Amadeus

Amadeus


Acto segundo

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(Los CIUDADANOS se arrodillan. En medio de un silencio sepulcral los criados arrojan el cuerpo de MOZART desde la mesa, al espacio que hay en la parte de atrás del escenario. Todos se van, excepto SALIERI y CONSTANZE. Ella recobra movimiento y comienza a recoger las partituras desperdigadas por el suelo. SALIERI habla ahora con una voz que envejece progresivamente: una voz cada vez más emponzoñada por su propio odio.) En cuanto a Constanze, a su debido tiempo, volvió a casarse con un diplomático danés más insípido que un reloj de pared y se retiró a Salzburgo, ciudad natal del gran compositor, convirtiéndose en la máxima administradora de todos los asuntos mozartianos.

(CONSTANZE se levanta, arrebujándose en su chal y estrechando las partituras contra su pecho.)

CONSTANZE. —

(Reverentemente.) ¡No hubo jamás un hombre de lengua más dulce! En diez años de felicísimo matrimonio nunca le oí pronunciar una sola palabra grosera o engreída. ¡La pureza de su vida se refleja en la pureza de su música!…

(En tono enérgico.) Al vender sus partituras sólo cobro por la tinta. Tantas notas, tantos chelines. Me parece la forma más sencilla.

(Abandona el escenario hecha un pilar de rectitud.)

SALIERI. — Un hecho asombroso salió a la luz: Mozart no había soñado aquella figura enmascarada que dijo “Coge tu pluma y escribe un Réquiem”. ¡Era real!… Un cierto noble estrafalario llamado Conde Walsegg deseaba pasar por compositor. Envió a su mayordomo, disfrazado, a casa de Mozart, para encargarle la obra —en secreto— y hacerla pasar por suya. Después de la muerte de Mozart se tocó, efectivamente, como el Réquiem del Conde Walsegg… Y yo lo dirigí.

(Sonríe al público.) Naturalmente que lo hice. En aquellos días yo presidía todos los grandes acontecimientos musicales de Viena.

(Se quita la casaca.) Incluso dirigí las salvas de cañón de la espantosa sinfonía de la batallita: la “Heroica”, de Beethoven. ¡La experiencia me dejó casi tan sordo como él!

Los CIUDADANOS se dan la vuelta y se inclinan ante él, besando sus manos exageradamente.

SALIERI. — Permanecí en Viena, la Ciudad de los Músicos, reverenciado por todo el mundo, durante treinta y dos años. ¡Y lentamente comprendí la naturaleza del castigo divino!…

(Directamente al público.) ¿Qué había pedido yo en aquella iglesia siendo un niño? ¿No fue la Fama?… ¡Bien, ya tenia la Fama! ¡Iba a convertirme en el músico más famoso de Europa! ¡Iba a ser emparedado en Fama! ¡Enterrado en fama! ¡Embalsamado en fama!, pero por un trabajo que yo sabía que no valía absolutamente nada!… Esta era mi sentencia: ¡debía soportar, durante treinta años, el ser llamado “Distinguido” por gente incapaz de distinguir!…

(Durante todo lo que antecede los CIUDADANOS han caído de rodillas ante él y le aplauden silenciosamente, en una mímica de adoración, extendiendo sin cesar sus brazos hacia arriba, hasta casi ocultarse por completo.) Yo sentía, mientras la escribía, que mi música estaba muerta, mientras los ojos de la gente rebosaban de lágrimas de emoción y sus gargantas resonaban con gritos de júbilo… Y finalmente, después de haberme restregado la nariz en Fama hasta hacerme vomitar —recepciones, premios, medallas de la ciudad, condecoraciones—, de pronto su golpe maestro: ¡Silencio!

(Los CIUDADANOS quedan congelados.) ¡Todo me sería arrebatado! Hasta la última migaja.

(Los CIUDADANOS se ponen en pie, se alejan de él y caminan indiferentes hasta salir del escenario.) La música de Mozart sonaría en todas partes y la mía no se oiría en ningún lugar sobre la tierra. ¡Tenía que sobrevivir para verme a mí mismo extinguido!… Cuando me sacaron hasta un carruaje para recoger mi último premio, un hombre que estaba en la acera dijo: “¿No es ése uno de los Generales de Waterloo?”

(Gritando salvajemente hacia arriba) Nemico dei Nemici! Dio Implacabile!

(Se cierran las cortinas. Un criado trae la silla de ruedas. Otro da a SALIERI su vieja bata y su gorro, mientras éste se quita su peluca y vuelve a convertirse en el viejo. Las luces cambian. Dan las seis. Estamos de nuevo en el apartamento de SALIERI.)

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SALIERI. — Ha llegado el alba. Un momento de violencia y ya está. Veréis, no puedo aceptar ser absorbido por el olvido, que ni siquiera mi nombre sea recordado. Oh no. No he vivido en este mundo para ser eternamente su diversión. Aún me queda una baza: ¡A ver qué hace ante esto!

(Confidencialmente al público.) Toda esta semana he estado gritando mi crimen. Vosotros me habéis oído, ¿recordáis? “¡Mozart, pietá! ¡Perdona a tu asesino, Mozart! ¡Mozart!”

(Comienzan a oírse murmullos de “Salieri”: al principio débilmente, como al comienzo de la obra. Durante lo que sigue aumenta el volumen, en estricto contrapunto operístico a los párrafos de SALIERI.)

MURMURADORES. —

(Débilmente.) ¡Salieri!

SALIERI. —

(Triunfalmente.) ¡Lo hice deliberadamente!… ¡Mis criados llevaron las noticias a la calle!

MURMURADORES. —

(Más alto.) ¡Salieri!

SALIERI. — ¡Las calles se lo repitieron unas a otras!

MURMURADORES. —

(Más alto.) ¡Salieri! ¡Salieri!

SALIERI.— ¡Ahora mi nombre está en todas las lenguas! ¡Viena, Ciudad de Escándalos, tiene al fin uno digno de ella!

MURMURADORES. — Salieri… Asesino… Asesino… Salieri…

SALIERI. —

(Falsetto: disfrutando.) “¿Puede ser verdad?… ¿Es posible?… ¿Lo hizo realmente?”

MURMURADORES. —

(Fortísimo.) ¡¡¡Salieri!!!

SALIERI. — ¡Bien, amigos, ahora lo sabrán todos con certeza! Conocerán mi horrible muerte y creerán la mentira para siempre. Desde hoy, siempre que los hombres pronuncien el nombre de Mozart con amor, pronunciarán el mío con odio. A medida que su nombre crezca en el mundo también crecerá el mío —si no en fama, en infamia—. Voy a ser inmortal al fin y al cabo. ¡Y Dios no tiene poder para evitarlo!

(Se ríe ásperamente.) ¡Ved ahora si es posible burlarse del hombre!

(Saca una navaja de afeitar del bolsillo. Se levanta, la abre y se dirige al público del modo más sencillo, amable y directo.) Amici cari. Al nacer no era más que un par de oídos. Sé que Dios existe solamente cuando escucho música. Sé que sólo escribiendo música puedo venerarle… A mí alrededor los hombres están hambrientos de derechos públicos. Yo sólo estuve hambriento de notas privadas. Buscan la libertad para la Humanidad. Yo solamente busqué, para mí mismo, esclavitud. Ser poseído, agotado por algo absoluto. Esto me ha sido negado, y con ello todo significado a mi vida. Ahora voy a convertirme en un fantasma. Estaré en las sombras cuando a vosotros os llegue el turno de venir aquí, a esta tierra. Y cuando sintáis la horrible mordedura de vuestros fracasos, y oigáis las burlas de un Dios inaccesible e indiferente, yo os susurraré mi nombre: “¡Salieri: Santo Patrón de los Mediocres!” Y podréis rezarme desde lo más profundo de vuestro abatimiento. Y yo os perdonaré. Vi saluto.

(Se corta el cuello y cae hacia atrás, sobre la silla de ruedas. El cocinero —que acaba de entrar llevando una bandeja de bollos frescos para el desayuno — grita horrorizado. El criado entra apresuradamente, al mismo tiempo, por el otro lado. Juntos empujan la silla de ruedas, con el cuerpo derrumbado sobre ella, hacia atrás, en dirección al fondo, y la fijan en el centro. Los VENTICELLI aparecen de nuevo, con trajes de 1823.)

VENTICELLO 1. — Libro de Conversación de Beethoven, noviembre 1823. Los visitantes escriben las noticias para el sordo.

(Da el libro a VENTICELLO 2.)

VENTICELLO 2. —

(Leyendo.) “Salieri se ha cortado el cuello, ¡pero todavía sigue vivo!”

(SALIERI se remueve y vuelve a la vida, mirando a su alrededor desconcertado. El criado y el pastelero se van. SALIERI mira fijamente al frente, como una gárgola asombrada.)

V. 1. — Libro de Conversación de Beethoven, 1824. Los visitantes escriben las noticias para el sordo.

(Le da otro libro al VENTICELLO 2 .)

V. 2. —

(Leyendo.) “Salieri está trastornado. Continúa afirmando que es culpable de la muerte de Mozart y que le asesinó utilizando veneno.”

(La luz se estrecha formando un cono brillante que cae sobre SALIERI.)

V. 1. — El “German Musical Times”, 25 de mayo de 1825.

(Le da un periódico al VENTICELLO 2.)

V. 2. —

(Leyendo.) “Nuestro benemérito Salieri no acaba de morirse. Se dice que en el delirio de su imaginación ha llegado incluso a acusarse él mismo de la temprana muerte de Mozart. Un extravío de la mente que, en verdad, nadie más que el iluso anciano cree.”

(La música cesa. SALIERI inclina la cabeza, confesando su derrota.)

V. 1. — No puedo creerlo.

V. 2. — No puedo creerlo.

V. 1. — No puedo creerlo.

V. 2. — No puedo creerlo.

V. 1 y V. 2.— ¡Nadie en el mundo puede creerlo!

(Salen, la luz disminuye un poco. SALIERI se remueve, levanta la cabeza, y mira a lo lejos, a la oscuridad del teatro.)

SALIERI. — Mediocres de todo el mundo, yo os absuelvo a todos. ¡Amén!

(Levanta sus brezos abiertos, abarcando al público en un amplio gesto de bendición. Finalmente cruza los brazos sobre su propio pecho. La luz disminuye gradualmente hasta el oscuro total. Resuenan en todo el teatro los cuatro últimos acordes de la música para funeral masónico de AMADEUS MOZART.)

TELÓN

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