Alma

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Segunda parte. Ferrol » Capítulo 18

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Capítulo 18

 

 

—¡Por nosotros! —Elisa levantó la copa en un brindis—. Por nuestro futuro.

Sus compañeros de mesa, su marido, Armand y Alma, levantaron las suyas.

Ese brindis era muy diferente para las dos parejas. Mientras una miraba lo que estaba por venir con ilusión y esperanza, la otra tenía la plena conciencia de que no había futuro para ellos. Allí terminaba todo. Al día siguiente partirían para Cuba en un viaje muy largo.

—¿Qué vais a hacer durante nuestra ausencia? —preguntó Francisco.

—Ya sabes, lo de siempre. Aquí no hay mucho en lo que ocuparse —respondió Elisa—. Cuando llegue el buen tiempo, nos trasladaremos a San Martiño, ayudaré en la casa y en lo que me dejen del negocio. No habrá muchos cambios, espero. —Le guiñó un ojo, como si compartieran algún secreto privado.

—¿Y tú, Alma?

—No sé. Seguiré en el hospital; después, supongo que iré con ellos al pazo. Cuidaré de Guy —miro de manera significativa a los dos hombres, con quienes había concretado que lo más seguro para el muchacho era que permaneciera con ella. Armand había conseguido saber que Pascal había dejado instrucciones y que, en cuanto las circunstancias fueran propicias, el rey mandaría a alguien a buscarlo allí—. Me aseguraré de que esté bien. Confío en que mi padre me llame pronto. Quiero volver a casa.

En sus planes no aparecía Armand y él se dio cuenta.

—Armand, ¿no vas a volver aquí? —Elisa preguntó lo que quemaba en los labios de Alma y que por orgullo, no iba a preguntar.

Él posó sus ojos sobre ella. Se sentía atrapado. Solo un miserable o un loco abandonaría a esa mujer. ¿Y si se concedía una oportunidad? ¿Y si se la concedía a los dos? Una pequeña luz de esperanza prendió en su interior. Alma podía iluminar su existencia, esa que había estado en la oscuridad desde la infancia.

—Volveré. Tengo que volver —dijo sin dejar de mirarla, transmitiéndole un mudo mensaje.

—Entonces todo está bien —respondió Elisa satisfecha.

No. No estaba bien, se dijo Alma. Eso solo prolongaba su agonía. Armand no iba a cambiar de la noche a la mañana, seguía sin querer hijos y ella estaba cada vez más segura de que estaba embarazada.

Alargaron la despedida todo lo que pudieron, pero llegó el momento de marcharse.

—Te acompaño —se ofreció Armand. Si podía convencerla, podrían pasar juntos la última noche.

—No es necesario.

—Sí lo es —insistió él.

—¡Por supuesto! —intervino Elisa que veía que su prima se escapaba y no le concedía a Armand la oportunidad de explicarse.

Resignada y aterrorizada por tener que compartir un minuto a solas con él, se despidió de Francisco. Había llegado a apreciarlo. Era un hombre cariñoso que adoraba a su prima y que daría cualquier cosa por ella. Lo besó en ambas mejillas y le deseó suerte en su viaje.

—Cuidaré de ella —dijo refiriéndose a Elisa.

—Lo sé —le respondió Francisco con una enorme sonrisa.

Salieron a la fría noche de enero. Elisa vivía muy cerca de sus padres, así que no hacía falta coche. Caminaron uno junto a otro en silencio.

—¿No vienes conmigo? —Él lo intentó otra vez.

—No. —Le dolía el corazón y tuvo que hacer un inmenso esfuerzo para no echarse en sus brazos y pedirle que la llevara con él, a Cuba o a donde fuera—. Ya nos hemos despedido. No quiero prolongar la despedida.

Su voz salía tan débil y a la vez tan decidida que él supo que sus caminos se separarían en unos minutos.

—¿Es verdad que vas a volver? —preguntó ella al fin.

—Sí. ¿Me esperarás?

El corazón le latía rápido a la espera de su respuesta. Se había convertido en un romántico, se dijo con ironía. Si cuando la recogió en la puerta de su casa de París le hubieran dicho que sufriría por el sí o el no de sus labios, se habría reído a carcajadas.

—Te esperaré. —La calma que le transmitió esa respuesta le duró muy poco tiempo porque añadió—: Y no tardes. Como ese barco vuelva sin ti, daré este trato por concluido.

Así que no terminaba de fiarse. Para ser una chica ingenua, no tenía muy buena opinión de su persona, cosa por otra parte muy comprensible, ya que le había hablado de su infancia y sus antecedentes.

Llegaron a la puerta. Quedaron frente a frente, inmóviles, tristes, desconsolados. Tenían que despedirse, el tiempo había concluido.

Él se inclinó y le agarró el rostro entre sus manos. Depositó un largo y agónico beso sobre sus labios.

—Cuídate mucho, mademoiselle Ledoux. —Carraspeó ante la emoción que denotaba su voz.

—Y tú también, monsieur Bandon. No tardes.

Se dio la vuelta y entró en la casa de sus tíos. Cuando cerró la puerta, las lágrimas brotaban sin control.

Armand se dirigió hacia la suya. Caminó bajo el cielo nublado sin importarle el frío o si tardaba mucho. Le daba lo mismo llegar antes o después puesto que nadie le esperaba. La marcha de Alma había arrancado una parte de su ser que solo recuperaría cuando volviera a estar junto a ella.

 

 

—¿Puedes repetírmelo, por favor? —La cara de incredulidad de Elisa expresaba la sorpresa que las palabras de Alma le habían provocado. Los problemas se avecinaban.

—Estoy embarazada. Voy a ser madre.

Elisa se paseó por la sala de su casa. Alma había ido a verla como cada tarde. Todos los días merendaban juntas. Había observado que perdía peso y que estaba más pálida, pero lo achacaba a la marcha de Armand.

—¿Estás segura? —Necesitaba oírlo de nuevo para poder hacerse a la idea.

—Segurísima. —respondió con rotundidad.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde unos días antes de que Francisco y Armand se fueran.

Algo en el tono de esa respuesta la hizo sospechar.

—¿Se lo dijiste a Armand? —La observó con los ojos entrecerrados esperando, más bien, temiendo la respuesta.

—No.

Elisa soltó el aire que había contenido de golpe. Se desesperaba por momentos.

—¿Por qué? —Levantó los brazos y volvió a bajarlos con impotencia—. Alma, no te entiendo. ¿No le dijiste a Armand que iba a tener un hijo?

La aludida hizo un gesto negativo.

—Si yo lo hubiera sospechado, Francisco lo habría sabido al instante.

—Armand no quiere ser padre —dijo con tanta tristeza que Elisa detuvo el torrente de palabras que comenzaba a salir de su boca.

—¿Cómo lo sabes? —quiso saber

—Él me lo contó. No quiere casarse, no quiere hijos.

—Dijo que iba a volver —insistió sin dar crédito a lo que escuchaba.

—Si hubiera sabido que estoy esperando un bebé, no lo habría hecho. Él cree que es un monstruo que maltrataría a sus hijos. No quiero ni pensar en su reacción cuando se entere.

—Lo mismo cambia de idea —apuntó.

—No lo creo. Es muy testarudo y no quiere ni oír hablar de que es un buen hombre. Está demasiado influenciado por su padre.

—¿Y qué vas a hacer?

Alma se irguió y respiró con fuerza.

—Tener a mi hijo, criarlo y educarlo. Darle todo el amor del mundo.

—Ya, pero antes o después tendrá que saberlo.

Sí. Lo sabría. ¡Por supuesto que lo sabría! Ella se encargaría de decírselo y de presentarle a su hijo. Haría todo lo posible porque lo reconociera y lo quisiera, era su deber como madre. Lo haría por el niño. Cuando lo tuviera delante y lo abrazara, verían si era capaz de abandonarlo. O mucho se equivocaba o monsieur Bandon no era lo que él creía. Un ser cruel no la trataría como lo hacía con ella. Había respetado sus opiniones, había hecho todo lo que estaba en su mano para hacerla sentir bien, le había hecho el amor con… amor. No. Armand Bandon no era un monstruo, solo tenía que convencerlo de ello.

—¿Se lo has dicho a mi madre?

Ahí venía el siguiente problema.

—Todavía no. Pero ha tenido siete hijos. Seguro que lo sospecha.

—Si quieres te acompaño cuando hables con ella.

—No hace falta. Puedo apañarme. A pesar de que es un poco gruñona, María es buena.

—¿Sabes, Alma? Me gustaría estar embarazada. Sería para mí el colmo de la dicha —comentó con envidia—. Francisco se volvería loco si supiera que íbamos a tener un hijo.

Alma abrazó a su prima. El mundo era injusto.

—Seréis unos padres increíbles. Cuando vuelva, podéis emplearos a fondo para conseguirlo. —Sonrió con picardía.

El rostro de Elisa se iluminó ante esa posibilidad.

—Sí que lo haremos.

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