Amelia

Amelia


Capítulo 14

Página 18 de 24

14

A la mañana siguiente King fue el más madrugador de la familia Culhane. Al pasar por delante de la habitación de Amelia, no pudo resistir la tentación de abrir la puerta y deslizarse dentro furtivamente.

Se quedó junto a la cama contemplándola embelesado. Dormía plácidamente con su pálida mejilla apoyada sobre la blanca almohada. Aquélla era la mujer que le había provocado tantas y tan contradictorias emociones en las últimas semanas.

El la despreciaba y el resto de su familia la adoraba. Recordó aquel cuerpo desnudo entre sus brazos y la ardiente repuesta a sus besos.

Amelia se movió entre las sábanas y abrió sus hermosos ojos castaños. Frunció el entrecejo al advertir la presencia de King.

-¿Cómo se encuentra, señorita Howard?

Amelia se llevó una mano a la sien, confundida. Le incomodaba estar a solas con aquel hombre y escuchar su voz profunda. Se cubrió hasta el cuello con la sábana y contestó:

-Estoy... bien, gracias. Frunció el entrecejo de nuevo al sentir cómo su respiración se agitaba. King interpretó el desasosiego reflejado en su rostro como un indicio de que quizá empezaba a recuperar la memoria.

-Cuénteme todo lo que recuerde de aquella noche -le pidió.

Amelia se mordió el labio mientras los recuerdos se arremolinaban en su cabeza.

-Recuerdo el picnic. Sí, Alan me llevó de picnic. Y luego mi padre... mi padre me pegó.

-¿Y qué más? -insistió King.

-No sé... No me acuerdo. ¡Me duele la cabeza! -exclamó llevándose la mano a la frente.

King tuvo que contener su impulso de zarandearla y recordarle lo que habían hecho. Ella tenía la culpa de todo por no haber opuesto resistencia y seguramente por eso fingía no recordar nada.

Amelia le miró a los ojos y el miedo invadió su cuerpo.

-Por favor, márchese.

-¿De qué tiene miedo, señorita Howard? -preguntó King socarronamente.

-¡Sólo me siento asustada cuando le tengo a usted delante! -exclamó Amelia arañando nerviosamente la sábana-. Sé que usted me ha hecho daño. No recuerdo cuándo ni por qué. Ni siquiera recuerdo qué me ha hecho, pero algo en mí me dice que no debo confiar en usted ... que usted es mi peor enemigo.

-Y usted el mío -replicó King-. ¡Mi propia familia me da la espalda por su culpa!

-¿De veras? -repuso Amelia con sorna-. ¿Estás seguro de que ésa es la única razón, señor Culhane? Realmente, debo ser una persona horrible para obligarle a mostrar sus peores defectos.

King enarcó las cejas, sorprendido por el tono de Amelia. Se estaba burlando de él y el miedo que había creído ver en sus ojos se había convertido en desprecio.

-No pienso discutir mis defectos con usted.

-¡Pues me alegro! -exclamó Amelia-. Su madre me comentó el otro día que pronto se casará usted con la hija del propietario de un rancho vecino. ¡Pobre muchacha! Rezaré por ella. ¡Apuesto a que se necesita mucha ayuda divina para vivir con alguien como usted!

King no daba crédito a sus oídos.

-Usted también va a necesitar ayuda de Dios si sigue insultándome, señorita Howard -masculló-. ¡Me sorprende que una mosquita muerta como usted...!

No pudo terminar la frase porque Amelia le arrojó el vaso de agua que había sobre la mesilla de noche. King se agachó justo a tiempo y el vaso se estrelló contra la pared.

-¡Fuera de aquí! -gritó Amelia a pesar de su dolor de cabeza-. ¡Durante mucho tiempo tuve que transigir con los arrebatos de mi padre por miedo a empeorar su salud, pero no creo que éste sea su caso!

King retrocedió unos pasos y se detuvo junto a la puerta, fascinado por el increíble cambio operado en Amelia de la noche a la mañana. Debía ser consecuencia de la conmoción.

-Amelia, ¿estás bien? -preguntó Enid entrando en la habitación y sorprendiéndose de la presencia de su hijo.

-¿Que si está bien? -se quejó King-. ¿Y qué hay de mí? Acaba de arrojarme un vaso a la cabeza. ¡Podía haberme matado!

-Deja de quejarte, por favor. ¿Seguro que no te lo has buscado? -preguntó su madre.

-Ha perdido la cabeza -masculló él mirándola con ojos brillantes.

-Se equivoca-replicó Amelia-. Usted no conoce a la verdadera Amelia Howard.

Y ahora, ¿me hace el favor de marcharse? ¿Por qué no va a ver a su prometida y le dedica una dulce serenata como la que acaba de darme? Seguro que le encantará escucharla.

-Buena idea. Por cierto, Darcy vendrá a visitarla esta tarde-dijo King.

-¿De veras? ¡Cielos, estoy impaciente! -dijo Amelia altivamente-. ¿Va a venir en un carruaje tirado por seis caballos blancos o montada en una escoba voladora?

King se precipitó hacia Amelia pero Enid se interpuso en su camino.

-Fuera de aquí -ordenó. -¡No voy a consentir que...!

-¡Fuera! -repitió su madre y le empujó fuera de la habitación. Luego cerró la puerta presa de un repentino ataque de risa.

-¡El muy

bestia! -exclamó Amelia levantando la voz más de lo necesario para asegurarse de que King la oía-. ¿Quién se cree que es para entrar en mi habitación sin pedirme permiso?

Se oyó a King maldecir entre dientes y luego alejarse hacia el comedor.

-Vaya, querida -dijo Enid-. ¡Me alegro de verte tan... cambiada!

-Me temo que he cambiado para peor-suspiró Amelia recostando la cabeza sobre la almohada-. ¿Es cierto lo que ha dicho su hijo? ¿Va a venir su prometida esta tarde? No deseo ver a nadie. ¿Le importa?

-En absoluto -respondió Enid con una sonrisa-. Daré recuerdos de su parte a la señorita Valverde -añadió maliciosamente.

King estaba en el porche con su padre y, a juzgar por las carcajadas de Brant y las furiosas miradas que su hijo le dirigía, acababa de contarle con detalle lo ocu -

rrido con Amelia momentos antes. Enid se acercó a ellos mientras una sonrisa burlona pugnaba por asomarse a sus labios.

-Me temo que tendrás que explicar a tu

prometi da -enfatizó esta última palabra-que Amelia está indispuesta y no desea recibir visitas.

-Si sigue arrojándome cosas a la cabeza, yo mismo me encargaré de que sepa lo que es estar indispuesta -gruñó King.

-¿De verdad le ha arrojado el vaso a la cabeza? -preguntó un sorprendido Brant a su esposa-. ¡No puedo creerlo!

-Está claro que sabía de la enfermedad de su padre y que actuaba como un manso corderito para no irritarle -dijo Enid-. Por cierto, Quinn nunca mencionó que Amelia fuera una muchacha dócil sino que a menudo hablaba de su genio y su fuerte personalidad. La muerte de sus hermanos y su madre y, más tarde, el accidente sufrido por su padre cambiaron su carácter. Pero ahora todo es distinto

-añadió mirando a King-. Yo de ti cuidaría mis modales, jovencito. Tengo la intención de reponer el vaso que ha roto.

Enid regresó dentro y Brant se quedó de nuevo a solas con su hijo. No hacía falta ser un experto para adivinar la dura batalla que estaba librando en su interior.

-Nunca hubiera imaginado que fuera a reaccionar así -murmuró King mientras encendía un puro y miraba a su padre con abatimiento-. Supongo que todos pensáis que me lo merezco.

-Así es.

-Seguramente tenéis razón -suspiró-. ¡Vaya genio! -Te recuerdo que tú mismo has dicho muchas veces que una mujer sin carácter no vale nada.

King encajó aquel golpe bajo como buenamente pudo.

-Tengo que ocuparme de un par de cosas antes de que llegue Darcy-dijo, y se encaminó hacia el establo-. No le va a hacer gracia haber hecho un viaje tan largo en balde.

Pero King subestimaba a Darcy. Cuando fue conducida al interior de la casa y Enid le comunicó que Amelia no podía recibirla porque había sufrido una ligera recaída, Darcy prorrumpió en airadas protestas.

-¿A nadie se le ha ocurrido molestarse en avisarme? -exclamó.

Alan y Brant habían abandonado la casa al enterarse de la visita de Darcy, así que fueron Enid y King los que tuvieron que soportar estoicamente el chaparrón.

-Estoy segura de que Amelia no lo ha hecho a propósito -dijo Enid con malicia-, y me pregunto qué dirían tus padres si hubieran presenciado tu reacción. Por cierto, dales recuerdos de mi parte. Siento que tengas que dejarnos tan pronto, querida.

Otra vez será.

Enid se puso en pie y abandonó el salón antes de que Darcy tuviera tiempo de disculparse, no sin antes dirigir una elocuente mirada a su hijo expresando la pobre opinión que le merecía su futura esposa.

-¡Jamás me habían hecho un desaire semejante! -exclamó Darcy, indignada-.

¡Llévame a casa!

King la sujetó de un brazo y la arrastró fuera de la habitación sin demasiadas contemplaciones.

-No hables así de mi madre. ¡Además, tú te lo has buscado! Tu comportamiento ha sido deplorable -exclamó antes de dejarla en el porche para ir a buscar el coche.

Darcy reflexionó sobre cuán fervorosamente deseaba convertirse en la señora de King Culhane y decidió tragarse el orgullo. Cuando él regresó a su lado no quedaba rastro de su mal humor y volvía a mostrarse cariñosa y solícita.

Amelia escuchó desde su habitación todo lo que ocurría en el salón y se sintió culpable por haber puesto a Enid en un aprieto. Sin embargo, le alegraba haber podido demostrar a King de una vez por todas que ella nunca había tenido miedo de su padre sino que había actuado movida por su temor a empeorar su precaria salud. Todavía no comprendía qué había causado su último ataque de ira, pero ahora él descansaba en paz. Amelia había recuperado su libertad y no estaba dispuesta a permitir que ningún hombre volviera a tratarla así, y mucho menos

aquel hombre. Minutos después, Enid entró en su habitación.

-Darcy acaba de marcharse -anunció-. Ha hecho que King la acompañara porque el camino de vuelta es tan duro que no sabía si podría llegar sana y salva

-añadió, imitando a la perfección el agudo tono majadero de la muchacha.

-¡Oh, qué pena! -exclamó Amelia.

-Deberías haber visto la demostración de buenos modales que ha hecho ahí abajo -dijo Enid-. Y créeme, a King tampoco le ha gustado nada lo que ha presenciado. Espero que este pequeño incidente le abra los ojos de una vez.

¡Amelia, querida, tienes mucho mejor aspecto! -exclamó de pronto.

-Me gustaría levantarme mañana-dijo Amelia-. Me encuentro tan bien que me avergüenza estar todo el día tumbada en esta cama.

-Ya hablaremos de eso mañana. Hoy procura descansar.

-Como usted diga, señora -replicó Amelia con una sonrisa-. Siento mucho haber roto el vaso...

-No te preocupes. Ha valido la pena ver la cara de King. Tienes mi permiso para arrojarle todo lo que te venga en gana. Este hijo mío necesita que alguien le pare los pies.

-Espero no acabar con toda su vajilla-replicó Amelia.

King conducía el coche sentado junto a una Darcy, visiblemente ofendida y disgustada. Sus tímidos intentos de aproximación no habían dado el resultado esperado, así que había empezado a quejarse de nuevo.

-¿Por qué no me has avisado que Amelia no se encontraba bien v no deseaba recibir visitas? -preguntó por décima vez-. Me habría ahorrado un viaje fatigoso.

King no se molestó en responder. Todavía se estaba recuperando de la impresión que le había producido que Amelia le lanzara un vaso con la intención de partirle la cabeza. ¿Cómo era la verdadera Amelia? La Amelia encolerizada y furiosa no se parecía en nada a la Amelia que agachaba la cabeza al escuchar los ofensivos insultos que le dirigía su padre.

-¿No piensas decir nada? -insistió Darcy.

-Te estoy escuchando -replicó King.

-¿Qué fue lo que dijiste de Quinn la otra noche?

-Nadie sabe dónde está. México es u n país muy grande y parece que se lo haya tragado la tierra. El funeral se celebrará mañana a las cuatro de la tarde. Espero que llegue a tiempo.

-¡Pero si son casi las dos! le interrumpió Darcy-. ¡Y tu madre ni siquiera me ha ofrecido algo de comer!

-Hoy hemos comido pronto -replicó King . ¿Cómo está tu padre? ¿Todavía le duele la espalda?

La inesperada pregunta obligó a Darcy a cambiar de tema y le hizo olvidar la reserva y la reticencia que King había mostrado durante toda la tarde.

Rodríguez abrazó a la muchacha y la levantó en brazos.

-¡Niña mía, niñita mía! ¡He estado tan preocupado por ti! -exclamó mientras dos lágrimas resbalaban por sus mejillas-. ¡Oh, María! La tía Inés y el tío López acaban de traer al pobre Juliano con un tobillo torcido. Me ha dicho que Manolito te abandonó en Del Río. Ahora mismo me disponía a organizar una partida para salir en tu busca.

-¿Manolito

está aquí? -preguntó María, sorprendida.

-Ya no,

mi niña -respondió Rodríguez muy serio-. Manolito está muerto. Pero dime, ¿cómo has llegado hasta aquí desde Del Río? ¿Y quién es este gringo? -aña-dió mirando a Quinn con suspicacia.

Quinn se alegró de haber tomado la precaución de esconder su estrella de plata.

Miró al bandido con una expresión de completa inocencia.

-Soy de Texas, señor -dijo tendiéndole la mano-. Encontré a la señorita en un tugurio en Del Río y la rescaté.

-Es la verdad, papá -corroboró María-. Manolito me dejó en. ..

una casa deputas.

-¿En una qué? -rugió Rodríguez, montando en cólera.

-No ocurrió nada -se apresuró a asegurar María-. El

señor Quinn me salvó. El me protegió de los hombres y al amanecer me trajo de vuelta aquí.

Por supuesto, María tuvo cuidado de no mencionar el peculiar método empleado por Quinn para «protegerla».

-¡Ha salvado a mi niña! -exclamó Rodríguez, estrechando a Quinn mientras se echaba a sollozar-. ¡Qué la Virgen le bendiga, hijo mío, por lo que acaba de hacer!

María es

mi vida. Sin ella, no soy nada.

Tantas atenciones acabaron por incomodar y confundir a Quinn. Aunque detestaba la mentira y la falsedad, sabía que no podía dejar escapar aquella inmejorable oportunidad de llevar a un temible bandido ante la justicia. Sin embargo, había hombres armados por todo el poblado y no podía precipitarse. Lo que más le preocupaba era la reacción de María cuando se diera cuenta de que la había engañado.

-Pase, señor-dijo Rodríguez palmeándole la espalda e invitándole a entrar a su modesta cabaña-. En español decimos

mi casa es su casa. ¿Entiendes lo que significa? Ya ves que no vivimos en un palacio pero siempre serás bienvenido aquí,

toda tu vida.

Rodríguez había empezado a tutearle, algo que sólo hacía con sus amigos más íntimos y su familia. Quinn se sintió abrumado y bajó la mirada.

Se sentaron alrededor de un pequeño fuego donde la mujer de Rodríguez estaba cocinando enchiladas y judías. El bandido le ofreció un trago de mezcal mientras escuchaba atentamente el relato que María le hacía en un fluido español. Cuando terminó dirigió a Quinn una sonrisa recatada y, tras excusarse, abandonó la habitación para bañarse y cambiarse de ropa.

Ah, pobrecita, no ha tenido una vida fácil -exclamó Rodríguez tras asegurarse de que María no les escuchaba-. ¿Te ha hablado de su padrastro?

-Sólo ha mencionado que trataba muy mal a su familia.

-Era un loco -murmuró Rodríguez-. Intentó violarla muchas veces. ¿También te ha contado eso?

Quinn bajó los ojos. No, María no le había dicho que los malos tratos hubieran llegado hasta ese extremo. Entonces, había sido miedo y no inocencia lo que había provocado su resistencia. Quinn recordó la facilidad con que se había entregado después de las reservas iniciales y se sintió peor que nunca. Sin saberlo, había abusado de una muchacha que había sido torturada emocionalmente. ¿Y si lo había estropeado todo?

-¿Qué ocurrió con su padrastro? -preguntó Quinn. Rodríguez paseó lentamente su dedo índice por su garganta.

-Me costó acabar con él pero no sentí ninguna pena -añadió-. Deberías haber visto en qué estado se encontraban estos pobres niños. Los animales muestran más signos de nobleza que algunos hombres. Nunca imaginé lo salvaje que puede llegar a ser un hombre hasta que encontré a María acurrucada junto a unos arbustos. Te-nía diez años. Cuando me vio se puso en pie y cerró los ojos. Se quedó muy quieta esperando a que la matara -suspiró Rodríguez con voz entrecortada-. Clavó sus ojos en mí y me suplicó que disparara pero yo nunca habría podido matar a una criatura tan bonita. La monté en mi caballo y ordené a mis hombres que buscaran a su hermano. Les acogí en mi casa y aquí han vivido desde entonces. Yo no puedo tener hijos, ¿sabe? -dijo con ligero embarazo-. Tuve un... ¿cómo lo diría...? peque-

ño accidente. Pero ahora tengo a estos dos niños y les quiero como si fueran míos, a pesar de que no conocí a su madre. Sé que ellos también me quieren -añadió con una amplia sonrisa-. Nunca han intentado huir de aquí.

Quinn pensó que era muy lógico que un niño maltratado se aferrara a la persona que le había ofrecido cariño y protección. Recordó con nostalgia su niñez, cuando todos formaban una familia feliz. Con el tiempo todo había cambiado y su padre se había convertido en un loco peligroso. Le preocupaba su hermana, atrapada en un callejón sin salida. Amelia creía que su padre estaba enfermo pero Quinn temía que perdiera el control y le hiciera daño. Tenía que encontrar una solución y deprisa.

-Estás muy pensativo,

compadre -dijo Rodríguez interrumpiendo sus cavilaciones.

-Lo siento, señor-se disculpó Quinn-. Estaba pensando en mi hermana. Ella también tiene problemas con nuestro pare. Hace tiempo fue un hombre muy bondadoso pero ha cambiado y la trata sin ninguna consideración.

-¡Ay de mí, el mundo está loco! -exclamó Rodríguez con abatimiento-. He visto a muchos hombres comportarse como auténticos animales para poder dar de comer a sus hijos o comprarles un par de sandalias o una manta para cubrirse por la noche. Vivimos como perros mientras los gringos se instalan en nuestro país y viven como reyes a costa de nuestro oro y nuestra plata! Siempre ha sido así, desde la época de los

conquistadores. ¡No podemos continuar así! ¡Debemos acabar con esta situación!

-Eso me suena a revolución, señor-dijo Quinn frunciendo el entrecejo

-Quizá una revolución es necesaria cuando un pueblo entero no puede satisfacer sus necesidades más elementales -replicó Rodríguez-! ¿Eres un hombre rico, compadre?

-Mis posesiones se reducen a un caballo, un rifle y poco más -contestó Quinn.

-Entonces no hace falta que te explique qué es pasar necesidad! Seguro que sabes cómo se queja un estómago vacío cuando no hay rada para comer y cómo muerde el fríe del desierto cuando no hay manta con que cubrirse.

-Sé lo que quiere decir.

-He visto morir de hambre a un bebé de pocos meses -murmuró Rodríguez-. Yo tenía una hermanita pequeña y no había suficiente comida para los dos; así que mi madre me alimentó con su leche para salvarme. ¿Sabes por qué lo hizo? -preguntó con los ojos nublados-! Yo era un hombre y mi madre pensó que cuando creciera podría ayudar a mantener a mi familia. Mi madre tuvo que escoger entre sus dos hijos. Mi hermanita acababa de nacer y yo tenía tres años y era lo que más quería en este mundo. Debía elegir entre dejar morir a uno de sus hijos o a los dos! A menudo voy al cementerio donde está enterrada mi hermanita y cuando rezo junto a su pequeña tumba recuerdo que el único hijo de la Virgen murió por nosotros y nos salvó a todos. ¡Eso me da fuerzas para seguir intentando evitar que mueran de hambre más bebés por culpa de los gringos que han usurpado las riquezas y la tierra que pertenecen a nuestro pueblo!

Quinn escuchó a Rodríguez sin atreverse a interrumpirle. Miró a aquel «temible forajido» a quien las autoridades buscaban afanosamente para hacerle pagar por sus numeroso delitos y odió lo que representaba la estrella que escondía en su bota. Si Rodríguez era un mal hombre, ¿cuáles eran las cualidades de uno bueno? -

¿Crees que estoy equivocado? -preguntó el bandido mirándole a los ojos-! Tú piensas que mato gringos, asalto bancos, robo ganado y que por esa razón debo ser arrestado, conducido a Texas y colgado!

-No estoy seguro de que criminal sea la palabra que mejor le defina-contestó Quinas evasivamente-. Su pueblo estaría dispuesto a dar su vida por usted!

-Sí, eso es cierto.

King miró alrededor. A juzgar por lo que veía, Rodríguez poseía pocas cosas y todas ellas bastante viejas! Sus pertenencias se reducían a un par de espuelas y un revólver Colt 45 con empuñadura de nácar cuyo valor parecía ser más sentimental que material! Sin embargo, no encontró rastro de botines de pillajes.

-¿Buscas las riquezas que todo el mundo dice que poseo? -preguntó Rodríguez con una sonrisa-. Deja que te las enseñe.

Quinn esperaba que el muy bribón sacara de algún escondrijo una enorme caja fuerte llena de joyas y monedas pero, para su sorpresa, se levantó y le hizo una seña de que le siguiera fuera de la cabaña.

Atravesaron el poblado y Rodríguez se detuvo en diferentes lugares. Había una fuente donde todo el pueblo se abastecía de agua; había arneses, mulas y carros utilizados por los campesinos para transportar sus productos; el ganado, los caballos y los cerdos eran compartidos por toda la comunidad. En el centro del pueblo se erigía una sencilla capilla con unas enormes vidrieras y una gran cruz dorada en el altar.

-¿Te gusta? -preguntó Rodríguez-. Mi gente ha construido todo esto. No hemos robado nada! Bueno, lo único que nos llevamos sin permiso fue al artesano que construyó las vidrieras, pero fue por una buena causa -murmuró santiguándose-!

Como recompensa, le ofrecimos a Lolita, la muchacha más bonita del poblado, y aceptó. Sigue viviendo aquí y tienen cinco hijos. Ya ves, robar no siempre es un acto deplorable.

-Puede que tenga razón -admitió Quinn con una sonrisa.

En ese momento apareció María. Se había cambiado de ropa y se había lavado y cepillado el cabello. Vestía un sencillo traje blanco, una mantilla negra y calzaba sandalias. Se situó junto a Quinn y le tomó la mano.

-Creo que pronto te convertirás en uno de nosotros -murmuró Rodríguez mirando de reojo la pequeña mano de María enlazada en la de Quinn-. Dime una cosa, ¿tú qué sabes hacer?

Ir a la siguiente página

Report Page