Amazon

Amazon


2. Del empleado número 11 a su propio jefe

Página 5 de 19

2

 

Del empleado número 11

a su propio jefe

 

 

 

Si no quieres ser criticado, por el amor de Dios, no hagas nada nuevo.

JEFF BEZOS

 

 

El amor de Jeff Bezos por la informática se remonta a 1974, cuando él y sus amigos trasteaban con el procesador de datos de la escuela primaria. Durante sus años en el instituto ahondó en la materia gracias al acceso a un Apple II plus que Mike y Jackie le regalaron y que le permitió desarrollar la suficiente curiosidad para interesarse por las ciencias informáticas en su desembarco en Princeton. Un arranque que fue mucho más tumultuoso de lo que el joven Bezos esperaba, especialmente porque su principal objetivo era licenciarse en física, un área donde la Ivy League destacaba por su excelente currículum en la materia. Sin embargo, aquella clase de mecánica cuántica, donde al lado de Jeff había otra treintena de alumnos, se convirtió en un pequeño calvario.10 No porque no consiguiera buenas notas sino porque se dio cuenta de que su cerebro no estaba formateado para entender conceptos tan abstractos mientras otros compañeros mucho más dotados entendían a la primera los enrevesados problemas. Jeff necesitaba al menos doce horas para resolver los ejercicios, un hecho frustrante para alguien que hasta entonces era capaz de captar conceptos y cifras al instante.

Al mismo tiempo, Bezos también se registró en clases de ciencias informáticas, donde no sólo aprendió a piratear ordenadores sino también a entender la fisionomía de una máquina regida por algoritmos y matemáticas, algo que además de fascinante le parecía divertido. Dicha fascinación se hizo patente durante los veranos venideros. En 1984 el joven trabajó durante los meses de calor en Noruega, donde Exxon había trasladado a su familia temporalmente. Es por ello que Jeff decidió aceptar un empleo durante un tiempo como programador para la petrolera, donde desarrolló un modelo para calcular los royalties de la compañía. Al año siguiente optó por pasar el hastío estival a bordo de IBM y trasladarse hasta el Centro de Investigación de Santa Teresa que el gigante informático mantiene en San José. Jeff dejó boquiabierto a más de uno cuando consiguió reescribir la interface de IBM en sólo 72 horas, un trabajo para el que inicialmente contaba con varias semanas.

Aparte de las clases, los libros y sus experiencias laborales, el paso de Bezos por la universidad desarrolló su pasión por el beer pong, un juego muy popular entre los jóvenes estadounidenses, donde el objetivo es conseguir introducir una pelota de ping-pong en un vaso de cerveza. Bezos, al contrario que otros chavales de su edad, no se convirtió en un rompecorazones ni en un donjuán durante su estancia en Princeton. Con toda su atención centrada en los estudios, Jeff logró licenciarse en ingeniería y ciencias informáticas, con una nota final de 3,9. Con un excelente expediente académico y una sonrisa contagiosa, el joven quizá no tuvo demasiado éxito, o, mejor dicho, interés por el público femenino, pero nada más graduarse, compañías de la talla de Intel, AT&T o Andersen Consulting intentaron seducirlo con sugerentes ofertas de trabajo.

Uno de sus compañeros de clase, E. J. Chichilnisky, actualmente profesor de neurobiología, recuerda a Bezos como una persona brillante y exageradamente organizada. Precisamente, la buena impresión y el carácter dicharachero de Bezos hicieron que Chichilnisky recomendase al joven Jeff a su madre, Gabriela Chichilnisky, por aquel entonces una pionera de la red, en un momento en que internet como tal no existía.

En ese tiempo, la profesora de la Universidad de Columbia, otra prestigiosa Ivy League, acababa de fundar junto con otros dos compañeros una compañía llamada Fitel. El objetivo de la empresa era crear la primera Bolsa de Valores internacional operada a través de una red virtual. Eso sí, insistamos en que por aquel entonces, hace casi tres décadas, internet aún no se había desarrollado. Sin embargo, la idea de crear una plataforma mundial para la compraventa de activos sin la necesidad de sucumbir a todas las regulaciones patrias de los países implicados resultaba un aliciente formidable.

«Me fue muy difícil encontrar a la gente perfecta para este proyecto», reconoce Chichilnisky, una de las mentes encargada de dar vida al Protocolo de Kioto, especialmente en lo que se refiere a la regulación del mercado de carbono. Pero su hijo, quien se graduó en matemáticas en Princenton, le presentó a uno de sus compañeros. «Pensé que Jeff era adorable, casi como un alienígena muy delgado, con ojos grandes y sobre todo una gran sonrisa… siempre muy alegre y positivo», recuerda.

Para Gabriela, la conexión con Bezos fue instantánea. Una de las cualidades claves de Jeff era que carecía de una estructura. «No contaba con una barrera psicológica a la hora de hacer las cosas», explica Chichilnisky. Mientras otras personas se cuestionan su capacidad de trabajo, interponiendo estructuras como, por ejemplo, qué opinará su entorno más cercano, Bezos simplemente pensaba la tarea en cuestión, y, si tenía sentido para él, la llevaba a cabo sin mayor disfunción. Una forma refrescante de trabajar, ya que no contaba con ningún tipo de «cuelgue psicológico» a la hora de afrontar un reto.

Es por ello que junto con un total de sesenta programadores, Bezos, el empleado número 11, consiguió diseñar e implantar un sistema conocido como Equinet, que permitió la compra y venta virtual de activos en todo el mundo. En un momento en que internet aún se estaba gestando, hubo que utilizar paquetes de conmutación de redes pertenecientes a AT&T para generar una red virtual propia. La primera prueba de fuego llegó cuando el desaparecido banco de inversión Salomon Brothers se interesó por implantar este sistema. Con oficinas en Nueva York, Londres y Tokio, la entidad quiso asegurarse de que era capaz de realizar cambios en sus portafolios entre sus despachos distribuidos en tres continentes distintos antes de operar con clientes externos.

«No puede ser verdad, estoy hablando con Tokio y Londres al mismo tiempo», dijo uno de los traders de la mesa de inversión de la Gran Manzana el día en que el sistema entró en funcionamiento. Incrédulo, el operador recibió la confirmación de la orden realizada a las oficinas internacionales. Lo que demostró el éxito de la red virtual creada por Fitel. Durante aquella época, Bezos viajaba constantemente entre Tokio, Londres y Nueva York, a tal punto que llegó a memorizar y conocer como la palma de su mano la numeración y distribución de los asientos de los aviones en los que viajaba. Al menos así se lo confesó a Gabriela durante uno de los múltiples almuerzos que el grupo de programadores de Fitel solía celebrar casi a diario en Londres. Siempre sonriente, en ningún momento rechistó o se quejó de su ajetreada agenda. En 1987, con tan sólo veintitrés años, Bezos se convirtió en director asociado de tecnología y desarrollo de negocio, básicamente la segunda posición más importante dentro de la pequeña start-up.

Jeff destacaba por su pensamiento abstracto y sobre todo por no preocuparse en absoluto de lo que la gente pensaba de él. Cuando Bezos es preguntado sobre su labor en Fitel, siembre suele destacar que el reto de trabajar en dicha compañía era su excesiva especialización y sus complejos problemas, una prueba que demuestra que, desde muy temprano en su carrera, Jeff aspiraba a la simplificación de las masas, un hecho que ha quedado más que demostrado con Amazon. «Esto es bastante sorprendente», asegura Chichilnisky. Al fin y al cabo, Bezos rompe la norma de alguien extremadamente inteligente y apasionado por resolver tareas muy complejas. «Busca simplificar y obtener la mayor cuota de mercado posible para contar con el mayor número de clientes e información —señala Gabriela—. Es demasiado comercial, ya no se emociona como antes.»

Después de dos años ingeniando la mejora de los protocolos de comunicación en Fitel, algo que ahorró más de un 30 por ciento en costes a la compañía, Bezos comenzó a sentir la necesidad de un cambio de aires profesional. En busca de nuevos retos, el joven Jeff decidió seguir militando en las filas de Wall Street pero, al contrario de lo que muchos creen, fuera de las jugosas mesas de inversión. En un momento en que los clientes de las firmas de inversión estaban acostumbrados a recibir la evolución de sus cuentas en papel, a través de masivos volúmenes de folios y con un evidente retraso, Jeff se encargó de liderar un equipo de seis personas que desarrolló un programa que permitió a los usuarios de Bankers Trust consultar al instante la rentabilidad de su dinero, una red de comunicación conocida como BTWorld. Otra revolución orquestada por Bezos, que volvió a casar la informática con el mundo de los tiburones bursátiles.

Por aquel entonces, Bankers Trust era una de las vacas sagradas de Wall Street, con un portafolio de 250.000 millones de dólares en fondos de pensiones y otros activos que gestionar. De hecho, la compañía era la encargada de gestionar los planes de jubilación, que en Estados Unidos en buena parte se basan en inversiones en Bolsa, de más de un centenar de entidades enlistadas en el ranking Fortune 500, que engloba a las empresas más importantes del país.

Según relata Harvey Hirsch, uno de sus superiores por aquel entonces, Jeff plantó cara a aquellos que mostraron su reticencia a utilizar un sistema de estas características. «Creo en esta tecnología y os demostraré que funciona»,11 reiteró una y otra vez el joven a sus detractores. Fiel a sus palabras, el software fue un completo éxito, de ahí que el consejo de administración de Bankers Trust le ascendiera hasta el puesto de vicepresidente en febrero de 1990. Bezos volvió a hacer historia, al convertirse en el ejecutivo más joven de la entidad financiera. Sin embargo, de nuevo, su vena emprendedora le hizo tantear la posibilidad de distanciarse del sector financiero y probar suerte en una compañía tecnológica.

Fue entonces cuando Jeff conoció a Halsey Minor, otro gurú de Silicon Valley y fundador de la web CNET.com, quien por aquel entonces trabajaba para Merrill Lynch. A bordo de uno de los bancos de inversión más importantes del mundo, Minor fue el artífice de desarrollar una red de comunicación interna entre los empleados de la entidad, un proyecto muy similar a los que Bezos había realizado a bordo de Fitel y Bankers Trust, un nexo común que pronto derivó en la intención de desarrollar una idea en la que Minor estaba extremadamente interesado: crear un servicio de noticias a través de fax que permitiría a los distintos clientes suscribirse a un temario particular de su elección.

Aquél fue un proyecto que en la era de las redes sociales, el dominio de Google y los smartphone suena poco creativo y algo jurásico, pero que a comienzos de la década de los noventa habría revolucionado el mercado de la información. En un primer momento, Merrill Lynch estuvo dispuesto a financiar la propuesta, pero sus intenciones no llegaron a materializarse por lo que el plan cayó en el olvido antes de empezar. No mucho después, cuando Amazon no era ni siquiera una idea, Minor fundó CNET, una web de noticias tecnológicas que rompió moldes y marcó tendencia durante el boom de las dot.com. Su fundador logró hacerse de oro con la venta del portal en 2008 a CBS por un total de 1.700 millones de dólares. Dicho esto, tras varios traspiés en el sector inmobiliario y otras inversiones frustradas, Minor se vio obligado a declararse en quiebra a mediados de 2013. Sus deudas oscilaban por entonces entre los 50 y los 100 millones de dólares, y sus acreedores superaban las seis decenas.

Tras su periplo en la trastienda de la banca de inversión, Jeff intentó cambiar el rumbo de su destino para dar rienda suelta a su vena emprendedora. Durante la caza y captura de un nuevo empleo, Bezos explicó a los headhunters, como se conoce en Estados Unidos a los cazatalentos corporativos, que su sueño era trabajar para una compañía tecnología donde pudiera desarrollar lo que él denominaba «segunda fase» de la automatización. Su explicación sobre este concepto era la siguiente: «Comúnmente, a lo largo de mi vida he trabajado en la primera fase de automatización, es decir, cuando se usa la tecnología para llevar a cabo procesos empresariales pero de forma más rápida y eficaz».12 Como ejemplo podríamos considerar los códigos de barras que se utilizan en los supermercados a la hora de ordenar y procesar pagos e inventario. Sin embargo, el segundo peldaño de este proceso implicaba algo distinto, ya que buscaba «cambios fundamentales que puedan transformar el proceso de un negocio y hacer las cosas de forma completamente distinta». Bezos buscaba así «una revolución» y no «una evolución».

Pese a que el joven tenía clara su intención de alejarse de una vez por todas del sector financiero, uno de los cazatalentos encargados de encontrar el empleo perfecto para Jeff terminó por convencerlo para mantener un encuentro con David Shaw, el fundador del fondo D. E. Shaw & Co. La entidad, fundada en 1988 y en la actualidad con activos por más de 30.000 millones de dólares, era descrita como «la fuerza más intrigante y misteriosa de Wall Street», según la revista Fortune, especialmente en un momento en que las inversiones a través de ordenadores y algoritmos no formaban parte del día a día de los bancos y las entidades financieras.

Sin embargo, Shaw, un ingeniero informático con un doctorado por la Universidad de Stanford, otra Ivy League, logró conquistar intelectualmente a Bezos, quien reconoció más tarde que era un placer conversar con su jefe, «una de esas personas con el lado izquierdo y el derecho del cerebro desarrollados por igual».13 Con esta afirmación, Jeff quiso referirse a la capacidad de Shaw de tener una sensibilidad artística, creativa y literaria además de un envidiable talento para los números y la informática. «Es un placer mantener conversaciones con alguien así», añadió Bezos.

De hecho, este talante permitió a Shaw cosechar una fortuna multimillonaria. Entre ordenadores y algoritmos, D. E. Shaw consiguió desarrollar un programa que daba órdenes de compra y venta sobre una acción generando un suculento beneficio para la compañía. Así, si una acción se cambiaba a 199 dólares en Nueva York y a 200 dólares en Londres, el software de la entidad compraba el activo en Nueva York y lo vendía posteriormente en Londres. Aunque sobre el papel un dólar de beneficio suene a broma, cuando hablamos de la compra y venta de millones de acciones a diario, incluso un centavo de dólar puede marcar la diferencia.

La química entre Shaw y Bezos fue más que evidente. No debemos olvidar que D. E. Shaw no era una entidad financiera típica, como Salomon Brothers o Bankers Trust. Su plantilla estaba formada por un selecto grupo de ingenieros informáticos, por lo que el ambiente era más relajado y mucho más friki que en el resto de Wall Street. Prueba de ello era la cultura corporativa de la empresa, donde no había un código a la hora de vestir ni tampoco a la hora de tomarse unas vacaciones. «Coges tiempo libre cuando lo necesites y te convenga», era el mantra por el que se regía Shaw. Una vez más, queda patente que el espíritu libre y desenfadado que gobierna actualmente la política laboral de compañías como Google o Facebook ya se implantó mucho antes, en sectores poco comunes como el financiero.

Jeff comenzó a trabajar para el fondo en diciembre de 1990 y su ascenso dentro de D. E. Shaw no tuvo precedentes. Dos años después de haber fichado por la compañía, el joven de veintiocho años era uno de sus cuatro directores, con más de 24 empleados a su cargo y un salario anual que rondaba el millón de dólares. Su misión principal era encontrar y desarrollar oportunidades de negocio en un variopinto abanico de sectores, desde el tecnológico hasta las aseguradoras. Sin embargo, a bordo de la compañía, Jeff descubrió las dos pasiones de su vida: su mujer, MacKenzie Tuttle, e internet.

Ir a la siguiente página

Report Page