Amelia

Amelia


Capítulo 20

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Aquella noche Amelia se disponía a disfrutar de una solitaria cena en el elegante comedor del hotel cuando el murmullo de las conversaciones se interrumpió y todas las cabezas se volvieron hacia la puerta.

Un hombre de aspecto tosco vestido con vaqueros, camisa a cuadros, botas y sombrero avanzaba hacia una joven rubia ataviada con un traje de encaje blanco y un chal negro. Ella le miró y palideció pero él no se detuvo. Se detuvo frente a su mesa y, sin pronunciar palabra, separó la silla de la mesa y tomándola en sus brazos abandonó el hotel. Los habitantes de El Paso tardarían mucho en olvidar la imagen de King Culhane llevando a su novia en brazos de vuelta a Látigo.

-¿Cómo te has atrevido a humillarme de esa manera delante de toda esa gente?

-rugió Amelia cuando King la depositó en el asiento del coche.

-¿Por qué te has escapado?

-¡Tú lo hiciste antes que yo! -le reprochó Amelia-. ¡Te fuiste y me dejaste con todos los invitados después de haber echado a mi hermano de tu casa! ¿Qué esperabas que hiciera, que me sentara a esperarte mientras tú ibas a vengarte del asesino de tu antigua prometida?

-Amy, baja la voz.

-Yo no estoy... -carraspeó-. No estoy gritando, simplemente intento darte una explicación. No deseo volver a Látigo contigo. Tengo todo dispuesto para ir a casa de mi prima Ettie en Jacksonville.

-Tú no irás a ninguna parte sin mí.

-¡No quiero vivir contigo! ¡Eres un hombre tosco, prepotente, dominante, maleducado, irresponsable y cruel!

-Siempre he creído que un hombre con unos pocos defectos resulta más interesante a los ojos de una mujer -replicó King encogiéndose de hombros-. El color blanco te sienta muy bien -añadió, mirándola tiernamente a los ojos.

-Un par de cumplidos no serán suficiente para hacerme olvidar tu comportamiento.

-No te preocupes. Tengo planeado algo mucho más concreto.

-¡Tú no volverás a tocarme!

-Ya lo creo que sí -replicó King recorriendo su cuerpo con mirada de deseo-.

Nuestro matrimonio no será legal hasta que no esté consumado.

-Tú no deseas que sea legal -protestó Amelia.

-Naturalmente que lo deseo. Creo que tú y yo no nos llevaremos del todo mal.

Claro que -añadió con una pícara sonrisa-tendremos que solucionar el problema de tu mal genio.

-¡Yo no tengo mal genio!

-Y también esa curiosa tendencia a huir de mi lado.

-¡Yo no huí! ¡Tú me echaste!

-Eché a tu hermano de mi casa -puntualizó King.

-¡No veo la diferencia!

-¿Entre tu hermano y tú? Pues te aseguro que la hay. Nunca he sentido deseos de besar a tu hermano. Amelia se ruborizó y bajó la vista; sus manos se movían nerviosamente en su regazo. El enfado la había abandonado y se sentía vulnerable.

King estaba sentado junto a ella y empezó a sentir que ella deseaba ser estrechada en sus brazos.

King detuvo el coche en un pequeño prado y, tras atar las riendas al freno, se volvió hacia Amelia con expresión seria.

-Siento que nuestro matrimonio no hay empezado con buen pie-dijo mirándola a los ojos-. Ha sido culpa mía. Una vez más, me he dejado llevar por mis impulsos.

Tendrás que acostumbrarte a ello porque no lo puedo evitar. De todas maneras, tú también tienes carácter, así que no creo que te resulte difícil soportarlo.

-Estoy dispuesta a transigir con tu carácter... pero no con el recuerdo de Alice

-replicó Amelia.

King le cogió la barbilla, obligándola a levantar la cabeza.

-Rodríguez era una espina que tuve clavada en el corazón durante años. Me atormentaba pensar que alguien a quien quería había sido salvajemente asesinado y que yo no había podido evitarlo. Amelia, habría reaccionado exactamente igual si le hubiera ocurrido a uno de mis hombres.

-¡Vaya!

-Esta mañana he oído decir en El Paso que han encontrado a Rodríguez muerto en su celda -añadió King acariciándole el cabello-. Al parecer, prefirió suicidarse antes que enfrentarse a un juicio.

-Oh... pobre Quinn -se lamentó Amelia-. María nunca podrá perdonarle.

-Quizá ella no pueda perdonarlo a él, pero espero que tú y tu hermano me perdonéis a mí. Estoy arrepentido, Amy.

-Me temo que serás un marido muy difícil -suspiró Amelia, y le acarició la mano.

-Es posible -admitió King, feliz al ver que Amelia no pensaba dejarle-. Sin embargo, no me negarás que vivir con un marido dócil y complaciente no tendría ningún mérito.

La sonrisa de Amelia hizo que sus temores se disiparan. Tomó a su mujer en sus brazos y la sentó en el regazo.

-No permitiré que vuelvas a separarte de mi lado -murmuró mientras la besaba suavemente-. ¡Nunca! Amelia lo abrazó y le devolvió unos besos lentos y largos que dejaron a ambos temblando de deseo incipiente. Amelia apoyó la frente en la garganta de King mientras éste le acariciaba el cabello.

-Cuidaré de ti toda la vida, Amy -prometió-. Hasta que la muerte nos separe...

-Y yo también -contestó Amelia estremeciéndose de emoción- ¡Oh, King, te quiero tanto!

-Dilo otra vez -pidió King buscando su boca.

-Te quiero... te quiero...

Ambos se confundieron en un apasionado abrazo mientras se juraban amor eterno una y otra vez. Cuando finalmente King se apartó de ella, los ojos de Amelia estaban anegados en lágrimas.

-No te detengas ahora -suplicó.

-Debo hacerlo -replicó King conteniendo la risa-. Éste no es el lugar más apropiado.

-Pero tus padres están en casa...

-No te preocupes. Son muy discretos. Encontrarán la manera de desaparecer. De momento -añadió tomándole la mano-, debemos conformarnos con estar juntos.

Amelia se resignó. Había algo que quería decirle pero prefería esperar un poco más.

Nadie fue a recibir a Quinn cuando llegó a El Paso. Toda la ciudad hablaba de King y Amelia y Quinn sonrió al pensar que, a pesar de los motivos que les habían obligado a celebrar ese matrimonio, parecía que ambos iban a ser muy felices.

Aquella noche se dirigió a su habitación temprano y se emborrachó para olvidar.

Brant y Enid se sintieron muy felices al ver aparecer a una radiante Amelia del brazo de King, y de inmediato decidieron marcharse a la estación. Querían dejar solos a los novios.

Los felices recién casados les despidieron desde el porche y entraron en la casa para iniciar, por fin, su matrimonio. King cogió a su mujer en brazos, la condujo a la habitación y cerró la puerta a sus espaldas.

-¿Por qué estás tan nerviosa? -preguntó divertido cuando, al depositarla sobre la cama, advirtió un leve rubor en sus mejillas-. No es la primera vez que estamos juntos.

-Ojalá lo fuera-suspiró Amelia.

-Sé por qué lo dices -replicó King frunciendo el entrecejo-. He sido tan cruel contigo que me sorprende que aceptaras casarte conmigo.

-Te quiero demasiado -dijo Amelia-. No tenía elección, aunque me temo que llevaba razón cuando dije que serías un marido muy difícil. ¡A veces hablas demasiado! -añadió, rodeándole el cuello con los brazos y atrayéndole hacia ella.

King rió y se dejó llevar a la cama. Durante un largo rato ninguno de los dos pronunció palabra.

Amelia se acurrucó entre los brazos de King después de que ambos consumaran el acto de amor más tierno que quepa imaginar.

-¿Será siempre... así? -musitó con aire satisfecho.

-Siempre -prometió King abrazándola más estrechamente.

El cuerpo de Amelia le había proporcionado el placer más intenso de su vida.

Esta vez se había asegurado de ir lo más despacio posible para conducirla a un éxtasis ardoroso antes de unir sus cuerpos apasionadamente. Incluso entonces se había esforzado en no provocarle ningún daño, pero ella le suplicaba que no se detuviera. Al final, Amelia había gemido, y sus dulces gemidos habían llevado el placer de King hasta el paroxismo.

-¿En qué piensas? -ronroneó Amelia.

-Pienso que jamás había disfrutado tanto-contestó King con un susurro.

Amelia se acercó a besar a su marido, exhausta tras la pasión experimentada.

-Pareces agotada, querida-dijo King sonriendo pícaramente.

-Así es -contestó Amelia con otra sonrisa-. Nos has agotado, a mí y a nuestro hijo.

-Nuestro... hijo.

Amelia asintió y, tomando la mano de King, la llevó a su vientre.

-¿Te importa que tengamos un hijo tan pronto?

-¡Por supuesto que no! -exclamó King con los ojos brillantes de la emoción-.

¡Y yo que creía que tanta alegría se debía a mi encanto personal! Ya veo que estaba equivocado. Siento que hiciéramos un niño la primera vez...

-Entonces te quería tanto como ahora -le interrumpió Amelia-. No deseo hablar de aquello nunca más.

-¡Perdóname, Amelia! -susurró King llevando su mano a los labios-. ¡Ojalá pudiera borrar todo el daño que te hice en el pasado!

-El tiempo se encargará de eso -replicó Amelia-. Ahora no sólo nos espera un futuro prometedor sino que tenemos una nueva vida en nuestras manos. ¡Oh, King, somos tan afortunados!

King la miró a los ojos tan fervorosamente que Amelia se echó a reír y le atrajo hacia sí. Tenían toda la noche por delante y la pasión había renacido...

Tres semanas más tarde King tuvo que sacar de la cárcel de El Paso a su cuñado, borracho como una cuba. Se lo llevó a Látigo y le instaló en el cuarto de huéspedes.

-Es por María, la hija de Rodríguez, ¿no es cierto? -preguntó Amelia, preocupada después de comprobar el lamentable estado en que se encontraba su hermano.

-Me temo que sí -contestó King-. En la oficina del sheriff me han dicho que ha dejado el ejército. Si estuviera en su sano juicio nunca habría hecho una cosa así.

-Hace un tiempo reorganizaron el batallón de la frontera y desde entonces Quinn no se ha sentido cómodo -recordó Amelia-. No ha sido el mismo desde que su compañero Stewart fue asesinado por los soldados del fuerte Bliss.

-Fue una tragedia -convino King-, pero los culpables ya han sido juzgados y condenados.

-Eso no cambia el hecho de que Stewart esté muerto -replicó Amelia-. Quinn le admiraba.

-Todos le admirábamos.

-¿Qué vamos a hacer con él?

-Me temo que sólo hay una solución-contestó King tras una pausa.

-¿Cuál?

-Esta noche no me esperes a cenar -replicó King enigmáticamente, y se inclinó para besar a su esposa. Haciendo caso omiso de las protestas de Amelia, salió de la casa, montó en su caballo y se alejó al galope.

Tras averiguar en la oficina del sheriff dónde se encontraba el pequeño pueblo de Malasuerte, se encaminó a la frontera.

Cuando llegó al pueblo preguntó por la muchacha y unos cuantos hombres le acompañaron silenciosamente hasta la puerta de una pequeña choza. King entró y se descubrió ante María. La muchacha era una preciosidad.

Tenía una figura envidiable, una larga melena negra y unos hermosos ojos azules que reflejaban una profunda tristeza.

-¿Qué quiere, señor? -preguntó sin levantar la vista del fogón en que estaba cocinando tortillas-. Rodríguez ya no vive aquí. Mi papá está muerto.

-No he venido en busca de Rodríguez -replicó King-. Soy el cuñado de Quinn.

Un temblor sacudió el cuerpo de la muchacha y una de las tortillas se le escurrió de la sartén y cayó sobre el fogón encendido. María retiró la sartén y miró a King.

-¡Quinn! -exclamó con tristeza-. Mi papá murió por su culpa.

-Ya sé que le culpas por todo lo ocurrido -replicó King-. El también se culpa a sí mismo. Ha dejado el ejército y parece decidido a convertirse en un alcohólico.

-¿Qué está diciendo? Quinn no bebe, señor. Bueno, a veces un poco de mezcal...

-Las cosas han cambiado desde la muerte de Rodríguez -dijo King-. Quinn está siempre borracho y piensa seguir así hasta que la muerte le sorprenda.

-¡Oh, no...!

-¿Te preocupa? -replicó King enarcando las cejas-. ¿No es eso lo que quieres?

Él dice que sí.

-¡No, no y no! -sollozó María-. ¡No quiero que muera! Por favor, lléveme junto a él -suplicó aferrándose al brazo de King-. ¿Puedo volver con usted y hablar con él?

-¿Por qué quieres verle?

-Porque me da pena... -contestó María encogiéndose de hombros.

-Esa repuesta no es suficiente -replicó King.

-Entonces porque le amo.

-Eso está mejor-sonrió King-. ¿Tienes caballo?

-¡Tomaré el de mi hermano Juliano!

Minutos después se la veía radiante sobre su caballo y dispuesta a iniciar la marcha. King miró en derredor antes de partir. Aquella gente vivía en unas condiciones de pobreza extrema pero parecían felices.

A continuación partieron a galope tendido.

-Mi papá no estaba orgulloso de algunas cosas que hizo -dijo María cuando se aproximaban a la frontera-. Decía que los recuerdos del pasado le perseguían. Todo lo que hizo, lo hizo por nosotros. Murió para que las autoridades dejaran de perseguir a su pueblo por su culpa. Fue un hombre muy bueno, señor. -Le miró-.

Juliano y yo le debemos la vida. A pesar de lo que digan los gringos, no fue un hombre malo.

-Fue Quinn quien me abrió los ojos respecto a tu padre. No es propio de él llevarse bien con asesinos desalmados. Ha sentido mucho su muerte, ¿sabes?

-Todo el mundo lo ha sentido. Cometí un error al acusar a Quinn. Espero que no sea demasiado tarde para demostrarle que le amo.

King asintió. Él también lo esperaba. Quinn llevaba unos días comportándose de manera muy violenta y si alguna vez hablaba sobre María no era precisamente para dedicarle flores.

Al anochecer llegaron al rancho. Amelia les esperaba sentada en los escalones del porche. Con una expresión de alivio se puso en pie mientras ellos desmontaban y uno de los vaqueros se hacía cargo de los caballos.

-¿Se puede saber dónde has estado? -preguntó esforzándose por aparentar un enfado que en realidad no sentía.

-He ido a buscar a alguien -contestó King-. Ésta es María, la hija de Rodríguez.

-Me alegro de conocerte -dijo Amelia sonriendo-. Quinn te ha echado mucho de menos.

-Yo también le he echado de menos -contestó María ruborizándose-. Fui muy cruel con él. Espero que me perdone.

-No te preocupes, ya verás cuánto se alegra de verte -replicó Amelia y miró amorosamente a su esposo-. Ven conmigo.

Condujo a María al cuarto de huéspedes y abrió la puerta. Quinn estaba tumbado sobre la cama completamente vestido y con signos de hallarse bajo los efectos de una resaca colosal.

-¿Qué demonios haces aquí? -preguntó desdeñosamente-. ¿Quieres otro trozo de mi corazón?

-Me temo que soy demasiado avariciosa -replicó María arrodillándose a su lado-. Lo quiero todo.

Con una sonrisa le abrazó mientras Quinn buscaba su boca y la besaba apasionadamente. Amelia abandonó la habitación dejando la puerta abierta.

-¿Y bien? -preguntó King.

-Creo que muy pronto se celebrará otra boda en esta familia-contestó Amelia, luego le cogió de la mano y se dirigieron a la cocina.

Cuando Brant y Enid regresaron a Látigo una semana después, se encontraron con bastantes novedades. Alan se había quedado en Beaumont con su hermano Callaway para aprender el negocio del petróleo.

-No puedo creerlo -exclamó Enid al conocer a la nueva esposa de Quinn.

Los recién casados se habían instalado en un pequeño hotel en El Paso y Quinn había conseguido un puesto en la oficina del Sheriff.

King y Amelia también estaban radiantes cuando anunciaron que iban a ser padres. Enid encajó la noticia con sorpresa pero también con gran alegría. Brant sacó una botella de coñac y todos se reunieron para celebrarlo hasta muy tarde.

King y Amelia salieron al porche a despedir a Quinn y María. King cogió a Amelia por la cintura y la atrajo hacia sí.

-Dicen que pronto va a haber un eclipse de sol -dijo.

-Un acontecimiento casi celestial -convino Amelia-. Sin embargo, apuesto a que dentro de seis meses asistiremos a un milagro más espectacular.

Al principio King no lo entendió, pero cuando comprendió que se trataba de su hijo prorrumpió en unas carcajadas tan estentóreas que sus padres se acercaron al porche para averiguar a qué se debía tanto jolgorio. Los cuatro fijaron la mirada en la colina tras la cual Quinn y María acababan de perderse.

-El comienzo de una nueva generación -suspiró Brant y apoyó la mano en la espalda de su hijo-. Me alegro de haber vivido lo suficiente para verlo.

-Piensa que podrás contar a tus nietos cómo luchaste contra los comanches y te instalaste aquí con mamá cuando El Paso apenas era un pueblucho -bromeó King-.

Serás su héroe.

-Tienes razón -asintió Brant.

-Vaya por Dios -protestó Enid-. Ahora andará una semana pavoneándose por ahí.Todos rieron y luego Brant y Enid entraron de nuevo en la casa, dejando solos a King y Amelia. Ésta cerró los ojos y rezó por sus padres, por sus hermanos y también por Rodríguez. Ninguno de ellos vería la nueva generación que Brant había mencionado.

En algún lugar no muy lejano un coyote aulló con una mezcla de tristeza y fortaleza. A Amelia le pareció el sonido perfecto para una región que, como King, nunca se dejaría dominar. Apoyó la cabeza en el pecho de su esposo. Los rítmicos latidos de su corazón eran más vigorosos y firmes que el aullido del coyote.

FIN

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