Amelia

Amelia


Capítulo 11

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Cuando, horas más tarde, Alan regresó al rancho se sorprendió de encontrar a King en la caballeriza desensillando su caballo. A juzgar por la fiera expresión de su rostro, las cosas no habían salido como esperaba. Temiendo los arrebatos de mal humor de su hermano, Alan decidió no hacer preguntas y ocuparse de sus asuntos.

Ya tendría tiempo de averiguar qué había salido mal.

Brant y Enid se reunieron con sus hijos a la hora de cenar. King apenas probó bocado y se limitó a mantener la vista fija en el plato sin despegar los labios.

Terminada la cena, los tres hombres se dirigieron al salón.

-Vaya... -murmuró Brant al descubrir el bolso de Amelia sobre uno de los sillones-. ¿Por qué no le habéis recordado que ha olvidado el bolso aquí?

-Yo no la he visto desde la hora de comer -repuso Alan-. He estado toda la tarde trabajando en el pozo. King la ha acompañado a casa.

-Eso no es cierto -intervino su madre desde la puerta-. Acabo de enterarme de que alguien mandó a Rosa a su casa y de que Billy Edwards ha tenido que acompañar a Amelia a casa. Exijo saber qué ha ocurrido aquí esta tarde. King

-añadió severamente mirando a su hijo mayor-, corren rumores de que el buen nombre de los Howard podría haber quedado comprometido en esta casa. ¿Qué sabes sobre esto?

-No podía permitir que Alan se casara con ella -replicó King con frialdad-.

Simplemente, me he limitado a repetirle que no estoy dispuesto a acoger en mi casa a una despreciable cobarde como ella.

-Me casaré con Amelia si me place. Tú no puedes impedírmelo -dijo Alan desafiante.

Saltaba a la vista que King estaba celoso. Eso significaba que su plan empezaba a dar resultado y que su hermano se había dado cuenta de lo que verdaderamente sentía por Amelia. Lo único que le inquietaba era no saber qué había ocurrido entre ellos aquella tarde.

-¿Que te casarás con ella, dices? -replicó King mientras una sonrisa cruel asomaba a sus labios-. ¿Incluso ahora que todo El Paso sabe que no tendría reparos en entregarse a cualquier otro hombre? Piensa en mí, por ejemplo. Esta tarde se ha mostrado dispuesta a hacer todo lo que le pidiera. Naturalmente, después de escuchar semejante desvergüenza la he enviado a su casa y he ido al banco a hablar con su pare. Te aseguro que no volverá a hablar de matrimonio después de lo que he dicho.

Indignado, Alan se levantó y propinó un puñetazo a King. Sus padres, horrorizados por el comportamiento de su hijo mayor, no hicieron nada por detenerle.

-¡Idiota! -rugió Alan-. ¿No te das cuenta de lo que has hecho? ¡Su padre está loco! ¡La matará!

-¿No crees que exageras un poco? -replicó King frotándose la barbilla-. ¿Qué te ocurre? Nunca te había visto tan enfadado.

-Nunca pensé que llegaría el día en que tendría que decir esto a un hijo mío

-intervino Brant-, pero me avergüenzo de ti, King. Has deshonrado a tu familia.

-Y también a Amelia -añadió Enid.

-Por supuesto, también a Amelia -convino su marido.

-¡No conoce el significado de la palabra fidelidad! - protestó King-. ¡Dice que está enamorada de Alan pero aprovecha cualquier oportunidad para arrojarse en mis brazos!

-¡Y tú no tienes ni idea de cuál es su situación real! -replicó Alan mesándose los cabellos nerviosamente-. Dame el bolso, padre. Me voy a El Paso. Tengo que ver si está bien.

-Es su padre. No le hará ningún daño -dijo Brant, sorprendido por la preocupación de su hijo.

-He hablado con el doctor Vázquez -replicó Alan-. Una vez su padre le pegó una brutal paliza que estuvo a punto de costarle la vida. Y tú -añadió volviéndose hacia King- has provocado su ira y ahora Amelia está en peligro. ¡Y todo por mi culpa!

Salió corriendo de la casa mientras King intentaba ordenar sus pensamientos.

Recordó el terror de Amelia cuando estaba en presencia de su padre. Ahora todo cobraba sentido pero ya era demasiado tarde. Él mismo se había encargado de tenderle una trampa con una vulgar mentira como cebo... Segundos después ensillaba su caballo y salía tras su hermano.

Tardaron más de lo previsto en llegar a casa de los Howard porque la gente, aprovechando una tarde de domingo muy agradable, había salido a pasear. Alan llamó a la puerta insistentemente sin obtener respuesta.

-Oh, no -gimió.

King rodeó la casa y miró a través de las ventanas de cada habitación. Lo que vio le heló la sangre: Amelia estaba inerte en el suelo.

-¡Deprisa, Alan! -gritó-. ¡Ve a buscar a la policía! King deseó tener la fuerza suficiente para echar la puerta abajo. Temía lo peor. Si Amelia moría por su culpa no se lo perdonaría nunca.

Mientras Alan corría hacia la comisaría King forzó la cerradura. Gracias a Dios, el cerrojo no estaba echado. Acabó de abrir la puerta de una patada y se dirigió directamente a la habitación de Amelia. Hartwell Howard, derrumbado en una silla, estaba temblando y con la vista extraviada.

-¡Maldita sea! -masculló King mientras se inclinaba sobre el cuerpo inerte de Amelia.

Estaba inconsciente y casi no respiraba. Un hilo de sangre que llegaba hasta el suelo manaba de las múltiples heridas de su espalda y empapaba la toalla que cubría la mitad de su cuerpo. Horrorizado por el dantesco espectáculo, King pensó que nunca había visto algo así.

A los pocos segundos se oyeron pasos en la entrada. El doctor Vázquez y un policía de paisano irrumpieron en la habitación. Hartwell Howard aún sostenía la correa pero su cuerpo había adquirido una extraña rigidez y, aunque sus ojos estaban abiertos, no parecía ver.

A pesar de las protestas de King, el doctor Vázquez se arrodilló a su lado. Le auscultó, le buscó el pulso y con un suspiro le cubrió con una manta.

Mientras los demás intentaban rehacerse de la impresión producida por la muerte del padre de Amelia, el doctor se ocupó de ella.

-Un tumor cerebral... -se lamentó-. Ustedes estaban al corriente, ¿verdad?

-Lo sospechábamos -replicó Alan.

-Se había extendido muy rápidamente -continuó el doctor-. Además, sufría de hipertensión y ambas cosas le provocaban accesos de cólera. Intenté persuadir a esta pobre chica de que le internara en una institución o pidiera ayuda a sus familiares más cercanos. Es una muchacha muy valiente pero su lealtad le ha costado demasiado cara. Le advertí que corría un gran peligro pero no me escuchó.

¡Pobrecilla!

-¿Se salvará? -preguntó King con un hilo de voz.

-Ha perdido mucha sangre y ha sufrido una fuerte conmoción. Me gustaría examinar sus heridas más a fondo en mi consulta pero el traslado debería hacerse discretamente. Nadie debe saber lo que ha ocurrido. Las habladurías no harían más que perjudicarla. Oficial -dijo volviéndose hacia el policía-, ¿se le ocurre alguna manera de sacar al señor Howard de la casa discretamente? -Creo que será mejor esperar al anochecer. Por la mañana publicaremos una nota en el periódico e infor-maremos que murió placidamente mientras dormía. Diremos que su hija se encuentra muy afectada y que no recibirá visitas en los próximos días.

-Me parece una buena idea -convino el doctor-. Ahora tenemos que curar estas heridas. ¿Puede alguien traerme un poco de agua tibia y unas toallas, por favor?

King se apresuró a hacerlo, agradecido de que alguien le proporcionara una buena excusa para abandonar la habitación. Los últimos acontecimientos le habían desbordado. Después de lo ocurrido por la tarde los celos le habían cegado y se había prometido hacer todo lo posible para evitar el matrimonio entre Alan y Amelia. Había pasado directamente a la acción sin siquiera detenerse a reflexionar sobre las funestas consecuencias que sus actos podían acarrear a sus seres más queridos. Y ahora la víctima de sus crueles maquinaciones, Amelia, estaba a punto de morir. Si eso ocurría el peso sobre su conciencia sería insoportable, pero si sobrevivía su castigo iba a ser todavía peor. Sabía que Amelia le odiaría durante el resto de sus días.

El doctor les hizo abandonar la habitación y puso manos a la obra. Lavó y vendó cuidadosamente las heridas y vistió a Amelia con ropa que encontró en su armario. Mientras trabajaba pensó que sería aconsejable que alguien se quedara allí con ella toda la noche, en lugar de trasladarla a su consulta. Todavía no había recuperado el conocimiento y tenía un hematoma en la sien. Al parecer, había caído y se había golpeado la cabeza con la mesilla de noche. Probablemente había sufrido una conmoción y eso era peligroso. Al examinar su ropa encontró algo que podía comprometer seriamente su reputación pero decidió ocultarlo y ahorrarle esa humillación.

Recogió del suelo su ropa y la toalla ensangrentada e hizo una seña a King y Alan de que entraran en la habitación. Amelia yacía de bruces sobre la cama. Tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad. El olor dulzón que invadía la estancia hacía la atmósfera prácticamente irrespirable.

-Alguien debería encargarse de lavar toda esa ropa, pero temo que se extienda el rumor de lo ocurrido si avisamos a una lavandera del pueblo -dijo el médico-.

Creo que lo mejor será quemarla.

-Yo me encargo de eso -intervino Alan-. ¿Cómo está, doctor?

-Tiene una fuerte conmoción. No es aconsejable moverla de aquí. Debe permanecer bajo observación hasta que recupere el conocimiento. Supongo que saben que las conmociones cerebrales pueden ser fatales.

-Uno de mis hombres murió después de recibir un fuerte golpe en la cabeza-dijo King.

-La señorita Howard corre el mismo riesgo.

-Yo me quedaré con ella-dijo King.

-¡Magnífico! -exclamó Alan con tono sarcástico-. Y si despierta y te encuentra a su lado empezará a gritar como una posesa. ¿Qué harás entonces?

-No pienso dejarla sola ni un minuto-replicó King desafiante-. Ya veremos qué pasa cuando recobre el conocimiento.

-¿Y cómo sé yo que no volverás a las andadas?

-Sabes que puedes confiar en mí -musitó King con la vista fija en la figura que yacía en la cama.

Alan sintió pena por su hermano y se serenó.

-Está bien -suspiro-. Yo me ocuparé de todo. Creo que le diré a mamá que venga.

-De acuerdo -replicó King, incapaz de hilvanar sus pensamientos.

-Creo que deberíamos llevarnos al señor Howard -propuso el policía-. Podría sufrir un nuevo shock si despierta y se encuentra con el cadáver de su padre.

-No tardaré -prometió Alan, disponiéndose a marchar.

El doctor también se marchó a realizar otras visitas urgentes y prometió volver cuanto antes. El policía llamó al forense, y éste ordenó retirar el cadáver de Hartwell Howard y trasladarlo a la funeraria.

King se quedó a solas con Amelia. Abrió las ventanas para que la brisa de la noche aireara la habitación. La sangre había estropeado la alfombra y Alan había tenido que llevársela con el resto de las cosas, entre las que el doctor había incluido discretamente la ropa interior de Amelia. King imaginaba por qué Amelia había dejado la ropa en el suelo en vez de colgarla cuidadosamente en el armario, como solía hacer. Amelia tenía la intención de deshacerse de ella y de todo lo que pudiera recordarle lo ocurrido entre ellos aquella tarde.

Apesadumbrado, se sentó en el borde de la cama y acarició el rubio cabello que enmarcaba su pálido rostro.

-Perdóname, Amelia -murmuró sintiéndose más culpable que nunca-. Yo no lo sabía.

Pero Amelia no le contestó ni se movió. El recuerdo de su dulce sonrisa lo acongojaba. ¡Se había entregado con tanta ternura! No podía creer que el cuerpo que había poseído aquella misma tarde, tan lleno de vida, fuese ahora una masa de carne inerte bajo un montón de mantas. Ella le había suplicado que la besara y sus brazos le habían acogido. Había querido demostrarle que tenía todo lo que él deseaba en una mujer, y él la había correspondido traicionándola. Cuando cerraba los ojos la primera imagen que acudía a su mente era la de Hartwell Howard azotando sin piedad la delicada espalda de Amelia. ¿Cómo había sido capaz de hacerle una cosa así?

King sólo había querido hacerle entender que Amelia no podía casarse con Alan, pero había ido demasiado lejos. Reconocía que no se había comportado como un caballero pero había perdido la cabeza al pensar que Alan y Amelia planeaban casarse y vivir en su propia casa. No habría podido soportarlo.

Incapaz de permanecer sentado, King empezó a pasearse por la habitación intentando no pensar en nada pero los recuerdos de esa tarde se agolpaban en su cabeza, atormentándole. Amelia anhelando sus besos. Amelia en sus brazos. Las lágrimas de Amelia cuando él la había avergonzado. ¡Amelia recibiendo una paliza a manos de su padre!

Se cubrió el rostro con las manos y gimió con desesperación. Si moría por su culpa, ¿qué iba a ser de él? En ese momento oyó pasos en la escalera y segundos más tarde sus padres y Alan entraron en la habitación. Alan estaba más sereno pero nadie se atrevía a moverse o a hablar demasiado alto, como si estuvieran en un ve-latorio.

-¿Todavía no ha vuelto en sí? -musitó Enid.

King sacudió la cabeza. Tenía el cabello revuelto y el rostro desencajado.

Parecía tan afectado que Enid decidió posponer la regañina que traía preparada.

-Una conmoción es algo muy serio -comentó Brant.

-Se recuperará -dijo Alan-. Es una mujer muy fuerte. Sin embargo, King tenía sus dudas. Amelia había demostrado que era muy valiente pero tenía sus razones para desear la muerte. Afortunadamente, nadie sabía hasta dónde había llegado su crueldad para con ella. Se había limitado a insinuar que Amelia se había mostrado dispuesta a hacer cualquier cosa por él pero no había mencionado que en realidad ya lo había hecho. Sin embargo, ese simple comentario podía acabar con su reputación.

Estaba seguro de que cuando Amelia despertara y recuperara la memoria no querría seguir viviendo. Frunció el entrecejo. ¿Se sentiría tan desesperada como para hacer una cosa así? ¿Qué iba a ser de él si por su culpa Amelia decidía acabar con su vida?

-Intenta tranquilizarte-dijo su madre acariciándole el cabello-. ¿Por qué no vas a la cocina y preparas café? Pero King no deseaba separarse del lado de Amelia y no se movió.

-Por favor, King -insistió su madre.

-Está bien -dijo, levantándose de mala gana. Mientras estaba en la cocina su padre entró y se sentó frente a él.

-Enid acaba de encontrar algo sorprendente en el armario de Amelia: montones de libros. Apuesto a que su padre no sabía que los escondía allí.

-¿Qué clase de libros? -preguntó King maliciosamente-. ¿Novelas de amor?

-Nada de eso. Hay filosofía clásica en griego y latín, poesía francesa y cosas así. Deben ser de Quinn porque su nombre aparece en la primera página en todos pero las anotaciones que hay en el interior son de Amelia.

King sacó dos tazas de porcelana del aparador y sirvió el café.

-Nunca me lo dijo -murmuró tristemente. -Seguramente temía que fueras con el cuento a su padre -replicó Brant-. Ahora entiendo por qué apreciaba tanto a Alan.

Él es la antítesis de Hartwell Howard. -Supongo que tienes razón -admitió King, empezando a comprender muchas cosas.

-Quinn no puede ocuparse de ella como es debido, así que tu madre y yo hemos decidido llevárnosla al rancho. Allí estará bien atendida.

-¿Ha avisado alguien a Quién? -preguntó King. -Hemos mandado una nota a Alpine. Imagino que este incidente perjudicará seriamente vuestra amistad pero debe saberlo. Hartwell Howard era su padre y Amelia es su hermana.

-Por más que lo intento no encuentro justificación a mi comportamiento -se lamentó King.

-Por supuesto que no -exclamó su padre-. ¿Qué explicación podría tener?

-Sólo quería evitar a Alan un matrimonio desdichado. Él se merece una mujer con más carácter.

-Sabes perfectamente que Alan no necesita a una mujer con carácter -replicó Brant-. Él es un hombre tranquilo y de gustos refinados. Le conviene una mujer de esas características. Lo que ocurre es que querías a Amelia para ti y no podías soportar que ella prefiriera a Alan -le recriminó su padre.

Por un segundo, la mano de King pareció temblar.

-¿Y qué si fuese así? -replicó, sobreponiéndose-. Eso no cambia el hecho de que Amelia no sirve para llevar un rancho. Ya he escogido a la que será mi mujer y lo he hecho con la cabeza, no con el corazón.

King prefería ignorar el hecho de que Amelia podía estar embarazada. Si Amelia estaba embarazada se vería obligado a casarse con ella y eso era lo último que deseaba, ya que sabía que sus encantos podían hacerle perder la cabeza. No podía arriesgarse a que ocurriera otra vez. Todo iba a salir bien. Amelia se recuperaría y quizá regresara a Atlanta.

-Es tu vida y puedes hacer con ella lo que te plazca -dijo Brant-, pero yo no me casaría con Darcy aunque fuera la única mujer de Texas.

-Como bien has dicho, se trata de mi vida -replicó King fríamente.

Brant regresó de nuevo a la habitación de Amelia con dos tazas de café para Alan y Enid. King prefirió salir a fumar un puro. Al poco rato, Alan bajó a buscarle. -Empieza a volver en sí -anunció.

-¿Ha dicho algo? -preguntó King ansiosamente.

-Sólo se queja. Debe de dolerle terriblemente.

-El doctor Vázquez volverá pronto. Hasta entonces podemos darle el sedante que dejó aquí. Eso la ayudará a dormir.

Alan asintió.

-A pesar de las precauciones que hemos tomado, todo el pueblo se enterará de lo ocurrido. Por eso hemos decidido que lo mejor es llevarla a Látigo hasta que esté completamente restablecida.

King no contestó. Estaba pensando en cómo iba a enfrentarse, día tras día, a la inocente víctima de su crueldad.

-Pienso casarme con ella-dijo Alan repentinamente. King abrió la boca para protestar pero Alan no le dejó hablar.

-He dicho que me voy a casar con ella y no se hable más -sentenció-. Has deshonrado a dos buenas familias. No voy a permitir que empujes a Amelia al suicidio.

-¡Por el amor de Dios! ¿Quién ha hablado de suicidio?

-¿Es que no ves que ni siquiera se defendió de su padre? -replicó Alan-. Si hubiera intentado huir habría marcas en sus brazos.

King tuvo que apoyarse contra la pared para no desfallecer.

-Sabía que su padre no tendría piedad -siguió Alan-. Seguramente quería morir para no sufrir más.

King sentía un peso tan insoportable sobre su conciencia que emitió un gemido.

-Si la gente se entera de esto su vida se convertirá en un auténtico infierno, aunque no haya pasado nada entre vosotros -añadió Alan, sin conocer la realidad de la situación-. Quiero ofrecerle la protección de mi apellido.

-Amelia no te quiere -masculló King.

-¿Acaso crees que te quiere a ti? -replicó Alan con sarcasmo-. Si alguna vez estuvo enamorada de ti, puedes estar seguro de que se ha acabado.

-¿Qué quieres decir?

-¿Cómo has podido estar tan ciego? Recuerdo que en una ocasión reconoció que lo daría todo por una sonrisa tuya. Solía vestirse con sus mejores ropas para atraer tu atención pero tú nunca te fijaste y mientras estuvo en Látigo todo el mundo se dio cuenta de que se echaba a temblar cada vez que te acercabas a ella.

Sus ojos te seguían a todas partes. Darcy sabe que le duele veros juntos y aprovecha cualquier ocasión para burlarse de sus sentimientos, de los que, al parecer, todo el mundo está al corriente menos tú.

De todas las revelaciones que le habían sido hechas, aquélla era sin duda la más sorprendente. Se había preguntado una y otra vez por qué Amelia había prescindido de las rígidas convenciones sociales para entregarse a él tan dócilmente. Ahora debía enfrentarse a la verdad: Amelia le quería. Sintió asco y repugnancia al recordar el trato que le había dispensado. A pesar de ser consciente de su atractivo, King había olvidado qué era sentirse deseado físicamente por una mujer y, temeroso de que la única razón para abandonarse en sus brazos fuese la codicia, había adoptado una actitud fría y a la defensiva. Amelia había querido demostrarle que le quería y él la había traicionado. Alan tenía razón. Amelia tenía motivos para odiarle visceralmente. Arrojó el puro al suelo y contempló cómo la llama azulada se extinguía lentamente.

-Ya sé que no sientes nada por ella -continuó Alan más tranquilo-. No era mi intención burlarme de tu falta de sentimientos pero has de comprender que Amelia es

como una hermana para mí y que su futuro me preocupa. Quiero cuidar de ella.

-Eso no basta -masculló King.

-Será suficiente -replicó su hermano-. Viviremos felices y nuestros hijos nos mantendrán unidos.

No podía callar durante más tiempo. Alan debía saber que posiblemente ya había un hijo en camino. Sin embargo, le aterrorizaba pensar que fuese así. Se repetía una y otra vez que era una probabilidad muy remota. Al fin y al cabo, todo había sucedido muy deprisa y no había resultado nada agradable para Amelia, lo que reducía la posibilidad de un embarazo. King suspiró, deseando saber más sobre los secretos de la vida. Sólo le quedaba esperar que no hubiera consecuencias imprevistas pero no podía permitir que Alan se casara con ella sin saber que...

-Alan, debo decirte... -empezó.

-¡King! ¡Alan! -les llamó su madre desde la puerta-. ¡Amelia ha despertado!

Los dos hermanos se precipitaron escaleras arriba; uno, esperanzado; el otro, asustado.

Brant estaba de pie junto a la cama y parecía perplejo. Hizo una seña a sus hijos de que se acercaran.

King llegó el primero junto a Amelia. Si ella le odiaba debía saberlo antes que nadie y aguantar el chaparrón como un hombre.

-¿Amelia? -dijo suavemente, inclinándose sobre su dulce rostro y mirando aquellos hermosos ojos castaños. Ella pestañeó.

-Mi espalda... -gimió-. Me duele mucho... ¿Porqué está vendada?

-Ha sufrido un... accidente -contestó King-. Amelia, yo...

Amelia le miraba con curiosidad y recelo, pero en sus ojos no había rastro de odio. King se sintió el hombre más feliz del mundo y olvidó sus temores. Ella no podía

odiarle y mirarle así. Contuvo la respiración mientras la felicidad le iluminaba el rostro. Nunca se había sentido tan dichoso, y todo porque Amelia no le odiaba. La contempló extasiado y pensó que era preciosa.-¿Puedo... hacerle... una pregunta?

-dijo Amelia.

-Naturalmente. ¡Pregúnteme todo lo que quiera!

-¿Quién es... usted?

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