Amelia

Amelia


Capítulo 19

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Rodríguez se apartó ante la puerta de la oficina del sheriff para ceder el paso a Quinn. Sin rechistar, depositó su pistola sobre la mesa. Aquel gesto sencillo y de buena fe hizo sentir a Quinn más miserable que nunca.

-¡Así que por fin has caído, maldito bastardo! -exclamó triunfante uno de los ayudantes del sheriff.

Sin pensárselo dos veces, Quinn propinó un puñetazo al hombre y le tumbó en el suelo cuan largo era.

-Será mejor que cuides tu lengua, o me veré obligado a tomar medidas más severas.

No le fue necesario levantar la voz. Los hombres del sheriff le conocían demasiado bien. El hombre se levantó frotándose la mandíbula y abandonó el despacho.

-Quiero garantías de que este prisionero no va a sufrir ningún daño -pidió Quinn al sheriff-. Y también exijo que se le someta a un juicio justo. Hasta entonces la ley dice que es inocente.

-Yo mismo me ocuparé de él, Quinn -prometió el sheriff-. Tienes mi palabra de que nadie le tocará.

-Yo le acompañaré al calabozo -dijo Quinn y cogió el manojo de llaves.

-Estos gringos te respetan -comentó Rodríguez mientas recorrían el estrecho pasillo con celdas a los lados-. Eres uno de ellos, ¿no es así?

-Soy oficial del ejército de Texas -confesó Quinn sin atreverse a mirarle a los ojos.-Lo suponía-suspiró Rodríguez-. A pesar de que era tu deber tú no querías arrestarme. Es por María, ¿verdad?

-La quiero -contestó Quinn.

-Me alegro. Ahora ya sé que a Juliano y a ella nunca les faltará de nada -replicó Rodríguez con una sonrisa mientras se sentaba sobre el catre y se quitaba el sombrero.

-¡No le colgarán! -exclamó Quinn-. ¡No se rinda ahora!

-El otro día no te dije toda la verdad porque estaba María delante-dijo Rodríguez-. Todas las acusaciones, excepto la de la carnicería de la chica, son ciertas. He matado a muchos gringos, he robado mucho oro de los bancos americanos y muchas cabezas de ganado. Ya soy viejo-añadió encogiéndose de hombros-. Lo mejor para todos es que me cuelguen de una vez. Ya has visto a esos hombres, todo el mundo me considera culpable. últimamente no duermo muy bien y creo que ya he vivido lo suficiente. No me importa lo que hagan conmigo. Sólo quiero que mi familia deje de tener que ocultarse y pueda vivir en paz.

-Pero ...

-Muchas gracias por tu ayuda pero ahora déjame solo -le interrumpió.

Sintiéndose entre la espada y la pared, Quinn salió de la celda con el corazón encogido y se dirigió a Látigo, donde se celebraba la boda de su hermana con su mejor amigo. Aquella boda le deprimía. Estaba seguro de que King había accedido a casarse para salvar el honor de Amelia, no por amor. Sin embargo, todos sus temores se disiparon cuando les vio juntos. Si en aquella casa había un hombre enamorado, ése era King. No apartaba la vista de Amelia, que estaba resplandeciente y feliz.

-¡Bienvenido a casa! -exclamó Amelia y corrió a abrazarle-. Me alegro de que hayas podido venir.

-Casi no llego a tiempo por culpa del trabajo -replicó Quinn-. Acabamos de arrestar a Rodríguez.

-Antes de terminar la frase se arrepintió de haber pronunciado aquellas palabras.

La alegría reflejada durante todo el día en el rostro de King se trocó en una profunda expresión de odio.

-Dime dónde está -pidió a Quinn.

-En un calabozo de la oficina del sheriff. ¡King, espera!

-Ya era tarde. Sin mediar palabra, King se volvió y se encaminó a la caballeriza con paso decidido. Quinn intentó detenerle sujetándole un brazo.

-No vayas -suplicó-. ¡Maldita sea, no debí venir! -exclamó mirando de soslayo a su hermana-. ¡Lo he estropeado todo!

-Le mataré -dijo King-. ¿Acaso crees que podría olvidarlo?

Amelia se sintió desfallecer. ¡Ahora que había empezado a creer que King la quería! Todo había sido un engaño, una comedia para todos aquellos que no conocían la verdadera razón por la que se casaban. King seguía amando a Alice.

-¡El sheriff me ha prometido que tendrá un juicio justo! -exclamó Quinn-. Si te acercas a él no tendré más remedio que detenerte... ¡en el día de tu boda!

-¿Estás defendiendo a ese asesino? -preguntó King fuera de sí.

-¡Ese hombre no es lo que todos creen! -replicó Quinn-. No es un monstruo y no tuvo nada que ver con la muerte de Alice. Lo hizo un hombre llamado Manolito.

Hace unas semanas abandonó en un burdel de Del Río a María, la hija adoptiva de Rodríguez. Yo mismo la saqué de allí y la llevé a su casa. Cuando Rodríguez supo lo ocurrido ordenó matar a ese desalmado. El tal Manolito era un auténtico asesino.

Hace diez años acabó con la familia de María y la raptó. Rodríguez la rescató de sus garras y la adoptó. De verdad, King, es un buen hombre. ¡Fue Manolito quien mató a Alice y ahora está muerto!

Pero King estaba demasiado obcecado para escuchar a Quinn. Sólo veía el cuerpo mutilado de su pobre Alice. Se libró de Quinn de un brusco empujón y se volvió hacia él amenazadoramente.

-¡Fuera de Látigo! -ordenó-. No quiero que vuelvas a poner los pies aquí.

Después de mirar a su amigo con desprecio se alejó mientras Amelia intentaba mantener la compostura. Alrededor de ella, los familiares y amigos de los Culhane trataban de disimular su curiosidad. Haciendo oídos sordos a las súplicas de Amelia y las disculpas de los Culhane, Quinn montó en su caballo y se dispuso a abandonar el rancho sintiéndose demasiado débil para afrontar todos sus problemas a la vez.

Los Culhane tuvieron que cancelar su fin de semana en Houston porque Enid no se atrevió a dejar sola a Amelia. King había cogido su caballo y se había marchado sin decir adónde iba. Parecía enojado con Amelia por todo lo que Quinn había dicho.

-Es a causa de la hija de Rodríguez... -sollozó Amelia-. Quinn se ha enamorado, estoy segura. ¿Ha visto cómo hablaba de ella? Ha tenido que arrestar a su padre y cree que la ha perdido para siempre. Ahora le colgarán y ella nunca le perdonará.

-Pobre Quinn -se compadeció Enid-. ¡Y pobre Amelia! ¡A veces King es tan cabezota!

-Todavía ama a Alice, ¿no es así? -se lamentó Amelia levantando su rostro anegado en lágrimas-. Siempre la ha querido y sólo piensa en vengar su muerte

-King era muy joven cuando ocurrió esa tragedia -dijo Enid.

-Me rindo -suspiró Amelia, resignada-. King ha hecho por mí cuanto estaba en su mano. Me ha ofrecido su apellido para salvar mi reputación. Ya es hora de que yo haga algo por él. Me marcharé para que pueda continuar con su vida como si nada hubiera ocurrido. Dentro de un tiempo pediré el divorcio y se verá libre de mí para siempre.

-¡El divorcio! -exclamó Enid, horrorizada-. ¡Amelia, no pienses en eso!

-¿Qué más puedo hacer? King no me ama. Si me hubiera querido no se habría marchado el mismo día de nuestra boda. Se ha portado como un caballero conmigo pero no puedo obligarle a fingir durante toda la vida. Esta noche dormiré aquí y mañana me mudaré a un hotel e intentaré ponerme en contacto con mi prima.

-¡Oh, Amelia, lo siento mucho!

-Lo sé. Yo también lo siento, pero me alegro de haber descubierto la verdad.

Hace años King enterró su corazón junto a su amada y nunca más podrá sentir amor por otra persona.

-¡Alice no le amaba! -replicó Enid.

-Pero King sí. Poco importa si ese amor era correspondido.

-En cambio tú sí le amas.

-Siempre le querré -reconoció Amelia-, pero eso no basta. Gracias por todo

-añadió besando a Enid en la mejilla-. Espero poder compensarla algún día.

-Amelia, si King regresa y no te encuentra aquí se sentirá desolado.

-No lo creo -dijo Amelia-. Más bien pienso que sentirá un gran alivio. Será mejor que intente dormir un poco. Mañana me espera un día muy duro.

-¡Oh, Quinn! -se lamentó Enid-. ¿Por qué ha tenido que aparecer con estas noticias en el peor momento?

-Creo que es mejor haber descubierto la verdad a tiempo -replicó Amelia suavemente-. Que descanse, señora.

Amelia abandonó el salón y se dirigió a la habitación que Enid les había preparado con tanto cariño. Tenía el corazón destrozado. Todas sus esperanzas y sueños se habían desvanecido para siempre.

King ató su caballo a un tronco y se sentó a contemplar el paisaje hasta que casi oscureció. Su mente se obstinaba en la imagen del cuerpo mutilado de Alice. Su amada había muerto sola, nadie había estado allí para defenderla. Y Rodríguez, su cruel verdugo, había escapado impune. Finalmente había sido arrestado pero Quinn, su amigo del alma, se había convertido en su defensor.

Sus fuertes manos quebraron una rama mientras se preguntaba qué debía hacer.

Si se acercaba a Rodríguez Quinn no dudaría en encerrarle en una oscura celda.

¡Qué ironía!

De repente recordó algo. Quinn había dicho que un hombre llamado Manolito era el responsable de la muerte de Alice y que Rodríguez le había matado por haber abandonado a una hija de Rodríguez en un burdel. Empezó a atar cabos y comprendió que Quinn se había enamorado de la hija de Rodríguez. Y ahora ella le odiaba porque Quinn había cumplido con su deber arrestando a Rodríguez.

King suspiró. Estaba tan obsesionado con su propio pasado que no había sabido ver que su amigo se encontraba en un aprieto. Y además... ¡estaba Amelia!

Montó en su caballo precipitadamente. La había dejado plantada el día de su boda para ajustar cuentas con el asesino de una antigua prometida. ¡Qué idiota había sido! Amelia pensaría que todavía amaba a Alice. Mientras maldecía su suerte oyó el siseo inconfundible de una serpiente de cascabel. El caballo se asustó y, tras arrojarle al suelo, huyó despavorido. King había salido tan deprisa que había olvidado su revólver en casa, así que tuvo que pasar junto al maldito reptil sin poder volarle la cabeza. Había anochecido, no tenía caballo ni revólver y estaba muy lejos del rancho. Se sentía como un completo idiota. Desesperado, se echó a reír a carcajadas. ¡Bonita manera de iniciar un matrimonio! Ojalá Amelia fuera más comprensiva que él. Resignado, inició a pie el camino de vuelta a Látigo.

Quinn hubiera deseado regresar a Malasuerte inmediatamente y ofrecer una explicación a María, pero prefirió ir a la ciudad para montar guardia frente a la celda de Rodríguez. Estaba avergonzado por haber estropeado la boda de su hermana y King.

Era ya de noche cuando llegó a la ciudad. Estaba demasiado cansado para ir a su cuartel en Alpine, así que tomó una habitación en un hotel y se metió en la cama.

Quizá todo pareciera más fácil después de un sueño reparador.

Mientras tanto, King había decidido buscar un lugar donde dormir un poco en vez de errar en la oscuridad expuesto a los cactus y las serpientes. Encendió un pequeño fuego, se hizo una cama con hojarasca y se tumbó, preguntándose si alguna vez alguien había pasado una noche de bodas tan ridícula.

Lo habría sabido si hubiera visto la cara de la pobre Amelia cuando se levantó al día siguiente antes del amanecer. Sus ojos, hinchados por el llanto, brillaban en su rostro pálido y demudado. Cuando hubo hecho las maletas pidió a Brant que la llevara a la ciudad. Enid le suplicó que no lo hiciera y durante todo el trayecto hasta El Paso, Brant no dejó de refunfuñar, pero Amelia parecía decidida a marcharse para siempre. No estaba dispuesta a soportar más humillaciones. El comportamiento de King no dejaba lugar a dudas. Había expulsado a Quinn del rancho y no había regresado en toda la noche. Eso significaba que no deseaba seguir adelante con su matrimonio y Amelia estaba dispuesta a aceptarlo.

-¡Idiota! -gruñó Brant una vez llegaron a El Paso-. Cuando regrese me va a oír.

¡Vaya si me va a oír! Un marido no puede tratar así a su esposa.

-King nunca ha deseado esta boda -le recordó Amelia-. ¿Quién sabe? Quizá sea lo mejor para los dos. Por lo menos mi reputación está a salvo.

-Si no te hubiera comprometido no habría habido necesidad de salvar las apariencias. No intentes justificarle, Amelia, su comportamiento no tiene excusa.

¡Pensar que un hijo mío...!

-Basta, por favor -le interrumpió Amelia-. Dentro de un tiempo todo habrá pasado. King ha tomado una decisión y yo no deseo compartir mi vida con un hombre que no me ama. Ayer dejó claro delante de todos que sus sentimientos por Alice siguen intactos.

-Te echaremos de menos, Amelia-dijo Brant, apesadumbrado-. Eres como una hija para nosotros.

-Seguramente habríamos formado una familia muy feliz. Cuando me haya instalado en Florida os escribiré para que King pueda ponerse en contacto conmigo cuando... cuando quiera pedir el divorcio o la anulación.

La anulación les obligaría a mentir pero todavía le resultaba más terrible confesar que habían anticipado su matrimonio. Además, con el paso de los días las sospechas de Amelia se habían confirmado: estaba casi segura de estar embarazada. Su hijo nunca conocería a su padre. Era un pensamiento descorazonador.

-Ahora debo irme -murmuró.

Brant no sabía qué hacer o decir. Descargó el escaso equipaje de Amelia y cuando se disponía a entrar en el hotel Quinn hizo su aparición. Sin mediar palabra, avanzó hacia su hermana y la estrechó entre sus brazos mientras ella prorrumpía en llantos.

-Lo siento, hermanita -se disculpó Quinn-. ¿Has visto todo lo que puedo hacer en un solo día? He perdido a la mujer que amo y a mi mejor amigo, y he destrozado tu matrimonio antes de que empezara.

-Quinn, no te atormentes -intentó consolarla Amelia. Brant trató de confortarle pero Quinn no quiso escucharle.

-Lo hecho, hecho está -suspiró-. Espero que algún día King nos perdone. Hasta entonces yo cuidaré de Amelia. Quizá pueda comprar una casa para que ella...

-Ni hablar -le interrumpió Amelia-. He decidido irme a Florida. Viviré en casa de la prima Ettie.

-Creo que deberías quedarte en El Paso -replicó su hermano-. Puede que King vuelva a buscarte cuando haya reflexionado sobre su comportamiento.

-Eso no ocurrirá. He dicho que me voy a Florida y basta. Es mi última palabra.

Dé las gracias de mi parte a su esposa y a Alan -añadió tendiendo la mano a Brant-.

Nunca os olvidaré.

-Ni nosotros, querida-dijo Brant.

Quinn ayudó a su hermana a acomodarse en una modesta habitación y regresó a la oficina del sheriff. En cuanto llegó se dio cuenta de que algo extraño ocurría.

Los hombres corrían agitadamente empuñando revólveres. Quinn temió lo peor. Se abrió paso y se detuvo en la puerta, atónito. Rodríguez estaba tendido en el suelo de la celda. Su cuerpo no mostraba signos de violencia excepto un pequeño orificio en la sien.

-¿Quién lo ha hecho? -preguntó Quinn montando en cólera.

-Todavía no lo sabemos -contestó el sheriff-. Lo hemos encontrado así. Mira, su revólver está junto a su mano.

Quinn se arrodilló y examinó atentamente la herida y las manos de Rodríguez.

No le llevó mucho tiempo averiguar lo ocurrido. Observó de cerca la mano izquierda del bandido. La herida estaba situada en el mismo lado de la cabeza y todo el mundo sabía que Rodríguez era zurdo. Quinn le pasó el pañuelo por la mano y descubrió huellas de pólvora. Cruzó las manos de Rodríguez sobre su pecho y se levantó.

-No se trata de un asesinato. Este hombre era zurdo y hay rastros de pólvora en su mano izquierda y alrededor de la herida, lo que significa que el disparo se efectuó a quemarropa. Se trata de un suicidio.

-Así lo parece. Sin embargo, mis ayudantes opinan que había gente interesada en que Rodríguez no fuera juzgado. Sospecho que sus cómplices temían ser descubiertos. Nunca había visto a un forajido suicidarse.

-Ayer Rodríguez me dijo que sus víctimas habían regresado del más allá para asegurarse de que se hacía justicia -mintió Quinn-. Nunca le hubiera creído capaz de hacer una cosa así. Él es católico y acaba de negarse el descanso eterno.

-¿Tú crees? -replicó el sheriff frunciendo el ceño-. A mí me parece que el suicidio es simplemente un acto de desesperación. Quizá Dios sea más condescendiente de lo que creemos.

-Es posible.

-Ahora ya no importa -observó el sheriff encogiéndose de hombros-. Ha sido un detalle de su parte ahorrarnos un juicio y gastos de manutención.

-Rodríguez era todo un señor-dijo Quinn.

Su obligación era regresar a Malasuerte y comunicar las malas noticias a María. Era un deber que le asustaba más que la misma muerte. Dirigió una última mirada al cuerpo de Rodríguez y abandonó la oficina del sheriff lentamente.

Cuando todavía le quedaban unos cuantos kilómetros para llegar al rancho, King se encontró con uno de sus hombres, que regresaba en carro después de haber pasado la noche ocupado en la marca del ganado. King estaba agotado y necesitaba una ducha y un buen afeitado.

-¡Mataré a ese caballo con mis propias manos y lo asaré a la parrilla! -exclamó furioso.

-Tiene razón, señor-replicó el vaquero, un irlandés de sonrisa luminosa -. Los caballos son la reencarnación del mismísimo diablo.

-Y todo por una maldita serpiente -siguió lamentándose King.

Se acomodó en el carro, agradecido de poder descansar sus destrozados pies.

King detestaba los carros y los brincos que daban cada vez que una rueda se metía en un bache del camino.

Cuando llegó al rancho se sorprendió de que nadie saliera a recibirle. El vaquero se dirigió al granero y King entró en la casa pensando que Amelia estaría furiosa con él. Se lo merecía. Y lo peor era que ni siquiera había tenido tiempo de preparar una buena excusa.

Amelia no estaba en su habitación y King se dirigió a la cocina, donde encontró a su madre preparando el desayuno. Su padre estaba sentado frente a la mesa con una curiosa expresión de enfado y cansancio reflejada en el rostro.

-Así que has vuelto dijo-. Me temo que ya es demasiado tarde, hijo mío. Tu esposa te ha abandonado.

-¿Qué dices?

-Cree que tu corazón está enterrado en la tumba de Alice y que no la quieres

-dijo Enid sin dignarse a mirarle-. Nos ha pedido que te digamos que te libera de todas tus obligaciones para con ella.

-¿Ha dicho que yo me he casado por obligación? -exclamó King, furioso-. ¡Por el amor de Dios, Alice está muerta y no significa nada para mí!

-Tienes un aspecto horrible -replicó Enid al reparar en sus botas polvorientas y su rostro sin afeitar.

-¡No me extraña! -rugió King-. Ese maldito caballo se asustó de una serpiente de cascabel y me abandonó en mitad del trayecto. He tenido que dormir en el suelo y caminar hasta encontrar a uno de nuestros hombres, que me trajo hasta aquí.

¡Estoy cansado, tengo frío y hambre y, encima, mi mujer me ha abandonado!

-Te lo mereces -repuso su padre.

-A Quinn no le habría costado esperar un par de días antes de venir con semejantes noticias. ¡Lo ha estropeado todo!

-A mí me pareció que Quinn estaba realmente afectado -opinó Enid-. Se ha enamorado de la hija de Rodríguez. ¿Cómo crees que reaccionará ella cuando sepa que ha sido Quinn quien ha metido a su padre en la cárcel? King se sentó con aire apesadumbrado frente a su padre; sacó del bolsillo un puro y lo encendió con expresión pensativa.

-Supongo que está pasando un mal trago -admitió finalmente-. ¡Pero sigo diciendo que debería haber esperado! Por cierto, ¿dónde está Amelia?

-Camino de Florida, supongo -respondió su padre fríamente.

-¿Cómo dices?

-Va a vivir con su prima hasta que pidas el divorcio o la anulación.

-¿Quién ha hablado de anulación?

-La no consumación del matrimonio es razón más que suficiente para... -empezó Brant.

-No es una razón válida en este caso -dijo King levantándose bruscamente-.

Amelia es mi esposa. No permitiré que caiga en manos de extraños cuando podría llevar a mi hijo en su vientre.

Enid y Brant cambiaron una mirada de desconcierto pero ninguno de los dos se atrevió a manifestar sus pensamientos en voz alta.

Quinn no recordaba que el camino a Malasuerte fuera tan largo. Estaba cansado y de mal humor pero debía seguir adelante y sincerarse ante María, por muy doloroso que resultara para ambos. Si cuando ella lo supiera todo le perdonaba, le pediría que se casara con él. Estaba dispuesto a hacerse cargo de su hermano Juliano. Intentó no pensar en Rodríguez y su trágico final. Se había encariñado con el viejo bandido y su muerte le había afectado más de lo previsible. Después de todo, él, Quinn, era el culpable de sus desdichas y las de su familia.

Llegó a Malasuerte casi por la noche. El pueblo tenía el mismo aspecto de siempre pero esta vez nadie se acercó a recibirle. Todo el mundo se apartó de su camino y en los ojos de los niños vio miedo en lugar de afecto. Tardó un par de minutos en descubrir qué les había hecho cambiar de actitud: la estrella de plata de cinco puntas que le identificaba como oficial del ejército de Texas brillaba en su guerrera.

Lo peor todavía estaba por llegar. María salió a recibirle y le miró con odio y desprecio.

-Acaban de comunicarnos que mi padre se ha pegado un tiro en la cárcel. ¡Él confiaba en ti y tú le has traicionado¡ Nos has traicionado a todos nosotros. ¡Vete!-

espetó con los ojos llenos de lágrimas-. ¡Fuera de aquí! El ejército de Texas no es bienvenido en Malasuerte.

Quinn siguió frente a ella con las riendas en su mano mientras el caballo le resoplaba en el cuello y una profunda sensación de tristeza le invadía.

-Te quiero, María -murmuró-. Me he enamorado de ti y no puedo remediarlo.

Ella no contestó. Se dio la vuelta y entró en la choza de Rodríguez. El resto de los pobladores le volvió la espalda y se alejó de él. Quinn esperó unos minutos delante de la puerta pero María no salió. Montó en su caballo y emprendió el camino de regreso a Texas. Su vida había perdido sentido. Su familia y amigos le habían abandonado. Temía pensar en la pérdida de María y enloquecer de pena, pero el viaje de vuelta sería demasiado largo para hacerlo con la mente en blanco.

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