Amira

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SEXTA PARTE » Incidente en Toronto

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Viejas Cadenas había convertido a Jenna en una pequeña celebridad en los círculos académicos, sobre todo entre las feministas. Uno de los resultados fue la llegada regular de invitaciones a conferencias y simposios. Ella siempre declinaba.

Pese a que los medios de comunicación solían hacer muy poco caso del pequeño mundo insular académico, toda exposición pública le parecía arriesgada, pero cuando la invitaron a participar en un debate sobre «Mujeres, historia y terapia» en una convención de Toronto, aceptó. El tema era importante y la ciudad, al fin y al cabo, se hallaba en otro país.

Tras varios años en Boston, halló Toronto extraordinariamente limpia y ordenada, sus ciudadanos eran tranquilos y corteses, y la experiencia en general resultó aburrida. La ciudad carecía de la suciedad y el peligro de las ciudades americanas, pero también de su capacidad para deparar inesperadamente algo nuevo y excitante.

Los restaurantes donde comieron Jenna y sus colegas tenían todos muy buen gusto en la decoración y una buena cocina pero no destacaban por nada memorable. La universidad le recordó menos a Harvard que las fotografías que Malik había enviado a casa de los cuidados jardines del Victoria College. ¿Y por qué el profesor canadiense que parecía querer conquistarla se retiró tan dócilmente ante el primer síntoma de la habitual reserva de Jenna?

Dadas las circunstancias, cuando llegó el momento de volver a Boston, estaba más que dispuesta.

Pero entonces, en el aeropuerto, ocurrió una de esas pequeñas coincidencias que cambian más vidas que las guerras, las epidemias o los desastres naturales. El vuelo de Jenna tenía retraso y se fue a una cafetería. Mientras se tomaba un té, preguntándose qué estaría haciendo Karim, no pudo evitar oír lo que hablaban dos hombres en la mesa de al lado. Al parecer eran conocidos que se habían cruzado en uno de sus viajes de negocios. Tras charlar un rato sobre sus esposas e hijos, uno de los hombres, que tenía acento británico, dijo:

—Tengo que contarte que estuvo a punto de darme un ataque en Roma hace dos días. Había llevado a un cliente a Checchino dal 1887. Acabábamos de pedir cuando se armó una buena. Tiros por todas partes, gente echándose al suelo, incluso yo, te lo aseguro.

—Dios mío. ¿Qué pasó? ¿Era la Mafia?

—Un intento de secuestro. Un maldito millonario estaba allí con su hija. Al parecer querían secuestrarla a ella. Badir, o algo así, se llamaba.

Todo lo demás se desvaneció en aquel momento para Jenna.

—¿Y qué ocurrió luego? —preguntó el segundo hombre—. ¿A qué venían tantos tiros?

—Al parecer el guardaespaldas de alguien vio a los secuestradores cuando entraron y una cosa llevó a la otra. Aterrador, te lo aseguro. Nunca he estado en una guerra, pero…

—¿Hubo algún herido?

—Los dos secuestradores acabaron malheridos, y creo que también hubo un policía herido y dos o tres clientes, incluso ese tal Badir.

—¿Dispararon a Malik? —preguntó Jenna, girándose en redondo.

—¿Perdón?

—Malik Badir, ¿le hirieron?

—Sí, pero no era grave, creo.

—¿Y Laila, está bien?

—¿Laila?

—La chica. La hija.

—No estaba herida. Más bien asustada, supongo. Habla usted como si conociera a esa gente.

—Soy… soy una conocida de la familia. ¿Está seguro de que no estaba malherido?

—Bueno, no conozco todos los detalles, naturalmente. El restaurante era un caos. En realidad casi todo lo que sé lo he leído en Le Monde… Esa noche me fui a París.

—¿Salió en Le Monde? —Tenía que encontrar ese periódico. Sin duda debía de haber un quiosco con prensa internacional en el aeropuerto.

El británico revolvió el interior de su maletín.

—Puede que aún lo tenga. Sí, aquí está. —Tendió el periódico a Jenna—. Por favor, quédeselo, ya que tiene un interés personal en el asunto. Si me permite preguntarle…

—Gracias —dijo Jenna antes de que pudiera preguntarle nada—. Muchas gracias.

Leyó el artículo sobre el intento de secuestro en el vestíbulo del aeropuerto. Era tal como lo había explicado el hombre. Laila había salido indemne. Malik tenía una «dolorosa pero leve» herida en el brazo.

Anunciaron su vuelo. Al meter la mano en el bolso para coger el billete, su vista tropezó con la carta para Malik, que no había enviado. Compró sellos en una librería y el cajero le indicó dónde había un buzón. Echó la carta antes de pensárselo dos veces.

Por fin lo había hecho, pensó, apresurándose a embarcar.

Pero ¿qué había hecho?

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