Amadeus

Amadeus


Acto primero

Página 5 de 10

JOSEPH. — Las ideas sencillamente fluyen de él a borbotones… ¿no es así, Strack?

STRACK.

— Sin fin, señor. (Como sí le diera una propina.) Muy bien, Salieri.

JOSEPH. — ¡Permitidme el placer de presentaros! Compositor de Cámara Salieri… Herr Mozart, de Salzburgo.

SALIERI. — (Zalameramente, a MOZART.) Finalmente. Che gioia. Che diletto straordinario. (Le dedica una pulida reverencia y ofrece la copia de su música al otro compositor, que la acepta con un torrente de italiano.)

MOZART. — Grazie Signore! Mille millione di benvenuti! Sono commosso. E un onore eccezionale incontrarui! Compositore brilliante e famossisimo! (Corresponde con una reverencia elaborada y ostentosa.)

SALIERI. — (Secamente.) Grazie.

JOSEPH. — Decidme, Mozart, ¿habéis recibido nuestro encargo para la Ópera?

MOZART. — ¡En efecto, Majestad! ¡No tengo palabras para agradecéroslo!… Os juro que tendréis lo mejor… el espectáculo más perfecto que se ofreció jamás a un monarca. Ya he encontrado un libreto.

ROSEMBERG. — (Alarmado.) ¿De veras? ¡No me lo habíais dicho!

MOZART. — Perdonadme, Herr Director, olvidé totalmente comunicároslo.

ROSEMBERG. — ¿Puedo preguntar por qué?

MOZART. — No me pareció demasiado importante.

ROSEMBERG. — ¿No os pareció importante?

MOZART. — No. Realmente, no.

ROSEMBERG. — (Irritado.) Es importante para mí, Herr Mozart.

MOZART. — (Embarazado.) Sí, ya lo veo. Desde luego.

ROSEMBERG. — ¿Y puedo saber de quién es?

MOZART. — Stephanie.

ROSEMBERG. — Un hombre sumamente desagradable.

MOZART. — Pero un escritor brillante.

ROSEMBERG. — ¿Lo creéis así?

MOZART. — La historia es realmente divertida, Majestad. Todo el enredo tiene lugar en un (se ríe)… en un… Tiene lugar en un…

JOSEPH. — (Impaciente.) ¿Dónde? ¿Dónde sucede?

MOZART. — Es… es… ¡un tanto atrevido, Majestad!

JOSEPH. — ¡Sí, sí! ¿Dónde?

MOZART. — Bien, de hecho tiene lugar en un serrallo.

JOSEPH. — ¿Un qué?

MOZART. — El harem de un pachá. (Se ríe frenéticamente.)

ROSEMBERG. — ¿Y vos os imagináis que ese es un tema apropiado para ser representado en un Teatro Nacional?

MOZART. — (Asustado.) ¡Sí! ¡No! Sí; quiero decir, si; sí, lo creo. ¿Por qué no? Es muy gracioso, es divertido… Por mi honor… Majestad… no hay nada ofensivo en absoluto. Está lleno de características virtudes alemanas, ¡lo juro!…

SALIERI. — (Dulcemente.) Scusate, Signore, pero ¿cuáles son esas virtudes? Siendo extranjero no estoy seguro.

JOSEPH. — Estáis siendo cattivo, Compositor de Cámara.

SALIERI. — En absoluto, Majestad.

JOSEPH. — Sí, adelante, Mozart. ¡Citadnos una característica virtud alemana!

MOZART. — El amor, señor. Todavía estoy por verlo expresado en alguna ópera.

VAN SWIETEN. — Una buena respuesta, Mozart.

SALIERI. — (Sonriendo.) Scusate. Yo tenía la impresión de que raramente vemos otra cosa expresada en la ópera.

MOZART. — Me refiero al amor auténtico. No al de sopranos machos dando alaridos. O a estúpidas parejas poniendo los ojos en blanco. Toda esa absurda basura Italiana… (Pausa. Tensión.) Me refiero al verdadero amor.

JOSEPH. — ¿Y conocéis vos el verdadero amor, Herr Mozart?

MOZART. — Con vuestra venia, creo que sí, Majestad. (Suelta una risa corta.)

JOSEPH. — Bravo. ¿Cuándo creéis que estará hecho?

MOZART. — El primer acto ya está terminado.

JOSEPH. — ¡Pero hace tan sólo dos semanas que empezasteis!

MOZART. — Componer no es difícil cuando se tiene el público adecuado a quien complacer, señor.

VAN SWIETEN. — Una respuesta encantadora, Majestad.

JOSEPH. — En efecto, Barón. ¡Fiestas y fuegos artificiales! ¡Veo que vamos a tener fiestas, y fuegos artificiales! Au revoir Monsieur Mozart. Soyez bienvenu a la court.

MOZART. — (Con experta rapidez.) Majesté je suis corrible d’honneur d'étre accepté dans la maison du Pére de tous les musiciens. Servir un monarque aussi plein de discernement que votre Majesté, c’est un honneur qui dépasse le sommet de mes dus! (Una pausa. El Emperador se ha quedado perplejo ante este diluvio de francés.)

JOSEPH. — Ah. Bien… Os dejo señores, para que os vayáis conociendo mejor.

SALIERI. — Buen día, Majestad.

MOZART. — Votre Majesté. (Ambos se inclinan.) (JOSEPH sale.)

ROSEMBERG. — Buen día a todos.

STRACK. — Buen día. (Siguen al Rey.)

VAN SWIETEN. — (Estrechando su mano afectuosamente.) Bienvenido, Mozart. Nos veremos con frecuencia. ¡Estad seguro!

MOZART. — Gracias. (Se inclina. El Barón sale. MOZART y SALIERI quedan a solas.)

SALIERI. — Bene.

MOZART. — Bene.

SALIERI. — Yo también os deseo éxito con vuestra ópera.

MOZART. — Lo tendré. Va a ser magnífica. Debo deciros que ya he encontrado una cantante realmente excelente para el papel principal.

SALIERI. — ¡Oh! ¿Quién es?

MOZART. — Su nombre es Cavalieri. Katherina Cavaliere. En realidad es alemana, pero cree que el ostentar un nombre italiano promocionará su carrera.

SALIERI. — Tiene mucha razón. Fue idea mía. En realidad ella es mi alumna preferida. A decir verdad es una niña muy cándida. Tonta, como suelen serlo las jóvenes cantantes… pero no tiene más que veinte años. (Sin énfasis, MOZART congela su movimiento y SALIERI se adelanta unos pasos con naturalidad para hacer un fácil aparte.) (Al público.) Había mantenido mis manos apartadas de Katherina, ¡sí! Pero no podía soportar la idea de que la tocase otra persona… ¡Y menos aún él!

MOZART. — (Recobrando movimiento.) ¡Sois un buen camarada, Salieri! Y eso que escribisteis para mí es una “cosita” muy alegre.

SALIERI. — Fue un placer.

MOZART. — Dejadme ver si puedo recordarlo. ¿Me permitís?

SALIERI. — ¡Cómo no! Es vuestro.

MOZART. — Grazie, Signore. (MOZART arroja el manuscrito sobre la tapa del pianoforte, donde no puede verlo, se sienta al instrumento y toca la marcha de bienvenida de SALIERI perfectamente de memoria… al principio lentamente, recordándola… pero luego, en la repetición de la melodía, muchísimo más rápido.) El resto es todo igual, ¿no? (La termina con insolente velocidad.)

SALIERI. — Tenéis una memoria notable.

MOZART. — (Encantado consigo mismo.) Grazie ancora, signore (Toca de nuevo los siete compases iniciales, pero esta vez se detiene en el intervalo del cuarto y lo toca de nuevo con desagrado.) No funciona realmente esta cuarta… ¿No?… Probemos la tercera arriba… (Lo hace y sonríe feliz.) ¡Ah, sí!… ¡Bien!

(Repite el nuevo intervalo, modificándolo hábilmente con el conocido arpegio de trompeta militar que caracteriza la famosa marcha de Las Bodas de Fígaro “non più andrai”. Luego, utilizando el intervalo… probando… delicadamente… nota por nota, en el agudo… empieza poco a poco a tocar la famosa melodía. Toca sin parar, improvisando felizmente lo que es virtualmente la marcha que ahora conocemos, riendo gozosamente cada vez que llega al intervalo corregido. SALIERI le observa con una adecuada sonrisa pintada en el rostro. La interpretación de MOZART se va haciendo más y más exhibicionista, mostrando al público el formidable virtuoso que es. Durante todo el tiempo permanece inconsciente de la afrenta que está cometiendo. Finalmente termina la marcha con una serie de floreos y acordes triunfales. Una incómoda pausa.)

SALIERI. — Scusate. Debo irme.

MOZART. — ¿De veras? (Levantándose y señalando el teclado.) ¿Por qué no intentáis vos una variación?

SALIERI. — Gracias, pero debo atender al Emperador.

MOZART. — Ah.

SALIERI. — Ha sido muy grato conoceros.

MOZART. — ¡Para mi también!… ¡Y gracias por la Marcha!

(MOZART recoge la partitura de encima del pianoforte y sale alegremente. Una breve pausa. SALIERI se dirige hacia el público. Las luces disminuyen a su alrededor.)

SALIERI. — (Al público.) ¿Fue entonces… tan pronto… cuando comencé a pensar en el asesinato?… Creo que no: al menos no en cuanto a la muerte física. En el Arte, sin embargo, era una cuestión diferente. Decidí componer una tremenda ópera trágica: ¡algo que asombrase al mundo! Y tenía el tema. ¡Pondría música a la Leyenda de Danaius, que por un monstruoso crimen fue encadenado a una roca por toda la eternidad, con su cabeza herida reiteradamente por el rayo! Maliciosamente, en mi mente, veía a Mozart en aquella situación, aunque por el momento el hombre aún no corría absolutamente ningún peligro. Todavía no.

LA PRIMERA REPRESENTACIÓN DE “EL RAPTO DEL SERRALLO”

Cambia la luz, y el escenario se convierte en un teatro del siglo XVIII. La proyección del fondo muestra una hilera de candeleros que brillan suavemente. Los criados están en sillas y bancos. Por encima de ellos, de cara al público y atendiendo como si estuvieran viendo una ópera, se sientan el emperador JOSEPH, STRACK, ROSEMBERG y VAN SWIETEN. Junto a ellos: el kapellmeister BONNO y TERESA SALIERI. Un poco más atrás, CONSTANZE. Detrás de ella, CIUDADANOS de Viena.

SALIERI. — La primera representación de “El Rapto del Serrallo”. La expresión del amor humano, según la criatura. (MOZART entra animadamente, exhibiendo una nueva casaca chillona y una nueva peluca empolvada. Va rápidamente, contoneándose, hasta el pianoforte, se sienta a él y hace mímica de dirigir. SALIERI está sentado cerca, junto a su esposa, y observa a MOZART atentamente.) Al propio Mozart se le ocurrió lucir en esta ocasión una casaca aún más vulgar de lo que en él era habitual. En cuanto a su música, hacia juego totalmente con la casaca. Para mi querida discípula Katherina Cavalieri, escribió el aria más chillona que yo había oído jamás. (Escuchamos débilmente los silbantes pasajes de escala para soprano con que termina el aria “Martern aller arten”.) Diez minutos de escalas y fiorituras que, en resumen, daban como resultado una enorme futilidad. La pieza era, en efecto, tan ridícula…, tan acorde con lo que una joven soprano tonta podría desear…, que adiviné inmediatamente lo que Mozart había pedido a cambio. (Los últimos acordes orquestales del aria. Silencio. Nadie se mueve.) Aunque estaba a punto de casarse, ¡había poseído a Katherina! No me cabía la menor duda. (Bruscamente.) La criatura había seducido a mi querida alumna.

(Oímos ruidosamente el brillante final turco del “Serrallo”. Gran aplauso de los que están viviéndolo. MOZART se pone en pie de un salto y lo agradece. El Emperador se levanta… y todos los demás… y cortésmente hace un gesto de invitación hacia el “escenario”. KATHERINA CAVALIERI entra corriendo, con su vestido lleno de plumas y volantes, a recibir renovados aplausos y gritos de entusiasmo. Hace una reverencia al Emperador… SALIERI la besa… Le presenta a su esposa… Hace una reverencia a MOZART y, sonrojada por el triunfo, se retira a un lado. En el breve silencio que sigue CONSTANZE baja corriendo desde atrás, frenéticamente excitada. Se arroja sobre MOZART sin reparar siquiera en el Emperador.)

CONSTANZE. — ¡Oh! ¡Bravo, amorcito!… ¡Muy bien, gatito! (MOZART le indica la proximidad de Su Majestad.) ¡Oh…, disculpadme! (Hace una reverencia, avergonzada.)

MOZART. — Majestad, permitidme presentaros a mi prometida, Fraulein Weber.

JOSEPH. — Enchanté, Fraulein.

CONSTANZE. — Majestad.

MOZART. — Constanze también es cantante.

JOSEPH. — ¿De veras?

CONSTANZE. — (Avergonzada.) No… En absoluto, Majestad. ¡No seas bobo, Wolfgang!

JOSEPH. — Bien, Mozart… un gran trabajo. Indudablemente es un gran esfuerzo.

MOZART. — ¿De verdad os ha gustado, señor?

JOSEPH. — Me ha parecido muy interesante. Sí, en efecto. Un poquito… ¿Cómo lo diría? (A ROSEMBERG.) ¿Cómo lo diría, Director?

ROSEMBERG. — (Servilmente.) ¿Demasiadas notas, Majestad?

JOSEPH. — Muy bien expresado. Demasiadas notas.

MOZART. — No comprendo…

JOSEPH. — Mi querido amigo, no os disgustéis. Pero, en efecto, hay un determinado número de notas que es todo cuanto el oído puede escuchar durante una velada. ¿No es así, Compositor de Cámara?

SALIERI. — (Incómodo.) Bueno, sí; yo diría que sí; en definitiva, sí, Majestad.

JOSEPH. — Eso sí, es inteligente. Es muy alemán. Un trabajo de calidad. Simplemente, tiene demasiadas notas. ¿Comprendéis?

MOZART. — Hay exactamente tantas notas, Majestad, como son necesarias, ni más, ni menos. (Pausa.)

JOSEPH. — Ah… Bien, muy bien. (Se va bruscamente seguido por ROSEMBERG y STRACK.)

MOZART. — (Nervioso.) ¿Se ha enfadado?

SALIERI. — En absoluto. Os respeta por vuestras opiniones.

MOZART. — (Nervioso.) Eso espero… ¿Qué os pareció a vos, señor? ¿Os ha gustado la obra?

SALIERI. — Sí, por supuesto… en sus mejores momentos es realmente deliciosa.

MOZART. — ¿Y en otros momentos?

SALIERI. — (Con suavidad.) Bueno, sólo ocasionalmente, en otros momentos… el aria de Katherina, por ejemplo… era un poco excesiva.

MOZART. — Katherina es una joven excesiva. En verdad, es insaciable.

SALIERI. — De todos modos, como mi respetado maestro el Caballero Gluck acostumbraba a decirme, uno debe huir de la música que apesta a música.

MOZART. — ¿Qué quiere decir eso?

SALIERI. — Música que le hace a uno demasiado consciente del virtuosismo del compositor.

MOZART. — Gluck es absurdo.

SALIERI. — ¿Qué decís?

MOZART. — Ha hablado toda su vida de modernizar la ópera, pero sus alumnos son gente tan eminente que suenan como si cagaran mármol. (CONSTANZE deja escapar un gritito de sorpresa.)

CONSTANZE. — Oh, ¡disculpadme!…

MOZART. — (Estallando.) ¡No! ¡Es demasiado! ¡Gluck dice! ¡Gluck dice! ¡El Caballero Gluck!… ¿Qué es un caballero? Yo soy un caballero. El Papa me hizo Caballero cuando todavía me meaba en la cama.

CONSTANZE.— ¡Wolferl!

MOZART.—De cualquier modo, es ridículo. Sólo los mierdas estúpidos utilizan sus títulos.

SALIERI. — (Suavemente.) ¿Por ejemplo Compositor de Corte?

MOZART. — ¿Qué?… (Dándose cuenta.) Ah. Oh. Ja ja. ¡Bueno!… Mi padre tiene razón una vez más. Siempre me dice que debería ponerme un candado en la boca… ¡Efectivamente, estoy mejor con la boca cerrada!

SALIERI. — (Con dulzura.) Tonterías. Simplemente estoy siendo lo que el Emperador llamaría Cattivo. ¿No me presentáis a vuestra encantadora prometida?

MOZART. — ¡Oh, por supuesto! Constanze este es el Señor Compositor de Corte Salieri. Fraulein Weber.

SALIERI. — (Inclinándose.) Encantado, cara Fraulein.

CONSTANZE. — (Balanceándose.) ¿Cómo estáis, Excelencia?

SALIERI. — Sois hermana de Aloysia Weber, la soprano, ¿no?

CONSTANZE. — Sí, Excelencia.

SALIERI.—Una belleza. Pero vos la superáis, si me permitís el cumplido.

CONSTANZE. — ¡Oh, gracias!

SALIERI. — ¿Puedo preguntar cuándo os casáis?

MOZART. — (Nervioso.) Hemos de conseguir el permiso de mi padre. Es un hombre excelente… un hombre maravilloso…, pero en algunas cosas un poco testarudo.

SALIERI. — Disculpadme, pero, ¿cuántos años tenéis?

MOZART. — Veintiséis.

SALIERI. — Entonces el consentimiento de vuestro padre no es indispensable.

CONSTANZE. — (A MOZART.) ¿Lo ves?

MOZART. — (Incómodo.) Bueno, no; no es indispensable… ¡desde luego que no!…

SALIERI .— Mi consejo es que os caséis y seáis felices. ¡Habéis encontrado —es evidente— un tesoro raro!

CONSTANZE. — (Con aire infantil.) Muchas gracias.

SALIERI. — (Besa la mano a CONSTANZE. Ella está encantada.) Buenas noches a los dos.

CONSTANZE.— ¡Buenas noches, Excelencia!

MOZART. — Buenas noches, señor. Y gracias… Vamos, Stanzerl.

(Se van complacidos. SALIERI les observa mientras se van.)

SALIERI. — (Al público.) Mientras la veía irse del brazo de la criatura un pensamiento cruzó mi mente con la velocidad de un relámpago. “¡Tómala! ¡Ella, a cambio de Katherina!”… ¡Abominación!… ¡Nunca en mi vida había tenido una idea tan pecaminosa!

(La luz cambia: el siglo XVIII se desvanece. Los VENTICELLI entran alegremente, como si vinieran de una fiesta. Uno sostiene una botella; el otro un vaso.)

VENTICELLO 1. — Se han casado.

SALIERI. — (A ellos.) ¿Quién?

VENTICELLO 2. — Mozart y Weber. ¡Casados!

SALIERI. — ¿De veras?

V. 1.— ¡Su padre debe estar furioso!

V. 2. — ¡Ni siquiera esperaron a tener su consentimiento!

SALIERI. — ¿Han puesto casa?

V. 1. — Wipplingerstrasse.

V. 2. — Número once.

V. 1. — No está mal…

V. 2. — Teniendo en cuenta que no tienen dinero.

SALIERI. — ¿Es eso cierto?

V. 1. — Él es extravagante, caprichoso y despilfarrador.

V. 2. — Vive muy por encima de sus posibilidades.

SALIERI. — Pero tiene alumnos.

V. 1.—Sólo tres…

SALIERI. — (A ellos.) ¿Por qué tan pocos?

V. 1. — Resulta una persona molesta.

V. 2. — Provoca escándalos.

V. 1. — Se granjea enemigos.

V. 2. — Incluso Strack, cuya amistad cultiva.

SALIERI. — ¿El Chambelán Strack?

V. 1. — La noche pasada, sin ir más lejos…

V. 2. — En casa del Kapellmeister Bonno.

LA CASA DE BONNO

Rápido cambio de luz. Entra MOZART con STRACK. Está muy bebido y sostiene un vaso. Los VENTICELLI se unen a la escena, pero todavía hablan, fuera de ella, con SALIERI. Uno de ellos llena el vaso de MOZART.

MOZART.— ¡Siete meses en esta ciudad y ningún trabajo! No piensan probarme de nuevo, ¿verdad?

STRACK. — Desde luego que no.

MOZART. — Yo sé lo que pasa… Y vos también. Alemania está totalmente en manos de extranjeros. ¡Despreciables inmigrantes sin valor como el Kapellmeister Bonno!

STRACK. — ¡Por favor! ¡Estáis en su casa!

MOZART.— ¡O el Compositor de Cámara Salieri!

STRACK. — ¡ Shhhht!

MOZART. — ¿Visteis su última ópera, “El Deshollinador”?… ¿La visteis?

STRACK. — Por supuesto que la vi.

MOZART. — ¡Una cagada! ¡Una mierda de perro seca!

STRACK. — (Injuriado.) ¡Qué estáis diciendo!!

MOZART. — (Cantando.) ¡Pom-pom, pom-pom, pom-pom, pom-pom! ¡Tónica y dominante, tónica y dominante, desde el comienzo hasta el final! Ni una modulación interesante en toda la velada. ¡Salieri, musicalmente, es un idiota!

STRACK. — ¡Por favor!

VENTICELLO 1. — (A SALIERI.) Había bebido demasiado.

VENTICELLO 2. — Lo hace con frecuencia.

MOZART. — ¿Por qué los italianos se asustan tanto ante la más ligera complejidad en la música? ¡Mostradles un pasaje cromático y se desmayan…! “¡Oh qué enfermizo! ¡Qué mórbido es todo esto!” ¡Dios mío!… No me sorprende que la música en esta corte sea tan espantosa.

STRACK. — Bajad la voz.

MOZART. — ¡Bajaos vos los calzones!… (Dándose cuenta de su exceso.) ¡Es sólo una broma… Tan sólo una broma! (Sin ser observado por él, el conde ROSEMBERG ha entrado por el fondo del escenario y súbitamente está entre los VENTICELLI, escuchando. Luce un chaleco de seda brillante y una expresión de desdeñoso interés. MOZART le ve. Una pausa.) (A ROSEMBERG, con tono divertido.) Parecéis un sapo… Quiero decir que abrís los ojos como si se os fueran a saltar. (Se ríe frenéticamente.)

ROSEMBERG. — (Suavemente.) Deberíais retiraros a descansar…

MOZART. — Salieri tiene cincuenta alumnos. Y yo solamente tres. ¡Así no se puede vivir! ¡Y menos ahora que soy un hombre casado! ¡Ya, ya sé que a ustedes y a las gentes de sus sublimes círculos sociales no les preocupa el dinero! ¡Les da igual! ¿Sabéis que en la calle incluso llaman a Su Majestad el Kaiser “ahorrador”? (Se ríe desaforadamente.)

STRACK. — ¡Mozart! (MOZART deja de reírse.)

MOZART. — No debería haber dicho eso, ¿verdad?… Perdonadme. Fue sólo una broma. ¡Otra broma!… ¡No puedo evitarlo!… Pero estamos entre amigos, ¿no? (STRACK y ROSEMBERG le miran indignados. Luego STRACK se marcha bruscamente, muy ofendido.)

MOZART. — ¿Por qué se ha molestado?

ROSEMBERG. — Buenas noches. (Hace intención de irse.)

MOZART. — No, no, no… ¡por favor! (Le sujeta por un brazo.) ¡Vuestra mano primero, por favor! (De mala gana, ROSEMBERG le da la mano. MOZART la besa.) (Humildemente.) Dadme un puesto, señor.

ROSEMBERG. — Eso no está en mi mano, Mozart.

MOZART. — La Princesa Elizabeth está buscando un Instructor. Una palabra vuestra podría asegurarme ese puesto.

ROSEMBERG. — Lo lamento. El único que puede recomendaros es el Compositor de Cámara Salieri. (Se suelta.)

MOZART. — ¿Sabéis que soy mejor que cualquier músico de Viena?… ¿Lo sabéis? (ROSEMBERG se va. MOZART grita tras él.) Inmigrantes vanidosos… ¡Estoy harto de ellos! Inmigrantes vanidosos… (De repente se ríe para sí, como un niño.) Vanidosos… (Y sale dando saltos.)

SALIERI. — (Viéndole irse.) Apenas un mes más tarde, aquel pensamiento de venganza se convirtió en algo más que un simple pensamiento.

LA BIBLIOTECA WALDSTATEN

Al encenderse las luces se oyen dos gritos simultáneos. Hay tres figuras enmascaradas: CONSTANZE está flanqueada a ambos lados por los VENTICELLI. Los tres son invitados de una fiesta y están jugando a las prendas.

Dos criados permanecen inmóviles entre ellos, sosteniendo la gran silla de brazos. Otros dos sostienen la gran mesa de los dulces.

VENTICELLO 1. — ¡Prenda!… ¡Prenda!…

VENTICELLO 2. — ¡Prenda, Stanzerl! ¡Tenéis que pagar prenda!

CONSTANZE. — Habéis hecho trampa. No lo haré.

V. 1. — Tenéis que hacerlo.

V. 2. — Es ley del juego.

(Los criados recobran movimiento y colocan los muebles en su sitio. SALIERI se dirige a la silla de brazos y se sienta.)

SALIERI. — (Al público.) Aunque no lo crean, otra vez estaba en la misma silla encubridora en la Biblioteca de la Baronesa… (coge una taza de la mesita) y consumiendo el mismo postre delicioso.

V. 1. — Habéis perdido… ¡Tenéis que cumplir la pena!

SALIERI. — (Al público.) Una fiesta para celebrar la víspera del Año Nuevo. Yo estaba solo… mi amada esposa Teresa estaba visitando a sus padres en Italia.

CONSTANZE. — Bien, ¿qué?… ¿Qué es?

(VENTICELLO 1 coge del pianoforte una anticuada regla redonda.)

V. 1. — Quiero medir vuestras pantorrillas.

CONSTANZE. — ¡Ooooooh!

V. 1. — ¿Bien?

CONSTANZE. — Definitivamente, no. ¡Desvergonzado!

V. 1.— ¡Vamos!

V. 2. — Tenéis que dejarle, Stanzerl. En el amor y en las prendas todo es justo.

CONSTANZE. — No, no lo es… ¡así que podéis largaros los dos!

V. 1. — Si no me dejáis, no se os permitirá jugar otra vez.

CONSTANZE. — Escoged alguna otra cosa.

V. 1. — He escogido eso. Ahora subid a la mesa. ¡Aprisa, aprisa! ¡Allez-oop! (Alegremente retira los platos de dulces de la mesa.)

CONSTANZE.— ¡Entonces, rápido!… ¡Antes de que nos vea alguien!

(Los dos hombres enmascarados suben sobre la mesa a la chica enmascarada, que da nerviosos pero divertidos chillidos.)

V. 1. — Sujétala, Friedrich.

CONSTANZE. — ¡No necesito que me sostengan, gracias!

V. 2. — Sí, lo necesitáis: también forma parte del castigo.

(Sujeta sus tobillos firmemente, mientras VENTICELLO 1 introduce la regla bajo las faldas de CONSTANZE y mide sus piernas. Agitadamente, SALIERI cambia de posición y se da la vuelta de manera que puede arrodillarse en la silla y observar. CONSTANZE se ríe nerviosamente, encantada; después se muestra ofendida… o pretende estarlo.)

CONSTANZE. — ¡Basta!… ¡Basta ya! ¡Ha sido más que suficiente! (Se inclina e intenta abofetearle.)

V. 1. — Cuarenta y tres centímetros… ¡De la rodilla al tobillo!

V. 2. — ¡Ahora me toca a mí! ¡Sujétala tú!

CONSTANZE. — ¡Eso no es justo!

V. 2. — Sí, lo es. También habéis perdido conmigo…

CONSTANZE. — ¡Ya está! ¡Dejadme bajar!

V. 2. — Sujétala, Karl.

CONSTANZE.— ¡No!… (VENTICELLO 1 sujeta sus tobillos. VENTICELLO 2 mete por completo la cabeza bajo sus faldas. Ella chilla.) No… ¡basta!… ¡No! (Y da grititos de excitación nerviosa.)

(En medio de esta escena tan falta de dignidad, MOZART entra corriendo, también enmascarado.)

MOZART. — (Ofendido.) ¡Constanze! (Quedan inmóviles. SALIERI baja la cabeza y se sienta, escondido en la silla.) Caballeros, si tienen la amabilidad…

CONSTANZE. — ¡Es sólo un juego, Wolferl!…

V. 1. — No teníamos mala intención, os doy mi palabra.

MOZART. — (Rígido.) Baja de esa mesa, por favor. (Los VENTICELLI la ayudan a bajar.) Gracias. Os veremos más tarde.

V. 2. — Mirad, Mozart, no os equivoquéis…

MOZART. — Disculpadnos ahora, por favor. (Se van. AMADEUS se arranca la máscara.) ¿Te das cuenta de lo que has hecho?

CONSTANZE. — No, ¿qué?…

MOZART. — Acabas de perder tu buena reputación. ¿Te parece poco? Ahora eres una perdida.

CONSTANZE. — No seas estúpido. (Ella también se quita la máscara.)

MOZART. — ¡Por amor de Dios! ¡Eres una mujer casada!

CONSTANZE. — ¿Y eso qué tiene que ver?

MOZART. — Una joven esposa no permite que manoseen sus piernas en público. ¿No podías al menos haber medido por ti misma tus feas piernas?

CONSTANZE. — ¿Qué? ¡Por supuesto! ¡No son tan bonitas como las de mi hermana Aloysia! ¡Todo el mundo sabe que mi hermana tiene unas piernas perfectas!

MOZART. — (Levantando la voz.) ¡¿Sabes lo que has hecho?!… ¡Me has puesto en vergüenza!.

CONSTANZE. — ¡No seas ridículo!

MOZART. — Puesto en vergüenza… ¡delante de ellos!

CONSTANZE. — (Súbitamente furiosa.) ¡Tu!… ¿En vergüenza tu?… ¡Esto tiene gracia! ¡Sí aquí hay alguien afrentado, amorcito, soy yo!

MOZART. — ¿Qué quieres decir?

CONSTANZE. — Solamente que te has acostado con todas las alumnas que has tenido.

MOZART. — Eso no es cierto.

CONSTANZE. — ¡Con todas y cada una de ellas!

MOZART. — Por ejemplo, ¿con quién?

CONSTANZA.— ¡La joven Aurnhammer! ¡La joven Rumbeck! ¡Katherina Cavalieri… esa putita hipócrita!, que ni siquiera es alumna tuya… Es alumna de Salieri. Y, por cierto, mi amor, ¡esa puede ser la razón por la que él tiene cientos de alumnas y tú no tienes ninguna! ¡El no se las lleva a la cama!

MOZART. — ¡Desde luego que no! No se le levanta, ¡ese es el motivo!… ¿Has escuchado su música? ¡Ese es el sonido de alguien a quien no se le levanta! ¡Por lo menos yo puedo hacerlo!

CONSTANZE. — Me das asco.

MOZART. — ¡Nadie puede decir que a mí no se me levanta!

CONSTANZE. — (Rompiendo a llorar.) ¡Me importa una mierda! ¡Te odio! ¡Te odiaré siempre!… ¡Te odio! (Una pequeñísima pausa. Ella solloza.)

MOZART. — (Desvalido.) Oh Stanzerl, no llores. Por favor, no llores… No puedo soportarlo. Simplemente, no me gusta que parezcas ordinaria a los ojos de la gente. Eso es todo. ¡Toma! (Coge la regla.) Pégame. Pégame… Soy tu esclavo. Stanzi. Stanzi marini, bini, bini. Me quedaré aquí quieto, como un corderito, y aguantaré tus golpes. Toma. Hazlo… Batti.

CONSTANZE. — No.

MOZART. — Batti, batti. Mio tesoro.

CONSTANZE. — ¡No!

MOZART. — Constanci, anzi, stanci, panci.

CONSTANZE. — Basta.

MOZART. — Constanci, anci, se agarró una rabieta. ¡Se cagó en las bragas y las hizo estallar! (Ella se ríe aunque no quiere.)

CONSTANZE. — ¡Basta…!

MOZART. — ¡Y cuando le quitaron la falda, Constancita, cerdita se comió la caca!

CONSTANZE. — ¡Basta! (Le quita la regla y le golpea con ella. El aúlla juguetonamente.)

MOZART. — ¡Ohhhh! ¡Ooooh! ¡Ohhhh! ¡Otra vez! ¡Hazlo otra vez! ¡Me arrojo a vuestros pestilentes pies, Madonna! (Lo hace. Ella le pega un poco más mientras se agacha, pero siempre levemente, mirándole apenas, dividida entre lágrimas y risa. MOZART patalea con placer.)

MOZART. — ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

(Repentinamente, SALIERI, incapaz de aguantar un segundo más, deja escapar un grito involuntario.)

SALIERI. — ¡¡¡¡Ah!!!!

(La joven pareja se queda inmóvil. SALIERI, descubierto, transforma rápidamente su ruido de disgusto en un bostezo, y se estira como si despertara de una siesta. Se asoma desde la silla.)

SALIERI.—Buenas noches.

CONSTANZE. — (Avergonzada.) Excelencia…

MOZART. — ¿Cuánto tiempo lleváis ahí?

SALIERI. — Me quedé dormido hace un rato. ¿Estabais riñendo?

MOZART. — No, por supuesto que no…

CONSTANZE. — Sí, lo estamos. Wolfgang ha estado muy irritante.

SALIERI. — (Levantándose.) Caro Herr, esta noche es la ocasión de expresar los deseos para el Año Nuevo. Sin duda el irritar a hermosas damas no puede ser uno de los vuestros. ¿Puedo sugerir que traigáis del comedor un sorbete para cada uno de nosotros?

MOZART. — ¿Y por qué no vamos todos a la mesa?

CONSTANZE. — Herr Salieri tiene razón. Tráelos aquí… ese será tu castigo.

MOZART. — ¡Stanzi!

SALIERI. — Vamos; yo haré compañía a vuestra esposa. No puede haber mejor ofrenda de paz que un sorbete de anís.

CONSTANZE. — Yo lo prefiero de mandarina.

SALIERI. — Muy bien, mandarina. (Gozoso) Pero si pudierais conseguir uno de anís para mí, os estaría profundamente agradecido… Así el Año Nuevo empezará serenamente para nosotros tres.

(Un pausa. MOZART duda… y luego se inclina.)

MOZART. — Es un honor, Signore, naturalmente. Y después os echaré una partida de billar. ¿Qué os parece?

SALIERI. — Lo siento, pero no sé jugar.

MOZART. — (Con sorpresa.) ¿No sabéis…?

CONSTANZE. — A Wolferl le encanta jugar al billar. Lo hace muy bien.

MOZART. — ¡Soy el mejor! Ocasionalmente puedo inclinar la cabeza ante una composición que no sea mía, pero en el billar… ¡jamás!

SALIERI. — Un virtuoso del taco.

MOZART. — ¡Exactamente! ¡Es un juego de virtuosos!… (Coge la regla y la maneja como si fuese un taco.) ¡Creo que voy a escribir una obra que se titule: Gran Fantasía para Bolas de Billar! ¡Trillos. Accacciaturas! ¡ Arpegios completos en marfil! ¡Después yo mismo la interpretaría en público!… ¡Tendría que ser yo porque ninguno de esos charlatanes italianos como Clementi sería capaz de poner sus dedos alrededor del taco. Scusate, Signore! (Agita la mano en un floreo fanfarrón y sale contoneándose.)

CONSTANZE. — Realmente, es un amor.

SALIERI. — Y además afortunado: os tiene a vos. Sois, si me permitís decirlo, una criatura sorprendente.

CONSTANZE. — ¿Yo?… Muchas gracias (con tono infantil).

SALIERI. — Sin embargo, vuestro esposo no parece estar teniendo mucho éxito.

CONSTANZE. — (Aprovechando la ocasión.) Estamos desesperados, señor.

SALIERI. — ¿Qué?

CONSTANZE. — No tenemos dinero ni perspectivas de conseguirlo. Esa es la verdad.

SALIERI. — No lo comprendo. Da muchos conciertos.

CONSTANZE. — Pero no pagan suficiente. Lo que necesita son alumnos. Alumnos ilustres. Su padre nos llama derrochadores, pero no es cierto. Yo me administro tan bien como pueda hacerlo cualquiera. Sencillamente, no gana lo suficiente. No le digáis que os lo he contado, por favor.

SALIERI. — (En tono confidencial.) Esto queda entre nosotros. ¿Pero cómo puedo ayudaros?

CONSTANZE. — Mi esposo necesita seguridad, señor. Si al menos pudiera encontrar un empleo estable, todo iría mejor. ¿No hay nada en la Corte?

SALIERI. — Por ahora, no.

CONSTANZE. — (En tono más firme.) La Princesa Elizabeth necesita un profesor.

SALIERI. — ¿De veras? No sabía nada.

CONSTANZE. — Una palabra vuestra y el puesto sería suyo.

SALIERI. — (Mirando fuera.) Ya vuelve.

CONSTANZE. — Por favor… por favor, Excelencia. No podéis imaginaros lo que esto supondría.

SALIERI. — No podemos hablar de ello ahora.

CONSTANZE, — ¿Entonces, cuándo? ¡Oh, por favor!

SALIERI. — ¿Podéis venir a verme mañana? ¿Sola?

CONSTANZE. — No puedo hacer eso.

SALIERI. — Soy un hombre casado.

CONSTANZE. — Da igual.

SALIERI. — ¿Cuándo trabaja él?

CONSTANZE. — A primera hora de la tarde.

SALIERI. — Entonces venid a las tres.

CONSTANZE. — ¡No me es posible!

SALIERI. — Por vuestro propio interés, ¿sí o no?

(Una pausa. Ella duda. Abre la boca. Luego sonríe y bruscamente sale corriendo.)

SALIERI. — (Al público.) Con que lo había hecho. ¡La había tentado! ¿Qué pasaba con aquel voto que hice en la Iglesia? Fidelidad, castidad y todo lo demás. ¿Qué pensaba ella de mí? ¿De este italiano cauteloso? ¿Me consideraba un amigo sincero o un seductor optimista?¿ Vendría? Me era imposible saberlo.

(Unos criados retiran los muebles de Waldstaten. Otros los sustituyen por dos pequeñas sillas doradas, bastante próximas, en el centro. Otros traen de nuevo, a hurtadillas, la vieja bata casera que SALIERI desechó antes de la escena tercera, colocándola en el pianoforte.)

SALON DE SALIERI

Sobre las cortinas aparecen otra vez proyecciones de ventanales.

SALIERI. — Y si venía, ¿cómo me comportaría yo? Tampoco lo sabía… ¡A la tarde siguiente esperé ardiéndome la sangre! ¿Iba realmente a seducir a una joven esposa que tan sólo llevaba dos meses casada?… Una parte de mí —mucho de mí— lo deseaba, locamente… locamente, sí. ¡Locamente era la palaba!… (El reloj da las tres. Con la primera campanada suena el timbre. SALIERI se levanta con excitación.) ¡Ahí estaba! ¡En punto!… ¡Había venido! (Entra por la derecha el pastelero, igual de gordo, pero cuarenta años más joven. Transporta con orgullo un plato cargado de castañas al brandy. SALIERI las coge de sus manos nerviosamente, haciendo con la cabeza un gesto de aprobación, y las coloca sobre la mesa.) (Al pastelero.) Grazie. Grazie tanti… Via, via, via.

(El pastelero se inclina al despedirle SALIERI, y sale por donde ha entrado sonriendo sugerentemente. El criado entra por la izquierda —también él tiene cuarenta años menos — y detrás de él, CONSTANZE, luciendo un bonito sombrero y portando una carpeta.)

SALIERI. — ¡Signora!

CONSTANZE. — (Con una reverencia.) Excelencia.

SALIERI. — Benvenuta (al criado, despidiéndole). Grazie. (El criado se va.) Habéis venido…

CONSTANZE. — No debería haberlo hecho. Mi esposo se pondría furioso si lo supiera. Es un hombre muy celoso…

SALIERI. — ¿Sois vos una mujer celosa?

CONSTANZE. — ¿Por qué lo preguntáis?

SALIERI. — Es una pasión que yo no entiendo… Estáis aún más bonita que anoche, si me permitís decirlo.

CONSTANZE. — ¡Muchas gracias!… Os traje algunas partituras de Wolfgang. Cuando las veáis comprenderéis lo importante que sería para él un Nombramiento Real. ¿Queréis examinarlas, por favor, mientras espero?

SALIERI. — Queréis decir, ¿ahora?

CONSTANZE. — Sí, tengo que llevármelas. Si no, las echará de menos. No hace copias. Estos son los originales.

SALIERI. — Sentaos. Dejadme ofreceros algo especial.

CONSTANZE. — (Sentándose.) ¿De qué se trata?

SALIERI. — (Presentando la caja.) Capezzoli di Venere. Pezones de Venus. Castañas romanas en azúcar al brandy.

CONSTANZE. — No, gracias.

SALIERI. — Probadlas. Mi pastelero las hizo especialmente para vos.

CONSTANZE. — ¿Para mí?

SALIERI. — Sí, son bastante raras.

CONSTANZE. — Bueno, entonces será mejor que las pruebe, ¿no? Sólo una… Muchas gracias. (Coge una y se la pone en la boca. El sabor la deja perpleja.) ¡Oh!… ¡Oh!… ¡Oh!… ¡Son exquisitas!

SALIERI. — (Lujuriosamente, mirándola comer.) ¿Verdad que sí?

CONSTANZE. — ¡Mmmmmmmmmm!

SALIERI. — Tomad otra.

CONSTANZE. — (Cogiendo dos más.) No, es demasiado.

(Cuidadosamente él da la vuelta por detrás de ella y se sienta en la silla que hay a su lado.)

SALIERI. — Creo que sois la muchacha más generosa del mundo.

CONSTANZE. — ¿Generosa?

SALIERI. — Es el nombre que yo os doy. Anoche pensé: “Constanze es un nombre demasiado austero para esa chica. Yo la bautizará de nuevo como ‘Generosa’. La Generosa.” Luego escribiré una magnífica canción con ese título y ella la cantará sólo para mí.

CONSTANZE. — (Sonriendo.) Estoy muy falta de práctica, señor.

SALIERI.—La Generosa… (Se inclina un poco hacia ella.) No me digáis que el nombre va a resultar impropio.

CONSTANZE. — (Fríamente.) ¿Qué nombre dais a vuestra esposa, Excelencia?

SALIERI. — (Con igual frialdad.) No soy una Excelencia, y llamo a mi esposa Signora Salieri. Si la llamase alguna otra cosa sería La Statua. Es una dama muy recta.

CONSTANZE. — ¿Está aquí ahora? Me gustaría conocerla.

Ir a la siguiente página

Report Page