Alma

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Segunda parte. Ferrol » Capítulo 21

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Un año. Hacía un año que había llegado a España y su existencia había cambiado tanto que París era un recuerdo lejano. Se enteraba de los acontecimientos de la revolución por compatriotas que llegaban a la ciudad. Las cosas no habían mejorado mucho para la aristocracia por lo que el exilio seguía siendo el lugar más seguro.

No tenía noticias de París e ignoraba si su casa seguía siendo suya. Si fuera una persona sensata, se acomodaría a la nueva situación, aceptaría la propuesta de matrimonio y criaría a su hija sin problemas, pero había algo que tiraba de ella hacia Francia. Quería vivir en su país, en su hogar. Y aunque no lo reconocería por todo el oro del mundo, Armand estaba allí, le decía una vocecita machacona una y otra vez.

El día de Navidad fue muy diferente al del año anterior. Tenía a Natalie, lo mejor que le había pasado en la vida. Su niñita tenía los ojos de un color tan azul que le recordaba continuamente a su padre. En esa ocasión, la silla que ocupara Armand, ahora acomodaba a Pascal. Elisa lucía una sonrisa radiante. Si el año anterior había soltado la noticia de su boda secreta, en esa acababa de anunciar su próxima maternidad. La dicha la rodeaba por todas partes.

 

 

—¿Te ocurre algo?

Elisa, la buena de Elisa, siempre pendiente de ella. Le dirigió una mueca triste.

—No ocurre nada. ¿Por qué lo preguntas?

—Hace tiempo te hice una pregunta. Ahora te la repito. ¿Eres feliz?

Le dieron ganas de reír, tan fuerte que pensarían que había perdido el juicio. Una lágrima solitaria se deslizó por la mejilla. Si no lograba detenerla, se convertiría en una fuente.

—¡Ay, Alma! No tienes arreglo. Sigues enamorada de Armand, ¿verdad?

Ella se encogió de hombros.

—No elegí enamorarme de él. Ya sabía lo que pasaría si lo hacía.

—¿Queréis dejar de cuchichear? —dijo María, que estaba exultante—. ¡Voy a ser abuela! Jean, ¡vamos a ser abuelos!

Jean era más comedido, pero estaba emocionado.

—Oui, ma cherie —le dio un beso sonoro—. La familia crece.

 

 

Esa tarde, la tranquilidad de Alma volvió a sacudirse. La primavera ya comenzaba a dejar su rastro. Las flores alegraban los macizos de la puerta y el verde de los árboles era mucho más intenso. Los pájaros habían vuelto con su canto. La luz inundaba el cielo, hacía menos frio y había más color. Todo estaba como tenía que estar. ¿Todo?

—Tenemos que hablar.

Pascal acababa de llegar de la ciudad. Su aspecto no vaticinaba nada bueno y ese tono severo con el que acababa de saludar, tampoco. Natalie estaba sentada en una manta y jugaba con Guy, que se había convertido en su hermano mayor. A sus siete meses, la niña estaba preciosa. Había heredado el cabello moreno de su madre y los ojos azules de su padre. Además de la belleza de sus padres, había heredado la astucia. Con unos cuantos pucheros o sonrisas conseguía lo que se proponía. Hasta María le daba lo que quería.

—Podemos hacerlo aquí. No nos escucha nadie.

—Tengo que volver a Francia.

Ella se levantó de un salto.

—Ha ocurrido algo ¿Mi padre?, ¿Armand?

—No. En realidad no sé nada de ellos. Se trata de Louis.

Sabía que ese momento llegaría. Lo temía tanto que había decidido olvidarlo. Louis o Guy llevaba con ella casi dos años. Se había convertido en parte de la familia y, aunque tenía la certeza de que algún día se marcharía, no estaba preparada para que lo arrancaran de su lado.

—¿Estás seguro?

—Lo estoy. Tengo que llevarlo de vuelta a Francia. El rey quiere que lo lleve a Varennes, se está preparando algo —dijo pensativo—. No estoy seguro de que sea una buena idea, pero yo solo soy un servidor. Haré lo que me piden.

—¿Irás a París?

—No lo sé. Dentro de unos días me llegarán instrucciones. Mientras tanto, debo preparar el viaje y, lo más difícil, he de decírselo a Louis.

—¿Puedo hacerlo yo?

—Te lo agradecería. Lo harás mejor que yo.

Estaba aterrada. Otra vez le arrebataban algo que amaba y, como en otras ocasiones, reconocía que no dejaba de ser la mejor opción.

—Guy, por favor, ¿puedes venir? Tengo algo que decirte.

El niño se levantó, obediente, y se acercó sin sospechar que su vida como un chico normal había terminado.

—¿Quieres vigilar a Natalie? —propuso a Pascal.

—Encantado.

Él se acercó a la manta y se sentó junto a la pequeña. Desde allí les veía hablar. Los veía gesticular, asentir, negar y por fin los brazos del niño rodearon la cintura de Alma. Ella lo abrazó con cariño. Él también sintió que su futuro ya no le pertenecía. Tal vez no le perteneció desde el momento en que se hizo cargo del heredero al trono.

Se levantó, tomó a Natalie en brazos y se acercó a ellos.

—¿Es verdad? —preguntó Guy a su tutor—. ¿Tenemos que irnos?

Sus ojos grandes e inteligentes, los de alguien que había pasado por muchas cosas a pesar de su corta edad, se clavaron en él con inocencia.

—El rey me ha pedido que te lleve a su encuentro. Quiere que estéis todos juntos de nuevo.

Podía adivinarse la lucha que libraba el niño en su interior. Quería irse con su familia, pero tenía una nueva. Ahora tenía dos y las quería a ambas.

Ella también tenía dos familias y un dilema. Una idea empezó a danzar en su cabeza y de repente, todo encajó.

—Acabo de tomar una decisión —informó, poniendo en voz alta lo que acababa de considerar—. Voy a preparar lo imprescindible y saldré con vosotros.

—Alma, tu sitio está aquí. Estás segura, tienes gente que te quiere. No tienes que volver.

—Quiero hacerlo. Ya es hora de que vuelva a casa.

 

 

Unas semanas después, subía a una diligencia con Natalie en brazos.

María le había dicho que estaba loca y su tío, en esa ocasión, había estado de total acuerdo con su esposa. Elisa lloraba desconsolada.

—No vas a conocer a mi bebé. No voy a ver crecer al tuyo.

—Entiéndelo, Elisa. Tengo que volver a casa. Quiero ver a mi padre.

—Y a Armand —sentenció Elisa.

—Puede ser. —Fue todo lo que admitió.

—¿Volveremos a vernos?

—Seguro que sí. Tienes que conocer París. Francisco, tienes que llevarla.

—Lo haré.

—Da un beso a mi hermano de mi parte y dile que me debe una visita —dijo Jean.

—Tenemos que irnos. —Pascal esperaba algo retirado mientras ella se despedía.

Alma dio un último beso a su familia española y subió al coche con los ojos llenos de lágrimas.

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