Amadeus

Amadeus


Acto segundo

Página 11 de 14

(La figura se desvanece. SALIERI está de pie detrás de MOZART arrodillado.) ¿Podía haber detenido mi guerra? ¿Haberle mostrado algo de piedad?… Oh, sí, amigos míos, sin duda, ¡si el que está arriba me hubiera mostrado a mi una sola gota de ella! Cada vez que iba a ponerme a trabajar rezaba —todavía rezaba, ¿comprendéis?—. “¡Haz que esta obra sea grata a mis oídos! ¡Solamente ésta!” Pero, ¿me lo concedería alguna vez?… Yo encontraba mi música sosegadamente convencional… ni un solo soplo de espíritu que la sacase de lo superficial. Y oía la de él…

(Oímos los exquisitos compases del terceto “Soave il vento” de Cosí fan tutte.) ¡El espíritu cantando en ella, incontenible, sólo para mis oídos! Escuché su comedia sobre la seducción de dos hermanas: “Cosí fan tutte”, “Así hacen todas”. Aloysia y Constanze inmortalizadas. Dos chicas corrientes convertidas en divinidades; y sus cantos de entrega eran más dulces que los Salmos en el Paraíso.

(A Dios, angustiado.) “¡Concédeme esto!… ¡Concédemelo!…”

(Como si fuese Dios): “No, no, no: ¡no te necesito, Salieri! ¡Tengo a Mozart! ¡Es mejor que guardes silencio!” ¡Ja, ja, ja, ja!

(La música se interrumpe.) La horrible risilla de la Criatura era la risa de Dios. Tenía que ponerle fin. ¿Pero cómo? Sólo había un medio: ¡ El hambre! Hacer morir de hambre al Dios. Reducir al hombre a la miseria.

V

I

E

N

A

Y

E

L

P

A

L

A

C

I

O

D

E

S

C

H

O

N

B

R

U

N

N

SALIERI. —

(A MOZART.) ¿Cómo os va hoy?

MOZART. — Mal. No tengo dinero ni medio de obtenerlo.

SALIERI. — Exageráis. Seguro que exageráis.

(Se ilumina el palacio de Schonbrunn. El Emperador está en la “Caja de Luz”, en su espacio dorado.)

JOSEPH. — Hemos de encontrarle un empleo.

SALIERI. —

(Al público.) ¡Un peligro! El Emperador.

(SALIERI se dirige hacia el fondo, hasta JOSEPH.) No hay nada disponible, Majestad.

JOSEPH. — El puesto de Compositor de Cámara, ahora que ha muerto Gluck.

SALIERI. —

(Escandalizado.) ¿Mozart reemplazar a Gluck?

JOSEPH. — No quiero que ande diciendo que me lo quité de encima. Ya sabéis qué lengua tiene.

SALIERI. — Entonces, otorgadle el puesto que tenía Gluck, Majestad, pero no su salario. Eso sería un error.

JOSEPH. — Gluck recibía 2000 florines al año. ¿Cuánto debe recibir Mozart?

SALIERI. — 200. Una paga pequeña, sí, pero por tareas pequeñas.

JOSEPH. — Perfectamente justo. Os estoy agradecido, Compositor de Corte.

SALIERI. —

(Inclinándose.) Majestad.

(La luz disminuye un poco sobre JOSEPH, que aún sigue allí. SALIERI vuelve junto a MOZART.) (Al público.) Fácil. Como muchos hombres obsesionados en parecer generosos, el Emperador era un perfecto tacaño.

(MOZART se arrodilla ante el Emperador.)

JOSEPH. — Herr Mozart. ¡Vous nous faites honeur!…

(Luces. MOZART se da la vuelta y baja hacia el frente del escenario.)

MOZART.— ¡Es un maldito insulto! ¡No es suficiente ni para darle queso a un ratón durante una semana!

SALIERI. — Miradlo como un símbolo, caro Herr.

MOZART. — Cuando era joven me daban cajas de rapé. ¡Ahora son símbolos! ¿Y por qué? Pom-pom. ¡Por fuegos artificiales! Twang-twang, ¡por contradanzas!

SALIERI. — Lamento que esto os enfurezca. No os hubiera propuesto para el cargo, de haber sabido que os afligiría.

MOZART. — ¿Vos lo sugeristeis?

SALIERI. — Lamento no haber sido capaz de hacer más.

MOZART. — Oh… ¡perdonadme! ¡Sois un buen hombre! Ahora me doy cuenta! Sois un hombre verdaderamente bondadoso… ¡Y yo soy un monstruo imbécil!

(Coge la mano de SALIERI).

SALIERI. — No, por favor…

MOZART. — Me habéis hecho sentirme avergonzado. ¡Hombre espléndido!

SALIERI. — No, no, no, no… s’il vous plait. ¡Un poco menos de entusiasmo, os lo ruego!

(MOZART ríe encantado ante esta imitación del Emperador. SALIERI se une a él. MOZART súbitamente se dobla presa de calambres en el estómago. Gime.) ¡Wolfgang! ¿Qué os pasa?

MOZART. — A veces me dan calambres en el estómago.

SALIERI. — Lo siento.

MOZART. — Perdonadme… No es nada realmente.

SALIERI. — ¿Os volveré a ver pronto?

MOZART. — Por supuesto.

SALIERI. — ¿Por qué no me visitáis?

MOZART. — Lo haré… ¡Lo prometo!

SALIERI. — Bene.

MOZART. — Bene.

SALIERI. — Mi amigo. Mi nuevo amigo.

(MOZART se ríe con placer y sale. Una pausa.) (Al público.) Si tenía que ocurrir, éste era el momento de que Dios me aplastara. Esperé… ¿Y sabéis lo que ocurrió? Yo acababa de arruinar la carrera de Mozart en la Corte: Dios me recompensaba concediéndome mi más caro deseo!

(Entran los VENTICELLI.)

V. 1. — Kapellmeister Bonno.

V. 2. — Kapellmeister Bonno.

V. 1 y V. 2. — ¡Kapellmeister Bonno ha muerto!

(SALIERI abre la boca sorprendido.)

V. 1. — Habéis sido nombrado…

V. 2. — Por Real Decreto…

V. 1 — Para ocupar su cargo.

(Plena luz sobre el Emperador, al fondo. Está flanqueado por STRACK y ORSINI-ROSEMBERG, inmóviles como iconos igual que en su primera aparición.)

JOSEPH. —

(Protocolariamente, cuando SALIERI se vuelve y se inclina ante él.) Primer Real e Imperial Kapellmeister de nuestra Corte.

(Los VENTICELLI aplauden.)

V. 1. — Bravo.

V. 2. — Bravo.

ROSEMBERG. — ¡Eviva, Salieri!

STRACK. — ¡Muy bien, Salieri!

JOSEPH. —

(Afectuosamente.) Querido Salieri… ¡Ya está!

(Las luces bajan en Schonbrunn. En la oscuridad el Emperador y su corte abandonan el escenario por última vez. SALIERI se da la vuelta, alarmado.)

SALIERI. —

(Al público.) Ahora estaba verdaderamente alarmado. ¿Cuánto tiempo seguiría sin castigo?

V. 1 y V. 2. — ¡Enhorabuena, señor!

V. 1. — Mozart tiene un aspecto horrible.

V. 2. — Debe ser mortificante, desde luego.

V. 1. — He oído que toma medicamentos constantemente.

SALIERI. — ¿Para qué?

V. 2. — Contra la envidia, supongo.

V. 1. — He oído que hay otro niño en camino.

V. 2. — Lo hay. He visto a la madre.

E

L

P

R

A

T

E

R

En el telón de fondo aparecen frescos árboles verdes. MOZART y CONSTANZE entran cogidos del brazo. Ella está manifiestamente embarazada y lleva un abrigo y un sombrero pobres; las ropas de él también son más pobres. SALIERI pasea con los VENTICELLI.

SALIERI. — Le volví a ver de nuevo en el Prater.

MOZART. —

(A SALIERI.) ¡Enhorabuena, señor!

SALIERI. — Gracias. ¡Y a vos!, a ambos.

(Al público.) Evidentemente había un cambio a peor. Sus ojos brillaban de forma extraña, como los de un perro cuando reflejan la luz.

(A MOZART.) He oído que no estáis bien, amigo mío. (Corresponde a la reverencia que le hace CONSTANZE.)

MOZART. — No lo estoy. Sigo teniendo dolores.

SALIERI. — Qué lamentable. ¿Qué puede ser?

MOZART. — También duermo mal… Tengo… pesadillas.

CONSTANZE. —

(Advirtiéndole.) ¡Wolferl!

SALIERI. — ¿Sueños?

MOZART. — Siempre el mismo… Una figura cubierta por capa gris se acerca a mi haciendo esto.

(Llama por señas, lentamente.) No tiene rostro. Es sólo gris, como una máscara…

(Se ríe nerviosamente.) ¿Qué creéis que puede significar?

SALIERI. — ¿Sin duda vos no creéis en los sueños?

MOZART. — No, desde luego que no…

SALIERI. — ¿Seguramente vos tampoco, Madame?

CONSTANZE. — Yo nunca sueño, señor. Las cosas para mí ya son suficientemente desagradables despierta.

(SALIERI se inclina.)

MOZART. — ¡Es todo fantasía, naturalmente!

CONSTANZE. — Si Wolfgang tuviera un trabajo apropiado soñaría menos, Primer Kapellmeister.

MOZART. —

(Turbado, cogiéndola por el brazo.) ¡Stanzi, por favor!… Perdonadnos señor. Vamos, querida. ¡Estamos bastante bien, gracias!

(Marido y mujer se van.)

V. 1. — Se está volviendo rarillo.

V. 2. — No hay duda.

V. 1. — ¡Figuras grises sin rostro!

SALIERI. —

(Observándole.) Está triste y piensa demasiado en su padre.

V. 1. — Han vuelto a cambiarse de casa.

V. 2. — Rauhensteingasse, 970.

V. 1. — Deben estar desesperados.

V. 2. — Es un verdadero cuchitril.

SALIERI. — ¿Gana algún dinero más, aparte del que le proporciona su cargo?

V. 1. — Nada en absoluto.

V. 2. — He oído que está empezando a mendigar.

V. 1. — Dicen que ha escrito cartas a veinte Hermanos Masones.

SALIERI. — ¿De veras?

V. 2. — Y ellos le están dando dinero.

SALIERI. —

(Al público.) ¡Por supuesto! ¡Me había olvidado de los Masones! Naturalmente ellos le socorrerían… ¡Qué estúpido por mi parte!… ¡No llegaría a morir de hambre con los Masones dispuestos a ayudarle! Mientras él se lo pidiera ellos seguirían cubriendo sus necesidades… ¿Cómo podría acabar con esto? ¡Y rápidamente!…

V. 1. — ¡Lord Fuga está muy disgustado con él!

SALIERI. — ¿Lo está?

U

N

A

L

O

G

I

A

M

A

S

Ó

N

I

C

A

Desciende un enorme emblema dorado incrustado de símbolos masónicos. Entra VAN SWIETEN. Lleva puesto sobre sus sobrias ropas el delantal ritual. Al mismo tiempo MOZART entra por la izquierda. También lleva el delantal. Los dos hombres se estrechan las manos en un saludo fraternal.

VAN SWIETEN. —

(Gravemente.) Esto no está bien, Hermano. La Logia no se creó para que mendiguéis.

MOZART. — ¿Qué otra cosa puedo hacer?

VAN SWIETEN. — Dad conciertos, como solíais hacer.

MOZART. — No me quedan abonados, Barón. Ya no estoy de moda.

VAN SWIETEN. — No me sorprende. Escribís comedias de mal gusto, que ofenden. Os lo advertí a menudo.

MOZART. —

(Humildemente.) Lo hicisteis. Lo reconozco.

(MOZART sujeta su estómago con gesto de dolor.)

VAN SWIETEN. — Mañana os enviaré algunas Fugas de Bach. Podéis adaptarlas para mi concierto dominical. Tendréis una pequeña paga.

MOZART. — Gracias, Barón.

(VAN SWIETEN hace una pequeña inclinación de cabeza y sale. SALIERI avanza. El también lleva el delantal masónico.) (Gritando tras VAN SWIETEN.) ¡No puedo vivir de adaptar a Bach!

SALIERI. — Un hombre generoso.

MOZART. — Da lo mismo; tendré que hacerlo. Si él volviera la Logia contra mí, estaría acabado. Virtualmente, los Hermanos Masones me están manteniendo ahora…

SALIERI. — Eso está bien.

MOZART. — No importa. Me las arreglaré. ¡Ya lo veréis! Las cosas están mejorando. Schikaneder me ha hecho una propuesta maravillosa. Es un nuevo miembro de esta Logia.

SALIERI. — ¿Schikaneder? ¿El actor?

MOZART. — Sí. Es propietario de un teatrito en las afueras.

SALIERI. — ¿Un teatro popular, sin duda?

MOZART. — Sí… Quiere que le escriba un vaudeville, algo para gente alemana corriente. ¿No es una idea maravillosa?… Me ha ofrecido la mitad de los ingresos cuando estrenemos.

SALIERI. — ¿Nada por adelantado?

MOZART. — Dijo que no podía darme nada. Ya sé que no es una gran oferta. ¡Pero una obra popular sobre el Amor Fraterno exaltaría todo aquello en lo que, como Masones, creemos!

SALIERI. — ¡Desde luego que sí!… ¿Por qué no ponéis a los Masones en ella?

MOZART. — ¿En una ópera?… ¡No sería capaz!

(SALIERI se ríe, para indicar que estaba simplemente bromeando.) De todos modos… ¡Qué idea!

SALIERI. —

(Con seriedad.) Nuestros rituales son secretos, Wolfgang.

MOZART. — No necesitaría copiarlos exactamente.

SALIERI. — Bueno… Desde luego sería por una gran causa.

MOZART. — ¡Amor Fraterno!

SALIERI.— ¡Amor Fraterno!

(Ambos se vuelven y miran solemnemente al gran emblema dorado que cuelga a su espalda.)(Afectuosamente.) ¡Intentadlo! Tened valor. Wolfgang. Es una idea gloriosa.

MOZART. — Lo es, ¿no es cierto? ¡Realmente lo es!

SALIERI. — Por supuesto, no digáis nada hasta que esté hecho.

MOZART. — Ni una palabra.

SALIERI. —

(Haciendo un signo: puño cerrado.) ¡Secreto!

MOZART. —

(Haciendo un signo similar.) ¡Secreto!

SALIERI. — Bien.

(Baja al frente del escenario.) (Al público.) Y si esto no hacía que los Masones terminaran con él… ¡nada lo haría!

(El emblema de oro se retira. Oímos la alegre danza de Monastatos y los esclavos hipnotizados de “La flauta mágica”: “Das Klinget, so Herrlich. Das Klinget so Schon!” Con el campanilleo del glockenspiel los criados traen una mesa larga, corriente, cargada de manuscritos y botellas. Sobre ella hay también un taburete corriente, patas arriba. Colocan esto en la zona de madera, con la cabecera hacia el público. Al mismo tiempo CONSTANZE aparece desde el fondo, con aspecto cansado, y entra en este apartamento: La Rauhensteingasse. Lleva un delantal relleno, que indica lo avanzado de su embarazo. Simultáneamente, al fondo izquierda, otros dos criados han colocado la pequeña mesa dorada, sobre la que hay un soporte para pasteles lleno, y tres de las sillas doradas del resplandeciente salón de SALIERI. Ahora tenemos a la vista los dos apartamentos en contraste. Tan pronto como se retira el emblema, los VENTICELLI se acercan a SALIERI.)

A

P

A

R

T

A

M

E

N

T

O

S

D

E

M

O

Z

A

R

T

Y

S

A

L

I

E

R

I

VENTICELLO 1. — ¡Mozart está muy satisfecho de sí mismo!

VENTICELLO 2. — ¡Está escribiendo una ópera muy en secreto!

V. 1. —

(Con mal humor.) Y no quiere contar a nadie su tema.

V. 2. — Resulta francamente molesto.

(Los VENTICELLI se van.)

SALIERI. — Me lo contó a mí. ¡Me contó todo!… Ceremonias de iniciación. Ceremonias con los ojos vendados. ¡Todos los rituales copiados de los Masones!… Estaba sentado en casa preparando su propia destrucción. Una casa donde la vida se hacía cada día más horrible.

(Va hacia el fondo del escenario y se sienta en una de las sillas doradas, devorando un pastel. MOZART se sienta también a su mesa, envuelto en una manta, y comienza a escribir música. CONSTANZE está frente a él, sentada en un taburete y envuelta en un chal.)

CONSTANZE. — Tengo frío… ¡ mucho frío!… No es ninguna novedad puesto que no tenemos leña para el fuego.

MOZART. — Papá tenía razón. Hemos terminado exactamente como él dijo. Mendigos.

CONSTANZE. — Todo es culpa suya.

MOZART. — ¿De papá?

CONSTANZE. — Ha conseguido que durante toda tu vida sigas siendo un niño.

MOZART. — No lo comprendo… Tú siempre quisiste a papá.

CONSTANZE. — ¿ Yo?

MOZART. — Le adorabas. Al menos eso me decías.

(Leve pausa.)

CONSTANZE. —

(De plano.) Le odiaba.

MOZART. — ¿Qué?

CONSTANZE. — Y él me odiaba a mí.

MOZART. — Eso es absurdo. Él nos quería mucho a los dos. Ahora estás reaccionando como una tonta.

CONSTANZE. — ¿Y lo soy?

MOZART. —

(Sin darle importancia.) ¡Sí, lo eres, mujercita-de-mi-corazón!

CONSTANZE. — ¿Recuerdas el fuego que encendimos anoche porque hacía tanto frío que ni siquiera podías conseguir que la tinta estuviese fluida? Dijiste: “Qué hoguera”, ¿recuerdas? “¡Qué hoguera! ¡Todos esos viejos papeles ardiendo!” Pues bien, cariño, esos viejos papeles eran precisamente todas las cartas de tu padre, ni más ni menos. Todas las que había escrito desde el día que nos casamos.

MOZART. — ¡Qué!

CONSTANZE.— ¡Todas sus cartas diciendo lo boba y lo mala ama de casa que soy! ¡Todas ellas!

MOZART. —

(Gritando.) ¡Stanzi!

CONSTANZE. — ¡Mierda para él!… ¡Me cago en él!

MOZART. — ¡Zorra!

CONSTANZE. —

(Salvajemente.) ¡Al menos ese papel nos dio calor! ¿Para qué otra cosa servía? ¡Quizá deberíamos bailar! A ti te encanta bailar, Woferl. ¡Vamos a bailar! ¡Bailar para entrar en calor!

(Afectando distinción.) ¡Escribidme una contradanza, Mozart! Tu trabajo es escribir danzas, ¿no es así?

(Histéricamente, empieza a bailar con violencia alrededor de la habitación, como una campesina demente, a los compases de “Non più andrai”,) (Cantando furiosamente.) Non più andrai, farfallone amoroso… Notte e giorno d’intorno girando…

MOZART. —

(Chillando.) ¡Basta! ¡Basta!

(La agarra.) ¡Stanzi-marini! ¡Marini-bini! No, por favor. Por favor, por favor, por favor, te lo ruego… ¡Mira, ahí va un beso! ¿De dónde ha venido? ¡Justo de aquel rincón! ¡Ahí va otro… todo húmedo, húmedo y blando, que viene hacia ti!, mua, mua, mua.

(Ella le aparta empujándole. CONSTANZE baila. MOZART la coge. Ella le empuja.)

CONSTANZE.— ¡Apártate!

(Pausa.)

MOZART. — Tengo miedo Stanzi. Me está ocurriendo algo terrible.

CONSTANZE. — No puedo soportarlo. No puedo soportarlo más.

MOZART. — Y ahora la figura hace así:

(Llamando por señas más aprisa.) “¡Aquí! ¡Ven aquí! ¡Aquí!” Su rostro todavía enmascarado… ¡invisible! ¡Pero para mi se vuelve cada vez más real!

CONSTANZE. — ¡Basta, por Dios!… ¡Basta!… Me asustas. Me das miedo… Si continúas así te dejaré. Lo juro.

MOZART. —

(Conmocionado.) ¡Stanzi!

CONSTANZE. — Hablo en serio… de veras…

(Ella se lleva la mano al estómago como si la doliera.)

MOZART. — Lo siento… Oh Dios, lo siento… ¡Lo siento, lo siento, lo siento!… ¡Ven a mi lado, mi amor! Ven… Ven…

(Se arrodilla y la atrae mimosamente hacia él. Ella va, mitad de mala gana, mitad complaciente.) ¿Quién soy yo?… Rápido: dímelo. Abrázame y dime quién soy.

CONSTANZE. — Gato-Miau.

MOZART. — ¿Quién más?

CONSTANZE. — Miau-Trazom.

MOZART. — ¡Y tú eres squiki, piki!

(Dándose por vencida.)

CONSTANZE. — ¡Wolfi-miaufi!

MOZART. — ¡Poppi-pippi!

(Se ríen.)

CONSTANZE. — No seas tonto.

MOZART. —

(Insistente: como un niño.) Vamos. Hazlo. Hazlo. Vamos a hacerlo ¡Poppi!

(Juegan a un juego privado, haciéndolo cada vez más deprisa, de rodillas.)

CONSTANZE. — Poppi.

MOZART. —

(Cambiándolo.) Pappi.

CONSTANZE. —

(Imitándole.) Pappi.

MOZART. — Pappa.

CONSTANZE. — Pappa.

MOZART. — Pappa-pappa.

CONSTANZE. — Pappa-pappa.

MOZART. — Pappa-pappa-pappa-pappa.

CONSTANZE. — Pappa-pappa-pappa-pappa.

(Se restriegan las narices.)

JUNTOS. — ¡Pappa-pappa-pappa-pappa! ¡Pappa-pappa-pappa-pappa!

CONSTANZE. — ¡Ah!

(Ella, de repente, grita de dolor y se aprieta el estómago.)

MOZART. — ¡Stanzi!… ¿Stanzi qué te pasa?

(Los VENTICELLI entran corriendo.)

V. 1. — ¡Noticias!

V. 2. — ¡De improviso!

V. 1. — Ha dado a luz.

V. 2. — Inesperadamente.

V. 1. — Un niño.

V. 2. — Pobre diablillo.

V. 1. — Ir a nacer en esa familia.

V. 2. — En esa habitación.

V. 1. — Con ese dinero.

V. 2. — Y siendo el propio padre un auténtico niño.

(Durante lo anterior, CONSTANZE se ha levantado lentamente y se ha quitado el delantal relleno, dejando así de estar embarazada. Ahora se da la vuelta con pena y camina lentamente hacia el fondo del escenario y sale. MOZART la sigue unos cuantos pasos, alarmado. Se detiene.)

V. 1. — Y ahora he oído…

V. 2. — Ahora he oído…

Ir a la siguiente página

Report Page