Amerika

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AMERIKA O LAS CONFESIONES DE UN MUERTO VIVIENTE » 14

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Rilke volvió a reír y colgó, tras una jocosa despedida en la que me animó a creer más en sus fantasías que en las mías, pues, según dijo, a las suyas al menos no las ofendía una lógica tan reprobable como la que parecía regir mi mundo. Yo tardé todavía unos segundos en colgar el teléfono, y cuando lo hice tuve la impresión de que en el suelo se había ido formando un charco de agua bajo mis pies, lo que no supe si achacar a los crujidos que seguían cartografiando el mundo interior de las paredes o al desagradable deshielo que sentía bullirme por dentro.

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