Alien

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Capítulo 6

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En la enfermería colocaron suavemente a Kane sobre la extendida plataforma médica. Un complejo de instrumentos y controles, distintos de los otros que había en la nave, decoraba la pared tras la cabeza del ejecutivo inconsciente. La mesa brotó de la pared, extendiéndose a partir de una abertura de cerca de un metro cuadrado.

Dallas tocó unos controles y activó al médico automático. Avanzó hacia un cajón, sacó un pequeño tubo y de su interior extrajo un minúsculo tubo de metal brillante. Después de asegurarse que estaba cargado, se volvió a colocar junto al cuerpo de Kane. Ash se hallaba cerca, dispuesto a ayudar, mientras Lambert y Brett observaban desde el corredor tras una gruesa ventana.

Un toque en un lado del tubo produjo un corto e intenso rayo de luz del otro extremo. Dallas ajustó el rayo hasta que fue tan estrecho y corto como pudo hacerlo sin reducir su energía. Cuidadosamente aplicó el extremo del rayo a la base del casco de Kane. El metal empezó a separarse.

Hizo pasar el cortador lentamente a lo largo del costado del casco, sobre la parte superior y hacia abajo por el otro lado. Llego a la base del casco del lado opuesto e hizo pasar el rayo sobre el grueso sello. El casco se separó limpiamente. Él y Ash se colocaron uno a cada lado, mientras Dallas cerraba el rayo y quitaba el casco.

Salvo una lenta y continua pulsación, la criatura no daba señales de vida, ni mostró reacción alguna al haber sido quitado el casco, dejándola expuesta a plena vista de todos.

Dallas vaciló, extendió la mano, tocó la criatura y luego retiró su mano. Seguía pulsando, y no reaccionó al toque de sus dedos. Dallas volvió a tender su mano, y dejó que su palma quedara sobre el dorso de la criatura. Era seco y frío. La lenta pulsación le hizo sentir ligeramente mal, y se dispuso a retirar nuevamente su mano. Cuando la criatura siguió sin dar muestras de oponerse, Dallas aferró tan fuertemente como pudo aquel tejido ahulado, y tiró con todas sus fuerzas.

Como podía esperarse, no tuvo ningún resultado; el ser no se movió ni soltó su presa.

—Déjame probar —dijo Ash, que se hallaba cerca de una repisa con herramientas no médicas. Seleccionó unas gruesas plegaderas y avanzó hacia la mesa. Empuñando cuidadosamente la criatura, se inclinó hacia atrás.

—Nada aún, trata con más fuerza —sugirió Dallas, esperanzado.

Ash ajustó las plegaderas para apretar más fuertemente y tiró inclinándose hacia atrás al mismo tiempo.

Dallas levantó una mano al observar que un hilillo de sangre corría por la mejilla de Kane.

—¡Aguarda! Estás arrancándole la piel.

Ash se relajó.

—Yo no, esa criatura.

Dallas pareció enfermo.

—Esto no resultará bien. No saldrá si no le arranca todo el rostro al mismo tiempo.

—Tienes razón. Hagámoslo con la máquina. Quizás tengamos mejor suerte.

—Así será.

Ash tocó varios botones en secuencia. El automédico zumbó y el extremo opuesto de la plataforma se encendió; luego la plataforma penetró silenciosamente en la pared. Descendió un plato de cristal, aislando completamente a Kane en su interior. Unas luces brillaron en el cristal dejando claramente visible detrás el cuerpo de Kane. En un tablero cercano, un par de monitores de vidrio dieron señales de vida. Ash se colocó en un lugar donde pudiera estudiar sus datos. Ash era lo más parecido a un médico humano que había a bordo del Nostromo, y estaba consciente del hecho y de la responsabilidad; por tanto estaba sumamente ansioso por aprender todo lo que la máquina pudiese decirle acerca del estado de Kane… Para no mencionar el del extraño ser. Una figura apareció en el corredor, y se aproximó a los tres que miraban. Lambert dirigió a Ripley una mirada larga y dura.

—Ibas a dejarnos allá afuera; ibas a dejar a Kane allá afuera. Ibas a hacernos esperar durante veinticuatro horas con esa cosa en su rostro y la noche acercándose…

Su expresión delató sus sentimientos más claramente que sus palabras.

Parker, quizás el último miembro de la tripulación del que se habría esperado que saliera a la defensa de la funcionaría, echó una mirada ofensiva a la navegante.

—Quizás iba a tener que hacerlo. Solo estaba siguiendo las reglas.

Luego hizo un ademán hacia el interior iluminado del automédico y a su paciente inmóvil.

—¿Quién demonios sabe qué es o qué puede hacer? Kane es un poco impulsivo, desde luego, pero no es ningún tonto y no pudo evitarlo. Quizás uno de nosotros será el próximo.

—De acuerdo —asintió Brett.

La atención de Ripley siguió fija en Lambert. La navegante no se había movido y le devolvió la mirada.

—Quizás cometí un error, quizás no; espero que así haya sido. Sea como fuere, solo quería cumplir con mi deber. Dejemos allí las cosas.

Lambert vaciló buscando el rostro de Ripley. Luego asintió levemente con la cabeza. Ripley suspiró, mostrando cierto alivio.

—¿Qué ocurrió allá abajo?

—Fuimos a la nave abandonada —le dijo Lambert, observando a los dos hombres que trabajaban con el automédico—. No había señales de vida. Esa transmisión debe de estar emitiéndose desde hace siglos. Creímos haber encontrado el transmisor.

—¿Y la tripulación de la nave?

—Ni rastro de ella.

—¿Y Kane…?

—Se ofreció como voluntario para ir solo al nivel inferior.

La expresión de Lambert cambió:

—Estaba en busca de diamantes. En cambio, al parecer encontró cierto tipo de huevos. Le dijimos que no los tocara; probablemente fue demasiado tarde. Algo ocurrió allá abajo, donde no podíamos ver lo que pasaba. Cuando tiramos de él, tenía eso en su rostro. De algún modo pasó a través de su casco, y ya sabes lo fuerte que es ese material.

—Me gustaría saber de dónde provino originalmente —dijo Ripley sin apartar la mirada del interior de la enfermería—. Este planetoide parece tan muerto que supongo que llegó aquí con la nave extraña.

—Dios lo sabe —añadió Parker, en voz baja—. También yo quisiera saber de dónde vino.

—¿Por qué? —dijo Ripley echándole una dura mirada.

—Así conocería otro lugar que debo evitar.

—Amén —dijo Brett.

—Lo que yo quisiera saber —dijo Dallas lentamente—, es como está respirando Kane. ¿O ya no respira?

Ash estaba estudiando los datos.

—Físicamente, parece estar bien. No solo está vivo, pese a haber carecido de aire normal en todo el regreso a la nave, sino que todos sus signos vitales son firmes. Respirar todo ese nitrógeno y todo ese metano debió matarlo instantáneamente, allá en esa nave abandonada. Según el doctor está en coma, pero internamente su estado es normal. Mucho más sano de lo que podíamos esperar. ¿Cómo puede respirar? No puedo decirlo, pero su sangre tiene una perfecta cantidad de oxígeno.

—Pero ¿cómo? —dijo Dallas, inclinándose, tratando de ver dentro del automédico—. Yo revisé esa cosa de muy cerca, parece haber bloqueado completamente su boca y su nariz.

Ash oprimió tres botones.

—Sabemos lo que ocurre fuera. Más vale que miremos dentro de él.

Una gran pantalla se iluminó y luego sus datos se aclararon. Mostraba una imagen de rayos X de la cabeza y la parte superior del tórax de Kane. Un enfoque más preciso pudo mostrar la sangre que corría regularmente por sus venas y arterias, la pulsación de sus pulmones y de su corazón. Pero, por el momento, todos estaban más interesados en el esquema interno de la pequeña forma redondeada que le cubría el rostro.

—No soy biólogo —dijo Ash en voz baja—, pero esa es la masa más extraña que haya visto jamás dentro de un animal.

Echó otra ojeada, asombrado, a la intrincada red de formas y tubos.

—No tengo la menor idea de qué pueda ser eso.

—No parece mejor por dentro que por fuera —fue el único comentario de Dallas.

—Mira la musculatura de esos dedos, de esa cola —insistió Ash—; quizá parezca frágil, pero nada de eso. No me sorprende que no pudiéramos arrancárselo. No me sorprende que él no pudiera arrancárselo. Estoy suponiendo que tuvo tiempo de intentarlo antes de desmayarse.

Era claro lo que la criatura estaba haciendo a Kane, pero no por qué. Le había abierto por la fuerza las mandíbulas. Un tubo largo y flexible que salía de la palma de aquella mano descendía por su garganta, y terminaba al fin de su esófago. El tubo no se movía. Más que nada, aquella parte de la visión interna causó repugnancia a Dallas.

—Ha bajado por su garganta —murmuró.

Sus manos se cerraban y se abrían con agresiva regularidad.

—¿Qué manera es esa de atacar a una persona? No es una manera limpia de luchar… ¡Maldita sea, Ash! Eso no es justo.

—No sabemos si está luchando con él o siquiera haciéndole daño —dijo Ash, reconociendo estar confuso ante aquella situación—. Según los monitores médicos, Kane está bien. Sencillamente, no puede reaccionar. Sé que parece tonto, pero piensa un minuto; quizás la criatura es un simbionte benigno de alguna clase. Quizás a su propia manera ha hecho esto para tratar de ayudarlo.

Dallas rio, sin alegría.

—Muy amable de su parte, desde luego. Pero no lo deja.

—Ese tubo o lo que sea debe estar dándole oxígeno —dijo Ash, ajustando un control y cambiando a una visión más cercana y una textura más grande. La pantalla mostró los pulmones de Kane, que trabajaban regularmente, a su ritmo normal, y al parecer sin ningún esfuerzo pese a la obstrucción que había en su garganta. Ash cambió a la vista anterior.

—¿Qué oxígeno será? —quiso saber Dallas—. Vino hasta aquí desde la nave con nariz y boca cubiertas. La criatura no está fija a los tanques de su traje, de modo que todo el aire debió salir por el regulador abierto en los primeros dos o tres minutos.

Ash parecía pensativo:

—Puedo imaginar algunas posibilidades. En la atmósfera de aquí hay un poco de oxígeno libre. No mucho, pero sí algo. Y hay mucho más unido al nitrógeno en varios óxidos. Sospecho que esa criatura tiene la capacidad de descomponer esos óxidos y sacar el oxígeno. Ciertamente, tiene la capacidad de pasarlos a Kane, quizás a través de sí misma. Un buen simbionte podría determinar rápidamente los requerimientos de su pareja. Algunas plantas tienen la misma capacidad de extraer oxígeno, otras prefieren diferentes gases. No es imposible.

Luego volvió su atención a la pantalla.

—Quizás son nuestros prejuicios terrestres los que nos impiden ver que es en realidad una planta y no un animal. O quizás tenga características y capacidades de ambos.

—Eso no tiene sentido.

Ash levantó la mirada:

—¿Qué es lo que no tiene sentido?

—Lo paraliza y lo pone en coma, y luego trabaja como desesperado para mantenerlo con vida.

Levantó su mirada hacia la pantalla:

—Pensé que podría ser… bueno, que estaba alimentándolo con algo. La postura y la posición en que está ahora es típica de alimentación. Pero, como dicen los instrumentos, está haciendo exactamente lo contrario. No entiendo.

—Sea como sea, no podemos dejarlo con ese maldito ser. Puede estar haciéndole toda clase de cosas, quizás buenas, quizás malas. Podemos estar seguros de una cosa: nada de eso es natural para el sistema humano.

Ash pareció dudar:

—No sé si esa es realmente una buena idea.

—¿Por qué no? —dijo Dallas, mirando interrogante a su oficial en ciencias.

—Por el momento —explicó Ash, sin dejarse ofender por el tono retador de la voz de Dallas—, la criatura está manteniéndolo vivo; si la quitamos, corremos el riesgo de matarlo.

—Hemos de correr ese riesgo.

—¿Qué propones hacer? Es imposible arrancarla.

—Tendremos que tratar de cortarla, cuanto antes la quitemos mejor será para Kane… Eso parece.

Ash parecía dispuesto a discutir más, pero luego cambió de opinión.

—No me agrada la idea, pero la comprendo. ¿Tomarás tú la responsabilidad? Es una decisión científica, y la estás tomando de mis manos.

—De acuerdo; yo asumo toda la responsabilidad.

Dallas ya estaba poniéndose un par de guantes de cirugía. Una rápida revisión le indicó que el automédico no estaba sujeto de ninguna manera al cuerpo, y no podía estar haciendo nada que pudiese dañarlo si se le sacaba temporalmente. Con solo oprimir un botón, Kane se deslizó fuera de la máquina.

Una somera inspección fue suficiente para mostrar que la criatura no se había movido, ni había dejado de asir el rostro de Kane.

—¿El cortador?

Ash indicó el aparato láser que Dallas había utilizado para quitar el casco a Kane.

—No. Procederé tan lentamente como pueda. Ve si puedes encontrar para mí una hoja manual.

Ash se dirigió a una caja de instrumentos y buscó en ella brevemente. Volvió con una versión más delgada del cortador, y la tendió cuidadosamente a Dallas.

Dallas inspeccionó el pequeño instrumento, se lo colocó en la mano hasta que sintió que lo empuñaba perfectamente. Entonces, lo conectó. Apareció una versión en miniatura del rayo que el gran cortador había generado, brillando en el extremo del instrumento quirúrgico.

Dallas avanzó para quedar frente a la cabeza de Kane. Trabajando con toda la precisión que pudo lograr, movió la barra de luz hacia la criatura. Tenía que estar preparado para retirarse rápidamente y con cuidado, si reaccionaba. Un mal movimiento podía separar la cabeza de Kane de sus hombros, tan fácilmente como un informe equivocado podía acabar con la pensión de un hombre.

La criatura no se movió. Dallas tocó aquella piel grisácea con el rayo, y lo movió un milímetro o dos hacia abajo, hasta estar seguro de que realmente estaba cortando carne. El rayo atravesó sin esfuerzo el dorso de la criatura.

Pero el sujeto de aquella biopsia preliminar no se movía ni mostraba ninguna señal de dolor por aquel corte continuo. En la parte superior de la herida empezó a gotear un líquido amarillento, empapando el lado terso.

—Empieza a sangrar —observó Ash, profesionalmente.

El líquido mojó el lecho en que yacía la cabeza de Kane. Una nubécula de lo que Dallas pensó primero que sería vapor surgió de la paleta. Aquel gas negro no era familiar. Pero sí lo fue el sonido silbante que empezó a salir del lecho.

Dallas se detuvo, levantó la hoja y contempló el sitio en que zumbaba. El zumbido aumentó en intensidad y se hizo más profundo. Dallas miró hacia abajo.

El líquido ya había consumido las sábanas y la plataforma médica de metal. Estaba formando un charco, zumbante como un infierno en miniatura, cerca de sus pies, donde había empezado ya a corroer el metal del puente. El metal se levantaba en burbujas. Un gas iniciado como subproducto empezó a llenar la enfermería. Bloqueó la garganta de Dallas, recordándole el gas de control de la policía, que apenas era doloroso, pero imposible de pasar. Sintió pánico a la idea de lo que aquello podía estar haciendo a sus propios pulmones.

Mientras sus ojos se llenaban de lágrimas ardientes y de su nariz caía un fluido, Dallas intentó frenéticamente cerrar la herida, uniendo con sus manos los dos labios. Al hacerlo, parte del líquido que aún goteaba cayó sobre sus guantes, que empezaron a humear.

Al retroceder vacilante por el corredor, Dallas luchó por quitárselos antes de que el resistente material fuera totalmente consumido y el líquido llegara a su piel. Los arrojó sobre el puente. Las gotas, aún activas, cayeron de los guantes y comenzaron a hacer otros agujeros en el metal.

Brett miraba, atónito y no poco asustado:

—¡Maldición! ¡Va a atravesar el puente y a corroer el casco!

Se dio vuelta y corrió hacia la escalera más cercana. Dalias arrancó una lámpara de emergencia de sus soportes y siguió al técnico, mientras los demás los seguían de cerca.

El corredor del puente B, abajo, estaba alineado con instrumentos y conductos. Brett ya estaba observando el techo debajo de la enfermería. El líquido aún tenía que penetrar varios niveles intermedios.

Dallas encendió la luz del techo, buscó y luego mantuvo fija la lámpara:

—¡Allí!

Encima de ellos empezó a salir humo.

Apareció una mancha amarilla, mientras el metal burbujeaba a su alrededor. Comenzó a escurrir, formó una gota y cayó. Inmediatamente comenzó a burbujear en el puente. Dallas y Brett contemplaban, impotentes, aumentar de tamaño el pequeño charco y abrirse paso a través del mamparo.

—¿Qué hay debajo?

—El corredor C —respondió Parker—. No hay instrumentos.

Él y Ripley se precipitaron por la siguiente escalera hacia abajo, mientras los demás permanecían mirando el agujero que se ensanchaba en el puente.

—¿Qué podemos poner debajo? —dijo Ash, que estaba ya considerando el problema con su habitual objetividad, aunque plenamente consciente de que en unos cuantos minutos el casco del Nostromo podía quedar perforado. Ello significaría tener que sellar todos los compartimientos hasta que se pudiera reparar lo destruido y podía ocurrir algo aún peor. Grandes cantidades de circuitos de hiperimpulso corrían a través del casco. Si el líquido los arruinaba, era muy posible que el daño resultante estuviese por encima de la capacidad de repararlo de los ingenieros de la nave. Muchos de aquellos circuitos eran parte integral de la construcción de la nave, no designados para su reparación fuera de un dique.

Nadie hacía ninguna sugestión sobre lo que se pudiese hacer para contener el goteo.

Abajo, Parker y Ripley avanzaron cautelosamente a lo largo de los confines estrechos y oscuros del corredor C. Su atención seguía fija en el techo.

—No te pongas abajo —advirtió a Parker—. Si puede corroer así la superficie del metal, no quiero pensar qué podría hacer en tu cara.

—No te preocupes. Yo cuidaré de mi cara, cuida tú de la tuya.

—Parece estar perdiendo actividad —dijo Dallas, observando el agujero en el suelo, casi sin atreverse a esperar ya nada.

Brett y Ash se detuvieron enfrente, y se inclinaron sobre la oscura depresión que había en el puente. Ash tomó una estilográfica de uno de los bolsillos de su túnica y con ella tocó el agujero. El metal exterior de la misma burbujeó débilmente, con apariencia de azogue carbonado. El burbujeo se detuvo y desapareció después de haber dañado muy escasamente el metal. El científico continuó picando el agujero. En lugar de atravesar, la estilográfica encontró resistencia.

—No ha pasado más de unos tres centímetros. El líquido ha dejado de penetrar.

Abajo, Parker echó una mirada a Ripley, a la luz mortecina.

—¿Ves algo?

Continuaba contemplando el techo. Bajo sus pies corría una pequeña escalera de servicio, y bajo ella el casco del Nostromo. Después, solo habría la atmósfera de un planeta desconocido.

—Nada —replicó finalmente Ripley—. Sigue revisando; iré a ver qué ocurre arriba.

Se volvió y echó a correr por el corredor hacia las escaleras.

Lo primero que vio fue a todos los demás en cuclillas sobre el agujero que había en el puente.

—¿Qué pasa? No ha atravesado todavía.

—Creo que ha perdido fuerza —dijo Ash, de rodillas sobre el metal corroído—. O bien las reacciones continuas con aleaciones han disminuido su poder, o sencillamente pierde su potencial cáustico después de un período de tiempo. Sea como sea, ya no parece estar activo.

Ripley se desplazó para ver por sí misma el agujero aún humeante que había en el puente.

—¿Podría la aleación ser más fuerte dentro del puente que allá arriba? Quizás esa materia está corroyendo el puente horizontalmente, en busca de otro lugar débil donde pueda atravesarlo.

Ash negó con la cabeza:

—No lo creo. Por lo poco que recuerdo de construcción de naves, los principales puentes y el casco del Nostromo están compuestos del mismo material. No, creo razonablemente suponer que el fluido ya no es peligroso.

Ash empezó a colocarse la estilográfica de vuelta en su bolsillo, aun sosteniéndola por el extremo no dañado. En el último momento lo pensó mejor y continuó sosteniéndola, balanceándola de su mano.

Ripley notó su vacilación y le dedicó una sonrisa:

—Si ya no es peligroso, ¿por qué no vuelves a ponerla en tu camisa?

—No hay necesidad de actuar impulsivamente. Nos sobra tiempo para hacer pruebas y asegurarnos de que la sustancia ya no está activa. Que ya no pueda corroer la aleación del puente no significa que no pueda darme una tremenda quemada.

—¿Qué clase de materia crees que es? —dijo Dallas, cuya mirada se paseó del minúsculo cráter que había en el puente hasta el agujero del techo, sobre su cabeza—. Nunca vi nada que pudiera cortar así una aleación. Al menos, no con esa velocidad.

—Yo nunca he visto nada parecido —reconoció el científico—. Ciertas variedades muy refinadas de ácido molecular son enormemente peligrosas, pero generalmente solo actúan sobre cierto material específico. Sus aplicaciones generales son ilimitadas. Por otra parte, este material parece ser un corrosivo universal. Ya le hemos visto demostrar su capacidad de corroer varias sustancias distintas con la misma facilidad. O quizás sea indiferencia, si tú quieres. Aleación del casco de la nave, guantes quirúrgicos, instrumento médico, las mantas de la enfermería… Lo atravesó todo con igual facilidad.

—Y es la sangre de esa maldita cosa, de ese maldito pequeño monstruo —dijo Brett, hablando con respeto del extraño ser en forma de mano, pese a su hostilidad.

—No podemos estar seguros de que sea su sangre —dijo Ash cuya mente estaba trabajando a toda velocidad, bajo la presión del momento—. Puede ser un componente de un sistema circulatorio separado, para lubricar el interior de la criatura. O puede comprender una parte de una capa interna protectora, una especie de líquido, endotelio defensivo.

O puede no ser más que el equivalente de nuestro fluido linfático.

—Sin embargo, ¡qué mecanismo de defensa! —observó Dallas—. Nadie se atrevería a matarlo.

—Por lo menos, no a bordo de una nave sellada —dijo Ripley, quedamente.

—Así es —respondió Ash—. Podemos sacar a Kane donde los fluidos de la criatura no puedan dañar al Nostromo, y tratar de cortarla, pero estamos casi seguros de que es lo único que lo mantiene con vida.

—Cuando se la hayamos quitado sacándole ese tubo de la garganta, podremos darle oxígeno —dijo Ripley—. Una cubierta térmica lo mantendría caliente; para el caso, podríamos levantar una tienda de aire, con un sello. Y dejar que el líquido gotee en el terreno, debajo.

—No es mala idea —dijo Ash—, pero hay dos obstáculos.

Ripley aguardó, impaciente.

—Primero, como ya hemos dicho, quitar la criatura por la fuerza podría causar una interrupción fatal de la acción que sostiene la vida. El simple shock podría matar a Kane. Y segundo, no hay ninguna garantía de que, al ser gravemente herida, la criatura no reaccione derramando ese líquido sobre sí misma y sobre todo lo que tenga a la vista. Esa sería una reacción defensiva muy en armonía con las cualidades destructivas y protectoras del fluido.

Hizo una pausa, para que la imagen que había conjurado se asentara en todas las mentes.

—Aun si el que estuviese haciendo el corte pudiese librarse de una herida grave, del líquido al salir, no me gustaría ser responsable de lo que quedara del rostro de Kane o de su cabeza.

—Tienes razón —dijo Ripley, y en su voz había un poco de resentimiento—. Quizás no fue una idea muy brillante. En cambio, ¿tú que sugieres?

Y con el pulgar señaló hacia la enfermería:

—¿Tratar de llevarle de vuelta hasta la base con ese monstruo sobre su cabeza?

—No veo peligro en eso —dijo Ash, sin dejarse impresionar por su sarcasmo—. Mientras sus signos vitales sigan estables, considero esa alternativa como viable. Si empiezan a flaquear, naturalmente tendremos que probar otra cosa; pero por el momento debo decir que, en mi opinión, quitarle esa criatura por la fuerza representa mayor peligro para Kane que dejarla allí.

Un nuevo rostro apareció en la parte superior de la escalera cercana.

—Ni señales de esa materia. ¿Ha dejado de sangrar? —dijo Parker, paseando su mirada de la sombría Ripley a Dallas.

—Sí. Después de correr dos niveles —respondió Dallas, aún asombrado por la potencia del fluido extraño.

Ripley pareció volver a la vida y miró a su alrededor.

—Estamos todos aquí abajo. ¿Y quién está con Kane? Creo que nadie está observándolo, ni al ser extraño.

Hubo una carrera precipitada hacia las escaleras.

Dallas fue el primero en entrar en la enfermería. Una rápida mirada le mostró que nada había cambiado. Kane aún yacía como lo habían dejado, inmóvil sobre la plataforma, con el ser extraño sobre su rostro.

Dallas sintió rabia contra sí mismo. Había actuado como un chiquillo. El líquido había demostrado, desde luego, propiedades inesperadas y peligrosas, pero no justificaban el total pánico que los había invadido. Dallas debió delegar a uno o dos miembros de la tripulación para quedarse atrás y mantener bajo vigilancia a la criatura.

Por fortuna, nada había cambiado durante su ausencia. La cosa no se había movido ni, al parecer, Kane. En adelante, fuesen cuales fuesen los problemas que surgieran en cualquier parte, alguien estaría asignado a la enfermería en todo momento. La situación ya era bastante grave sin ofrecer al ser extraño la oportunidad de hacer cosas inadvertidas.

—¿Le tocó algo del ácido? —preguntó Parker, encorvándose para ver a Kane.

Dallas avanzó hasta colocarse junto a la plataforma. Inspeccionó cuidadosamente la cabeza del ejecutivo.

—No lo creo, parece estar bien. El fluido corrió por debajo de la criatura, sin hacer contacto con su piel.

Brett apareció por el pasillo.

—¿Sigue goteando eso? Allá en los abastecimientos de ingeniería tenemos ciertos materiales de cerámica para tapar los agujeros. No conozco esta materia, pero podemos probar.

—No te molestes —le contestó Dallas—. Ha dejado de escurrir.

Ash estaba examinando la sección cortada por el cuchillo láser.

—Ha cicatrizado. Ni señal de la herida. ¡Asombrosa capacidad regenerativa! Se diría que nunca lo han tocado.

—Debe haber alguna manera de quitarlo —dijo Lambert con un escalofrío—. Me enferma verlo allí como si nada, con ese tubo o lo que sea dentro de su garganta.

—Estarías bastante más enferma si lo tuvieras tú encima —dijo Ripley.

Lambert se mantuvo a distancia.

—Eso no tiene gracia.

—Vuelvo a decirte que no me parece buena idea quitarle de encima esa criatura —dijo Ash, sin mirarlo—. El último intento no resultó bien.

Dallas echó una rápida mirada a su oficial en ciencias, y luego se relajó. Como siempre, Ash solo estaba siendo objetivo. No estaba en su carácter mostrarse sarcástico.

—Entonces, ¿qué hacemos? —quiso saber Lambert.

—No hacemos nada —dijo Dallas, finalmente—. No podemos hacer nada. Ya intentamos algo y, como notó Ash, casi nos costó la perforación de la nave. Así pues… volvamos a meterlo al automédico, y esperemos que se nos ocurra una idea mejor.

Tocó un botón de control; hubo un suave zumbido, mientras la plataforma con Kane se deslizaba dentro de la máquina. Dallas maniobró con otros interruptores adicionales, recibió nuevas vistas internas del ejecutivo en coma, además de diagramas y esquemas relacionados. No le ofrecieron ninguna información nueva, ninguna solución.

Ash estaba relacionando varios datos.

—Sus funciones internas continúan normales, pero hay cierta indicación nueva de generación de tejidos.

—Entonces, está haciéndole daño —dijo Lambert.

—No necesariamente. Lleva cierto tiempo sin agua y sin alimento. Estos datos deben reflejar una reducción natural de peso. No hay indicaciones de que esté debilitándose marcadamente, ni por culpa de la criatura ni de las circunstancias.

—Sin embargo, debemos mantenerlo en el mejor estado posible. Más vale que inicie yo una alimentación intravenosa hasta que pueda determinar con seguridad si el ser extraño está absorbiendo proteínas de su sistema.

Ash activó todo un block de controles. Nuevos sonidos surgieron en toda la enfermería cuando el automédico empezó a asumir, eficientemente, la labor de alimentar al indefenso Kane y procesar los desechos resultantes.

—¿Qué es eso? —dijo Ripley, señalando una parte de la gráfica interna, que cambiaba lentamente—. Esa mancha en sus pulmones.

—No veo ninguna mancha.

Dallas estudió la gráfica:

—Creo que ya sé qué dice ella, aumenta la amplificación del sistema respiratorio, Ash.

El científico obedeció.

Entonces, el minúsculo punto que había captado la atención de Ripley se destacó claramente: una mancha irregular, oscura, sobre la cavidad del pecho de Kane. Era completamente opaca.

—No sabemos si está en sus pulmones —dijo Ash, manipulando los controles—. También podría ser una falla del aparato, o una sección con radiación dañada de la lente. Sucede muchas veces.

—Prueba con más potencia —exigió Dallas—. Veamos si podemos mejorar la resolución.

Ash ajustó los instrumentos; pese a sus esfuerzos, la mancha negra permaneció igual: un punto de absoluta negrura.

—No puedo aumentar la intensidad, o empezaremos a padecer daños por radiación.

—Ya lo sé —dijo Dallas contemplando la mancha enigmática—. Si ahora perdemos capacidad, no podremos saber qué le ocurre dentro.

—Yo puedo encargarme de todo —le aseguró el científico—. Creo que lograré limpiar las lentes. Sencillamente, hay que repulirlas un poco.

—¡Pero eso nos dejaría a ciegas!

Ash pareció querer disculparse:

—No puedo quitar la mancha sin desarmar el aparato.

—Entonces, olvídalo. Mientras no haga crecer eso hasta el punto en que oscurezca nuestra visión…

—A tus órdenes —dijo Ash, y se dedicó a sus aparatos.

Brett parecía confuso y un tanto frustrado.

—¿Qué hacemos ahora, eh? ¿Simplemente nos sentamos a esperar?

—No —le respondió Dallas, recordando que tenía que dirigir una nave, y no solo preocuparse por Kane—. Nos sentamos y aguardamos, pero ustedes dos vuelven a su trabajo.

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