Alien

Alien


Capítulo 9

Página 11 de 16

9

Sobre la mesa había ya café y té, por servicio individual de cada uno. Todos comían lentamente. Su entusiasmo provenía del hecho de que una vez más eran una tripulación completa, y no por la mezquina colación que les ofrecía el autochef.

Tan solo Kane comía de otra manera, dando enormes mordiscos a las carnes y las legumbres artificiales. Ya había devorado dos platos normales y empezaba con un tercero, sin dar señales de calmar su apetito. Sin fijarse en aquellas exhibiciones de glotonería humana, el gato Jones comía delicadamente de su plato en el centro de la mesa.

Kane levantó finalmente la mirada, y agitando una cuchara dijo con la boca llena:

—Lo primero que haré cuando volvamos es comer algo decente; estoy harto de cosas artificiales. No me importa lo que digan los manuales de la compañía, esto sabe a reciclado. Hay un dejo en lo artificial que no puede eliminar ninguna especia ni sazón.

—He comido cosas peores —comentó Parker, pensativo—, pero también mejores.

Lambert miró con el ceño fruncido al ingeniero, con una cucharada de un bistec que no lo era de verdad, entre el plato y sus labios:

—Para no gustarte el alimento, lo estás devorando como si fuera la última vez.

—Quiero decir, me gusta —explicó Parker, tomando otra cucharada.

—¿En serio? —preguntó Kane sin dejar de comer, pero echó a Parker una mirada de desconfianza, cual si pensara que el ingeniero no estaba bien de la cabeza.

Parker trató de que sus palabras no parecieran defensivas.

—Pues sí, me gusta. Como que crece dentro de uno.

—Debiera crecer —replicó Kane—. ¿Tú sabes de qué están hechas?

—Sí, sé de qué están hechas —replicó Parker—. ¿Y qué con eso? Ahora es alimento. No te correspondería quejarte a ti por la forma en que estás devorando.

—Yo tengo una excusa —dijo Kane poniéndose una enorme cucharada en la boca—. Estoy muerto de hambre.

Luego echó una mirada alrededor de la mesa.

—¿Sabe alguien si la amnesia afecta el apetito?

—¡Vaya! —dijo Dallas recogiendo los restos de su servicio—. No tuviste nada en el cuerpo más que líquido todo el tiempo que estuviste en el automédico. Sucrosa, dextrosa y cosas parecidas, para mantenerte vivo, pero no precisamente muy apetitosas. No es de sorprender que estés muerto de hambre.

—Sí —repuso Kane, dando grandes bocados. Es casi como si yo… como si yo…

Se interrumpió, sonrió forzadamente y luego pareció confuso y un tanto intimidado.

Ripley se inclinó hacia él:

—¿Qué te p… te pasa? ¿Había algo en el alimento?

—No… creo que no, el sabor era el de siempre. No creo…

Volvió a detenerse a media frase. Su expresión era tensa, y empezó a gemir.

—Entonces, ¿qué ocurre? —preguntó Lambert, preocupada.

—No lo sé.

Kane volvió a contraer el rostro, como un boxeador que acaba de recibir un sólido golpe en el pecho.

—Tengo calambres. Están empeorando.

Unos rostros nerviosos vieron al ejecutivo contraerse de dolor y confusión. De pronto dejó escapar un sonido profundo, y se aferró al borde de la mesa con ambas manos. Sus nudillos palidecieron y los tendones resaltaron en sus brazos. Todo su cuerpo temblaba inconteniblemente, como de frío, aun cuando hacía un calor agradable en la habitación.

—Respira profundamente, esfuérzate —recomendó Ash, cuando nadie más hizo alguna sugestión.

Kane se esforzó. Pero su aspiración profunda se convirtió en un grito.

—¡Dios mío! ¡Duele! ¡Duele!

Permaneció en pie, temblando, aferrando la mesa con ambas manos, como si temiera soltarse. De pronto:

—¡Ohhh!

—¿Qué pasa? —preguntó Brett, impotente—. ¿Qué te duele? ¿Algo en…?

La expresión de dolor que se extendió por el rostro de Kane en aquel momento interrumpió a Brett, más efectivamente que ningún grito. El ejecutivo trató de apoyarse en la mesa, pero cayó de espaldas. Ya no podía dominar su cuerpo. Los ojos se le salían de las órbitas y dejó escapar un grito agudo y prolongado que hizo estremecer a todos. El grito resonó por la habitación.

—Su camisa… murmuró Ripley, tan paralizada como el propio Kane aunque por diferente motivo. Señalaba con un dedo al pecho del oficial.

Una mancha roja había aparecido en la túnica de Kane. Se extendió rápidamente y se volvió un manchón extenso, irregular, sobre la parte baja del tórax. Siguió un ruido de tejidos que se desgarran, estremecedor e íntimo en la habitación atestada. Su camisa se rompió como la cáscara de un melón, y se abrió hacia ambos lados cuando una pequeña cabeza del tamaño del puño de un hombre, se abrió paso hacia el exterior. Se debatía y contraía como una serpiente. La pequeña cabeza era casi toda dientes, agudos y manchados de rojo. Su piel era de un blanco pálido y enfermizo, manchado de color carmesí. No mostraba ningún órgano externo, ni siquiera ojos. Un olor nauseabundo, intenso, llegó a las narices de todos ellos.

Otros gritos llegaron a unirse a los de Kane, alaridos de pánico y terror cuando toda la tripulación retrocedió instintivamente. En su retirada, a todos los precedió Jones, con la cola hinchada y los pelos de punta escupió ferozmente, pasó por encima de la mesa, y abandonó la habitación de dos saltos bien calculados.

Convulsivamente, el cráneo con dientes se lanzó hacia adelante. De pronto pareció salirse del torso de Kane. La cabeza y el cuello estaban unidos a un cuerpo grueso y compacto, cubierto con la misma piel blanca. Brazos y patas con garras surgieron hacia adelante con asombrosa velocidad. Cayó entre los platos y alimentos de la tabla, llevando consigo restos de las entrañas de Kane, y dejando un rastro de fluidos y sangre. Dallas recordó a un pavo al que le brotaran unos dientes de su cuello cortado.

Antes de que nadie hubiese recuperado la capacidad de actuar, el ser extraño había saltado de la mesa, con la velocidad de un lagarto, y se lanzó por el corredor.

Muchas respiraciones entrecortadas pero muy pocos movimientos hubo en el salón. Kane permaneció desplomado en su silla, con la cabeza hacia atrás y la boca abierta. Dallas sintió un alivio al ver que no tendrían que ver los ojos abiertos de Kane.

En el pecho del ejecutivo había un enorme agujero desgarrado. Aún a cierta distancia, Dallas pudo ver cómo los órganos internos habían sido apartados sin daño, formando una cavidad bastante grande para la criatura. Sobre el suelo y la mesa yacían platos dispersos. Gran parte de las sobras de alimentos estaban cubiertos con una espesa capa de sangre.

—¡No, no, no…! —repetía Lambert, una y otra vez, mirando con ojos fijos a la mesa.

—¿Qué fue eso? —murmuró Brett contemplando fijamente el cadáver de Kane—. ¿Qué fue eso?

Parker se sintió enfermo; ni siquiera pensó en molestar a Ripley cuando ella se apartó de todos para vomitar.

—Estuvo creciendo dentro de él todo el tiempo, sin que él lo supiera.

—Se valió de Kane como incubadora —teorizó Ash en voz baja—. Como ciertas avispas lo hacen con las arañas allá en la Tierra. Primero paralizan la araña y luego ponen huevos dentro de su cuerpo. Cuando se incuban los huevecillos, empiezan a alimentarse de…

—¡Por Dios! —aulló Lambert, saliendo de su trance—. ¡Cállate! ¡Quieres!

Ash pareció ofendido.

—Solo estaba…

Entonces vio la mirada de Dallas, asintió con la cabeza casi imperceptiblemente y cambió de tema.

—Lo que ocurrió es evidente.

—Esa mancha oscura en los monitores médicos —dijo Dallas sin sentirse bien. Se preguntó si estaría tan asombrado como sus compañeros—. Después no volvió a aparecer en la lente. Estaba dentro de él. ¿Por qué no revelarían eso los rastreadores?

—No había razón, ninguna razón para pensar algo así —se apresuró a explicar Ash—. Cuando lo revisamos internamente, la mancha era demasiado pequeña para tomarla en serio. Parecía un defecto de la lente. En realidad, bien podría haber sido una mancha de la lente.

—No te entiendo.

—Es posible que la criatura en esa etapa genere un campo natural capaz de interceptar y de bloquear la radiación. A diferencia de la primera forma, la que tenía apariencia de mano, que fácilmente pudimos ver. Se ha sabido de otras criaturas que producen campos similares. Eso sugiere ciertos requerimientos biológicos que no podemos siquiera empezar a entender, o bien una defensa producida deliberadamente, para enfrentarse a requerimientos tan avanzados que prefiero no pensar en eso.

—Todo lo cual se reduce —intervino Ripley, limpiándose la boca con una servilleta— a que ahora tenemos otro ser extraño. Probablemente no menos hostil y doblemente peligroso.

Miró provocativamente a Ash, pero esta vez el científico no pudo disputar con ella.

—Sí… y está suelto en la nave —dijo Dallas, avanzando de mala gana hacia el cuerpo de Kane.

Los demás se le unieron lentamente. La inspección era necesaria, por desagradable que pudiera ser. Miradas elocuentes pasaron de Parker a Lambert, de Lambert a Ash y alrededor del pequeño círculo. Afuera el universo, vasto y amenazador, parecía oprimir al Nostromo mientras el olor denso y maduro de la muerte llenaba los corredores que conducían al comedor atestado.

Parker y Brett descendieron por la escalera que conducía al puente de servicio, y se unieron al grupo, cansado y desalentado, que trataría de cazar al ser extraño.

—¿Alguna señal? —preguntó Dallas a los demás—. Cualquier olor extraño o sangre —luego vaciló momentáneamente y terminó— o restos de Kane…

—Nada —le dijo Lambert.

—Nada —repitió Ash, con obvia decepción.

Parker se limpió polvo de los brazos.

—No vi absolutamente nada. Sabe esconderse.

—Yo tampoco vi nada —confirmó Brett—. No puedo imaginar dónde se metió. Aunque hay partes de la nave en que pudo meterse donde yo no puedo. No creo que nada puede sobrevivir en alguno de esos conductos calentados.

—No olvides la clase de medio que su… —Dallas miró a Ash—, ¿cómo llamarías a su primera etapa?

—Prelarval. Solo por darle un nombre. No puedo imaginarme sus etapas de desarrollo.

—Exacto. Bueno, no olvidemos dónde vivió cuando su primera encarnación. Sin embargo, sabemos que es resistente y terriblemente adaptable. No me sorprendería descubrir que ha hecho su nido sobre las cámaras de reacción.

—Si ahí es donde se ha metido, no podemos acercárnosle —observó Parker.

—Entonces, esperamos que haya ido en otra dirección. Hacia donde podamos encontrarlo.

—Antes tenemos que encontrarlo —dijo Ripley, con expresión que reflejaba la preocupación universal.

—¿Por qué no volvemos al hipersueño? —sugirió Brett—. Volvemos a bombear el aire a los tanques y lo sofocamos…

—En primer lugar, no sabemos cuánto tiempo puede esta cosa vivir sin aire —dijo Ripley, acaloradamente—. Quizás no necesite siquiera aire. Solo vimos una boca, no narices.

—Nada puede existir sin algún tipo de atmósfera —dijo Brett, tratando de sonar muy convencido.

Ripley inclinó la cabeza para mirarlo:

—¿Quieres apostar a eso tu vida?

Brett no respondió.

—Además, solo tiene que vivir sin aire durante un tiempo. Quizás pueda tomar de su alimento los gases que necesite. Nosotros estaríamos dormidos en los congeladores. ¿Recuerdas lo fácilmente que la primera cosa pasó a través del casco de Kane? ¿Quién puede asegurar que este no podrá hacer lo mismo en nuestros congeladores?

Ripley sacudió la cabeza, resignada.

—Nadie me hará bajar hasta que hayamos encontrado esa cosa y la hayamos matado.

—¡Pero no podemos matarla! —dijo Lambert dando una patada contra el puente, en su ira—. Por lo que hace a su composición interna, probablemente es idéntico a la primera versión. Si lo es y tratamos de echarle el rayo láser, probablemente derramará fluidos acídicos por toda la nave. Es mucho más grande que aquella mano. Si emite la misma sustancia, puede hacer un agujero más grande de lo que podamos reparar. Todos ustedes saben lo crítica que es la integridad del casco en un viaje más rápido que la luz, para no hablar siquiera de los circuitos que corren por el casco.

—¡Maldito! —dijo entre dientes Brett—. Si no podemos matarlo, ¿qué haremos cuando lo encontremos?

—De algún modo hemos de seguirle la pista. Capturarlo y echarlo de la nave —dijo Ripley, y luego miró a Dallas en busca de confirmación.

Dallas pensó durante un momento.

—No veo qué otra cosa podemos hacer; hay que intentarlo.

—Bueno, si seguimos hablando sin hacer nada, no importará a qué decisión se llegue —dijo Ash—. Nuestros abastecimientos están calculados para que pasemos una cantidad limitada de tiempo fuera del hipersueño. Estrictamente limitada. Sugiero que organicemos inmediatamente la búsqueda.

—De acuerdo —se apresuró a convenir Ripley—. Lo primero que debemos hacer es encontrarlo.

—No —dijo Dallas con voz extraña; todos lo miraron—. Antes hay otra cosa que hacer.

Echó una mirada al corredor, hacia el lugar en que el cuerpo de Kane permanecía aún visible en medio del desorden.

Varios materiales combinados produjeron apenas material suficiente para hacer un burdo sudario, que Parker selló con rayos láser a falta de hilos. Era una labor improvisada, y la informalidad de ello, cuando todos salieron del puente principal, irritó a varios. Pero tuvieron el consuelo de saber que habían hecho todo lo posible.

Habrían podido congelar el cadáver para un entierro más decente allá en la Tierra, pero el compartimiento transparente del congelador habría dejado el perforado cuerpo de Kane expuesto a las miradas de todos, en cuanto despertaran. Mejor sería deshacerse de él limpia y rápidamente, donde pudieran olvidarlo en cuanto fuese posible.

Allá en el puente, volvieron a sus puestos; la depresión general hacía que la atmósfera pareciera densa como vaselina.

Dallas leyó los instrumentos y dijo de mal humor:

—Escotilla interior cerrada.

Ripley confirmó con un movimiento de cabeza.

—¿El cerrojo todavía está presurizado?

Otro movimiento de cabeza. Dallas vaciló, y miró de un rostro a otro. Nadie le devolvió la mirada.

—¿Desea alguien decir algo?

Naturalmente no había nada qué decir. Kane había muerto. Había vivido, ahora había muerto. Ninguno de la tripulación era particularmente elocuente.

Solo Lambert habló.

—Acaben con eso.

Dallas pensó que aquel no era un gran epitafio, pero no podía pensar en nada más, salvo que estaban perdiendo tiempo. Hizo una señal a Ripley, que esperaba.

Tocó un control. La cubierta exterior de la cerradura saltó. El aire que quedaba dentro lanzó a Kane al sueño de la nada.

Tal fue un entierro misericordiosamente breve (Dallas no pudo dejar de pensar «nos libramos de él»). La partida de Kane fue más limpia que su muerte. Su último grito de dolor aún dolía en el cerebro de Dallas, como una piedrecilla en un zapato.

Volvieron a reunirse en el comedor. Era más fácil discutir las cosas cuando cada uno podía ver a todos los demás sin esfuerzo. También les daba una excusa para hacer que todos los demás ayudaran a limpiar la horrible confusión.

—He revisado nuestros abastecimientos —dijo Ripley—. Con estimulantes, podremos resistir cerca de una semana, quizás un día más, pero eso es todo.

—Y luego ¿qué? —dijo Brett, tomándose la barbilla.

—Luego nos quedaremos sin alimento y sin oxígeno. Podemos prescindir del alimento, pero no del oxígeno. Este último factor plantea la interesante cuestión de si, llegado el momento, podemos o no vivir de sustancias artificiales recicladas.

Lambert hizo una mueca ante aquella perspectiva tan poco halagüeña.

—Gracias, creo que preferiría morir.

—Muy bien —dijo Dallas tratando de parecer confiado—. Eso es, entonces lo que tenemos; una semana de actividad plena. Bastante tiempo. Más que suficiente para descubrir un pequeño ser extraño.

Brett contempló el piso.

—Sigo diciendo que debiéramos tratar de sacar el aire. Eso quizás lo matara. A mí me parece la manera más segura. Nos evita la necesidad de enfrentárnosle directamente. No sabemos qué problema pueda crear ese ser.

—Ya pasamos por todo eso, ¿recuerdas? —protestó Ripley.

—Eso suponiendo que hubiéramos pasado el tiempo sin aire en los congeladores. Supongamos que nos ponemos los trajes de presión, y luego sacamos el aire. No podrá deslizarse hasta nosotros si estamos despiertos en nuestros trajes.

—¡Qué buena idea! —exclamó Lambert, indicando con el tono que pensaba todo lo contrario.

—¿Qué tiene de mala?

—Nos quedan cuarenta y ocho horas de aire en nuestros trajes de presión y necesitamos diez meses para volver a casa —explicó Ash—. Si la criatura puede vivir cuarenta y nueve horas sin aire, estaremos donde empezamos, pero habiendo perdido dos días.

—¡Vaya idea! —exclamó Lambert—. ¡Vamos, Parker! Piensen en algo nuevo, ustedes dos.

Los ingenieros no tenían intención de abandonar tan fácilmente la idea.

—Quizás pudiéramos establecer alguna clase de líneas especiales de los tanques del traje al tanque principal. Brett y yo somos buenos ingenieros prácticos. Las conexiones de las válvulas serían difíciles, pero estoy seguro de que podríamos hacerlo. Tendrían que respaldarnos ¿saben?

—Todo es para sus propios egos ¿verdad? —dijo Ripley, sin tratar de moderar su sarcasmo.

—Eso no es práctico —dijo Ash, hablando con simpatía a los dos hombres—. Recuerden que ya hemos discutido la definitiva posibilidad de que la criatura pueda vivir sin aire. El problema es más grave. No podemos permanecer enganchados a los tanques principales mediante unos cordones umbilicales y al mismo tiempo cazar a la criatura. Aun si la idea de ustedes funciona, habremos consumido tanto aire en los trajes que no quedará ninguno para cuando salgamos del hipersueño. Los congeladores se abrirán automáticamente… a un vacío.

—¿Y si dejamos algún especie de mensaje, o transmitimos de modo que puedan encontrarnos y abastecernos con aire fresco en cuanto nos hallen? —preguntó Parker, pensativo.

Ash no pareció convencido.

—Demasiado arriesgado. En primer lugar, nuestra transmisión puede llegar uno o dos minutos antes que nosotros. Para que un equipo de emergencia nos encontrara en el momento en que saliéramos del hipersueño, se acoplara desde el exterior, nos llenara de aire sin dañar la integridad de la nave… No, creo que no podría hacerse… Y aún si se pudiera, estoy de acuerdo con Ripley en un punto crítico. No podemos arriesgarnos a volver a los congeladores hasta estar seguros que la criatura está muerta, o encerrada. Y no podremos asegurarnos de que está muerta si pasamos un par de días en nuestros trajes y luego corremos a los congeladores.

Parker gruñó.

—Sigo creyendo que era una buena idea.

—Vayamos al verdadero problema —interrumpió Ripley, impaciente—. ¿Cómo lo encontraremos? Podemos probar una docena de medios para encontrarlo, pero solo cuando sepamos dónde está. No hay pantalla visual en los puentes B y C. Recuerden que todas las pantallas están afuera.

—Así pues, tendremos que buscarlo.

Dallas se sorprendió de lo fácil que era tomar la decisión obvia pero aterradora. Una vez dicha, se encontró resignado a ella.

—Eso parece razonable —reconoció Ash—. Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Cómo hemos de proceder?

Dallas vio que ellos habrían deseado que no siguiera lo inevitable hasta su fin. Pero era la única manera.

—Nada fácil vale la pena. Solo hay un modo en que podemos estar seguros de no perderlo y al mismo tiempo aprovechar al máximo nuestro tiempo con aire. Tendremos que revisar habitación por habitación y corredor por corredor.

—Tal vez pudiéramos adaptar alguna especie de congelador portátil —sugirió Ripley, de mala gana—. Congelar cada salón y corredor desde cierta…

Se interrumpió, al ver que Dallas meneaba la cabeza tristemente.

Miró hacia otro lado.

—No es que tenga tanto miedo, ¿comprenden? Solo trataba de ser práctica. Como Parker, creo que sería buena idea tratar de evitar una confrontación directa.

—Deja ya eso, Ripley —dijo Dallas, tocándose el pecho con el pulgar—. Yo tengo un miedo horrible. Todos lo tenemos. Pero no podemos complicar las cosas haciendo adaptaciones. Ya perdimos demasiado tiempo dejando que una máquina tratara de ayudar a Kane. Es tiempo de que nos ayudemos nosotros mismos. Eso es lo que hacemos a bordo de esta nave antes que nada, ¿recuerdan? Cuando las máquinas no pueden con un problema, esta se vuelve nuestra labor. Además, quiero tener el placer de ver explotar al pequeño monstruo cuando lo encontremos.

Aquel discurso no inspiró a nadie. Ciertamente nada estaba más lejos de la intención de Dallas. Pero sí tuvo el efecto de reanimar a la tripulación. Vieron que podían volver a verse las caras unos a otros, en lugar de las paredes o al piso, y hubo ciertos murmullos de determinación.

—Muy bien —dijo Lambert—. Lo sacaremos de donde esté escondido, y luego lo haremos explotar. Lo que deseo saber es: ¿Cómo vamos del punto A al punto C?

—Hay que atraparlo de algún modo —dijo Ripley, que daba vueltas en la mente a varias ideas. La capacidad del ser extraño para expeler ácidos hacía que todas aquellas ideas fueran inútiles.

—Debe haber sustancias, aparte del metal, que no pueda corroer tan rápidamente —dijo Brett pensando en voz alta y mostrando que sus ideas seguían los mismos lineamientos de Ripley—. Por ejemplo, un cordón de trilón. Si hiciéramos una red con esa sustancia, podríamos capturarlo sin hacerle daño.

Quizás no se sienta muy amenazado por una delgada red como, digamos, por una sólida barra de metal.

Dirigió una mirada interrogante por toda la mesa.

—Yo podría unir algo, fundirlo rápidamente.

—Este cree que vamos a cazar mariposas —dijo burlonamente Lambert.

—¿Cómo lo atraparemos con la red? —preguntó Dallas en voz baja.

Brett reflexionó.

—Habrá que emplear algo que no lo haga sangrar, desde luego. Ni pensar en navajas o instrumentos agudos. Tampoco en pistolas. Yo podría hacer un conjunto de tubos de metal con baterías. Tenemos bastantes allá en el almacén. Solo requerirá unas cuantas horas.

—¿Para los rodillos y la red?

—Sí. No se necesita nada muy complicado.

Lambert casi no podía soportar aquello.

—¡Primero mariposas, ahora lanzas para ganado! ¿Por qué escuchan a este estúpido?

Dallas dio vueltas a la idea en la cabeza, visualizándola desde el mejor punto de vista. El ser extraño acorralado, amenazante con sus dientes y garras. Descargas eléctricas de un lado, lo bastante fuertes para irritar, pero no para herir. Dos de ellos lo metían en la red y luego lo mantenían ocupado, mientras los demás lo arrastraban al puente principal. Quizás el ser extraño quemara la red para librarse, quizás no. Y una segunda y una tercera red a mano, por si eso sucedía.

El monstruo envuelto, a la escotilla; la cerradura sellada y la emergencia resuelta. ¡Adiós, monstruo, hasta Arcturus! ¡Adiós pesadilla! ¡Hola, tierra y salud!

Recordó el último comentario desdeñoso de Lambert y dijo, sin dirigirse a nadie en particular:

—Lo escuchamos porque, esta vez, puede tener razón…

El Nostromo, indiferente a la actividad febril de algunos de sus pasajeros, no menos indiferente a la resignada espera de otros, continuaba hacia la Tierra, a un múltiplo de la velocidad de la luz. Brett había tenido varias horas para completar la red con los tubos, pero él y Parker trabajaron como si solo dispusieran de algunos minutos. De pronto, Parker se dio cuenta que estaba deseando que aquel trabajo fuera más complejo. Le habría evitado estar mirando continuamente los rincones, gabinetes y pasillos oscuros.

Mientras tanto, el resto de la tripulación solo podía ocuparse en otras cosas, aguardando que estuviesen listos sus pertrechos de caza. En varios cerebros el pensamiento inicial, «¿Dónde se ha metido ese ser?», empezaba a ser reemplazado por pensamientos como «¿Qué está haciendo?».

Un solo miembro de la tripulación tenía sus pensamientos en otra cosa. Ya llevaba cierto tiempo aferrado a una idea, la había llevado a su punto de madurez. Ahora tenía dos alternativas. Podía discutirlo con toda la tripulación, o discutirlo a solas con su causa. Si hacía lo primero y se demostraba que estaba equivocado, como verdaderamente deseaba estarlo, podía dañar irreparablemente la moral de la nave. Para no mencionar el riesgo de ser procesado por la Compañía.

Si tenía razón, los otros pronto lo descubrirían.

Ash se hallaba sentado ante el gran tablero central de la enfermería, planteando cuestiones a la computadora médica y ocasionalmente recibiendo una o dos respuestas. Al entrar Dallas, levantó la mirada y le sonrió amablemente; luego volvió a su trabajo.

Dallas permaneció a su lado, tranquilo; sus ojos pasaban de los datos a veces incomprensibles del tablero a su oficial en ciencias. Los números, palabras y diagramas que brillaban en las pantallas eran más fáciles de interpretar que aquel hombre.

—¿Jugando o trabajando?

—No hay tiempo para jugar —replicó Ash, con rostro impasible.

Tocó un botón y ante él apareció una larga lista de cadenas moleculares para un aminoácido hipotético especial. Un toque a otro botón hizo que dos de las cadenas seleccionadas empezaran una lenta rotación en tres dimensiones.

—Mandé tomar algunas muestras de los lados del primer agujero que aquella mano hizo en el puente.

Hizo luego un gesto indicando el pequeño cráter que había en el lado derecho de la plataforma médica donde se había desangrado la criatura.

—Pensé que había suficientes residuos de ácido para echarles una hojeada, químicamente hablando, si logro descomponer la estructura, Madre quizás pueda indicarme una forma para un agente capaz de anularlo. Entonces nuestro nuevo visitante podrá desangrarse por todo el lugar, si lo herimos, y nosotros lograremos neutralizar cualquier ácido.

—Parece magnífico —reconoció Dallas, observando de cerca a Ash—. Si hay alguien a bordo que pueda hacerlo, ese eres tú.

Ash se encogió de hombros, indiferente.

—Ese es mi trabajo.

Transcurrieron varios minutos de silencio. Ash no veía razones para reanudar la conversación. Dallas continuaba estudiando los datos; finalmente dijo con voz hueca:

—Deseo hablarte.

—Te informaré en el momento en que encuentre algo —aseguró Ash.

—No es eso de lo que quiero hablarte.

Ash levantó la mirada con curiosidad, y luego volvió hacia sus instrumentos, cuando nuevos informes iluminaron dos pequeñas pantallas.

—Considero vital descomponer la estructura de este ácido. Habría creído que tú también pensarías eso. Hablemos más tarde. De momento estoy ocupado.

Dallas hizo una pausa antes de replicar, y luego dijo en voz baja pero firme:

—No me importa, deseo hablar contigo ahora.

Ash movió varios interruptores, vio ponerse en cero varios marcadores y luego levantó la mirada hacia el capitán.

—También es tu cabeza la que estoy tratando de salvar. Pero si es tan importante, hablemos.

—¿Por qué dejaste que el ser extraño viviera dentro de Kane?

El científico se encogió de hombros.

—No estoy seguro de haberte comprendido. Nadie «dejó» que nada viviera dentro de su cuerpo; sencillamente, así sucedió.

—¡Mentira!

Ash dijo secamente, sin dejarse impresionar:

—No puede decirse que esa sea una evaluación racional de la situación, de una manera o de otra.

—Bien sabes de lo que estoy hablando. Madre estaba analizando su cuerpo y tú estabas dirigiendo a Madre. Así debía ser, porque tú eres el mejor calificado para hacerlo. Tuviste que tener alguna idea de lo que estaba ocurriendo.

—Tú viste la mancha negra en la pantalla del monitor al mismo tiempo que yo.

—¿Esperas que crea que el automédico no tiene potencia suficiente para penetrar eso?

—No es cuestión de potencia, sino de longitud de onda. El ser extraño logró detectar las longitudes de onda que utilizan los rastreadores del automédico. Ya hemos hablado de cómo y por qué puede hacerse eso.

—Suponiendo que creo en eso de que el ser extraño pudo generar un campo defensivo para prevenir ser detectado… Y no lo estoy creyendo… Madre encontraría otras indicaciones de lo que estaba ocurriendo. Antes de morir, Kane se quejó de tener un hambre de lobo. Y lo demostró ante la mesa. ¿No es obvia la razón de ese fantástico apetito?

—¿Lo es?

—El nuevo ser extraño estaba alimentándose de las reservas de proteínas y nutrientes del cuerpo de Kane, y de grasa de su cuerpo para formar su propio cuerpo. No llegó a ese tamaño metabolizando aire.

—Estoy de acuerdo. Eso es obvio.

—Esa clase de actividad metabólica generaría unos datos proporcionales en los instrumentos del automédico, por la simple reducción del peso del cuerpo de Kane, entre otras cosas.

—En cuanto a una posible reducción del peso —replicó Ash con calma—, no apareció tal dato. El peso de Kane simplemente fue transferido al ser extraño. El rastreador del automédico lo atribuiría todo a Kane. ¿Y a qué otras cosas te estás refiriendo?

Dallas trató de ocultar su frustración por solo haber demostrado cosas parcialmente.

—No lo sé, no puedo dar detalles; solo soy un piloto. El análisis médico no es mi departamento.

—No —dijo Ash, significativamente—, es el mío.

—Sin embargo, tampoco soy un total idiota —contestó Dallas, cortante—. Quizás no conozco las palabras apropiadas para demostrar lo que quiero decir, pero no estoy ciego; puedo ver lo que ocurre.

Ash cruzó los brazos, se apartó del tablero empujándolo con las piernas y dijo duramente a Dallas:

—Exactamente ¿qué estás tratando de decirme?

Dallas atacó de frente:

—Tú quieres que el ser extraño siga con vida. Te interesa tanto que no te importó la muerte de Kane. Supongo que debes tener una razón. Te conozco desde hace poco, pero hasta ahora nunca has hecho nada sin alguna razón. No creo que vayas a empezar ahora.

—Dices que tengo una razón para esta locura de la que me estás acusando. Nómbrame una.

—Mira, los dos trabajamos para la misma Compañía.

Luego Dallas cambió de enfoque. Como la acusación no había dado resultado, trataría de explotar el sentido de afinidad de Ash. Se le ocurrió a Dallas que estaba volviéndose paranoico allí mismo en la enfermería. Era fácil echarle el problema a alguien capaz de resolverlo, como Ash, y no al que le correspondía: al ser extraño.

Ash era un tipo raro, pero no estaba actuando como un asesino.

—Simplemente quiero saber —concluyó con voz implorante—, qué está pasando.

El científico descruzó sus brazos y miró momentáneamente su tablero antes de responder.

—No sé de qué estás hablando. Y no me importan esas insinuaciones. Ese ser extraño es una peligrosa forma de vida. Desde luego, es admirable en muchos aspectos. Eso no lo niego. Como científico, me parece fascinador. Pero después de lo que ha hecho deseo más que tú que no siga con vida.

—¿Estás seguro?

—Sí, estoy seguro —dijo Ash y su voz era de irritación—. Si no hubieses estado bajo tanta presión últimamente, tú también lo estarías. Olvídalo, yo lo olvidaré.

—Sí —dijo Dallas dándose vuelta rápidamente, y encaminándose hacia la puerta abierta.

Por el corredor subió hasta el puente. Ash lo observó irse, y luego volvió a sus propios pensamientos. Luego dirigió su atención a sus instrumentos, pacientes y más fáciles de comprender.

«Estás trabajando demasiado, demasiado», se dijo Dallas, sintiendo vibraciones en la cabeza.

Probablemente Ash tenía razón, él había estado trabajando bajo demasiada presión. Cierto que estaba preocupándose por cada uno, además del ser extraño. ¿Cuánto tiempo podría soportar aquella clase de carga mental? ¿Cuánto tiempo más debía intentarlo? Solo era un piloto.

«Kane habría sido un mejor capitán», pensó Dallas. Kane llevaba más desenvueltamente ese tipo de preocupación, no dejaba que descendiera muy profundamente dentro de él. Pero Kane ya no estaba allí para ayudar.

Con el pulgar, Dallas operó un intercomunicador del corredor. Una voz respondió inmediatamente.

—Ingeniería.

—Habla Dallas. ¿Cómo van las cosas?

La voz de Parker fue como de quien no quiere comprometerse.

—Vamos avanzando…

—¡Maldita sea! ¡Habla más claro!

—¡Eh, tómalo con calma, Dallas! Estamos trabajando tan rápido como podemos. Brett solo puede completar circuitos a esta velocidad. ¿Deseas acorralar esa cosa y tocarla con un tubo de metal con dos mil voltios?

—Lo siento —dijo Dallas, sinceramente—. Hagan lo que puedan.

—Lo estamos haciendo por todos. Ingeniería, corte.

El intercomunicador quedó en blanco.

Aquello había sido completamente innecesario, se dijo Dallas, airado. También había sido embarazoso. Si él ya no se dominaba, ¿cómo esperaba que lo hicieran los demás?

En aquel preciso momento no se sentía capaz de enfrentarse a nadie; no, después de aquel encuentro perturbador con Ash, que no le había llevado a nada. Aún tenía que decidir por sí solo si había tenido razón acerca del científico o si estaba en un gran error. Dada la falta de un motivo, suponía, irritado, lo último. Si Ash estaba mintiendo, lo hacía muy bien. Dallas nunca había visto a nadie dominar así sus emociones.

Había un lugar en el Nostromo donde Dallas ocasionalmente encontraba algunos momentos de completa intimidad y al mismo tiempo se sentía razonablemente seguro. Era como una matriz artificial. Tomó el corredor B, ya no tan preocupado por sus propios pensamientos que dejara de buscar constantemente alguna forma, algún movimiento, en los rincones oscuros. Pero nada se dejó ver.

Finalmente, Dallas llegó al lugar en que el casco se curvaba ligeramente hacia afuera. Allí una pequeña escotilla estaba abierta. Era demasiado pequeña para tener una cerradura. Dallas entró allí cuidadosamente, y se sentó.

Su mano cubrió otro botón rojo del panel de control de la navecilla auxiliar, y pasó sin tocarla. Activar la escotilla del corredor se notaría inmediatamente en el puente. Eso no alarmaría al que lo notara, pero si cerrase la escotilla eso alarmaría a cualquiera. Así pues, Dallas la dejó abierta hacia el corredor, sintiéndose ligera pero gratamente apartado del Nostromo y sus actuales horrores e incertidumbres.

Ir a la siguiente página

Report Page