Lo único que deseaba era verlo y hablar con él aunque fuera un momento. ¿No bastarían una palabra, un roce para hacerle recordar, para que cambiara su corazón? Durmiendo sobre el duro jergón de la cárcel, soñó que los barrotes de acero eran de arcilla del mismo tipo que la que usaban ella y Karim para jugar cuando era un niño. Podía separarlas y deslizarse por la abertura para volver al cómodo apartamento de Boston, al pasado. Detestaba despertar y descubrir que los sueños sólo eran sueños.

Fue durante una visita de Toni cuando Jenna tuvo una inspiración.

—Esto te va a encantar —comentó Toni—. ¿Dirías que Jabr y yo trabajamos bien juntos?

—Muy bien. —Era cierto.

—Me alegro de lo que lo creas, porque hemos tenido una idea. Ya sabes que estaba buscando algo a lo que dedicarme en la vida, una carrera, y también Jabr quiere establecerse por su cuenta, así que se nos ha ocurrido montar un servicio de protección, investigaciones, cosas de ésas, los dos, como socios. ¿Qué te parece?

—No sé. No sé mucho de eso. ¿Se lo habéis comentado a Malik?

—Él cree que es una gran idea. De hecho, va a financiarnos, para ayudarnos a empezar.

—¡Toni, eso es fantástico!

—Sí, estoy muy contenta.

En ese momento, se le ocurrió la idea a Jenna.

—¿Y si te diera tu primer trabajo?

—Lo que sea —dijo Toni, sorprendida—. Somos tuyos, si.

—Encuentra a Karim. Encuéntralo y… habla con él. Eso es todo. Sólo habla con él, descubre qué hace, qué tal le va.

Toni asintió.

—De acuerdo. Estoy segura de que mi socio lo aprobará.

—Llévalo contigo. Karim está loco por todo lo relacionado con el Oriente Medio y Jabr lo representa, sin duda. Además, él conocía… al padre de Karim.

Toni sacó un bloc de notas y un lápiz.

—Dame los nombres de sus amigos, sobre todo de las chicas. Direcciones y teléfonos si puedes. Dime qué asignaturas está estudiando y qué lugares suele frecuentar.

Jenna le dio toda la información de que disponía.

—Iremos mañana —le aseguró Toni, y sonrió—. Por cierto, invita la casa.

Malik se hallaba en su estado de ánimo más optimista.

—Todo se arreglará, hermanita, ya lo verás. También con Karim. —Malik aprobaba la misión de Toni y Jabr—. Cuando lo hayan localizado, quizá haga que me lo traigan. Me dijiste que yo le gustaba.

Jenna no estaba tan segura.

—Las cosas han cambiado mucho para Karim, hermano. Invítale si quieres, pero no salgas con un truco como el que usaste conmigo. Sólo empeorarías las cosas.

Malik sonrió con aire culpable.

—¿Cómo está Laila? —preguntó Jenna.

—Bien. —Su sombría expresión desmentía sus palabras—. Dice que le gustaría verte, ¿sabes?, pero creo que está… nerviosa. Y para serte sincero, la he disuadido. Ya ves que todo esto se ha convertido en un circo. No necesita formar parte de él.

—Estoy de acuerdo. Dile por favor que no pasa nada.

—La verdad es que le he sugerido que vuelva a Francia uno o dos meses, hasta que esto haya terminado. He hablado con David sobre eso. Se iría con ella, al menos una parte de ese tiempo. —Volvió a sonreír—. Detesto admitirlo, pero me gusta ese joven. Creo que es bueno para Laila, aunque no tiene el más mínimo sentido comercial. ¿Sabes qué?, el capitán de mi yate se jubilará pronto y le ofrecí el puesto a David con un salario absurdo. ¿Sabes lo que me contestó?

—¿Qué?

—Dijo: «He visto fotos del Jibán, señor, y no parece tener velas.» —Malik se echó a reír y añadió—: Le gusta lo que hace. Lo respeto por eso.

Jenna se sintió un poco mejor. Una cosa al menos se estaba resolviendo, y también era un síntoma esperanzador que Malik y Laila volvieran a comportarse como padre e hija. No hacía tanto que Laila odiaba a Malik, como Karim parecía odiar ahora a su madre.

Brad acudió el fin de semana, como siempre, en un vuelo del viernes por la noche, para regresar el domingo a la noche. A su manera tranquila había trabado conocimiento con algunos guardianes y policías, y hacía pequeñas cosas que mitigaban el encierro para Jenna y las demás; por ejemplo, el pastel de chocolate que se materializó misteriosamente el día del cumpleaños de Latronia.

Como era de esperar en él, se mostró más prudente al analizar la situación de Karim.

—Sabíamos que sería duro cuando emprendimos este camino. Para empezar, Karim se hallaba en una fase delicada de rebeldía. Podría empeorar antes de mejorar, pero acabará mejorando. Lo que ocurre es que llevará tiempo. Lo que debemos hacer es prepararnos para la posibilidad de que sea mucho tiempo.

Era cierto y Jenna lo sabía, pero no le bastaba. Ni siquiera el «te quiero» de Brad al levantarse para partir era suficiente; allí no, no sentados a una mesa en aquel lugar duro y estéril, bajo las frías luces fluorescentes y las miradas de los guardianes. Lo que necesitaba era su contacto firme y suave, sus brazos alrededor de ella, sus palabras susurradas al oído.

Y necesitaba a su hijo.

Confiaba en Toni. Toni sabría cómo manejar a Karim. ¿No había pasado ella por una experiencia tan dura o quizá más que la suya con sus propios hijos? Y Jabr. Jabr era como una fuerza de la naturaleza. Juntos le devolverían a Karim.

Con una mirada al rostro de Toni, Jenna comprendió que había vuelto a engañarse como una tonta.

—¿Qué ha ocurrido?

—Lo encontramos. Esas son las buenas noticias. No fue difícil. Estaba en el apartamento de Josh Chandler, durmiendo en el sofá y ese tipo de cosas. Sólo temporalmente.

Obviamente Josh se había ido de la casa de los Chandler, pero Jenna no podía pensar en eso.

—¿Lo has visto? ¿Has hablado con él?

—Oh, claro. Ésas son la malas noticias. Nos dejó entrar, muy cortés, pero no quiso oír lo que teníamos que decirle. Nos dijo que tenía sus planes hechos y que no pensaba cambiarlos.

—¿Qué planes?

Toni la miró a los ojos al darle la noticia.

—Jenna, dice que se va a Al-Remal para siempre. Sólo está esperando que le arreglen los papeles, por una confusión sobre su auténtica identidad. Al parecer unos parientes de su padre se ocupaban de ello. Me dijo que no tardarían más que unos días.

Unos días. Perdería a su hijo para siempre en unos días.

—¿Cómo estaba? ¿Qué dijo? —«¿Qué dijo sobre mí?», quería decir.

—Es curioso —comentó Toni—. Sobre todo habló con Jabr. Le hizo muchas preguntas sobre Al-Remal, sus costumbres, el Islam; estaba muy interesado en el Islam. Jabr se puso muy serio y citó unos versículos del Corán sobre honrar a la madre, pero quizá no fuera ése el modo de enfocarlo.

—¿Porqué?

—Porque Karim se cerró como una ostra. Bueno, más bien se puso pomposo.

—¿Qué quieres decir?

—No sé si querrás oírlo.

—Pues claro que quiero.

—Muy bien. Tomé notas en cuanto salí de allí. —Toni sacó su cuaderno—. No es literal, pero se acerca bastante: «Mi madre me ha mentido durante toda mi vida. Me ocultó a propósito mis derechos de nacimiento. Jamás conocí a mi padre y ya no lo conoceré porque ella lo mató. No quiero verla ni hablar con ella. Es definitivo.»

Durante la infancia, adolescencia y primera juventud de Malik, Jenna había usado esas mismas palabras para acusarse a sí misma, temiendo el día en que su hijo las usara tal vez contra ella, y ese día había llegado.

—¿Eso es todo? —preguntó—. ¿Nada más?

—Nos acompañó hasta la puerta —contestó Toni, negando con la cabeza—. Cortésmente, pero no cabía la menor duda de que nos echaba. Le pedí que reflexionara. Ni siquiera me contestó. Lo siento, Jenna. Lo hemos estropeado todo.

—No, no. Vosotros hicisteis lo que os pedí. Lo encontrasteis y hablasteis con él. Fui yo la que lo estropeó.

—No, eso no es cierto, Jenna. Te conozco. Conozco tu historia. Hiciste lo correcto, lo único que podías hacer. No te culpes a ti misma. Ha sido… sólo mala suerte. Sé cómo te sientes, pero no es el fin del mundo. Tú deberías saberlo. Fuiste tú la que me lo enseño.

Tras el informe de Toni, la esperanza de Jenna se convirtió en desesperación, y lo que había sido preocupación por Karim se convirtió en tortura. Su hijo estaba a punto de desaparecer de su vida, quizá para siempre. Jenna intentó hallar una solución. ¿Y si cambiaba su historia y negaba que era Amira Badir? A lo largo de los años más de una impostora había pretendido ser la princesa perdida. ¿Seguirían queriendo a Karim los remalíes si creían que era una más de tantas? Tal vez debería decirle a Malik que olvidara sus anteriores palabras y enviara al pelirrojo Ryan a secuestrar a Karim.

Era una tontería, por supuesto. Ya no había tiempo para nada. Y de repente, una noche supo que era demasiado tarde; el pequeño televisor de la sección de mujeres le llevó la noticia de que Karim Rashad, hijo de la víctima y de la presunta asesina en el caso de Alí Rashad, había regresado a su país natal como honrado miembro de la familia real.

Era casi como si hubiera muerto. Jenna sabía que ella no podría regresar jamás a Al-Remal. Adivinando su tormento, las otras reclusas intentaron consolarla, pero su dolor era demasiado intenso.

Ni siquiera la promesa de libertad consiguió animarla.

—Creo que conseguiremos sacarla bajo fianza el lunes o el martes —dijo Boyle con franca satisfacción—. La señora Edmondson ha aceptado adjuntar una carta

amicus curiae a nuestra apelación. En ella le dirá al juez que la fiscalía tiene la intención de reducir los cargos a homicidio involuntario. Si aceptas declararte culpable, recomendará una sentencia de libertad condicional y unas doscientas horas de servicios a la comunidad, terapia gratuita o algo parecido. Te recomiendo que consideres la oferta muy seriamente. Por otro lado resulta que estoy convencido de que eres inocente y de que puedo demostrarlo ante el tribunal. Pero sería un proceso brutal y caro. La decisión es tuya.

—Me declararé culpable —dijo Jenna—. Yo lo maté. No tenía por qué hacerlo.

—Piénsatelo un par de días.

—No. Estoy segura. Díselo hoy.

—El martes a esta hora ya estarás fuera —dijo Boyle tras asentir, cerrando su maletín.

Los siguientes días fueron más largos que nunca. Jenna no conseguía apartar el pasado de su mente, ni separarlo del presente. La huida de Tabriz. La muerte de Philippe. Años de ocultación, mentira, miedo. Todo ello para conservar a su hijo, para protegerlo; y después de todo eso había acabado perdiéndolo, pues él se había marchado al lugar de donde ella lo había sacado con riesgo de su vida.

Sábado. Hora de visitas. Un guardián gritó el nombre de Jenna. Sería Brad. En realidad no le apetecía verlo. No haría más que charlar sobre el día que la soltaran y sus planes para irse juntos, y Jenna no tenía ánimos para oírlo.

Sin embargo, la persona que la esperaba en la sala de visitas era Laila.

—Hola, tía Jenna. Yo… siento no haber venido antes.

—Por favor, no hay nada que sentir. ¡Dios mío, qué alegría me da verte!

—Me puse a pensar… sobre mi madre, ya sabes, mi madre verdadera, y lo que tú hiciste por ella y por mí. Yo ni siquiera estaría aquí de no ser por ti. Tenía que venir. No es nada, claro. Comparado con lo que hiciste tú, quiero decir.

—Sé que ha sido difícil para ti, Laila, pero lo has hecho. Eso es lo que cuenta. Pero Laila, un momento, yo creía que te ibas a Francia.

—Sí, es cierto, pero fui a otro sitio, tía Jenna. Fui a ver a Karim.

—¿En serio? —Jenna sintió renacer una vaga esperanza—. ¿Qué ocurrió, qué te dijo?

—No puedo decirte lo que te gustaría oír —replicó Laila meneando la cabeza—. Se ha ido. No hubieras podido hacer nada para retenerlo. Seguramente ya lo sabías. Pero quizá no sea todo tan malo como parece.

Jenna esperó a que continuara.

—Fue idea de David —explicó Laila—. Siempre estaba hablando de ti y de Karim, y decía, bueno, ya sabes,

quel dommage. Y una noche, David me dijo:

«Mira, ninguna otra persona va a entender el problema de ese chaval como tú. Ahí tienes el teléfono. ¿Por qué no le llamas?» Y eso hice. Jabr me dio el número.

Laila miró en derredor con curiosidad manifiesta, preguntándose quizá, pensó Jenna, qué había tras la puerta que conducía a las celdas.

—Al principio no quería hablar. Luego sí, pero fue todo… amargura, ira. No conseguía romper esa barrera. Así que al día siguiente me fui a Boston. David me acompañó. Karim estaba haciendo las maletas. Acababa de recibir el visado. El consulado remalí le había enviado un billete y algo de dinero, pero conseguí hablar con él un rato más. Varias horas, en realidad. —Laila se encogió de hombros en un gesto de impotencia—. Intenté hacerle comprender lo que yo había aprendido por mí misma de mi padre. Que no era culpa suya, ni tampoco tuya. Que los dos habíais hecho lo que considerabais mejor. Karim no quiso oírme. Yo tampoco hubiera escuchado en la fase en la que él está ahora, pero al final conseguí plantar una semilla. Creo que lo recordará. Es un comienzo.

—Laila, por poco que fuera, nunca te lo agradeceré lo bastante.

—No me lo agradezcas. No conseguí gran cosa. —Laila miró a Jenna con profunda tristeza, pero de repente se animó—. ¿Pero sabes una cosa, tía Jenna? Creo que todo se arreglará. Karim volverá. No detestará Al-Remal como me pasó a mí, e incluso yo pude ver que aquel lugar tiene una especie de… fuerza, y belleza. Pero él es tan remalí como yo. Llegará un momento en que echará de menos su casa, su auténtico hogar, y entonces será más sensato. Empezará a comprender por qué hiciste lo que hiciste. Estoy segura. Lo sé. Lo que quiero decir es que no pierdas las esperanzas.

—Laila… —Jenna no pudo reprimir las lágrimas. No pudo evitar ver en la imaginación a la otra Laila de aquella noche en Al-Masagm. Y por fin el círculo se había cerrado.

—No llores, tía Jenna —dijo Laila con una sonrisa—, o tendré que enviarte un psiquiatra. Escucha, tengo una buena noticia: obligué a Karim a que me prometiera que se mantendría en contacto conmigo. Yo le llamaré, no sé, tantas veces como él me soporte. Así no será como si hubiera desaparecido totalmente. —Aplastó la mano contra el tabique de cristal para que Jenna colocara también la suya—. Todo saldrá bien, ya lo verás. Ahora tengo que irme.

—¡Pero si acabas de llegar!

—Hay alguien más esperando para verte. Adiós. Nos veremos pronto en un mejor entorno.

Laila se apresuró a salir, deteniéndose lo justo para sonreír a Brad cuando éste entraba.

Brad se sentó junto al cristal y miró largo rato a Jenna con añoranza.

—Acabo de hablar con Boyle —dijo—. Ya está. Saldrás el martes. Sólo faltan tres días.

—Bien. Gracias a Dios.

—También he hablado con Laila. Es una joven extraordinaria. No me sorprende, considerando la familia que tiene. Escucha, tendremos mucho tiempo para todos esos viajes de los que hemos hablado. Al final, me he dado cuenta de que quizá no sea lo que tú quieres ahora mismo. ¿Qué te parecería un largo fin de semana en Marblehead? Podríamos seguir donde lo dejamos. Quizá lo consiga esta vez.

—Sí —contestó Jenna—. Sí. Me gustaría.

Era una buena idea, una gran idea.

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