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—No te preocupes, no me has hecho daño —comentó sonriendo—.¡Qué niñas tan lindas! —les acarició el cabello a las dos—.¿Estudias aquí? —preguntó sin dejar de sonreír.

—Si… bueno no, es decir, el lunes comienzo de manera oficial, exploraba las instalaciones para no llegar tan perdida en mi primer día.

—Enséñame tu horario, te puedo ayudar a encontrar el edificio.

—¿De veras? —pregunté ansiosa mientras abría la cartera buscando el papel donde lo había anotado.

Ella lo tomó y lo examinó entornando sus ojos para luego mirar a su alrededor ubicándose.

—¿Ves ese edificio que está allá? —señaló la edificación con el dedo.

—Sí —contesté mirando el inmenso edificio de ladrillos rojos.

—Ese es, no te perderás el lunes. ¿Sabes? Yo también veo algunas clases ahí, que casualidad —exclamó emocionada—.Soy Mía, mucho gusto.

Me extendió la mano y pude darme cuenta que era una chica agradable, de ese tipo de personas que nunca has visto, pero que sientes que conoces de toda la vida

—Allison, encantada y muchas gracias por tu ayuda.

 

—Allison, cariño… ¿estás bien? —La voz de Robert, interrumpió mis recuerdos.

—Estoy preocupada por Mía —le confesé sin poder verlo a los ojos.

«Él, siempre tuvo la razón, nunca debimos ocultarle nuestra relación», me volví a reclamar por enésima vez.

—Tranquila, ya se le pasará —me aseguró con una sonrisa comprensiva.

***

Mamá se encontraba en el porche esperándonos. Le había enviado un mensaje de texto, avisándole nuestra inesperada visita. Mientras las niñas corrían a sus brazos, Robert, se encargó de pagarle al chofer y recibir las valijas.

Mi madre, Pam Lowen, era una mujer muy guapa. A sus sesenta y cuatro años se conservaba tan fresca, jovial y llena de energía, como una chica de treinta.

—Hija que alegría tenerlos en casa. Robert, bienvenido a Boulder —mamá no paraba de sonreír mientras abrazaba a las niñas.

—Gracias, Pam.

—Bienvenidos a casa hija. — saludó papá, al salir a nuestro encuentro.

Corrí a sus brazos, abrazándolo tan fuerte como pude. Mi padre, Roger Lowen, era muy alto, un metro noventa, de ojos verdes, cabello blanco, una herencia de familia como él me decía. Poseía un humor fantástico y se dedicaba a la venta de bienes raíces junto con mi madre.

—Papá, te presento a Robert.

Los dos hombres se observaron por una fracción de segundo, para luego sonreír estrechando sus manos.

—Mucho gusto, Robert Watts.

—Roger Lowen. Al fin te conozco Robert, he escuchado hablar mucho de ti, por mi hija, pero sobre todo desde que mi mujer te conoció en Nueva York.

—¡Roger! —reclamó mi madre, antes que papá continuara, haciéndonos reír a todos.

Un momento más tarde después de dejar a Tara y a Amy, correr un rato por el jardín, entramos a la casa. Era la misma casa dónde había crecido, la misma dónde había traído a mi primer novio, el padre de mis hijas y la misma que irónicamente nunca había invitado a Robert a conocer.

Se le veía cómodo compartiendo con mi familia, quizás después de todo estábamos haciendo las cosas bien, quizás una boda era lo correcto. Si no fuera por mi falta de confianza en lo referente al matrimonio.

Después del almuerzo, llevé a las gemelas a mi vieja habitación a tomar una siesta. Al terminar me senté frente al fuego a tomar una copa de vino que Robert me ofrecía, mientras los hombres probaban un nuevo whisky que le habían regalado a papá.

—¡Allison! —me llamó mi madre desde la cocina.

Me excusé para atender a su llamada. Mis padres me conocían demasiado bien. Era única hija de un matrimonio maduro, ellos me habían criado con valores, enseñándome a ser honesta, una persona íntegra, que el matrimonio y la familia eran lo más importante.

Pero yo no me sentía muy segura con respecto a todo eso, menos después de experimentar mi rotundo fracaso con Josh Mccoy. Un decepción que había marcado mi vida, de la que no me quedaban ganas de repetir.

—Te noto preocupada o ¿triste tal vez? —asentí con la cabeza.

—Las dos cosas, mamá —ella posó su mano sobre la mía, dándome ánimo.

—Hija. ¿Es acerca de Robert?

—Aja. Quiere que fijemos la fecha de la boda.

—Vamos hija, eso no es nada grave. Allison, eso es fantástico. —acarició mi rostro con una de sus manos para luego agregar—.¿Qué es realmente lo que te preocupa?

—Es todo mamá, la fecha de la boda, los preparativos y ahora para completar, Mía se enteró que le habíamos estado ocultando nuestra relación… ¡Hay mamá, un desastre! —dije exasperada soltando un bufido.

Por suerte, en lo que mi madre se disponía a darme una charla sobre el amor y la amistad, mi padre nos llamó:

—¡Pam, Allison! Robert quiere hablar con nosotros, dice que han volado desde Nueva York, porque… —papá, lo observó con determinación, sin embargo una sonrisa le adornaba el rostro.

Las dos nos miramos con afecto, podía intuir que mamá ya se había dado cuenta de la verdadera razón de nuestra visita, así que abrazadas nos reunimos con ellos en la sala. Ambos se encontraban enfrascados en un tema deportivo.

—Pam, Roger, he venido con su hija y sus nietas, porque quiero pedirles personalmente, la mano de Allison.

Hizo una pausa para situarse a mi lado, colocando su brazo alrededor de mi cintura acercándome a él para agregar:

—Estoy enamorado de su hija, Roger, y le prometo aquí en su casa, frente a su esposa, que la voy a hacer muy feliz.

Emocionadas, mi madre y yo, compartimos una mirada cómplice llena de sentimiento, las dos con los ojos llenos de lágrimas sonreímos al escuchar la declaración de mi prometido.

—Estoy encantado de que al fin Allison, encontró al hombre correcto.

Los hombres se abrazaron con fuerza, como si estuvieran cerrando una negociación muy importante.

—Sólo nos queda fijar la fecha de la boda. ¿Qué les parece en dos meses, en verano? —comentó mi prometido.

—Estupendo —aplaudió mi madre emocionada—.Una boda en verano, quedará preciosa hija.

—¿No les parece que dos meses es poco tiempo para planear una boda? —pregunté en mi defensa.

—Si es algo sencillo podremos hacerlo funcionar. —aseguró mi madre llena de felicidad.

Todos estuvieron de acuerdo con las peticiones de mi futuro esposo. Robert, estaba complacido con ellos y con lo rápido que se resolvieron sus problemas. Esa noche, él ahuyentó todos mis miedos, haciéndome sentir segura de nuestro amor y de un futuro lleno de alegrías.

Quizá eso era lo que necesitaba, escucharlo hablar con mis padres, asegurándoles que nuestra relación no era un capricho, un arrebato de jóvenes, como lo había sido mi experiencia anterior. Solo el tiempo me aseguraría que había tomado la decisión correcta esta vez.

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De vuelta en Nueva York, todo parecía seguir su ritmo normal, excepto mi arruinada amistad con Mía. Ya había pasado un mes de nuestra discusión y cada vez que sonaba el timbre del móvil avisándome la entrada de un mensaje de texto, guardaba la esperanza muy en el fondo de mi corazón que se tratara de ella.

Una vocecita en mi interior me gritaba que la llamara, que debíamos aclarar las cosas cuanto antes, porque aunque me costara admitírselo a Robert, este enredo era mi culpa en su totalidad. Fui yo la que se empeñó en ocultarle nuestra relación, fui yo la que con excusas tontas nunca encontré el momento perfecto para sincerarme con ella.

Así que me armé de valor y decidida a lo que fuera a pasar, le mandé un mensaje de texto:

 

Allison: Hola ¿todavía sigues molesta?

 

Dejé el móvil encima del escritorio, sabía que no me respondería enseguida, así que continué con mis labores.

Mientras me sumergía en el trabajo el móvil sonó y sin mirar tomé la llamada.

—Allison Lowen —dije en tono cordial.

—Me enteré que te casas —comentó una voz de hombre.

«¡Demonios! ¿Y ahora qué quiere mi ex?, quién aparece cada mil años como un cometa en nuestras vidas.» pensé con ironía.

—Josh, ¿qué quieres?

Josh Mccoy, era mi ex esposo y padre de las gemelas, ambos proveníamos de Boulder, un pequeño suburbio en Colorado. Josh, había sido mi novio desde la secundaria, nos conocimos en el penúltimo año.

Desde que nuestras miradas se encontraron aquella mañana de Septiembre, fue como dicen: “amor a primera vista”. Él era encantador, inteligente y muy apuesto. Además, me hacía reír con sus extravagantes ocurrencias.

Luego de graduarnos tuvimos que romper nuestro noviazgo, habíamos escogido estudiar en lugares diferentes. Él decidió tomar una carrera de contador en una universidad local en Colorado, y yo había escogido salir del estado. Me mudé a California, para asistir a la Universidad de Stanford, donde estudiaría mi carrera de negocios.

Años más tarde después de acabar la universidad, volví a Boulder, y una tarde paseando con mi madre por el centro comercial nos volvimos a encontrar. La chispa volvió a crecer dentro de nuestros corazones, era algo así como si nunca se hubiera apagado, dándole paso a una relación más madura y entregada.

Después de un año, Josh me pidió que nos casáramos, y aunque mis padres nunca estuvieron de acuerdo, decidieron no oponerse. Sin embargo yo me consideraba muy joven para lo que implicaba esa nueva faceta de la relación, pero de igual manera no me imaginaba hacerlo con otra persona que no fuera él.

Siempre soñé con vivir y probar suerte en Nueva York, desde que terminé la universidad. Me llamaba la atención su aire de ciudad Cosmopolitan, allí quería ejercer mi carrera, allí me veía envejecer, pero Josh deseaba seguir en Colorado. A pesar de eso, él no se opuso a la idea de mudarnos a La Gran Manzana. Así que al regresar de nuestra luna de miel, nos fuimos con los planes más sorprendentes que se nos pudieran ocurrir. Lanzamos dos maletas llenas de ropa, sueños e ilusiones, en su viejo y destartalado todoterreno, pensando que nada era más fuerte que nuestro amor….

 

Ahora me río con ironía, la vida nos dio la lección de nuestras vidas, enseñándonos todo lo contrario.

—Entones, ¿es cierto? ¿Te casas? —insistió.

—No es tu problema. Tengo que colgar estoy muy ocupada —respondí con fastidio.

—¡Espera!, no me cuelgues. Necesito que hablemos.

—Lo siento, Josh, pero no tengo nada que hablar contigo. Adiós —cerré la llamada, molesta ante su pregunta impertinente.

«Josh era definitivamente un descarado, llamarme para corroborar que me caso, ¡a él que le importa! ¡Venir a interesarse por mí después de tres años!… ¡Arrrg!» Resoplé bruscamente.

Tomé aire tratando de relajarme, porque estaba decidida a no dejar que su llamada me arruinara el día. Josh Mccoy no se merecía ni un pequeño pensamiento de mi parte.

***

Dos días más tarde, Mía, decidió responder con un mensaje de texto:

 

Mía: Hola, ya se me pasó, pero sigo estando dolida.

Allison: Lo siento.

Mía: “Lo siento”, no te va a servir de nada. Quiero una explicación. Quiero que me cuentes todo desde el principio. ¿Estás de acuerdo?

Allison: Si, totalmente. ¿Nos vemos a eso de las siete? ¿En el bar de siempre?

Mía: Nos vemos a las siete, en el nuevo restaurante que está de moda. No te creas, te voy a salir cara.

 

Allison: Lo temía, pero me lo merezco. Mándame los detalles del lugar y Mía… me has hecho mucha falta.

Mía: Tú también.

 

Eso bastó para mejorar mi ánimo, eso bastó para que no dejara de sonreír el resto de la jornada y olvidarme de la estúpida llamada de Josh Mccoy. Al terminar esa tarde, le mandé un mensaje a Robert, avisándole de nuestro encuentro.

 

Allison: Buenas noticias, Mía accedió a encontrarnos.

Robert: Me alegro mucho, espero hagan las pases.

Allison: Te veo más tarde en el apartamento.

Robert: Tengo un compromiso de trabajo, una gala de última hora, al salir paso a verte.

 

Suspiré emocionada porque todo se estaba solucionando. Dos minutos más tarde recibí el mensaje de Mía, con el nombre y dirección de este famoso local. Sin perder tiempo, retoqué mi maquillaje y salí en busca de un taxi que me llevara al restaurante, esbozando una inmensa sonrisa.

Al entrar al lugar, la divisé sentada en la barra, sosteniendo una copa de Martini. Le hice señas desde la entrada caminando a hacia ella.

—Gracias por venir —comenté sonriendo.

—No te lo voy a poner tan fácil, no creas —su tono burlón nos arrancó una carcajada.

Después de recuperarnos, me senté a su lado, pidiéndole al bartender, lo mismo que ella estaba tomando.

—¿Por dónde quieres que empiece? —pregunté dándole un trago a mi bebida.

—No te hagas la graciosa, Ally. Cuéntame todo desde el principio. ¿Dónde se conocieron? ¿Cómo fue que comenzaron a salir?

Comencé contándole desde el día que nos conocimos aquel verano, cuando Robert tan caballerosamente me defendió del ladrón de carteras. Luego de mi estúpida idea de mantener nuestra relación en la clandestinidad, cuando me enteré por aquella llamada en el aeropuerto que ella era su hija. Claro de inmediato le aclaré que su padre nunca estuvo de acuerdo.

Por último y completamente abochornada, le expliqué que fui yo quien lo sedujo y convenció para que guardara el secreto: de no contarle a nadie sobre lo nuestro. Alegando mi miedo a perder su amistad, en un dado caso que no funcionáramos como pareja.

—¿Sabes lo que más me duele de todo esto? Ally.

—Mía…

—Lo engañada que estuve, es increíble cómo nunca lo sospeché —le dio un trago a su copa y continuó—.Allison, yo he sido transparente. Te he contado todos mis dramas, nunca he confiado en otra persona, como lo hago contigo.

—Yo también he confiado en ti, Mía. Tienes toda la razón en estar dolida y molesta por mi falta de sinceridad, pero en mi defensa, mi única excusa en todo este enredo era no perder tu amistad —posé una mano sobre la de ella—: Lo siento tanto, Mía.

Las dos nos miramos algo cansadas por el mal entendido con lágrimas en los ojos, habían sido unos días difíciles para ambas, y todo por mi inmaduro proceder.

—Lo importante Ally, es que lo hemos aclarado. Así que pidamos algo de comer que estoy muriendome de hambre.

Nos abrazamos soltando unas tremendas carcajadas. Ordenamos unos platillos que estaban para chuparse los dedos y un par de copas más para celebrar nuestra reanudada amistad.

Después de ponernos al día, pagué la cuenta, que por cierto fue muy alta. Mía no paraba de burlarse mientras me veía sacar la tarjeta de crédito.

—Te dije que no saldría barata —comentaba entre risas.

—Gracias por el apoyo amiga.

Nos fuimos caminando a la salida abrazadas, sintiéndonos un tanto alegres producto de las copas. Pero cuando estábamos a punto de llegar a la puerta, la voz inconfundible de Robert, me puso en alerta, y con una sonrisa en el rostro me giré buscándolo, pensando con ingenuidad que estaba allí por nosotras, o mejor dicho… por mí.

Cuál fue mi sorpresa, de su brazo estaba colgada una mujer que no paraba de sonreírle. Ella era rubia, de cabello largo, rondaba los cuarenta. Pero se conservaba en excelente forma, y lo peor eran esas piernas interminables que me hacían sentir pequeña, aunque no lo fuera.

Un sentimiento oscuro se apoderó de mí, estaba celosa, confundida y furiosa. De inmediato le hice señas a Mía, la cual me dedicó una mirada llena de incertidumbre. Las dos no podíamos creer lo que estábamos viendo.

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—¡Papá! —la voz de Mía, me sacó de mis pensamientos o mejor debería decir, de mi descarada inspección a esta misteriosa mujer colgada del brazo de mi prometido.

Robert, de manera elegante se soltó de ella, sin parar de sonreír mientras la dirige hasta nosotras.

—¡Allison, Mía!. ¡Qué sorpresa! —se giró hacia la mujer y agregó—.Te presento a mi prometida Allison Lowen, y a mi hija, Mía.

Una inmensa sonrisa le iluminó el rostro, dejándome apreciar lo hermosa que era… tan llamativa y elegante que parecía una estrella de cine.

—Es un placer conocerlas, especialmente a ti, Mía.

—¿Debería recordarla? —preguntó mi amiga con curiosidad.

—Es imposible que me recuerdes, eras muy pequeña.

Aproveché el comentario para entrar en la conversación.

—¿Eres una vieja amiga de Robert? Disculpa, no escuché tu nombre —pregunté con sarcasmo, porque lo de “VIEJA”, lo había dicho a propósito.

—Es porque no lo he dicho, cariño… —hizo una pausa para clavar sus ojos en los míos—.Claire Ferguson, soy la dueña de Galerías Ferguson, y sí, se podría decir que soy una vieja amiga de Robert —aseguró, desviando su mirada para dirigírsela a él.

Yo estaba muriendo literalmente de la rabia por su altanería. No obstante, enderecé mis hombros acomodando mi cabello, para agregar cualquier cosa con tal de no dejarla tener la última palabra. Pero por desgracia apareció un camarero, interrumpiendo la conversación:

—Su mesa está lista doctor Watts, sígame por favor.

La vi susurrarle a Robert al oído, haciéndome sentir inquieta por no poder escucharla.

«Lucía feliz de hablar con él, quizá un poco demasiado feliz para mi gusto». Pensé sin quitarle los ojos de encima.

Al darme cuenta que ella me observaba por el rabilo del ojo, dejándome saber que lo hacía a propósito. Mi humor se fue en picada.

—Me gustaría aprovechar la oportunidad para invitarlos a un show de fotografía, que se llevará a cabo en una de mis galerías.

—Será un placer poder asistir Claire. Gracias por la invitación —aseguró Robert, mientras Mía y yo, no decíamos ni una palabra.

«Por el semblante de mi amiga podía asegurar, que la tal Claire, no era de su total agrado», pero eso lo averiguaría más tarde.

Por lo pronto deseaba marcharme y dejar de sentir esos horribles celos que me estaban carcomiendo por dentro. Porque si pasaba un segundo más en su presencia no sabía de lo que era capaz. Lo que más me molestaba era la forma como lo observaba, con cara de pervertida a punto de arrancarle la ropa.

—Te dejo mi tarjeta, Mía, por si te animas a tomarte un café. Me gustaría charlar contigo —Mía asintió con la cabeza mientras la examinaba.

—Claire, espérame en la mesa. Voy a acompañarlas a la salida.

Robert me tomó de la mano, mientras Mía y yo, nos despedimos de ella con educación, para seguir nuestro camino a la entrada del restaurante.

—Nos vemos más tarde preciosa —me aseguró Robert, estampándome un beso en los labios.

—¿Quién es esa vieja amiga?, nunca la habías mencionado —traté de indagar, con la esperanza de saber un poquito más.

—Nadie importante, Ally. En su momento te contaré —comentó, haciéndome sentir peor de lo que estaba—.¿Entonces, amigas otra vez?—.Preguntó cambiando el tema, mirándonos a las dos.

—Sí papá, hemos aclarado todo —Mía, le dio un ligero abrazo y agregó—.Papá, ¿es Claire Ferguson, la mejor amiga de Elizabeth?

—Sí hija, es la misma persona.

—Pero… no entiendo, ¿qué quiere? ¿Por qué aparecer precisamente ahora?

—Eso pretendo averiguar. No te preocupes por nada hija.

Robert, se despidió de nosotras en lo que nos subimos al taxi, para seguir su rumbo al restaurante, a su encuentro con esa mujer que para mí era un enigma.

«¿Claire, Elizabeth?» ¡Ufff! Todo un enredo.

—Mía, cuéntame quién es esa zorra, disfrazada de modelo de pasarela. ¿Crees que debo preocuparme? —pregunté desconcertada, mientras el taxista nos llevaba a casa.

—No lo creo, Ally.

—Entonces ¿por qué estás tan seria?

—Tonterías mias, Ally —dijo desviando la mirada para revisar su móvil, que le acababa de sonar con la entrada de un mensaje de texto—.Es Connor, le diré que me pase buscando por tu apartamento —Asentí, pero estaba desesperada por saber más de la mujer de piernas interminables, me moría de la curiosidad.

Una vez que llegamos al apartamento, encontramos a la Nana sirviéndoles la cena a las niñas. En cuanto nos vieron, las pequeñas corrieron a saludarnos emocionadas.

—¿Cómo han pasado el día mis niñas? —pregunté cariñosamente mientras las llenaba de besos.

—Bien mami.

Dijeron las dos al mismo tiempo, mientras se dejaban abrazar de Mía, a quién adoraban con locura.

—¡Hermosas mis niñas! Cada día más grandes —agregó mi amiga sonriendo.

—Mami. ¿Cuándo viene la abuela? —preguntó Amy, trepándose en la silla para seguir comiendo.

—¡Oh. Lo había olvidado! La abuela llega mañana —Tara, soltó una carcajada por mi exagerado comentario.

Le clavé los ojos a Mía, haciéndole señas para que me acompañara a la sala, aprovechando que las pequeñas cenaban todavía.

—¿Necesita que la ayude en algo más? —preguntó la Nana, al vernos salir de la cocina.

—No te preocupes Nana, estaré bien hasta mañana.

—Sólo les falta bañarse a las gemelas —me recordó guiñándome un ojo.

—Lo hago sin problemas.

—Entonces aprovecharé para marcharme, así mañana vendré más temprano.

—Gracias por todo Nana, no sé qué haría sin ti —le acerqué su abrigo y la cartera, acompañándola a la puerta para despedirla.

Una vez solas, animé a Mía para que me dijera cualquier cosa de ella y su antigua amistad con Robert.

—Allison, en serio amiga, no sé mucho de esa mujer. Sólo que fue la mejor amiga de mi madre, y que conoció a mi papá en el último año de la secundaria. Y no te creas, esto losé por el diario que me dejó Elizabeth. Pero en él no se cuenta si ellos tuvieron una relación.

—Mía, eso no suena muy alentador. Y ¿por qué aparece ahora? ¡Justo cuando falta tan poco tiempo para la boda!

«¡Rayos!», pensé contrariada. Me levanté del sofá llevándome las manos a las caderas. Caminé a la cocina para cerciorarme de que las niñas estaban bien. Intentando serenarme, pero era imposible las alarmas en mi cerebro se activaron con el botón rojo de alerta al escuchar las revelaciones de mi amiga.

«¿Será Claire un viejo amor de Robert?», me pregunté mortificada.

—¡Ally! Cálmate, de seguro se enteró por el diario. No te preocupes por ella, además mañana llega tu madre y mi abuela. Tu concentración debe estar en encontrar el vestido de novia más hermoso de todo Nueva York —suspiré resignada—.Debo recordarte que sólo tenemos un mes para la boda.

—Tienes razón, no tengo nada de qué preocuparme.

Le aseguré dándole un pequeño abrazo. Aunque por dentro no dejaba de darle vueltas a la situación.

***

Las niñas nos alcanzaron en la sala, una vez que terminaron de cenar, llevándose a Mía a su cuarto. Así que aproveché para recoger la cocina distrayéndome un poco, y justo en lo que terminé con mis labores el timbre de la puerta sonó. Me sequé las manos con rapidez para ir a ver de quien se trataba. Al abrirla me encontré con los dos: Connor y Robert, quienes mantenían un charla muy amena acerca de los resultados del partido de futbol americano.

—Hola, pasen por favor.

Robert, esperó que Connor, se adelantara para clavarme un beso mojado, pero cortito en los labios. Me tomó de la cintura invitándome a caminar a su lado. Suspiré calmada al ver que actuaba como de costumbre. Coloqué la cabeza sobre su hombro y aspiré su arrolladora fragancia, esa que me tranquilizaba, esa que me hacía sentir en casa.

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