Alien

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Capítulo 11

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Había menos confianza que la última vez en los rostros de quienes se reunieron alrededor de la mesa. Ninguno trató de disimularlo; menos que nadie Parker y Ripley. Habiendo visto a lo que ahora tenían que enfrentarse, les quedaba muy poca confianza.

Dallas estaba examinando un esquema recién impreso del Nostromo. Parker se hallaba junto a la puerta, echando ocasionales miradas por la puerta, al pasillo.

—Sea lo que fuere —dijo el ingeniero en medio del silencio—, era grande. Se lanzó sobre él como un murciélago gigantesco.

Dallas levantó de los planos su mirada.

—¿Estás absolutamente seguro de que arrastró a Brett por un respiradero?

—Desapareció por uno de los conductos de enfriamiento —dijo Ripley, rascándose el dorso de una mano con la otra—. Estoy segura de lo que vi. De todos modos, no tiene dónde más ir.

—No hay duda de eso —añadió Parker—. Está utilizando los respiraderos para desplazarse. Por eso nunca lo encontramos con el rastreador.

—Los respiraderos —dijo Dallas, convencido—. Puede ser. Lo mismo hace Jones.

Lambert removió su café agitando el líquido negro con un dedo ocioso.

—Brett aún podría estar vivo —dijo.

—No hay ninguna posibilidad —respondió Ripley, no por fatalismo sino por lógica—. Lo tomó como a un muñeco de trapo.

—De todos modos, ¿para qué lo quiere? —dijo Lambert pensativa—. ¿Por qué llevárselo en lugar de matarlo allí mismo?

—Quizás lo necesite como una especie de incubadora, por el modo tan extraño como utilizó a Kane —sugirió Ash.

—O quizás lo use para alimentarse —dijo Ripley secamente. Luego se estremeció.

Lambert dejó en la mesa su café.

—De un modo u otro, lleva dos y aún le faltan cinco, desde el punto de vista del enemigo.

Parker había estado dando vueltas a su tubo en la mano. Entonces se volvió y lo arrojó violentamente contra la pared. Se dobló, cayó al suelo y resonó un par de veces antes de quedar inmóvil.

—¡Ataquemos al maldito canalla con un rayo láser y corramos los riesgos!

Dallas trató de parecer comprensivo.

—Bien sé cómo te sientes. Todos éramos amigos de Brett. Pero debemos conservar la sangre fría. Si la criatura es ahora tan grande como dices, ya tiene ácido suficiente para hacer en la nave un agujero tan grande como esta habitación. No quiero ni pensar en lo que haría a los conductos y controles que pasan por el puente. No podemos hacer esto; aún no.

—¿Aún no?

El sentido de impotencia de Parker anuló gran parte de su furia.

—¿Cuántos más tienen que morir aparte de Brett antes de que veas que esta es la forma de enfrentarse a tal ser?

—De todos modos, no serviría, Parker.

El ingeniero se dio vuelta para enfrentarse a Ash y lo miró con el ceño fruncido:

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que tendrías que atinarle a un órgano vital con el láser a la primera descarga. Por tu propia descripción de la criatura, sé que ahora es extremadamente rápida, así como grande y poderosa. Considero razonable suponer que conserva la misma capacidad de regeneración rápida que en su anterior forma de «mano». Eso significa que tendrías que matarla instantáneamente o se lanzaría sobre ti. Eso no solo sería difícil si tu enemigo fuese hombre; es algo virtualmente imposible de hacer con este extraño ser, y no tenemos la menor idea de dónde están sus puntos vitales. Ni sabemos aun si tiene un punto vital. ¿Comprendes?

Parker estaba tratando de comprender, como lo había hecho antes Dallas. Todos sabían que los dos ingenieros habían sido amigos íntimos.

—¿Puedes figurarte lo que ocurriría? Supongamos que dos de nosotros lográramos enfrentarnos a la criatura en un lugar abierto, donde se pudiera disparar claramente contra él, lo que está lejos de ser una incertidumbre. Quizás podríamos atinarle con el láser, media docena de veces, antes de que nos hiciera pedazos, y antes de que derramara ácido suficiente para hacer incontables agujeros en la nave. Quizás parte de ello llegara a los circuitos de los que depende el abastecimiento de aire, o al abastecimiento de la energía de la nave. No considero que eso fuera imposible, dado lo que sabemos de la criatura. ¿Y cuál sería el resultado? Perderíamos dos personas o más, y la nave estaría peor que antes de enfrentarnos al monstruo.

Parker no contestó, y permaneció con expresión sombría. Finalmente murmuró:

—Entonces ¿qué demonios vamos a hacer?

—El único plan que parece tener posibilidades de funcionar es el anterior —le dijo Dallas, dando golpecitos en el detector—. Descubrir dónde se encuentra, y luego arrojarlo de allí a una cámara de aire, y de allí lanzarlo al espacio.

—¿Llevarlo? —dijo Parker, sonriendo huecamente—. Te estoy diciendo que el maldito es enorme.

Escupió para mostrar su desprecio contra el tubo doblado.

—Con eso no llevaremos al maldito a ninguna parte.

—Por esta vez tiene razón —dijo Lambert—. Tenemos que llevarlo a una cámara. Pero ¿cómo lo llevamos?

La mirada de Ripley recorrió a todos sus compañeros.

—Creo que es tiempo de que el departamento de ciencia nos ponga al día en lo que concierne a nuestro visitante. ¿Tienes alguna idea nueva, Ash?

El científico pensó un momento:

—Bueno, parece haberse adaptado bien a una atmósfera rica en oxígeno. Eso quizás tenga algo que ver con su espectacular desarrollo en esta etapa.

—¿En esta etapa? —repitió Lambert, sorprendida—. ¿Quieres decir que puede convertirse nuevamente en otra cosa?

Ash extendió las manos, como a la defensiva:

—Sabemos muy poco acerca de él. Debemos estar preparados para lo que venga. Ya se ha metamorfoseado dos veces: de huevo a forma de mano, de mano a lo que salió del cuerpo de Kane, y ahora en esta forma bípeda mucho mayor. No hay ninguna razón para suponer que esta es la etapa final de su cadena de desarrollo.

Hizo una pausa y luego añadió:

—La siguiente forma que concebiblemente puede adoptar quizás sea aún más grande y más poderosa.

—Muy alentador… —murmuró Ripley—. ¿Algo más?

—Además de la nueva atmósfera, ciertamente se ha adaptado a sus requerimientos nutricionales. Así pues, sabemos que puede mantenerse con muy poco en varias atmósferas y posiblemente en ninguna de ellas por un período no especificado. Lo único que desconocemos es su capacidad para enfrentarse a grandes cambios de temperatura. A bordo del Nostromo hace un calor confortable. Si consideramos la temperatura media del mundo en que lo descubrimos, creo que podremos excluir un gran frío como enemigo suyo, aunque su anterior forma de huevo acaso fuese más resistente que su forma actual; de ello hay precedentes.

—Muy bien —dijo Ripley—. ¿Qué me dices de la temperatura? ¿Qué ocurre si la elevamos mucho?

—Veamos —dijo Ash—. No podemos elevar la temperatura de toda la nave por la misma razón que no podemos sacar todo el aire. En nuestros trajes no hay suficiente aire, hay una movilidad limitada y estaríamos indefensos, confinados en los congeladores; y hay otras razones. Pero la mayoría de los seres vivos retroceden ante el fuego. No es necesario calentar toda la nave.

—Podríamos pasar un cable de alto voltaje por unos cuantos corredores y atraerlo hacia ellos. Eso lo dejaría frito —sugirió Lambert.

—No tenemos que vérnosla con un animal —le dijo Ash—. O, en caso de serlo, entonces es supremamente hábil. No va a cargar a ciegas contra un cordón, o contra algo que bloquee una vía de tránsito tan clara como un corredor. Ya lo ha demostrado escogiendo los ventiladores para trasladarse, en lugar de los pasillos. Además, ciertos organismos primitivos, como los tiburones, son sensibles a los campos eléctricos. En general, no es una buena idea.

—Quizás pueda detectar los campos eléctricos que generen nuestros propios cuerpos —dijo Ripley sombríamente—. Tal vez sea así como nos detecta.

Parker pareció dudoso.

—Yo no apostaría a que depende de sus ojos. Si eso son esas cosas.

—No lo son.

—Una criatura con tantos recursos probablemente utiliza muchos sentidos al detectar —intervino Ash.

—De todos modos, no me gusta la idea del cable —dijo Parker, cuyo rostro había enrojecido—. Estoy harto de esconderme; cuando salga de su lugar yo quiero estar allí, quiero verlo morir.

Guardó silencio durante un rato y luego añadió, con menos emoción:

—Quiero oírlo gritar como gritó Brett.

—¿Cuánto tiempo necesitarías para unir tres o cuatro unidades incineradoras? —Quiso saber Dallas.

—Dame veinte minutos. Las unidades básicas ya están allí almacenadas. Solo es cuestión de modificarlas para hacerlas manuales.

—¿Puedes darles suficiente potencia? No queremos encontrarnos en la clase de situación que describió Ash si vamos a usar láser. Necesitamos algo que lo detenga instantáneamente.

—No te preocupes —dijo Parker con voz fría—. Yo los arreglaré de modo que cocinen todo con lo que se ponga en contacto.

—Entonces, esa parece nuestra mejor oportunidad —dijo el capitán mirando a todos alrededor de la mesa—. ¿Tiene alguien alguna idea mejor?

Nadie habló.

—Muy bien —dijo Dallas, apartándose de la mesa y levantándose—. Cuando Parker esté listo con sus lanzallamas, partiremos de aquí y volveremos al nivel C y a la cámara donde atacó a Brett. Le seguiremos el rastro desde allí.

Parker pareció dudar.

—Subió con él a través de la armazón del casco antes de entrar en la cámara de aire. Sería dificilísimo subir allí. No soy un simio.

Miró a Ripley como advirtiéndole, pero ella no hizo ningún comentario.

—¿Prefieres entonces quedarte sentado aquí y esperar a que él venga a buscarte? —preguntó Dallas—. Cuanto más tiempo podamos tenerlo a la defensiva, mejor será para nosotros.

—Salvo por una cosa —dijo Ripley.

—¿Cuál?

—Ni siquiera estamos seguros de que haya estado a la defensiva —dijo ella, mirándolo fijamente.

Los lanzallamas eran más voluminosos que los tubos, y parecían menos eficaces. Pero los tubos habían funcionado como de ellos se esperaba, y Parker les había asegurado a todos que también lo harían los incineradores. Esta vez se negó a dar una demostración, porque, según explicó, las llamas eran lo bastante poderosas para dañar el puente.

El hecho de que estuviera confiando su propia vida a sus aparatos fue prueba suficiente para todos los demás, salvo para Ripley. Ella empezaba a desconfiar de todo y de todos. Siempre había sido un poquito paranoide. Y los acontecimientos la estaban empeorando. Empezó a preocuparse tanto por lo que ocurría a su propio cerebro como a lo que pudiese pasar por el ser extraño.

Desde luego, en cuanto hubiesen descubierto y matado al enemigo, los problemas mentales se desvanecerían. Eso esperaba ella.

El apretado grupo de hombres nerviosos avanzó cautelosamente desde el comedor hasta el nivel B. Se encaminaban a la escalera cuando los dos detectores empezaron a silbar frenéticamente. Al punto, Ash y Ripley apagaron el sonido. Tuvieron que seguir las agujas vibrantes tan solo unos doce metros antes de que llegara a sus oídos un sonido distinto y más alto: el de metal que se destroza.

—Calma —dijo Dallas colocándose el lanzallamas bajo el brazo y dando vuelta a la esquina del corredor. Los ruidos continuaban ahora más claros. Dallas supo dónde se originaban.

—El casillero de los alimentos —susurró a sus compañeros—. Está dentro.

—¡Escuchen eso! —murmuró Lambert atemorizada—. ¡Dios, debe de ser grande!

—Bastante grande —dijo Parker, suavemente—. Recuerda que yo lo vi y es fuerte. Se llevó a Brett…

Se interrumpió a media frase; los recuerdos de Brett le quitaron todo deseo de conversar.

Dallas levantó el cañón de su lanzallamas.

—Hay una abertura en la parte trasera del casillero. Por allí se metió —echó una mirada a Brett—. ¿Estás seguro de que estas cosas funcionarán?

—Yo las hice ¿no?

—Eso es lo que me preocupa —respondió Ripley.

Siguieron avanzando. Los sonidos de metal continuaban. Cuando se encontraron en sus puestos fuera del casillero, Dallas indicó a Parker, con la mirada, la perilla de la puerta. De mala gana, el ingeniero empuñó firmemente la pesada bola. Dallas retrocedió dos pasos y preparó el lanzallamas.

—¡Ahora!

Parker abrió violentamente la puerta, y de un salto se apartó del camino. Dallas oprimió el gatillo de la pesada arma. Un verdadero abanico, sorprendentemente extenso, de fuego de color anaranjado llenó la entrada del casillero de los alimentos, haciendo que todos retrocedieran precipitadamente por el intenso calor. Dallas avanzó, olvidándose del calor que le quemaba la garganta y envió otra descarga al interior, y luego una tercera. Se hallaba ahora sobre un base más elevada, y tuvo que agacharse para poder disparar a los lados.

Pasaron varios minutos en nerviosa espera, hasta que el interior del casillero se enfrió lo bastante para que pudiesen entrar. Pese a la espera, el calor que irradiaban los restos carbonizados de lo que había dentro era tan intenso que tuvieron que caminar cuidadosamente, para no tropezar contra las ardientes paredes del casillero o los estantes sobrecalentados.

El casillero mismo era un desastre. Lo que había comenzado el ser extraño lo había terminado el lanzallamas de Dallas. Las profundas grietas negras que se veían en las paredes eran prueba del poder concentrado del incinerador.

El olor de componentes de alimento artificial quemado, junto con los paquetes carbonizados, era insoportable en aquel pequeño espacio.

Pese a los estragos causados por el lanzallamas, no todo lo que había en el casillero había quedado destruido. Por todos lados había, dispersas, pruebas de la fuerza del ser extraño, no tocadas por las llamas. Por el suelo yacían paquetes de todos tamaños, «latas» (así llamadas por tradición, no por su constitución metalúrgica) de almacenamiento de metal sólido, habían sido abiertas arrancándoles la cubierta como a frutas. Por lo que todos pudieron ver, el extraño no había dejado casi nada intacto para que lo terminaran las llamas.

Manteniendo a mano los detectores y los incineradores, se abrieron paso entre los restos. Un humo que ya llenaba sus pulmones también les quemó los párpados.

Una inspección cuidadosa de todas las filas de abastecimientos calcinados no produjo el descubrimiento esperado.

Como todos los alimentos almacenados a bordo del Nostromo eran artificiales y de composición homogénea, los huesos que descubrieran podían ser los del extraño. Pero lo más parecido que encontraron a unos huesos fueron las bandas de refuerzo de varios grandes embalajes.

Ripley y Lambert, relajándose, estuvieron apunto de apoyarse en una pared aún caliente, pero se acordaron a tiempo.

—No lo logramos —dijo la oficial, decepcionada.

—Entonces, ¿dónde demonios está? —le preguntó Lambert.

—Allá.

Todos se volvieron para ver a Dallas, de pie junto a la pared del fondo, tras una pila de plástico carbonizado. Con su lanzallamas señalaba la pared.

—Allá es donde se fue.

Avanzando, Ripley y los demás vieron que la figura de Dallas estaba bloqueando la abertura del ventilador. La reja protectora que normalmente cubría el hueco yacía en el suelo hecha pedazos.

Dallas se quitó del cinturón su barra de luz y dirigió el rayo hacia la cámara. Tan solo le reveló metales retorcidos. Cuando volvió a hablar, había excitación en su voz.

—Creo que es tiempo de hacer una pausa.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Lambert.

Él la miró, en respuesta.

—¿No lo ves? Eso podría ser en nuestro beneficio. Este conducto termina en la toma de aire principal. Solo hay otra abertura lo bastante grande para que ese ser escape de allí, y esta otra podemos cubrirla. Entonces podremos acosarlo con los lanzallamas, y arrojarlo al espacio.

—Sí —dijo Lambert, en un tono indicador de que no compartía el entusiasmo de su capitán por aquella idea—. Nada de eso. Todo lo que tienes que hacer es meterte gateando por el respiradero persiguiéndolo, orientarte entre todo eso hasta que te encuentres frente a frente con él, y entonces rogar al cielo que tenga miedo al fuego.

La sonrisa de Dallas se desvaneció.

—La intervención del elemento humano acaba con toda la sencillez del plan, ¿verdad? Pero saldría bien si el monstruo tiene miedo al fuego. Es nuestra mejor oportunidad. Así no tenemos que arrinconarlo y dejar que las llamas lo maten a tiempo. Puede seguir retirándose hacia el agujero que le aguarda.

—Todo eso está muy bien —convino Lambert—. El problema es ¿quién va a ir tras él?

Dallas examinó al grupo, buscando al personaje adecuado para aquel juego letal. Ash tenía los mejores nervios, pero Dallas aún desconfiaba del científico. De todos modos el proyecto de Ash de encontrar algo que anulara los ácidos del monstruo lo excluía como candidato para la cacería.

Lambert ponía una expresión resuelta, pero era probable que bajo presión ella se desmoronara antes que los otros. En cuanto a Ripley, no lo haría mal en el momento de la actual confrontación. Dallas no estaba seguro de si se quedaría helada o no. No creía que ocurriera, pero no podía apostar su vida a eso.

En cuanto a Parker… Parker siempre había simulado ser un hombre rudo y desalmado. Se quejaba mucho, pero podía hacer un trabajo arduo y bueno cuando fuese necesario. De ello eran prueba los tubos y ahora los lanzallamas. Además, era su amigo el que había sido víctima del monstruo. Y conocía los sistemas de lanzallamas mejor que ninguno de ellos.

—Bueno, Parker, siempre quisiste una participación completa y una bonificación de fin de viaje.

—¿Sí? —dijo el ingeniero indiferente.

—Métete en la cámara.

—¿Por qué yo?

Dallas pensó darle varias razones, pero decidió en cambio decir algo sencillo:

—Simplemente, quiero verte ganar tu parte del dinero, eso es todo.

Parker meneó la cabeza y dio un paso atrás.

—No hay manera; puedes quedarte con mi parte. Puedes quedarte con todo mi salario de este viaje.

Con la cabeza indicó la apertura de la ventilación.

—No me meteré allí.

—Yo iré.

Dallas miró, sorprendido, a Ripley. Ella siempre había querido ofrecerse como voluntaria, tarde o temprano. Extraña chica. Él siempre la había subestimado. Y todos los demás también.

—Olvídalo.

—¿Por qué? —preguntó ella, resentida.

—Sí, ¿por qué? —repitió Parker—. Si ella está dispuesta a ir, ¿por qué no dejarla?

—Mi decisión está tomada —dijo Dallas secamente mirándola y contemplando en su rostro una mezcla de resentimiento y confusión. No pudo comprender por qué él la había rechazado. «Bueno, no importa, algún día quizás me lo explicará».

Pero Dallas no podía explicárselo ni a sí mismo.

—Tú sigues el respiradero —dijo Dallas a Ripley—. Ash, tú te quedas aquí y cubres este extremo, por si de algún modo se coloca detrás de mí. Parker, tú y Lambert cubren la salida lateral de la que les hablé.

Todos ellos lo miraron, con distintos grados de comprensión. No había duda de quién entraría en el respiradero.

Respirando trabajosamente, Ripley llegó al vestíbulo de estribor. Una mirada a su detector no le mostró ningún movimiento en el área. Tocó entonces un cercano interruptor rojo. Un suave zumbido llenó esa sección del corrredor. El pesado cerrojo se apartó. Cuando vio que no había nadie y que el zumbido había cesado, hizo accionar el intercomunicador.

—Respiradero de estribor, listo.

Parker y Lambert llegaron a la sección del corredor especificada por Dallas, y allí se detuvieron. El respiradero, cubierto por su reja y de aspecto tranquilo, mostraba junto a la pared tres cuartos del camino hacia arriba.

—De aquí es donde saldrá, si prueba por esta sección —observó Parker.

Lambert asintió, y se acercó al micrófono más cercano para informar que ya estaba en su posición.

Allá en la alacena, Dallas escuchó con expresión intensa el informe de Lambert, que siguió al de Ripley. Dallas hizo un par de preguntas, escuchó las respuestas y cortó la comunicación. Ash le entregó su lanzallamas. Dallas ajustó el cañón y disparó un par de descargas rápidas.

—Aún funciona bien. En cuestiones de maquinaria, Parker es aún mejor de lo que cree.

Advirtió entonces la expresión del rostro de Ash.

—¿Ocurre algo?

—Tú tomaste tu decisión. No es momento para comentarios.

—Tú eres el científico. Adelante, di lo que tengas que decir.

—Esto no tiene nada que ver con la ciencia.

—Bueno, no es momento de sutilezas. Di lo que tengas que decir.

Ash lo miró con verdadera curiosidad.

—¿Por qué tuviste que ser tú el que fuera? ¿Por qué no enviaste a Ripley? Estaba dispuesta y es bastante competente.

—Yo no debí ni sugerir a nadie más que a mí mismo —dijo Dallas revisando el nivel del fluido del lanzallamas—. Ese fue un error. Es mi responsabilidad. Dejé que Kane descendiera en la nave extraña. Ahora, me toca a mí. Ya he delegado bastantes riesgos sin correr ninguno yo mismo. Es el momento de hacerlo.

—Tú eres el capitán —replicó Ash—. Es el momento de ser prácticos, no heroicos. Hiciste lo adecuado al enviar a Kane. ¿Por qué cambiar ahora?

Dallas le sonrió. No era frecuente pescar a Ash en una contradicción.

—No te corresponde a ti hablar de los procedimientos adecuados. Tú abriste el cerrojo y nos dejaste volver a la nave, ¿recuerdas?

El científico no contestó.

—Así pues, no me sermonees acerca de lo apropiado.

—Será más difícil para los que quedamos si te pasa algo. Especialmente ahora.

—Acabas de decir que considerabas bastante competente a Ripley. Estoy de acuerdo. Ella es la que seguirá al mando. Si no regreso, no hay nada que yo pueda hacer que ella no sepa.

—No estoy de acuerdo.

Estaban perdiendo el tiempo. No podía saberse dónde se hallaba la criatura.

Dallas estaba cansado de discutir.

—Ya no importa. Esa es mi decisión y es definitiva.

Se volvió, puso el pie derecho en la abertura del respiradero y luego deslizó delante de él su lanzallamas, cuidando que no resbalara en la superficie ligeramente inclinada.

—No resultará así —murmuró, mirando hacia abajo—. No hay espacio suficiente para ponerse en cuclillas.

Hizo pasar luego su otra pierna.

—Tendré que avanzar a gatas.

Se agachó y entró, teniendo que doblarse mucho por la abertura.

En el respiradero había menos espacio del que había creído. Cómo algo del tamaño descrito por Parker y Ripley había logrado pasar por aquel minúsculo espacio era algo que no podía imaginar. ¡Bueno! Dallas tuvo esperanzas de que el respiradero continuara angostándose. Quizás la criatura, en su prisa por huir, se dejaría acorralar definitivamente. Eso simplificaría las cosas.

—¿Cómo está todo? —le dijo una voz desde atrás.

—No demasiado bien —informó Dallas a Ash; su voz encontró eco a su alrededor.

Dallas logró colocarse a gatas.

—Es lo bastante grande para ser incómodo.

Encendió entonces su barra de luz y durante un momento buscó antes de localizar el micrófono de cuello que se había colocado. La luz le mostró el respiradero oscuro y vacío delante de él; avanzaba en una línea metálica recta, más adelante con una ligera curva hacia abajo. La curva se intensificaría, bien lo sabía Dallas. Tenía que descender todo un nivel antes de salir detrás de la criatura, allá en el respiradero de estribor.

—Ripley, Parker, Lambert, ¿me oyen? Estoy ahora en el respiradero preparándome a descender.

Abajo, Lambert se dirigió al intercomunicador de pared.

—Podemos oírte. Trataré de seguirte en cuanto estés al alcance de nuestro detector.

Cerca de ella, Parker levantó su lanzallamas y miró intensamente la reja que cubría al conducto.

—Parker, si trata de salir por donde están ustedes dos, asegúrate de hacerlo retroceder —instruyó Dallas al ingeniero—. Yo trataré de echarlo hacia allá.

—Entendido.

—Estaré junto a la cámara —informó Ripley—. Está abierta, esperando compañía.

—Queda en su camino —dijo Dallas, y empezó a avanzar a gatas, con la mirada fija en el túnel delante de él y los dedos en los controles del incinerador. Allí el respiradero tenía menos de un metro de ancho. El metal parecía frotar insistentemente sus rodillas, y Dallas se arrepintió de no haberse puesto un overol extra. «Demasiado tarde para cambiarse», murmuró. Todo el mundo estaba preparado. Él no podía retroceder.

—¿Cómo va eso? —sonó una voz por el micrófono.

—Muy bien, Ash —dijo al ansioso científico—. No te preocupes por mí. No despegues la mirada de esa abertura, por si de algún modo se colocara detrás de mí.

Dio vuelta a la primera curva, tratando de visualizar en su cerebro la posición exacta del sistema de ventilación de la nave. El esquema impreso y los mapas eran confusos en su memoria. La ventilación no se encontraba en los sistemas más críticos de la nave. Era demasiado tarde ahora para estudiarlos mejor.

Después de varias curvas, pudo ver el respiradero delante de él. Hizo una pausa, respirando con dificultad, y levantó el cañón de su lanzallamas. Nada indicaba que algo pudiese estar oculto tras aquellas curvas, pero era mejor no correr riesgos. El nivel de combustible del incinerador indicaba que estaba casi lleno. No estaría mal indicarle a la criatura lo que podía estar siguiéndole de cerca; quizás la pondría en fuga sin que Dallas tuviera que enfrentársele.

Un toque al botón rojo envió una enorme llamarada por el túnel. Su rugido fue amplificado por lo estrecho de las paredes del respiradero, y el calor llegó como una oleada a su piel.

Dallas volvió a echar a andar, teniendo cuidado de mantener sus manos enguantadas lejos del metal ardiente sobre el que se arrastraba. Un poco de calor pasó por la gruesa textura de sus pantalones. Mas no lo sintió. Todos sus sentidos estaban concentrados hacia adelante, en busca de algún movimiento y de algún olor.

En la zona de equipaje, Lambert contemplaba, pensativa, la abertura con su gruesa cortina. Retrocediendo, encendió un interruptor. Hubo un sonido y la reja de metal se deslizó fuera de su vista, dejando un enorme agujero en la pared.

—¿Estás loca? —dijo Parker mirándola, sin poder dar crédito a sus ojos.

—Es por allí por donde vendrá, si se aparta del respiradero principal —contestó ella—. Dejémosla abierta. Detrás de la reja está demasiado oscuro. Deseo ver si viene.

Parker iba a discutir, pero luego pensó que mejor emplearía sus energías manteniendo un ojo avizor a la apertura, con o sin reja. De todas maneras, Lambert tenía graduación superior a la suya.

El sudor cubría los párpados de Dallas, persistente como hormigas, y él tuvo que detenerse para enjugárselo. Delante de él, la curva súbitamente se hacía pronunciada. Él había estado esperando aquel descenso, pero la satisfacción de confirmar sus recuerdos no le produjo ningún placer. Ahora, ya no solo tenía que vigilar el propio túnel, sino su propia velocidad y equilibrio.

Arrastrándose hasta el descenso, inclinó el lanzallamas y disparó otra feroz descarga. Ni gritos, ni olor a carne quemada llegaron hasta él. La criatura aún se hallaba lejos.

Dallas pensó que quizás estaría arrastrándose, acaso furiosa, acaso aterrorizada en busca de una salida. O quizás estuviese esperando, dispuesta a enfrentarse a su persistente perseguidor con inimaginables métodos de defensa.

Hacía calor en el túnel, y Dallas empezó a cansarse. Había otra posibilidad, según pensó: ¿qué pasaría si la criatura hubiese descubierto, de alguna manera, un método para salir del túnel? En ese caso, de nada serviría aquella tensa y dolorosa búsqueda. Sin embargo, solo había una manera de resolver todos los problemas. Inició el empinado descenso con la cabeza hacia abajo, manteniendo el lanzallamas en equilibrio y apuntando hacia adelante.

Lambert fue la primera que notó el movimiento de la aguja del rastreador. Transcurrió todo un angustioso minuto hasta que ciertas cifras completaron el dato con una cantidad legible.

—Empezamos a recibir noticias tuyas —informó al distante Dallas.

—Muy bien.

Dallas se sintió mejor sabiendo que los otros estaban enterados exactamente de dónde estaba.

—No se retiren.

El túnel inició otra curva. Dallas no recordaba que hubiese tantas curvas y descensos súbitos, pero estaba seguro de que aún se encontraba en la parte principal. No había pasado frente a ninguna boca lo bastante ancha para dar paso a nada más grande que Jones. Pese a la demostrada capacidad del ser extraño para penetrar por espacios pequeños, Dallas no pensó que pudiera comprimirse lo suficiente para entrar por el respiradero secundario, de solo unos doce centímetros de diámetro.

La siguiente curva resultó especialmente difícil. El largo e inflexible cañón del lanzallamas complicaba más las cosas. Jadeando, Dallas se tendió, considerando cómo proceder.

—Ripley.

Ripley se sobresaltó ante lo agudo de la llamada, y habló apresurada ante el micrófono.

—Aquí estoy. Te leemos claramente. ¿Pasa algo?

—Parece…

Ripley se interrumpió. Era inevitable que Dallas pareciera nervioso.

—Estoy bien… un poco cansado. Fuera de condición. Demasiadas semanas en el hipersueño… hacen que se pierda algo de músculo, por muy congelado que esté uno.

Haciendo contorsiones, adoptó una nueva posición donde podía ver mejor adelante.

—No creo que este túnel llegue mucho más lejos. Esto está calentándose.

«Era de esperar», se dijo a sí mismo. El efecto acumulado de muchas descargas estaba poniendo a difícil prueba la capacidad de enfriamiento de los termostatos del túnel.

—Sigo adelante. Estén listos.

Cualquier espectador habría notado fácilmente el alivio en el rostro de Dallas cuando finalmente salió del incómodo túnel. Daba a uno de los principales conductos de aire del Nostromo, un túnel dividido por una pequeña acera. Dallas salió arrastrándose del túnel y se detuvo en el pasillo, donde se estiró con placer.

Una inspección minuciosa del pasaje resultó inútil. El único sonido que oyó fue el paciente palpitar de la maquinaria de enfriamiento. A la mitad había un espacio mayor para hacer reparaciones, y hacia allá avanzó, para repetir su inspección. Por lo que podía ver, la enorme cámara estaba vacía.

Nada podría deslizarse hacia allá, no mientras él estuviese en el centro de la habitación. Tendría un buen lugar para pasar un par de minutos de descanso muy necesario. Se sentó sobre la acera, examinando distraídamente el nivel del piso, y habló hacia el micrófono de cuello.

—Lambert ¿qué datos están recibiendo? Estoy en una de las principales cámaras, en la estación de reparaciones del centro. Solo yo estoy aquí.

La navegante echó un vistazo al rastreador y de pronto pareció desconcertada. Echó una mirada de preocupación a Parker, y puso el aparato ante sus ojos.

—¿Puedes entender esto?

Parker estudió la aguja y los datos.

—No. Esa no es mi especialidad, es la de Ash. Sin embargo, parece confuso.

—Lambert —sonó de nuevo la voz de Dallas.

—Aquí estoy. Pero no estoy segura…

Miró desconcertada el rastreador, que le pareció tan incomprensible como antes.

—Parece haber una especie de doble señal.

—Eso es imposible. ¿Estás recibiendo dos tipos de lectura distintas y separadas?

—No. Solo una, pero incomprensible.

—Puede ser interferencia —dijo Dallas—. Por la forma en que el aire circula aquí, podría confundir a una máquina diseñada para leer la densidad del aire. Probablemente se aclare más allá.

Dallas se levantó, sin ver la enorme mano con garras que se levantaba lentamente sobre el pasillo que había bajo sus pies. La mano, a tientas, estuvo a punto de tocar su pie izquierdo mientras él avanzaba. Se retiró bajo la acera, tan silenciosamente como había aparecido.

Dallas había caminado la mitad del recorrido hasta el extremo de la cámara. Entonces se detuvo.

—¿Está mejor ahora, Lambert? He avanzado. ¿Es ahora más claro el registro?

—Es claro, sí —dijo ella, pero su voz fue tensa—. Sigo recibiendo una doble señal, y creo que es distinta. No sé cuál es cuál.

Dallas giró sobre sí mismo, abarcando con la mirada el techo, el piso, las paredes y la gran abertura de la que acababa de salir. Luego miró hacia atrás, hacia el lugar de las reparaciones. Su mirada se posó en el mismo sitio en que había estado sentado hacía pocos segundos.

Bajó el cañón del lanzallamas. Si él era la señal principal habiendo avanzado por la acera, entonces la causa de la doble señal debía ser… Sus dedos se pusieron tensos en el gatillo del incinerador. Una mano avanzó desde abajo y desde atrás, hacia su tobillo.

El ser extraño era la señal principal.

Ripley se hallaba sola frente al conducto, observándolo y pensando en el respiradero abierto que se hallaba cerca. Hubo un lejano sonido, como un repique. Al principio, pensó que era sobre su cabeza, donde a menudo se originaban sonidos curiosos. Luego se repitió, más alto, y esta vez fue seguido por un eco. Parecía venir de lo profundo del túnel. Sus manos se pusieron tensas sobre el lanzallamas.

El sonido cesó. Contra su propio criterio, se acercó ella un poco más a la abertura, manteniendo el cañón del lanzallamas hacia adentro. Desde allí llegó un sonido reconocible: un grito. Ripley reconoció la voz.

Olvidando todos los planes tan cuidadosamente establecidos, todo procedimiento sensato, Ripley corrió todo lo que la separaba de la abertura.

—¡Dallas… Dallas!

Después del primer grito, nada. Tan solo un lejano sonido grave que rápidamente se desvaneció. Ripley revisó el rastreador. Mostraba una sola señal, y el color rojo también se desvaneció pronto. Como el grito.

—¡Oh, Dios mío! ¡Parker! ¡Lambert!

Corrió hacia el micrófono y gritó junto a la reja.

—Aquí, Ripley —respondió Lambert—. ¿Qué ocurre? Acabo de perder la señal.

Ripley empezó a decir algo, pero murió en su garganta. De pronto recordó sus nuevas responsabilidades. Afirmó su voz, y se puso rígida aunque a su alrededor no había nadie para verla.

—Acabamos de perder a Dallas…

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