Amelia

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XI. EN EL MONASTERIO

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XI. EN EL MONASTERIO

 

—Pase en silencio y no se dirija a nuestros hermanos a no ser que ellos se dirijan a usted. Olvide las buenas maneras, aquí seguimos una estricta rutina y su mera presencia aquí ya es un peligro más que suficiente para nuestra oración pura y continua. Sígame.

 

Buff… Dios, qué vida… siempre aquí, encerrados… ¿van descalzos?… Madre mía, qué olla a presión más tranquila…

 

—¿Cómo pueden vivir sin volverse locos? Es decir… erm… de acuerdo, hago demasiadas preguntas, lo sé.

—Los hermanos guardamos votos estrictos de pobreza, castidad y obediencia. Es inútil preguntarse o intentar entender una vida ajena. Solo podemos aspirar a entender nuestra propia vida, por lo cual le aconsejo que utilice su energía para mirarse al espejo, no para mirar el reflejo engañoso de sus vecinos en la ventana. Si solo respeta lo que entiende o cree que entiende, entonces nunca estará en paz.

—Verá, mi naturaleza curiosa me traiciona a menudo. Pero mi curiosidad no nace de un afán necio de abarcar el mundo o de comprenderlo todo, sino de mi condición humana, de mi amor hacia la vida, hacia el saber. No es posesión, es amor. ¿Acaso sus creencias se sienten amenazadas por factores externos?

—Pase por aquí. Este es el hermano Louis, él se encarga de la cocina. Le está preparando un pequeño tentempié de tostadas y leche caliente. No podemos ofrecerle más, como imaginará no esperábamos ninguna visita y aquí nunca malgastamos la comida. Nuestros estómagos reflejan la austeridad de nuestras almas.

—Cualquier cosa valdrá para apaciguar nuestra sed y nuestro hambre. Se lo agradezco. Debo pedirle un vaso de leche más para mi compañera a la que no se le permitió entrar.

—Las puertas no se abrirán hasta mañana. Esto no es un club social.

—No estará hablando en serio. Amelia, mi compañera de vuelo, se ha quedado fuera, tendrá que dormir a la intemperie. Déjeme al menos llevarle un vaso de leche caliente. ¡No hemos comido nada en todo el día!

—Esto no es para mujeres.

—No le estoy pidiendo que entre. Le estoy pidiendo que me deje llevarle…

—Esto no es para mujeres.

—Hermano Louis, usted me entiende, ¿verdad? Hermano Louis, ¡no se vaya!

—Coja su comida y sígame.

—¡Oiga! ¡Voy a salir de aquí!

—Sígame.

 

Por fin. Esto no es para mujeres. El que repitas eso sin parar no las hace dejar de existir, ¿sabes?

 

—Por aquí.

—Pero…

¡BOOM!

—¡Oiga! ¡Oiga! ¡Sáqueme de aquí ahora mismo!

—Abrirán las puertas de las celdas a la hora de levantarse. Mi nombre es Tomás. Bienvenido. Póngase cómodo, puede dormir en mi alfombra. Le presto mi manta.

—Pero… pero, ¡esto es increíble!

—Es un gasto inútil de energía y lo sabe.

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