Alien

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Capítulo 8

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El café aplacó sus estómagos, si no sus cerebros. Alrededor de ellos el Nostromo funcionaba, sin interesarse en aquel extraño ser muerto en la enfermería. Zumbidos y olores familiares llenaban el puente.

Dallas reconoció algunos de los olores: procedían de varios miembros de la tripulación. No se molestó por ello, tan solo olfateó varias veces para reconocerlos. Artículos refinados, como el desodorante, no se echaban de menos en una nave del tamaño del Nostromo. Aprisionada en una botella de metal, a años luz de mundos cálidos y atmósferas sanitarizadas, la tripulación no se ocupaba de asuntos tan poco importantes como los efluvios de algún vecino.

Ripley aún parecía preocupada.

—¿Qué mal te corroe? ¿Todavía resentida por la decisión de Ash de dejarnos volver?

La voz de Ripley reveló su frustración:

—¿Cómo pudiste dejarle a él ese tipo de decisión?

—Ya te lo dije —explicó él, pacientemente—. Mi decisión fue permitir entrar a Kane, no… ¡Ah! ¿Quieres decir acerca de conservar ese cadáver?

Ella asintió con la cabeza:

—Sí; es demasiado tarde para discutir acerca del regreso. Quizá me equivoqué. Pero conservar eso a bordo, muerto o no, después de lo que le hizo a Kane…

Él trató de aplacarla:

—No estamos seguros de que haya hecho algo a Kane, aparte de desmayarlo; según los datos, no tiene nada malo. En cuanto a conservarlo a bordo, yo simplemente dirijo esta nave. Solo soy un piloto.

—Tú eres el capitán.

—Un grado de último recurso, que no significa nada en situaciones específicas. Parker pasa por encima de mí en cuestiones de ingeniería. En todo lo que tenga que ver con la división de ciencias, Ash tiene la última palabra.

—¿Y cómo ocurre esto?

Ahora la voz de Ripley fue más de curiosidad que de amargura.

—Del modo en que ocurren todas las cosas: por órdenes de la Compañía.

—¿Has leído su propio directorio?

—¿Desde cuándo es ese el procedimiento normal?

Dallas empezaba a exasperarse:

—¡Vamos, Ripley! Esta no es una nave militar. Sabes tan bien como yo que el procedimiento normal es lo que te indica qué hacer. Ese principio incluye la independencia de los distintos departamentos, como el de ciencia. Si yo creyera lo contrario, no estoy seguro de que habría aceptado venir aquí.

—¿Qué te pasa? ¿Las visiones de bonos descubiertos están desapareciendo ante el espectro de un hombre muerto?

—Tú sabes bien que no es así —replicó Dallas, tajante—. No hay ninguna bonificación bastante grande para que pueda cambiarse por ella la salud de Kane. Ahora es demasiado tarde para eso. Ya estamos aquí, y ya ha ocurrido. Mira, no te metas conmigo ¿quieres? Yo me limito a llevar carga por un sueldo. Si yo deseara ser un gran explorador y estuviese matándome por obtener bonos por entregas, me habría inscrito en el cuerpo de la frontera. Y ya habrían podido arrancarme la cabeza una docena de veces. La gloria… ¡No, gracias! No es para mí. Me conformo con que me devuelvan a mi oficial ejecutivo.

Ripley no contestó esta vez; se quedó silenciosa durante varios minutos. Cuando volvió a hablar, su amargura se había disipado.

—¿Han estado tú y Kane en muchos vuelos?

—Los suficientes para conocernos —dijo Dallas, con voz hueca mirando fijamente a su tablero.

—¿Y qué me dices de Ash?

—¿Vas a volver a empezar con eso? —dijo Dallas, suspirando y con ganas de huir, pero no había a dónde—. ¿Qué quieres saber de él?

—Lo mismo. Dices conocer a Kane. ¿Conoces a Ash? Has volado con él antes.

—No.

Aquella idea no preocupó a Dallas en lo más mínimo.

—Esta es la primera vez. Hice cinco remolques, largos y cortos, con distintos cargamentos y otros científicos; luego dos días antes de que saliéramos de Thedus, los reemplazaron por Ash.

Ella lo miró significativamente.

—¿Qué hay con eso? —dijo él, con rudeza—. También reemplazaron a mi viejo oficial por ti.

—No confío en él.

—Buena actitud. Ahora bien, yo… yo no confío en nadie.

«Es tiempo de cambiar de tema», pensó Dallas. Por lo que había visto hasta entonces, Ash era un oficial competente, aunque un poco estirado cuando se trataba de bromear con él, pero la camaradería personal no era necesaria en viajes en que se pasaba casi todo el tiempo, salvo al partir y llegar, en la narcosis del hipersueño. Mientras cumpliera con su trabajo, a Dallas le importaba un comino su personalidad. Hasta entonces no había razón para dudar de la competencia de Ash.

—¿Qué está retrasando las reparaciones? —preguntó Dallas a Ripley. Ella echó una mirada a su cronómetro e hizo ciertos cálculos:

—Casi deben estar terminando. Solo deben estar revisando los puntos finos.

—¿Por qué dices eso?

—Aún quedan algunas cosas por hacer. Estoy segura, o ya habrían dicho algo. Mira, ¿tú crees que estoy ganando tiempo para Parker?

—No. ¿Qué queda por hacer?

Ripley formuló una rápida pregunta a su tablero:

—Aún estamos ciegos en los puentes B y C. Las antenas volaron, y hay que reemplazarlas por completo.

—Me importan un comino los puentes B y C. Sé bien cómo están. ¿Algo más?

—Los sistemas de energía de reserva se agotaron cuando aterrizamos. ¿Recuerdas el problema con las luces secundarias?

—¿Pero está fija la principal fuente de energía?

Ripley asintió con la cabeza.

—Entonces, todo eso de las reservas es inútil. Podemos despegar sin ellas, volver al hipersueño y viajar realmente, en lugar de estar perdiendo el tiempo por aquí.

—¿Es buena idea esa? Quiero decir, despegar sin arreglar por completo las luces secundarias.

—Quizás no, pero quiero salir de aquí, y quiero salir ahora mismo. Hemos investigado esa señal, y aquí el único al que hay que rescatar es a Kane. Dejemos que alguna expedición de la Compañía, con el equipo apropiado, venga a excavar alrededor de esa nave abandonada. No es eso por lo que nos pagan. Hemos obedecido todas las órdenes. Ahora, ya es suficiente. Vámonos de aquí.

En el puente cada quien volvió a asumir su puesto. Se olvidaron de Kane y del extraño ser muerto. Todo quedó en el olvido, salvo los procedimientos de despegue. Una vez más, todos formaban una unidad. Las animosidades y opiniones personales fueron pospuestas al deseo de hacer que el remolcador despegara y volviera al espacio limpio y abierto.

—Impulso primario activado —informó Ash, desde la enfermería y en su puesto habitual.

—Verificado —llegó la voz de Lambert.

—Los botones secundarios aún no funcionan.

Ripley frunció el ceño al leer aquello en el tablero por encima de su cabeza.

—Sí, ya lo sé. Navegante, ¿estamos listos?

Lambert estudió su pantalla.

—Reingreso orbital computado y registrado. Estoy comprobando las posiciones con la refinería. Las tendré dentro de un segundo.

—¡Aquí están!

Oprimió luego una serie de botones, en secuencia. Unos números se iluminaron sobre la cabeza de Dallas.

—Me parece bien. Corregiremos al estar arriba, de ser necesario. Preparen el despegue.

Cubierto de polvo extraño, el Nostromo empezó a vibrar. Un rugido se elevó sobre el aullar de la tormenta, un trueno hecho por el hombre, que resonó en las colinas de lava e hizo vibrar unas columnas hexagonales de basalto.

—Preparados —dijo Ripley.

Dallas echó una mirada a Ash:

—¿Cómo se está sosteniendo?

El científico estudió sus instrumentos:

—Todo está funcionando; no puedo decir por cuánto tiempo.

—Lo suficiente para sacarnos de aquí —dijo Dallas por el intercomunicador—. Parker ¿cómo se ve desde allí? ¿Podemos despegar sin que roce el motor de energía profunda?

Dallas sabía que si no podían contrarrestar la gravedad con el primer impulso, tendrían que cortar los hiperaparatos para salir de allí. Pero un segundo o dos de hiperimpulso los sacaría completamente del sistema. Ello significaría relocalizarlo y aprovechar un tiempo precioso para unirse una vez más con su cargamento. Y el tiempo se convertiría en aire. Minutos = litros. El Nostromo continuaría reciclando su mínimo abastecimiento de material respirable tan solo ese tiempo.

Cuando sus pulmones empezaran a rechazarlo tendrían que volver a los congeladores, hubiesen encontrado la refinería o no.

Dallas pensó en la gigantesca fábrica flotante y trató de imaginar cuánto necesitarían para pagarla con sus distintos modestos salarios.

La respuesta de Parker mostró ciertas esperanzas, aunque no fue precisamente alentadora.

—Muy bien, pero recuerden, esto es simplemente un trabajo provisional. Se necesita el equipo de los diques para que las reparaciones sean completas.

—¿Podrán mantenerse?

—Deben mantenerse, a menos que encontremos arriba mucha turbulencia. Eso podría hacer volar las celdas nuevas. Eso fue todo. No hay manera de volver a repararlas.

—Así pues, tómenlo con calma —añadió Brett, desde su asiento en el cubículo de ingeniería.

—Te oigo; tendremos cuidado. Todo lo que hay que hacer es llegar al gee 0 y luego podemos seguir hasta Sol. Luego las malditas celdas podrán irse al demonio si quieren. Pero hasta que estemos arriba y fuera, manténganlas intactas, aunque tengan que sostenerlas con las manos.

—Haremos lo que podamos —dijo Parker.

—Inspección. El puente corta.

Dallas se volvió para enfrentarse a la funcionaría del Nostromo. Ripley estaba desempeñando dos cargos por la incapacidad de Kane.

—Elévanos unos cien metros y mete los zancos de aterrizaje, —dijo Dallas, y luego volvió su atención a su tablero nuevo—. Yo lo mantendré firme.

—Hasta cien —dijo Ripley, manipulando unos controles.

El trueno se intensificó afuera cuando el remolcador se elevó de aquella superficie azotada por el viento. La nave se elevó unos cien metros por encima del suelo, mientras el polvo corría confusamente por debajo de ella. Los macizos pilares que habían soportado al Nostromo se doblaron limpiamente, entrando en su caja de metal.

Un ligero golpe resonó en el puente, confirmando los datos de las computadoras.

—Los zancos se han doblado —anunció Ripley—. El blindaje se está cerrando.

Las placas de metal resbalaron, cubriendo los zancos y sellando la nave, a salvo de partículas de polvos y una atmósfera extraña.

—Todo se sostiene —declaró Ash.

—Muy bien. Ripley, Kane no está aquí, así que esto es todo tuyo. Elévanos.

Ripley tocó una doble palanca en el tablero del ejecutivo.

El rugido afuera era ensordecedor, aunque no hubiese nada que oír y por qué quedar debidamente impresionado por los avances de la humanidad. Ligeramente inclinado hacia arriba, el Nostromo empezó a avanzar.

—Estoy subiendo los gees —dijo Ripley, tocando varios botones adicionales—. ¡Aquí vamos!

Elevándose hacia el cielo y acelerando continuamente, el remolcador pareció de pronto saltar hacia adelante. Unos vientos poderosos rozaron su piel dura y brillante, y no alteraron su curso ni su velocidad.

La atención de Lambert estaba fija en un aparato especial:

—Un kilómetro y ascendiendo. En ruta. Inserción orbital 5.3 en 2 minutos.

Luego añadió silenciosamente, para sí misma «Si esto aguanta todo ese tiempo».

—Todo suena bien —murmuró Dallas, observando dos líneas que se juntaban tranquilizadoramente en su tablero—. Adelante la gravedad artificial.

Lambert movió un interruptor. La nave pareció vacilar, el estómago de Dallas protestó al desaparecer la gravedad del pequeño mundo que quedaba tras ellos, y que fue reemplazada de un tirón enérgico.

—Lista —informó Lambert, mientras sus propias entrañas volvían a sus puestos.

La mirada de Ripley pasaba de una pantalla a otra. Apareció una ligera discrepancia, y ella se apresuró a corregirla.

—Datos de impulso desigual. Estoy alterando el vector.

Tocó ligeramente un interruptor, y observó con satisfacción una aguja que volvía a su lugar correspondiente.

—Compensación efectuada. Ahora, se mantiene firme. Estamos en curso.

Dallas empezaba a creer que lo habían logrado sin ninguna dificultad cuando un temblor violento recorrió todo el puente. Mandó por los aires las posesiones personales y los pensamientos frenéticos de toda la tripulación. El temblor duró tan solo un momento, y no se repitió.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Dallas en voz alta.

Como respuesta, el intercomunicador zumbó pidiendo atención.

—¿Eres tú Parker?

—Sí, tuvimos ciertas dificultades aquí atrás.

—¿Graves?

—El cuadrante de estribor se sobrecalentó. Juzga por ti mismo.

—¿Puedes arreglarlo?

—¿Hablas en serio? Estoy apagándolo.

—Compensando de nuevo el impulso desigual —anunció Ripley solemnemente.

—Hay que mantenerlo unido hasta que esté más allá del doble cero —dijo Dallas, ante el micrófono.

—¿Qué crees que estamos tratando de hacer aquí?

El intercomunicador cortó la comunicación.

En el puente se hizo audible un ligero cambio del rugido de las máquinas; nadie miraba a su vecino, por temor de ver en él sus propias preocupaciones.

Avanzando un poco más lentamente, pero aún deslizándose sin esfuerzo entre nubes de vapor, el Nostromo siguió en el espacio, en ruta para encontrarse con la refinería.

En contraste con la relativa calma del puente, el cuarto de máquinas era escenario de una actividad febril. Brett estaba nuevamente dentro de un tubo, sudando y deseando estar en otra parte.

—¿Lo acomodaste? —le preguntó Parker, desde fuera.

—Sí, eso creo. El polvo está atascando de nuevo las malditas tomas. La número dos está sobrecalentándose.

—Creí que habíamos dejado fuera eso.

—Yo también. Debió de entrar por una pantalla. ¡Las malditas máquinas son demasiado sensibles!

—No fueron diseñadas para volar entre huracanes de partículas —le recordó Parker a su socio—. Escupe sobre ellas unos dos minutos y todo se aclarará.

Un segundo temblor recorrió el puente.

La atención de todos estaba fija en sus respectivos tableros. Dallas pensó en preguntar al ingeniero, y luego lo meditó mejor y se abstuvo. Si Parker tenía algo de que informar, lo haría.

«¡Vamos, vamos!» dijo silenciosamente. «¡Arriba!», se prometió a sí mismo que si Parker y Brett lograban mantener funcionando los impulsos primarios durante otros dos minutos, intercedería en nombre de ellos por aquellas bonificaciones que constantemente estaban solicitando. Un aparato mostró que la gravitación estaba desvaneciéndose rápidamente. «Un minuto más», rogó Parker, acariciando con una mano, inconscientemente, la pared más cercana. «¡Solo otro minuto!».

Surgiendo de una corona de nubes, el Nostromo salió al espacio abierto. Un minuto y cincuenta segundos después, el indicador de gravedad de superficie en el tablero de Dallas señaló cero.

Aquella fue la señal para ciertas aclamaciones poco profesionales pero sinceras en el puente.

—¡Lo logramos! —dijo Ripley, dejándose caer, exhausta, contra el respaldo acojinado del asiento—. ¡Diablos! Lo logramos.

—Cuando ese primer temblor y cuando empezamos a perder velocidad, creí que no lo lograríamos —suspiró Dallas—. Ya veía cómo nos estrellábamos contra la colina más cercana. Bien pudo pasarnos, si hubiésemos tenido que subir dejando perder la refinería.

—No hay nada de qué preocuparse —dijo Lambert, sin sonreír—. Habríamos aterrizado, para quedarnos allí. Entonces, nuestra llamada de auxilio es la que habría sonado. Nos habríamos podido relajar en el hipersueño hasta que alguna otra afortunada tripulación saliera de sus congeladores para rescatarnos.

«No menciones nada acerca de bonificaciones… todavía», estaba diciéndose Dallas a sí mismo. «Sorpréndelos con ella cuando despierten en la órbita terrenal», pero por ahora, el equipo de ingeniería al menos se había ganado un elogio verbal.

Encendió la intercomunicación:

—Buen trabajo, ustedes dos. ¿Cómo se sostiene?

—Ahora que salimos del polvo, está ronroneando como Jones.

Un agudo sonido vibró por el magnavoz. Dallas frunció el ceño durante un momento, incapaz de reconocerlo. Entonces comprendió que Parker probablemente había abierto una cerveza, sin darse cuenta de que estaba demasiado cerca del micrófono.

—Fue muy sencillo —continuó el ingeniero, orgulloso—. Cuando nosotros reparamos algo, reparado se queda.

Un sonido gorgoreante llenó el magnavoz, como si Parker estuviera sumergiéndose en algo.

—Claro que sí. Buen trabajo —les confirmó Dallas—. Descansen un poco, se lo han ganado. ¡Parker!

—¿Sí?

—Cuando nos elevemos rumbo a la tierra y estés coordinando tu departamento con control de ingeniería, aparta tu cerveza del micrófono.

El gorgoreo cesó.

Satisfecho, Dallas cortó la comunicación y dijo, sin dirigirse a nadie en particular:

—Cobremos el dinero y vámonos a casa. Llévalo al garage, Lambert.

El ángulo de ascenso del Nostromo empezó a reducirse. Pasaron varios minutos antes de que un continuo «bip» empezara a sonar sobre el puesto de la navegante.

—Aquí viene —informó Lambert a sus compañeros—. Precisamente donde se supone que debe estar.

—Muy bien —dijo Dallas, manipulando controles—. Alíneanos y mantente observando la refinería.

Los instrumentos zumbaban al ajustar su posición respecto a la montaña de plástico y metal. Ripley encendió un control, y el remolcador siguió hacia atrás, acercándose a la oscura masa de la refinería.

—Estamos en posición —dijo.

—Adelante —dijo Dallas observando intensamente ciertos datos, con los dedos sobre una hilera de botones rojos.

—Estamos desplazándonos —la atención de Ripley enfocaba dos pantallas al mismo tiempo—. Se reduce la distancia. Veinte, quince… ¡ya está!

Manipuló un interruptor.

Dallas oprimió los controles rojos:

—Motores apagados, energía primaria de compensación. Tenemos estabilidad inercial. Activen el cerrojo de hiperimpulso.

—Activado —le informó Ripley—. Ya estamos unidos.

Al ser activado ahora, el Nostromo generaría un campo de hiperimpulso suficiente para incluir la refinería. Viajaría junto con ellos, envuelta en esas misteriosas manifestaciones de irrealidad que capacitan a naves y hombres a viajar con mayor velocidad que la luz.

—Rumbo fijo hacia la tierra —ordenó Dallas tensamente—. Entonces, enciende el grande, y llévanos a la velocidad de la luz más cuatro.

—Con todo gusto.

—Curso computado, y cerrado —dijo Lambert, un momento después—. Es hora de ir a casa.

Luego añadió, para sí misma: «Pies míos, sacadme de aquí».

Ripley tocó un gran control. El pequeño mundo con la extraña nave aprisionada se desvaneció como si nunca hubiese existido. El Nostromo alcanzó y superó la velocidad de la luz. Un efecto de corona se materializó a través de la nave y la refinería. Sobre ellos, las estrellas se volvieron azules, y las que se quedaron atrás cambiaron al color rojo.

Seis miembros de la tripulación se encaminaban, tranquilizados, a casa. Seis miembros de la tripulación, y algo más llamado Kane.

Se sentaron alrededor de la mesa a tomar café o cualquier otro líquido cálido que estimulara, según sus gustos y sus hábitos. Sus posturas relajadas mostraban su estado de ánimo actual, que hasta entonces había sido tan rígido como el cristal, y doblemente frágil. Ahora, unas piernas colgaban despreocupadamente de los brazos de los sillones, y las espaldas se hundían entre los cojines.

Lambert aún seguía en el puente, haciendo las últimas correcciones antes de darse el lujo de descansar. Ash se hallaba abajo en la enfermería acompañando a Kane. El oficial ejecutivo y su estado eran el principal tema de conversación.

Parker escanció un té humeante, y chasqueó los labios con poca delicadeza, proponiendo con su habitual confianza:

—Lo mejor será congelarlo. Eso detendrá la maldita enfermedad.

—No sabemos si la congelación alterará su estado de algún modo —arguyó Dallas—. Podría empeorarlo. Lo que podría intensificar eso que lo ha poseído.

—Es mil veces mejor que no hacer nada —dijo Parker, esgrimiendo su taza como un bastón—. Y eso es lo que hasta hoy ha hecho el automédico: nada. Tenga lo que tenga, está por encima de su capacidad. Exactamente como dijo Ash. Esa computadora médica está programa para curar cosas como mareos y huesos rotos, no algo por ese estilo.

—Todos sabemos que Kane necesita ayuda especializada.

—Que acabas de reconocer que no podemos prestarle.

—Correcto —dijo Parker, apoyándose sobre su respaldo—.

Exactamente. Por eso digo: Congélenle hasta que estemos en casa, y pueda revisarlo un médico especializado en enfermedades extrañas.

—Correcto —añadió Brett.

Ripley sacudió la cabeza y pareció irritada.

—Siempre que él dice algo, tú añades: «correcto». ¿Sabes eso, Brett?

Brett rio:

—Correcto.

Ripley se dio vuelta para mirar al ingeniero.

—¿Qué piensas de eso, Parker? Tu equipo se limita a decir «correcto». Como los loros.

Parker se volvió hacia su colega:

—Sí. Di otra cosa. ¿Eres un tipo o un loro?

—Correcto.

—¡Oh, ciérrala!

A Dallas le dio lástima el ingeniero. Un poco de frivolidad les vendría bien a todos, y él tenía que oponerse. ¿Por qué tenía que ser así? Las relaciones entre los miembros de la tripulación eran de más confianza entre iguales que en un tipo de cadena de mando, de jefe a subordinado. Entonces, ¿por qué súbitamente se habían visto obligados a recordarle que él era el capitán?

Quizás porque se hallaban en una situación crítica, en cierto modo, y alguien tenía que estar al mando oficialmente. Estaba harto de la responsabilidad. Mal empleo. Precisamente, habría preferido estar en el cargo de Ripley o de Parker. Especialmente en el de Parker. Los dos ingenieros podían estar allá, tranquilos en su cubículo privado, y olvidarse alegremente de todo lo que no les afectase de manera directa. Mientras estuviesen funcionando las máquinas y los sistemas de la nave, no eran responsables ante nadie.

Se le ocurrió a Dallas que no le gustaba personalmente tomar decisiones. Por ello estaba al mando de un viejo remolque y no de una nave de línea. Y algo más revelador: quizás por ello nunca se quejaba de eso. Como capitán del remolcador podía pasar la mayor parte del tiempo en el hipersueño, no haciendo más que dormir y cobrar su salario. En el hipersueño no tenía que tomar decisiones.

«Pronto» se dijo a sí mismo. Pronto retornarían todos a las comodidades privadas de sus ataúdes individuales. La aguja señalaría cantidades bajas, los soporíferos entrarían en sus venas, embotarían sus cerebros, y ellos se dejarían ir gratamente hasta una tierra en donde ya no había que tomar decisiones y no existían las sorpresas desagradables de un universo hostil. En cuanto terminaran su café.

—Kane tendrá que entrar en cuarentena —dijo tranquilamente, dando un sorbo a su café.

—Sí, y nosotros también —dijo Ripley, desalentada ante aquel pensamiento.

Eso era comprensible. Tendrían que hacer el largo recorrido hasta la Tierra tan solo para pasar semanas en aislamiento, hasta que los médicos se convencieran de que ninguno de ellos llevaba nada parecido a lo que había afectado a Kane. Visiones de grata hierba verde bajo sus pies y altos cielos azules pasaron por su mente. Vio una playa y un hermoso pueblecillo en la costa de El Salvador. Era penoso tener que aislarlos a todos. Sus ojos se volvieron cuando apareció una nueva figura. Lambert parecía cansada y deprimida.

—¿Quieren que les diga ciertas cosas para bajarles los ánimos?

—A ver, un poco de suspenso —respondió Dallas, tratando de prepararse mentalmente para lo que sospechaba que vendría. Sabía que la navegante se había quedado en el puente preparando algo.

—Según mis cálculos, basados en el tiempo pasado en ir y volver a esa nave y en el alto no programado, la cantidad de tiempo que pasamos al desviarnos…

—Dame la versión abreviada —la interrumpió Dallas—. Ya sabemos que nos hemos desviado al obedecer a aquella señal. ¿Cuánto falta para llegar a la Tierra?

Lambert terminó su taza de café, se dejó caer en una silla y dijo tristemente:

—Diez meses.

—¡Cielos!

Ripley contempló el fondo de su taza; nubes, hierba y playa se alejaron en su imaginación, se confundieron con un halo pálido, con un azul verdoso fuera de su alcance.

Cierto, diez meses en hipersueño no se diferenciaban de un mes. Pero sus mentes trabajaban con tiempo real. Ripley habría soportado la idea de seis meses; en cambio, de diez…

El intercomunicador zumbó, pidiendo atención y Dallas lo encendió:

—¿Qué ocurre, Ash?

—Ven a ver ahora mismo a Kane.

Había urgencia en su voz, y sin embargo cierta extraña duda.

Dallas se sentó muy derecho, así como los demás ante la mesa:

—¿Algún cambio de su estado? ¿Es grave?

—Es más sencillo que vengas a verlo.

Hubo una carrera general hacia el corredor. El café quedó humeante sobre la mesa desierta.

Horribles visiones pasaron por el cerebro de Dallas, que se abría paso hasta la enfermería, con los demás siguiéndole los talones. ¿Qué espantosos efectos posteriores habría producido la extraña enfermedad en su ejecutivo? Dallas se imaginó un hormigueo de minúsculas manos grises con su ojo único brillando húmedamente, adueñándose de las paredes de la enfermería, o algún hongo como lepra que envolviera el cuerpo descompuesto del infortunado Kane.

Llegaron a la enfermería jadeando por el esfuerzo de correr escaleras arriba y abajo. No había ningún hormigueo de manos extrañas por las paredes. Ningún extraño crecimiento, fungoide o no, invadía el cuerpo del ejecutivo. Ash había hablado muy discretamente del estado de Kane.

El ejecutivo estaba sentado sobre la plataforma médica, con los ojos abiertos y claros, funcionando en perfecta armonía con su cerebro. Sus ojos se volvieron al ver llegar a todos.

—¡Kane! —Lambert no podía creer a sus ojos—. ¿Estás bien?

«Parece perfectamente», pensó, asombrada. «Como si nada le hubiese ocurrido».

—¿Deseas algo? —le preguntó, cuando Kane no respondió a la pregunta de Lambert.

—Tiene la boca seca —dijo Dallas, pensando súbitamente en lo que Kane en su situación actual le recordaba: un hombre que volviera de la amnesia. El ejecutivo parecía alerta y bien, pero desconcertado por alguna razón particular, como si tratara de organizar sus pensamientos.

—¿Pueden darme un poco de agua?

Ash corrió hacia un dispensario, tomó una copa de plástico, la llenó y la tendió a Kane. El ejecutivo la vació de un solo golpe. Dallas notó distraídamente que la coordinación muscular parecía normal. Los movimientos de la mano a la boca habían sido hechos instintivamente, sin pensarlo.

Aunque enormemente tranquilizadora, la situación era ridícula. Tenía que haber algo mal en Kane.

—Más —fue todo lo que dijo Kane, y continuó actuando como un hombre con completo dominio de sí mismo. Ripley encontró un recipiente más grande, lo llenó hasta el borde y se lo tendió.

Kane vació el contenido como un hombre que acabara de pasar diez años en un desierto y luego se echó hacia atrás en la plataforma, abriendo mucho la boca, como necesitado de aire.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Dallas.

—Muy mal. ¿Qué me sucedió?

—¿No te acuerdas? —preguntó Ash.

Así pues, notó Dallas con satisfacción, la analogía con la amnesia había sido más cercana de lo que él creyera.

Kane se estiró ligeramente, más por músculos doloridos por el desuso que por otra cosa, y respiró profundamente.

—No me acuerdo de nada. Apenas puedo recordar mi nombre.

—Tan solo para anotarlo… para el informe médico —preguntó Ash, profesionalmente—, ¿cómo te llamas?

—Kane, Thomas Kane.

—¿Eso es todo lo que recuerdas?

—Por el momento, sí.

Kane hizo que su mirada recorriera cada una de aquellas caras ansiosas:

—Me acuerdo de todos ustedes, pero aún no recuerdo sus nombres.

—Ya los recordarás —le aseguró Ash, con confianza—. Te acuerdas de tu nombre y reconoces nuestras caras. Buen principio. También es señal de que tu pérdida de memoria no es absoluta.

—¿Te duele algo?

Sorprendentemente, el estoico Parker fue el que hizo la primera pregunta de persona sensible.

—Me duele todo. Me siento como si alguien hubiera estado apaleándome todo un año.

Kane volvió a sentarse en la camilla, echó sus piernas a un lado y sonrió.

—¡Dios mío, tengo hambre! ¿Cuánto tiempo estuve fuera?

Dallas continuó contemplando incrédulo a Kane, aparentemente ileso:

—Un par de días. Desde luego, ¿no te acuerdas de lo que te ocurrió?

—No. Absolutamente de nada.

—¿Qué es lo último que recuerdas? —preguntó Ripley.

—No lo sé.

—Estabas con Dallas y conmigo en un planeta extraño, explorando. ¿Te acuerdas de lo que pasó allí?

La frente de Kane se llenó de arrugas, mientras él batallaba con la niebla que oscurecía su memoria. Los recuerdos permanecían desconcertantemente fuera de su alcance, y concretarlos era imposible y doloroso.

—Simplemente, un sueño horrible acerca de algo que se fundía. ¿Dónde estamos ahora? ¿Todavía en el planeta?

Ripley negó con la cabeza.

—No, me alegra decírtelo. Estamos en el hiperespacio, de regreso a casa.

—Prepárense para volver a los congeladores —añadió Brett, optimista.

Estaba tan ansioso como los demás por volver a la protección y la inconsciencia del hipersueño. Ansioso por la pesadilla que se había impuesto a ellos.

Aun cuando contemplar al ileso Kane hacía difícil reconciliar sus recuerdos con la imagen del extraño horror que había llevado a bordo, la criatura petrificada aún estaba allí, inmóvil en el tubo para quien quisiera inspeccionarla.

—Estoy por eso —se apresuró a decir Kane—. Estoy mareado y exhausto; hasta podría entrar en el sueño profundo sin los congeladores.

Echó una mirada de desconcierto a su alrededor, por toda la enfermería.

—Sin embargo, en este momento me muero de hambre. Quiero un poco de alimento antes de descender.

—Yo mismo estoy hambriento —dijo Parker, cuyo estómago gruñó sin ninguna delicadeza.

—Es difícil salir del hipersueño sin que el estómago proteste. Más vale descender con la barriga llena. Así es más fácil salir.

—No refutaré yo eso —dijo Dallas, sintiendo que había que celebrar algo, a falta de material para una fiesta, un último festín antes del hipersueño no vendría mal.

—A todos nos vendría bien un poco de alimento, una comida antes de volver a la cama.

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