Amadeus

Amadeus


Acto segundo

Página 10 de 14

I

L

U

M

I

N

A

R

En el fondo una proyección de lámparas que lucen débilmente en la oscura sala del teatro. ROSEMBERG está sentado en una de las sillas doradas, en el centro. MOZART entra rápidamente por la izquierda luciendo otra llamativa casaca y llevando la partitura de Fígaro.

(Avanza hacia el pianoforte.)

ROSEMBERG. — Mozart… ¡Mozart!

MOZART.— Sí, Herr Director.

ROSEMBERG. —

(Amablemente.) Quisiera hablar con vos un momento, por favor. Ahora.

MOZART. — Por supuesto. ¿De qué se trata?

ROSEMBERG. — Me gustaría ver vuestra partitura de Fígaro.

MOZART. — Oh, sí. ¿Por qué?

ROSEMBERG. — Simplemente traédmela aquí.

(Sin moverse.) En mi mano, por favor.

(MOZART se la entrega intrigado. ROSEMBERG pasa las páginas.) Ahora decidme: ¿No sabíais que Su Majestad ha prohibido expresamente el ballet en sus óperas?

MOZART. — ¿Ballet?

ROSEMBERG. — Tal como el que aparece en vuestro tercer acto.

MOZART. — Eso no es un ballet, Herr Director. Es sólo un baile en la boda de Fígaro.

ROSEMBERG. — Exactamente. Un baile.

MOZART. —

(Tratando de controlarse.) Pero, el Emperador no pretendía prohibir el baile cuando éste forma parte de la historia. Dispuso esa ley para evitar las inserciones de ballets estúpidos como en las óperas francesas. Y con mucha razón.

ROSEMBERG. —

(Levantando la voz.) No os incumbe a vos, Herr Mozart, interpretar los edictos del Emperador, sino simplemente obedecerlos.

(Coge las páginas ofensoras entre sus dedos.)

MOZART. — ¿Qué estáis haciendo?… ¿Qué estáis haciendo Excelencia?

ROSEMBERG. — Quitando lo que nunca debiera haberse escrito.

(En medio de un silencio terrible ROSEMBERG arranca las páginas. MOZART le observa sin poder dar crédito a sus ojos. Al fondo del escenario, SALIERI y STRACK observan juntos desde la oscuridad.) Espero, señor, que en el futuro acatéis las órdenes imperiales.

(Arranca algunas páginas más.)

MOZART. — Pero… Pero, ¡si todo eso desaparece habrá un gran vacío precisamente en el clímax de la historia!…

(Gritando de repente.) ¡Salieri! ¡Esto ha sido idea de Salieri!.

ROSEMBERG. — No seáis absurdo.

SALIERI. —

(Al público.) ¿Cómo se le ocurrió eso? Nada de lo que yo había hecho hasta entonces podía hacerle sospechar de mí. ¿Le había dado Dios la idea?

MOZART. — Es una conspiración. Lo huelo. ¡Lo huelo!

ROSEMBERG. — ¡Controlaos!

MOZART. —

(Dando alaridos.) ¿Pero qué esperáis que haga? ¡La primera representación es dentro de dos días!

ROSEMBERG. — Escribidlo de nuevo. Ese es vuestro punto fuerte, ¿no?, escribir con rapidez.

MOZART. — ¡No cuando la música es perfecta!. No cuando es tan absolutamente perfecta como ésta!…

(Frenético.) ¡Apelaré al Emperador! ¡Me dirigiré a él personalmente! Haré un ensayo especialmente para él.

ROSEMBERG. — El Emperador no asiste a ensayos.

MOZART. — Asistirá a éste. Os lo aseguro. ¡Asistirá a éste! ¡Y luego se entenderá con vos!

ROSEMBERG. — La solución es sencilla. Escribid este acto de nuevo… o retirad la ópera. Esto es definitivo.

(Pausa. Devuelve al compositor la partitura mutilada. MOZART está temblando.)

MOZART. — Cubo de mierda.

(ROSEMBERG se da la vuelta y se aleja imperturbable.) ¡Inmigrantito, petimetrito, culo-húmedo, italianófilo, cubo de mierda!

(Serenamente, ROSEMBERG abandona la escena.) (Chillando tras él.) ¡Conde Orsini Rosenmierda!… ¡Rosencoño!… ¡Rosen…! ¡Celebraré un ensayo! ¡Lo veréis! ¡Y el Emperador vendrá! ¡Lo veréis! ¡Lo veréis!… ¡Lo veréis!

(En medio de su tormenta de cólera histérica, tira al suelo la partitura. Al fondo del escenario, en la oscuridad, STRACK sale, y SALIERI se aventura a descender hacia el hombrecillo vociferante. Súbitamente MOZART advierte su presencia. Se vuelve, extendiendo la mano en un involuntario gesto de acusación.) (A SALIERI.) ¡Estoy prohibido!… ¡Estoy prohibido!… ¡Pero, naturalmente, vos ya lo sabéis!

SALIERI. —

(Serenamente.) ¿Saber qué?

(MOZART se aparta de él.)

MOZART. —

(Amargamente.) ¡No importa!

SALIERI. —

(Siempre suave.) Mozart, permitidme. Si lo deseáis, yo mismo hablaré con el Emperador. Le pediré que asista a un ensayo.

MOZART. —

(Sorprendido.) ¿Lo haríais?

SALIERI. — No puedo prometeros que venga…, pero puedo intentarlo.

MOZART. — ¡ Señor!…

SALIERI. — Buen día.

(Levanta sus manos, impidiendo mayor familiaridad. MOZART retrocede hasta el pianoforte.) (Al público.) No es necesario decir que no hice absolutamente nada en relación con este asunto. Sin embargo, ante mi total estupefacción…

(STRACK y ROSEMBERG bajan desde el fondo apresuradamente)… al día siguiente, en medio del último ensayo de Fígaro…

(El Emperador JOSEPH entra desde el fondo.)

JOSEPH. —

(Alegremente.) ¡Fiestas y fuegos artificiales! ¡Fiestas y fuegos artificiales! ¡Señores, buenas tardes!

E

L

T

E

A

T

R

O

SALIERI. —

(Al público.) Totalmente en contra de su costumbre habitual, ¡el Emperador hizo acto de presencia!

(STRACK y ROSEMBERG se miran consternados. JOSEPH se sienta, entusiasmado, en una de las sillas doradas, mirando al frente. Igual que en el teatro del Serrallo que vimos en el acto primero, mira al público como si éste fuese la ópera.)

JOSEPH. — Me muero de impaciencia por conocer vuestra obra, Mozart. ¡Je prevois des merveilles!.

MOZART. —

(Inclinándose fervorosamente.) ¡Majestad!

(Los cortesanos también se sientan: STRACK a su derecha, ROSEMBERG a su izquierda. SALIERI se sienta también, cerca del piano.)

SALIERI. —

(Al público.) ¿Qué significa esto? ¿Era la prueba de que finalmente Dios había decidido defender a Mozart de mí? ¿Había decidido enfrentarse conmigo?

(MOZART pasa por detrás de SALIERI.)

MOZART. —

(De corazón, sotto voce.) ¡Os estoy tan agradecido que no sé cómo expresarlo!

SALIERI. —

(Aparte, a MOZART.) ¡Schhhh! No digáis nada.

(MOZART va rápidamente hasta el piano y se sienta.) (Al público.) Había un cierto misterio en este acontecimiento, que le hacía parecer algo más que una mera coincidencia.

(Suena débilmente la música: el final del tercer acto de Fígaro, justo antes de que comience la música del baile.) Curiosamente, Su Majestad había llegado justo en el momento en que los bailarines tenían que comenzar su actuación, si esa música no hubiera sido totalmente suprimida.

(La música cesa de repente.) Bruscamente la orquesta paró al llegar a la parte censurada y los bailarines hicieron la danza, ¡sin música!

(Flanqueado por sus cortesanos el Emperador mira al frente, siguiendo con los ojos lo que evidentemente es una pantomima silenciosa. Su rostro expresa perplejidad. ROSEMBERG observa angustiado a su soberano.)

JOSEPH. — No lo entiendo. ¿Es moderno?

MOZART. —

(Levantándose del piano de un salto, nervioso.) No, Majestad.

JOSEPH. — Entonces, ¿qué pasa?

MOZART. — El Herr Director ha suprimido un baile que debía existir en este punto.

JOSEPH. —

(A ROSEMBERG.) ¿Por qué se ha hecho esto?

ROSEMBERG. — Son vuestras propias normas, Sire. Nada de ballet en la ópera.

MOZART. — Majestad, esto no es un ballet. Es parte de un banquete de bodas: totalmente necesario para la historia.

JOSEPH. — Bien, desde luego queda muy raro según está. No puedo decir que me guste.

MOZART. — Yo tampoco, Majestad.

JOSEPH. — ¿Os gusta a vos, Rosemberg?

ROSEMBERG. — No es una cuestión de gustos, Majestad. Vuestra propia Ley lo decreta.

JOSEPH. — Sí. A pesar de todo, esto es una tontería. Miradlos: son como figuras de cera ahí arriba.

ROSEMBERG. — Bueno, no exactamente, Majestad.

JOSEPH. — No me gustan las figuras de cera.

MOZART. — A mi tampoco, Majestad.

JOSEPH. — ¡¿Y a quién le gustan?! ¿Qué decís vos, Salieri?

SALIERI. — Los italianos son muy aficionados a las figuras de cera, Majestad.

(Pausa.) Nuestra religión está, en gran parte, basada en ellas.

JOSEPH. — Nuevamente sois cattivo, Compositor de Cámara.

STRACK. —

(Interviniendo, cremoso.) Vuestra Majestad, el Conde Rosemberg está muy preocupado; piensa que si se restituye esta música se creará un lamentable precedente. Después tendríamos que soportar horas de danza en la ópera.

JOSEPH. — Creo que podemos defendernos de eso, ¿sabéis, Chambelán? Realmente creo que podemos evitarlo. Por favor, volved a poner en su lugar la música de Herr Mozart.

ROSEMBERG . — Pero Majestad, debo insistir.

JOSEPH. —

(Con un toque de ira.) ¡Me complaceréis, Rosemberg! Deseo oír completa la música de Mozart. ¿Lo habéis comprendido?

ROSEMBERG. — Si, Majestad.

(MOZART estalla de alegría. Salta sobre una silla y se arroja a los pies de JOSEPH.)

MOZART. — ¡Oh Dios! ¡Doy las gracias a Vuestra Majestad!

(Besa la mano del Emperador de forma excesiva, como en su primer encuentro.) Oh, gracias… gracias… ¡gracias Sire, por siempre!

JOSEPH. —

(Retirando la mano.) Si, sí… muy bien. ¡Pero mostrad un poco menos de entusiasmo, os lo ruego!

MOZART. —

(Avergonzado.) Perdonadme.

(El Emperador se levanta. Todos le imitan.)

JOSEPH. — Bien. ¡Ya está!

L

A

P

R

I

M

E

R

A

R

E

P

R

E

S

E

N

T

A

C

I

Ó

N

D

E

F

Í

G

A

R

O

El teatro resplandece de luz para la primera representación de Fígaro. Cortesanos y CIUDADANOS entran rápidamente.

El Emperador y su corte vuelven a sentarse en sus sitios y los otros ocupan los suyos aprisa. En la primera fila advertimos a KATHERINA CAVALIERI, llena de plumas y lentejuelas, y el Kapellmeister BONNO, más viejo que nunca. Detrás de ellos están sentados CONSTANZE y los VENTICELLI. Todos ellos miran al publico como si éste fuese la ópera que han venido a ver: la gente elegante abajo en primer término; la gente más pobre apiñada en la “Caja de Luz”, al fondo.

SALIERI, mientras habla, cruza hacia la izquierda, hasta el lugar donde han sido colocadas dos sillas, una junto a otra y apartadas del resto, que forman su palco. En la más alejada se sienta su buena esposa TERESA, más estatuaria que nunca.

SALIERI. —

(Al público.) Y así fue como Fígaro se representó a pesar de todos mis esfuerzos. Me senté en mi palco y asumí el papel del espectador. Una notable derrota para mí. Y, sin embargo, me sentía extrañamente excitado.

(Oímos débilmente a Fígaro que canta la melodía de “Non Piu Andrai”. El público del escenario está evidentemente encantado: sonríen al frente mientras contemplan la invisible acción.) ¡Mi marcha! ¡Mi pobre Marcha de Bienvenida arreglada ahora para deleitar eternamente al mundo!

(Poco a poco deja de oírse. Aplausos. El Emperador se levanta, y con él el público, haciendo ver que hay un intermedio. JOSEPH saluda a KATHERINA y BONNO. ROSEMBERG y STRACK van al palco de SALIERI.)

ROSEMBERG. —

(A SALIERI.) Recuerda vuestro estilo, este último fragmento. Aunque, desde luego, más vulgar. Mucho menos sutil que lo que vos componéis.

STRACK. —

(Pronunciando lentamente.) ¡Exactamente!

(Suena una campana que señala el fin del intermedio. El Emperador regresa rápidamente a su asiento. El público se sienta. Una pausa. Todos miran al frente, impasibles.)

SALIERI. —

(Extasiado y en tono suave: al público.) Temblando, escuché el segundo acto.

(Pausa.) El restablecido tercer acto.

(Pausa.) El asombroso cuarto acto. ¿Qué puedo deciros a vosotros que un día lo oiréis con vuestros propios oídos? Lo oiréis… porque, aunque muchas otras cosas se olviden, esto permanecerá.

(Oímos débilmente el conjunto final del cuarto acto de Fígaro, “Ah! Tutti contenti. Saremo cosí.”) (Sobre este fondo musical.) La escena transcurría en un jardín durante una noche de verano. Las estrellas centelleaban sobre temblorosos cenadores. Los personajes se deslizaban sigilosamente por detrás de setos de cartón. Había una mujer que, vestida con las ropas de su doncella, oía a su marido pronunciar las primeras palabras tiernas que le había dedicado en muchos años, sólo porque la confunde con otra. ¿Puede alguien contar mejor un problema más real? ¿Y cómo, excepto en una red de puro artificio? Los disfraces de la ópera habían sido inventados para Mozart.

(A duras penas puede mirar al “escenario”.) La reconciliación final me llenó los ojos de lágrimas.

(Pausa.) A través de ellas vi bostezar al Emperador.

(JOSEPH bosteza. La música desaparece poco a poco. Hay escasos aplausos. JOSEPH se levanta y los cortesanos le siguen. MOZART se inclina.)

JOSEPH. —

(Fríamente.) Sumamente ingenioso, Mozart. Lo estáis haciendo muy bien, aunque creo que en lo sucesivo debéis suprimir las repeticiones. Hacen las escenas excesivamente largas. Tomad nota Rosemberg.

ROSEMBERG. — Majestad.

(MOZART baja la cabeza, destrozado.)

JOSEPH. — Señores, buenas noches a todos. Strack, acompañadme.

(JOSEPH sale, con STRACK. El Director ROSEMBERG dedica a MOZART una mirada triunfante y les sigue. SALIERI hace una inclinación de cabeza a su esposa, que sale con el público. Sólo CONSTANZE se demora unos instantes, luego se va también. Una pausa. MOZART y SALIERI quedan a solas: SALIERI, profundamente emocionado por la ópera. MOZART profundamente acongojado por la recepción de la misma. Cruza y se sienta junto a SALIERI.)

MOZART. —

(En voz baja.) Herr Salieri.

SALIERI. — ¿Sí?

MOZART. — ¿Qué pensáis vos?

SALIERI. —

(Conmovido.) Creo que la pieza es… extraordinaria. Creo que es… magnifica. Sí.

(Pausa. MOZART se vuelve hacia él.)

MOZART. — Os diré lo que es. Es la mejor ópera que jamás se ha escrito. Eso es lo que es. Y sólo yo podía haberla hecho. ¡Ningún otro ser vivo!

(SALIERI vuelve la cabeza rápidamente, como si hubiera recibido una bofetada. MOZART se levanta y se aparta. Los VENTICELLI entran corriendo. SALIERI y MOZART quedan inmóviles.)

V. 1. — Rosemberg está furioso.

V. 2. — Nunca perdonará a Mozart.

V. 1. — ¡Hará cualquier cosa para vengarse!

SALIERI. —

(Levantándose; al público:) No fue difícil conseguir que la obra se suspendiese. Yo mismo me ocupé, a través de la persona del resentido Director, de que en todo el año Fígaro se representase sólo nueve veces… Mi derrota se convirtió finalmente en una victoria, y la respuesta de Dios a mi desafío siguió siendo tan inescrutable como siempre… ¿Estaba siquiera prestándome atención?…

(MOZART rompe su inmovilidad y baja al frente del escenario.)

MOZART. — ¡Retirada de cartel! ¡Sin absolutamente ninguna perspectiva de reposición!

SALIERI. — Lo lamento, amigo mío. Pero si al público no le gusta nuestro trabajo, los artistas hemos de aceptarlo con elegancia.

(Aparte, al público.) ¡Y desde luego, no les gustó!

V. 1. —

(Quejándose.) ¡Es demasiado complicada!

V. 2. —

(Quejándose.) ¡Demasiado pesada!

V. 1.— ¡Todas esas raras armonías!

V. 2. — ¡Y no hace nunca un buen “¡bang!” al final de las canciones para saber cuándo hay que aplaudir!

(Los VENTICELLI se van.)

SALIERI. —

(Al público.) Evidentemente yo no tendría que hacer en el futuro un gran esfuerzo para conspirar contra sus óperas. Debía concentrarme en el hombre, y decidí verle lo más posible: saber todo cuanto pudiera sobre sus debilidades.

L

A

B

I

B

L

I

O

T

E

C

A

W

A

L

D

S

T

A

T

E

N

Los criados traen nuevamente la silla de brazos.

MOZART. — Iré a Inglaterra. Inglaterra ama la música. ¡Esa es la solución!

SALIERI. —

(Al público.) Nos encontrábamos una vez más en la Biblioteca de la Baronesa Waldstaten: aquella habitación que tenía la fatalidad de ser el escenario de horribles encuentros entre nosotros. Pero también, una vez más, existía la reconfortante crema al mascarpone.

(Se sienta en la silla y come con gula.)

MOZART. — Estuve en Inglaterra cuando era un niño. Me adoraban. ¡Me dieron más besos que pasteles habéis comido vos!… Cuando era un niño la gente me quería.

SALIERI. — Quizá todavía os quieran. ¿Por qué no vais a Londres y lo comprobáis?

MOZART. — Porque tengo una esposa y un hijo y no tengo dinero. Escribí a papá diciéndole que se quedara con el niño por unos cuantos meses para poder irme. ¡Y se negó!… Finalmente todo el mundo te traiciona, Incluso el hombre que piensas que más te quiere. Es un hombre amargado. Después de haberme exhibido por toda Europa, nunca fue a ningún sitio por sí mismo. Se limitó a permanecer en Salzburgo año tras año, besando el anillo al pedorro del Obispo y sermoneándome…

(Confidencialmente.) ¿Sabéis lo que pasa?: que está celoso. ¡Está celoso de mí en todos los aspectos! Nunca me perdonará ser más inteligente que él.

(Se inclina, excitado, sobre la silla de SALIERI como un niño travieso.) Os diré un secreto. Leopoldo Mozart no es más que una mierda, celoso y reseco… y yo, realmente, le aborrezco.

(Se ríe culpablemente. Los VENTICELLI aparecen rápidamente y hablan a SALIERI, mientras MOZART queda inmóvil.)

V. 1. —

(Solemne.) Leopoldo Mozart…

V. 2. —

(Solemne.) Leopoldo Mozart…

V. 1 y V. 2. — ¡Leopoldo Mozart ha muerto!.

(Salen. MOZART retrocede. Una larga pausa.)

SALIERI. — No os desesperéis. La muerte es inevitable, amigo mío.

MOZART. —

(Desesperado.) ¿Y ahora qué hago yo?

SALIERI. — ¿Qué queréis decir?

MOZART. — No tengo a nadie más en el mundo que me avise de la maldad que hay por todas partes. ¡Yo no la percibo!… El veló por mí durante toda mi vida… y yo le traicioné.

SALIERI. — ¡No!

MOZART. — Hablé en contra suya.

SALIERI. — ¡No!

MOZART. —

(Afligido.) Me casé en contra de su voluntad. Le abandoné. Bailé, jugué al billar e hice el tonto, mientras él permanecía solo, noche tras noche, en una casa vacía, sin una mujer para cuidarle…

(SALIERI se levanta preocupado.)

SALIERI. — Wolfgang. Mi querido Wolfgang. ¡No os acuséis a vos mismo!… Apoyaos en mí, si queréis… Contad con mi apoyo.

(SALIERI abre sus brazos en un amplio gesto de benevolencia paternal. MOZART se acerca y casi está tentado de rendirse al abrazo. Pero lo evita en el último momento y se aleja, dirigiéndose hacia el frente, donde cae de rodillas.)

MOZART.— ¡Papá!

SALIERI. —

(Al público.) ¡Así nació el fantasma del padre en Don Giovanni!

Suenan en todo el teatro los dos severos acordes que inician la obertura de Don Giovanni. Mozart parece amedrentarse al oírlos, al tiempo que mira al frente.

En el telón de fondo de la “Caja de Luz” aparece la silueta de una gigantesca figura negra, con capa y sombrero de tres picos. Extiende sus brazos amenazadoramente hacia su creador, como si quisiera devorarlo.

SALIERI. — El padre más acusador que se ha visto en ópera. Así nació la figura del Libertino Culpable arrojado al Infierno… Yo veía, pasmado, cómo de su vida corriente hacía arte. Los dos éramos hombres vulgares, él y yo. Sin embargo, él de lo vulgar creaba leyendas, y yo de leyendas creaba solamente vulgaridades.

Ir a la siguiente página

Report Page