Alma

Alma


Tercera parte. París » Capítulo 27

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Alma agarró el cepillo y comenzó a pasarlo sobre el cabello con parsimonia. Lo deslizaba de arriba abajo con movimientos lentos y mecánicos. El espejo reflejaba su imagen, pero ella no lo veía.

El día había sido agotador. Primero el inesperado reencuentro, después instalarse en su nuevo hogar, colocar todas las cosas de Natalie, evitar a Armand, que aunque había pasado la mayor parte del tiempo con su padre, hablando de la organización de la bodega, parecía estar presente en todos sitios. La cocina, el salón, el dormitorio de la pequeña …

André se mostraba eufórico. Hacía mucho tiempo que Alma no lo veía con tanta energía y su mayor deseo era que esa felicidad continuara para siempre.

Por fin se había quedado sola y podía relajarse. Ser ella misma. No tenía que simular que todo estaba bien cuando sentía un mordisco continuo en el estómago. En esa habitación se sentía segura, aunque sabía que no podría esconderse indefinidamente. Además, ella no se escondía, afrontaba los problemas y los solucionaba.

Un crujido a su espalda la hizo girarse. Armand la observaba desde el umbral de la puerta del dormitorio.

—¿No te enseñaron a llamar a la puerta? —Se puso en pie de un salto.

Armand fue incapaz de responder. De hecho, se había quedado paralizado. Esa situación le recordaba a otra, sucedida años atrás cuando la había sorprendido desnuda en la bañera. Ahora llevaba un camisón que parecía recatado. Con lo que ella no había contado era con que la luz que salía del fuego de la chimenea la iluminaba por detrás volviéndolo transparente. El juego de luces y sombras que se proyectaba sobre su figura la hacía parecer un ángel en llamas.

—¿No vas a responder? —insistió.

—Lo siento. —Su voz salía rasposa, como si se hubiera quedado afónico—. No tenía intención de asustarte.

—No deberías estar aquí —le recriminó. Él dio un paso hacia el centro de la habitación.

—Tenemos que hablar y parece que este es el único lugar en el que podemos hacerlo en privado.

No había escapatoria. Había llegado el momento de poner todo el juego al descubierto.

—¿Y bien? —inquirió cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿De qué quieres hablar?

—Creía que ya habíamos pasado por ese punto. Lo sabes de sobra.

—Hasta hace unas horas, pensaba que no estarías en mi futuro —quería mostrarse dura e impasible, pero sus propias palabras le habían hecho revivir la angustia de su futuro sin él.

Él se acercó un poco más.

—Conoces mi pasado, sabías cuales eran mis pensamientos y mis temores.

—Por eso me sorprende que estés aquí.

—No sé si has captado un pequeño matiz en mis palabras. He dicho «eran», en pasado. Tú me has hecho cambiar.

Ella meneó la cabeza

—No es tan fácil cambiar de opinión. No puedo creerte.

—Tienes razón. No es tan fácil. Y he tardado casi dos años en hacerlo. Empecé a cambiar el día que te conocí, lo malo fue que no me di cuenta. He tenido que perderte para darme cuenta de lo que tenía o podía tener.

Ella lo miró con la esperanza brillando en los ojos. No terminaba de fiarse.

Armand, alargó el brazo y agarró su mano. Entrelazó los dedos con los de ella. El contraste de la pequeña blanca y la grande morena, le recordó que podía protegerlas a ella y a su hija para siempre. Que esas manos acariciarían, no golpearían como las de su padre. Depositó un beso sobre los nudillos que se apretaban contra su palma y la miró a los ojos.

—Alma, cásate conmigo. Somos una familia.

Ella contuvo la respiración ante esa propuesta inesperada.

—¿Estás seguro?

Él comenzaba a desesperarse. Tenía que encontrar la manera de convencerla de que había cambiado.

—Si no lo estuviera, no te lo pediría. Sabes que no hago las cosas en contra de mi voluntad.

Esas palabras arrancaron una ligera sonrisa en los labios femeninos. Esos labios que él se moría por besar. Sin embargo, antes de hacerlo, debían aclarar las cosas entre ellos.

—Soy otro hombre. Me has hecho ver que no soy un monstruo, que puedo controlar mis acciones. Soy una buena persona, tú me lo dijiste y quiero pasar el resto de mi existencia a tu lado. El tiempo que hemos estado separados sentía que me faltaba parte de mi alma. La que se había quedado contigo. Tú eres mi alma. Te amo. Os amo a las dos, porque desde el momento en que vi a Natalie supe que os quería más que a mi vida.

A esas alturas los ojos negros estaban anegados de lágrimas. No podía creer que un ser tan adusto y poco hablador hubiera hecho semejante declaración.

—No llores —dijo él secándole el rostro—. No quiero hacerte llorar. Nunca.

—Hay muchas clases de llanto. No siempre se llora por dolor. Eso también tendrás que aprenderlo —le explicó con una enorme sonrisa.

Él la abrazó con fuerza.

—Tengo muchas cosas que aprender todavía.

Ella también le abrazó con un gesto insinuante.

—Estaré encantada de enseñártelas.

Él no esperó ni un segundo más. Con esas palabras, le concedía todo lo que necesitaba. Apoyó su boca sobre la de ella en un gesto tierno que dejó de serlo en cuanto se tocaron. Esa atracción que experimentaban desde que se habían conocido y que hacía saltar chispas cada vez que estaban juntos, provocó que el beso se hiciera ávido, feroz, hambriento.

El reconocimiento fue inmediato y la falta del miedo, que siempre aparecía en sus encuentros, contribuyó a que las sensaciones se intensificarán. Las manos de Armand se enredaron en la melena que caía por la espalda y tiraron un poco hacia atrás, gesto que dejó la garganta femenina expuesta a sus caricias. Largos besos suaves y húmedos la hicieron revivir momentos maravillosos a la vez que creaban recuerdos nuevos más sensuales y gratificantes.

Ella apenas llevaba un fino camisón, pero él estaba vestido. Esa ropa empezó a estorbarles a los dos. A uno porque sentía demasiado calor; a la otra porque le impedía tocarlo como quería. Se deshicieron de ella tan rápidamente como sus movimientos les permitieron.

Las pupilas de Alma se dilataron del mismo modo que lo habían hecho las de Armand cuando había entrado a la habitación. Su memoria no había desvirtuado ese cuerpo tan bién moldeado. Seguía tal y como lo recordaba y en adelante podría acariciarlo sin tapujos, sin tener que esconderse, porque aunque no le había contestado, iba a aceptar su propuesta de matrimonio.

Antes de tumbarla en la cama, él le sacó el camisón por la cabeza.

—Este trapo me está volviendo loco —gruñó antes de besarla en la clavícula y empezar a descender.

—¿Por qué? —preguntó con el ceño fruncido.

—Porque me mostraba lo que había debajo y no me dejaba tocarlo

Ella no lo entendió

—¿Qué te mostraba?

Él levantó la cabeza y la miró divertido.

—Cariño, con la luz del fuego detrás de ti, esa tela no te tapaba nada.

Ella abrió la boca para volver a cerrarla cuando comprendió lo que le decía. Así que había estado discutiendo con él medio desnuda, cuando se creía totalmente tapada y a salvo.

—Tú… tú eres… —El enfado le duró el tiempo justo antes de que él comenzara a acariciar sus pechos. Un profundo suspiro de placer salió de su garganta

—¿Son más grandes? —preguntó él al tiempo que los besaba.

—Por supuesto que lo son. Te recuerdo que he amamantado a nuestra hija.

Su hija. Por unos segundos la había olvidado. Y esos pechos llenos y redondos la habían alimentado. Volvió a besarlos

—Me gustan.

—Me alegro —respondió ella feliz.

La boca de Armand chupó y excitó, la de Alma no permaneció quieta. Se sumergieron en un mundo de sensaciones, primero lánguido, después apasionado, donde tomaban y daban a partes iguales. Disfrutaron de sus cuerpos y de la sensación de pertenecerse con la promesa implícita de que seguirían juntos para siempre. Cuando el cuerpo de Alma acogió por fin al de Armand, se cerró aquel círculo perfecto. El clímax explotó, arrancándolos de las circunstancias que los habían llevado hasta allí y de lo que habían sufrido. Solo quedaban ellos dos y esa maravillosa sensación de magia y de poder tocar el cielo.

—Confío en que mi padre no nos haya oído —murmuró Alma cuando recuperó el aliento.

Armand descansaba sobre ella sin energía para moverse.

—Yo también lo espero, porque es capaz de arrancarme la cabeza.

Ella sonrió mientras le acariciaba el cabello.

—No creo que lo haga. Si hubiera querido, ya lo habría hecho.

—Eso es cierto. No entiendo el porqué, pero me aprecia.

Ella le obligó a mirarla.

—Te quiere. Cierto que no sé qué has hecho para que lo haga, tal vez tenga que ver el hecho de que eres un gran hombre a pesar de lo que tú creas. Te quiere y yo también.

Él se apoyó sobre los codos y la miró muy de cerca.

—¿Eso quiere decir que te casarás conmigo?

—Exacto. Has captado mi mensaje

—Bien. A ver si tú captas este.

Volvió a moverse dentro de ella mientras la besaba con un ímpetu renovado.

—A ver si conseguimos no despertar a toda la casa —dijo Alma con el corazón en la boca.

—Si se despiertan, podremos darles las buenas noticias.

Durante el resto de la noche se olvidaron de las noticias y de si los habitantes del pequeño castillo escuchaban lo que ocurría en aquel espacio privado reservado solo para ellos.

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