Alien

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Capítulo 13

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—¡Un robot…! ¡Un maldito robot! —murmuró Parker. El rastreador colgaba, limpio, de una de sus manos.

Al parecer, había unos audio-sensores localizados en el torso así como en el cráneo, porque la poderosa forma se dio vuelta inmediatamente al sonido de la voz de Parker y empezó a avanzar hacia él. Levantando el rastreador, el ingeniero lo dejó caer sobre el hombro de Ash una y otra vez… sin ningún efecto. Unos brazos poderosos avanzaron, fueron cerrándose y tomaron a Parker en un abrazo no precisamente muy afectuoso; las manos fueron subiendo, buscaron su garganta y se contrajeron con fuerza sobrehumana.

Ripley se había recobrado y buscó algo, frenéticamente, hasta que descubrió uno de los viejos tubos con que habían planeado cazar al enemigo. Lo puso en posición, y notó que aún tenía una carga completa.

Lambert tiró de las piernas de Ash, tratando de voltear su motor. Del cuello de su enemigo brotaban alambres y contactos, Ripley trató de tirar de ellos. Los ojos de Parker parecían querer salirse de sus órbitas, y unos tenues jadeos salían de su garganta oprimida.

Al encontrar todo un nudo de cables y circuitos, Ripley metió allí la punta de su arma, y oprimió el gatillo. Los dedos de Ash en la garganta del ingeniero parecieron debilitarse un poco. Ripley sacó el arma, la colocó de otra manera y volvió a disparar.

Unas chispas azules brotaron del cuello. Ripley disparó de nuevo manteniendo continuamente oprimido el gatillo. Hubo una especie de relámpago, y pronto surgió un olor de aislantes quemados.

Ash se desplomó.

Mientras su pecho subía y bajaba, tratando de recuperar el aliento, Parker rodó sobre sí mismo, tosió un par de veces y luego expulsó flemas sobre el puente. Después parpadeó un par de veces, y contempló al robot.

—¡Maldito sea! ¡Maldita máquina de la Compañía!

Luego logró ponerse de pie, y pateó el metal. No reaccionó; permaneció inerte, inocuo sobre el puente.

La mirada de Lambert pasó, incrédula, de Parker a Ripley.

—¿Alguien puede decirme qué demonios está pasando?

—Solo una manera de averiguarlo —dijo Ripley, dejando cuidadosamente el tubo a un lado, y asegurándose que quedara a su alcance por si lo necesitara con urgencia; luego se acercó al cuerpo.

—¿Qué es eso? —preguntó Lambert.

Ripley miró a Parker, que estaba frotándose el cuello.

—Conecta otra vez la cabeza. Creo que yo quemé el sistema locomotor del dorso, pero la cabeza y la memoria aún deben funcionar, si se les da energía. Ha estado protegiendo al enemigo desde el principio. Yo traté de decírtelo.

Con un ademán señaló al cuerpo. Era difícil empezar a pensar en un compañero de la tripulación como en otra pieza del equipo.

—Recuerda que les hizo entrar en la nave contra todas las regulaciones —dijo Ripley, y su expresión se contrajo ante el recuerdo—. Se valió de la vida de Kane como excusa, pero nunca le interesó Kane. Dejó que ese ser creciera dentro de su cuerpo, y todo el tiempo supo lo que estaba ocurriendo. Y después hizo sonar la bocina de emergencia para salvarlo.

—Pero ¿por qué? —dijo Lambert, aún luchando y tratando de entender las cosas.

—Solo estoy haciendo suposiciones, pero la única razón que puedo imaginar de poner un robot como miembro de la tripulación a bordo, con los demás, sin informarnos desde el principio, es que alguien quiso tener un observador que le informara de todos los acontecimientos —dijo ella mirando fijamente a Lambert—. ¿Quién asigna el personal a las naves, hace cambios de último minuto con los científicos y sería la única capaz de poner secretamente un robot a bordo? ¿Y con qué propósito?

Lambert, esta vez, respondió al momento:

—La Compañía —dijo sin vacilar.

—Desde luego —dijo Ripley y sonrió sin alegría—. Los zánganos de la Compañía debieron de recibir la transmisión de la nave abandonada y como el Nostromo era la siguiente nave de la compañía que debía pasar por aquel cuadrante espacial, pusieron a Ash a bordo, para asegurarse de que seguiríamos algo que Madre llama la Orden Especial 937. Si los resultados de la transmisión resultaban sin importancia, Ash podía informar de eso, sin que nosotros supiéramos de qué se estaba tratando; si era algo importante, entonces la Compañía se enteraba de lo que quería saber sin tener que enviar a un costoso equipo de exploración. Sencilla cuestión de maximizar las ganancias, minimizar las pérdidas. Ganancias suyas y pérdidas nuestras.

—¡Es grande eso! —dijo Parker, airado—. Hasta ahí, te lo has figurado todo bien. Ahora, dime por qué hemos de volver a unir a este maldito.

Y escupió sobre el cuerpo de Ash.

Ripley había colocado la cabeza de Ash en una mesa y estaba tomando una línea de energía de una salida de la pared, cerca del autochef, para colocar la cabeza inmóvil.

—Tenemos que descubrir todo lo que haya estado ocultándonos. ¿De acuerdo?

Parker asintió, de mala gana.

—De acuerdo.

Luego avanzó.

—A ver. Déjame hacer eso.

El ingeniero maniobró con los cables y las conexiones localizadas en la parte trasera de la cabeza de Ash, debajo del cabello artificial. Cuando los párpados del científico empezaron a moverse, Parker gruñó, satisfecho, y se apartó.

Ripley se inclinó hacia adelante.

—Ash, ¿puedes oírme?

No hubo respuesta. Ripley miró a Parker.

—El circuito está limpio. El nivel de energía se ajusta por sí solo. A menos que algunos circuitos importantes se interrumpieran cuando la cabeza cayó contra el puente, debiera contestar. Y las células de la memoria y los componentes verbal-visuales se encuentran apretados en estos modelos complicadísimos; espero que hable.

Ripley probó de nuevo:

—¿Puedes oírme?

Una voz familiar, un poco distante, sonó en el lugar:

—Sí, puedo oírte.

A Ripley le pareció difícil dirigirse a una cabeza sin cuerpo, por más que supiese que solo era parte de una máquina, como el tubo o el rastreador. Pero ella había trabajado demasiadas horas con Ash.

—¿Qué era la orden especial 937?

—Eso va contra las reglas y contra mi programación interna. Sabes que no puedo decírtelo.

Ripley se echó hacia atrás.

—Entonces, no tiene objeto hablar. Parker, desconéctalo.

El ingeniero tendió la mano hacia los cables, y Ash reaccionó con velocidad suficiente para demostrar que sus circuitos cognoscitivos aún estaban intactos:

—En esencia, mis órdenes eran las siguientes:

Parker mantuvo la mano amenazadora cerca de la línea de energía.

—Se me indicó desviar el Nostromo o asegurarme de que la propia tripulación lo desviara de su curso original para que recibiera la señal; programar a Madre para sacarlos a todos del hipersueño, y programar su propia memoria para contarles a ustedes esa historia acerca de la llamada de emergencia. Los especialistas de la Compañía ya sabían que la transmisión era una advertencia, no una señal de socorro.

Las manos de Parker se cerraron, amenazantes.

—En las fuentes de la señal —continuó Ash—, debíamos investigar una forma viva, casi ciertamente hostil, a juzgar por lo que los expertos de la Compañía habían inferido de la transmisión, y traerla para que la Compañía hiciese una evaluación y observación de cualquier aplicación comercial que tuviese. Todo con discreción, desde luego.

—Desde luego —dijo Ripley, imitando el tono indiferente de la máquina—. Eso explica bastante bien por qué decidieron eso, en lugar de incurrir en los gastos de mandar primero toda una exploración.

Pareció satisfecha de haber descubierto el razonamiento oculto tras las palabras de Ash.

—Está estrictamente prohibida la importación a cualquier mundo habitado, no digamos ya a la tierra, de cualquier forma de vida peligrosa. Haciendo que todo pareciera como si unos simples trabajadores de un remolcador hubiesen tropezado accidentalmente con ella, la Compañía tenía una manera de ver que llegase «involuntariamente» a la tierra. Nosotros, mientras tanto, podríamos acabar en la cárcel, pero algo habría que hacer con la criatura. Naturalmente, los especialistas de la Compañía estarían allí para recibir magnánimamente al peligroso recién llegado de manos de los funcionarios de la aduana, con unos bien repartidos sobornos para facilitar su entrega. Y si teníamos suerte, la Compañía nos sacaría bajo fianza y se encargaría de nosotros en cuanto las autoridades determinaran que realmente éramos tan estúpidos como parecíamos. Y realmente, lo habíamos sido.

—¿Por qué? —quiso saber Lambert—. ¿Por qué no nos advirtieron? ¿Por qué no nos pudieron decir en qué nos estábamos metiendo?

—Porque quizás no hubiesen ustedes estado de acuerdo —explicó Ash, con fría lógica—. La política de la Compañía requería la colaboración a ciegas. Ripley tiene razón cuando habla de su honrada ignorancia.

—¡Tú y la maldita Compañía! —gruñó Parker.

—¿Y qué nos dices de nuestras vidas, hombre?

—No soy un hombre —corrigió Ash, tranquilamente—. En cuanto a sus vidas, creo que la Compañía las consideró arriesgables. Era la forma extraña de vida la que le interesaba principalmente. Se esperaba que ustedes pudiesen contenerla y vivir para recoger sus bonificaciones, pero debo reconocer que esa era una consideración secundaria. Era algo personal, de parte de la Compañía. Tan solo dependía de la suerte.

—Muy tranquilizador —dijo Ripley, burlona. Pensó un momento y luego añadió:

—Ya nos has dicho que el propósito de enviarnos a ese mundo era investigar una forma de vida casi ciertamente hostil. Y que unos expertos de la Compañía todo el tiempo supieron que la transmisión era una advertencia, no una señal de socorro.

—Sí —respondió Ash—. Según lo que determinaron los expertos, era demasiado tarde para que la llamada de auxilio sirviera para algo a quienes la enviaron. La otra señal era terriblemente explícita, muy detallada. La nave abandonada que encontramos había aterrizado en el planeta, al parecer en el curso de una expedición normal. Como Kane, sus tripulantes encontraron una o más de las esporas. La transmisión no decía si los exploradores tuvieron tiempo de determinar si las esporas se habían originado en ese mundo en particular, o si habían emigrado allí desde otra parte. Antes de ser abrumados, lograron enviar una advertencia para que los habitantes de otras naves que pensaran llegar a ese mundo no corrieran su misma suerte. Llegaran de donde llegaran, fueron seres nobles. Esperemos que la humanidad vuelva a encontrarlos, en circunstancias más gratas.

—Eran mejores que algunos en que estoy pensando —dijo Ripley, tensa—. Por ejemplo, en ese ser extraño que está a bordo; ¿cómo lo matamos?

—Los exploradores que tripulaban la nave abandonada eran más grandes y posiblemente más inteligentes que los humanos. No creo que ustedes puedan matarlo. Pero quizás yo lo logre. Como yo no soy de composición orgánica, el extraño no me considera un peligro potencial, ni como fuente de alimento. Soy considerablemente más fuerte que ninguno de ustedes. Quizás pueda enfrentarme al ser extraño. Sin embargo, en este momento no estoy precisamente en mi mejor condición. Si ustedes quisieran recolocar…

—Buen intento, Ash —lo interrumpió Ripley, sacudiendo la cabeza de lado a lado—, pero eso es imposible.

—¡Idiotas! Aún no se dan cuenta de con quién tienen que enfrentarse. Ese ser extraño es un organismo perfectamente organizado. Soberbiamente estructurado, astuto, esencialmente violento. Con sus limitadas capacidades ustedes no tienen ninguna posibilidad contra él.

—¡Santo Dios! —dijo Lambert, contemplando asombrada la cabeza—. ¿Tú admiras esa maldita cosa?

—¿Cómo no admirar la sencilla simetría que presenta? Un parásito interespecie, capaz de medrar de cualquier forma de vida que respire, sea cual fuere su composición atmosférica. Capaz de permanecer dormido durante periodos indefinidos en las condiciones más adversas. Su único propósito es reproducir su propia especie, y cumple con esa tarea con eficacia suprema. No hay nada en la experiencia de la humanidad que pueda compararse con él. Los parásitos que los hombres están habituados a combatir son mosquitos y artrópodos minúsculos, y similares. Esta criatura es, para ellos, en barbarie y eficacia, lo que el hombre es para el gusano en materia de inteligencia. Ustedes no pueden imaginar siquiera cómo enfrentársele.

—Bueno, ya oí bastantes estupideces —dijo Parker, bajando la mano hacia el cable de energía.

Ripley levantó una mano, advirtiéndole, y contempló la cabeza.

—Se supone que tú, Ash, eres parte de nuestra tripulación. Eres oficial en ciencia, así como instrumento de la Compañía.

—Ustedes me dieron la inteligencia. Y con el intelecto viene la inevitabilidad de la elección. Yo solo soy leal al descubrimiento de la verdad. Una verdad científica exige belleza, armonía y, sobre todo, sencillez. El problema de ustedes contra el extraño producirá una solución sencilla y elegante. Solo uno sobrevivirá.

—Supongo que eso nos pone a los humanos en nuestro lugar ¿verdad? Dime algo, Ash. La Compañía esperaba que el Nostromo llegara a la estación de la tierra tan solo contigo y con el ser extraño vivo, ¿verdad?

—No. Sinceramente esperaba que ustedes lograran sobrevivir y contener al ser extraño. Los funcionarios de la Compañía sencillamente no sabían cuán peligroso y eficaz era el enemigo.

—¿Qué crees que va a pasar cuando llegue la nave, suponiendo que todos estamos muertos y que el extraño, en lugar de estar apropiadamente encerrado, domine la nave?

—No lo sé. Hay la clara posibilidad de que el ser logre infectar al comité de recepción y a otros que entren en contacto con él antes de que se percaten de la magnitud del peligro y puedan tomar medidas para combatirlo. Pero para entonces, acaso sea tarde. Miles de años de esfuerzos no han capacitado a la humanidad a erradicar otros parásitos. Nunca ha encontrado uno tan avanzado. Traten de imaginar varios miles de millones de mosquitos actuando en consorcio de inteligencia unos con otros. ¿Tendría la humanidad alguna oportunidad contra ellos?

»Desde luego, si yo estoy presente y en condiciones de funcionar cuando llegue el Nostromo, puedo informar al comité de recepción de lo que puede esperar y cómo proceder con seguridad en su contra. Si me destruyen, se arriesgan a desencadenar una terrible plaga sobre la humanidad.

Un silencio reinó alrededor de la mesa, pero no por mucho tiempo.

Parker fue el primero en hablar.

—La humanidad, en la persona de la Compañía, no parece preocuparse mucho por nosotros. Y nosotros correremos nuestros riesgos con el enemigo. Al menos, sabemos dónde se halla.

Echó una mirada a Ripley.

—Ninguna plaga va a preocuparme si yo no estoy allí y tengo qué vérmelas con ella; digo que lo desconecten.

—De acuerdo —dijo Lambert.

Ripley rodeó la mesa y empezó a desconectar el cable.

—¡Una última palabra! —se apresuró a decir Ash—. Un legado, si ustedes quieren.

Ripley vaciló.

—¿Y bien?

—Quizás sea realmente inteligente. En realidad, debieran tratar de comunicarse con él.

—¿Lo hiciste tú?

—Por favor, permitan que me lleve algunos secretos a la tumba.

Ripley desconectó el cable.

—¡Adiós, Ash!

Volvió entonces la atención a sus compañeros.

—Cuando se trata de escoger entre parásitos, prefiero enfrentarme al que no miente. Además, si no podemos vencer a esa cosa, podremos morir felices sabiendo que va a clavar sus garras en los expertos de la Compañía…

Ripley se había sentado ante el tablero de la computadora central en el anexo principal, cuando Parker y Lambert fueron a unírsele.

Ripley habló, desalentada.

—En una cosa tenía razón. No tenemos gran oportunidad.

Indicó entonces unos datos que brillaban en la pantalla.

—Solo nos queda oxígeno para doce horas.

—Entonces, todo se acabó —dijo Parker, mirando al suelo—. Reconectar a Ash sería una forma más rápida de suicidio. ¡Oh! Estoy seguro de que él podría enfrentarse al enemigo, pero no nos dejaría con vida. Esta fue una orden de la Compañía, que no quiso revelarnos porque habiéndonos dicho todo lo demás, no podría dejarnos con vida para informar de los planes de la Compañía a las autoridades del puerto.

Luego rio.

—Ash fue una leal máquina de la Compañía.

—Yo no sé qué opinan ustedes —dijo Lambert, seria—. Pero creo que prefiero una muerte sin dolor, pacífica, a las demás alternativas que se nos ofrecen.

—Aún no estamos en esas.

Lambert mostró un pequeño frasco con cápsulas. Ripley reconoció las cápsulas para el suicidio, por el color rojo y por el cráneo y las tibias en miniatura impresas en cada una.

—Todavía no. ¡Uf!

Ripley se dio vuelta en su silla.

—Digo que aún no. Permitieron que Ash los convenciera. Afirmó que era el único capaz de enfrentarse al extraño, pero él es quien yace allí desconectado, y nosotros no. Aún tenemos otra alternativa. Creo que podríamos volar la nave.

—¿Es esa tu alternativa? —dijo Lambert, suavemente—. Yo prefiero los productos químicos, si te parece.

—No, no. ¿Recuerdas lo que propusiste antes, Lambert? Nos íbamos en la nave menor y hacíamos estallar el Nostromo. Nos llevábamos el aire restante en tanques portátiles. La navecilla tiene su propio abastecimiento de aire. Con el aire extra, hay una oportunidad de que podamos llevarlo de vuelta al espacio que surcan las naves, y de que alguna nos recoja. Para entonces quizás estuviéramos respirando solo restos, pero es una oportunidad. Y nos desharíamos del enemigo.

Quedaron todos en silencio, pensando. Parker levantó la mirada hacia Ripley y asintió con la cabeza.

—Eso me gusta más que la química; además, me gustará ver volar en pedazos una propiedad de la Compañía.

Se levantó para partir.

—Empezaremos a meter el aire en botellas.

El ingeniero supervisó la transferencia de aire comprimido de los grandes tanques del Nostromo a unos recipientes más pequeños, portátiles, que pudiesen llevarse en la navecilla.

—¿Es todo? —replicó Ripley cuando Parker se recostó cansadamente contra la pared.

—Todo lo que podemos llevar.

Con un ademán, indicó los recipientes.

—Quizás no parezca mucho, pero está realmente bajo presión. Suficiente aire extra para darnos cierto margen.

Luego sonrió.

—Magnífico. Un poco de comida artificial, los motores en marcha y salgamos de aquí.

Luego se detuvo, ante un pensamiento súbito:

—¡Jones! ¿Dónde está Jones?

—¿Quién sabe? —respondió Parker, indudablemente poco interesado en el paradero del gato.

—La última vez que lo vi estaba olfateando el cuerpo de Ash —dijo Lambert.

—Ve a ver. No quiero dejarlo. Aún somos demasiado humanos para eso.

Lambert echó una dura mirada a su compañera.

—Nada de eso. No quiero ir sola a ninguna parte de esta nave.

—Siempre me disgustó ese maldito gato —gruñó Parker.

—No importa —les dijo Ripley—. Yo iré. Ustedes carguen el aire y el alimento.

—Me parece justo —asintió Lambert.

Ella y Parker levantaron los recipientes de oxígeno y se encaminaron hacia la navecilla.

Ripley avanzó hacia el comedor. No tuvo que buscar mucho tiempo al gato. Después de dar vuelta al comedor y de asegurarse que no había tocado al cuerpo decapitado de Ash, enfiló hacia el puente. Allí encontró a Jones. Se había tendido sobre el tablero de Dallas, donde estaba lavándose, con aire aburrido.

Ripley le dedicó una sonrisa.

—Jones, eres afortunado.

Al parecer, el gato no estuvo de acuerdo. Al extender ella la mano hacia él, Jones saltó ágilmente del tablero y se alejó lamiéndose. Ella se inclinó y fue tras él, con voz y ademanes acariciadores.

—¡Ven, Jones! No lo hagas difícil. Esta vez no. Los demás no te esperarán.

—¿Cuánto crees que necesitaremos? —dijo Lambert dejando de apilar cajas, contemplando a Parker y pasándose una mano por el rostro.

—Todo lo que podamos. Sería malo hacer dos viajes.

—Desde luego.

Se dio vuelta entonces para arreglar la pila que había hecho. Una voz sonó por el conmutador abierto.

—¡Vamos, Jones, ven aquí! Ven, gatito, ven con mamá, gatito.

El tono de Ripley era suave y acariciador, pero Lambert pudo notar su exasperación contenida.

Parker salió tambaleante de la alacena número 2, oculto bajo una doble brazada de alimentos. Lambert continuaba escogiendo cajas, ocasionalmente escogiendo una por otra. La idea de comer alimentos artificiales crudos no procesados resultaba muy poco alentadora: en la minúscula nave no había autochef. Aquel alimento crudo podía mantenerlos con vida, pero eso era todo, y ella deseaba seleccionar lo mejor que hubiese.

Lambert no notó una débil luz roja en el rastreador que había allí cerca.

—¡Vamos! Jones.

Jones, indignado, se resistía, pero Ripley lo había atrapado firmemente por el cuello. Y sus manazos no le evitaron ser levantado sin ceremonias, e introducido en su presurizada caja de viaje.

Ripley la encendió.

—Allí estás. Ahora respira tu olor reciclado durante un rato.

Los dos lanzallamas estaban fuera de la despensa. Parker se arrodilló cuidadosamente y trató de levantar el suyo. Se inclinó demasiado y una buena porción de las cajas alineadas cayó de sus brazos.

—¡Maldita sea!

Lambert dejó de arreglar cajas y trató de ver detrás de las puertas de la alacena.

—¿Qué te pasa?

—Nada. Traté de llevar demasiado de una sola vez, eso es todo.

—Simplemente, apúrate.

—Ya voy. Mantén la sangre fría.

La luz roja en el rastreador se volvió de pronto de un carmesí brillante, y simultáneamente empezó a sonar. Parker dejó caer sus paquetes, contempló el rastreador y levantó su lanzallamas. Llamó apresuradamente a Lambert.

—Salgamos de aquí.

También ella había oído el ruido.

—Ahora mismo.

Algo produjo un sonido distinto, detrás de ella. Se volvió y profirió un grito cuando una mano la asió súbitamente. El ser extraño aún estaba saliendo del respiradero.

Ripley oyó el grito por el comunicador abierto en el puente, y se quedó helada.

Parker volvió a mirar dentro de la alacena, y estuvo a punto de volverse loco cuando vio lo que el ser extraño estaba haciendo. Parker no podía atacarlo con el lanzallamas sin quemar a Lambert. Blandiendo el incinerador como una masa, cargó dentro de la alacena.

—¡Maldito…!

El extraño dejó caer a Lambert. Ella quedó inmóvil en el piso, en el momento en que Parker descargaba al extraño un sólido golpe con el lanzallamas. El extraño no parpadeó. El ingeniero habría podido estar tratando de fracturar la pared.

Intentó agacharse para evitarlo, pero falló. De un solo golpe, el extraño le rompió la nuca, matándolo instantáneamente. El extraño se volvió entonces hacia Lambert. Ripley aún no se había movido. Apagados gritos le llegaban por el conmutador. Eran de Lambert, y pronto cesaron. Luego, reinó el silencio.

Ripley habló ante su micrófono:

—¡Parker! ¡Lambert!

Aguardó una respuesta, casi sabiendo que no le llegaría ninguna. Y así fue; el significado del continuo silencio pronto entró en su cerebro. Estaba sola. Probablemente había tres seres vivos en la nave: el extraño, Jones y ella misma. Pero tenía que asegurarse.

Eso significaba dejar solo a Jones. Lo deseaba, pero el gato había oído los gritos y estaba maullando frenéticamente. Hacía demasiado ruido.

Ripley llegó sin dificultades al puente B, apretando su lanzallamas con ambas manos. Enfrente se hallaba la alacena. Había cierta posibilidad de que el extraño hubiese dejado atrás a alguien, incapaz de maniobrar con dos cuerpos por los estrechos conductos. Había posibilidad de que alguien aún estuviera con vida.

Ripley espió por la jamba de la despensa. Lo que quedaba le mostró cómo el extraño había logrado meter por la fuerza a sus dos víctimas en el respiradero.

De pronto se encontró corriendo, corriendo. A ciegas, casi locamente, sin pensar en nada. Las paredes parecían alargarse tratando de detenerla, de hacer más lenta su carrera, pero nada podía detener su loca fuga. Corrió hasta que sintió reventar sus pulmones. Le recordaron a Kane y a la criatura que había madurado dentro de él, cerca de sus pulmones. Esto, a su vez, le recordó a su enemigo.

Todas esas ideas le devolvieron la capacidad de pensar. Tratando de tomar aire, casi se detuvo y contempló lo que la rodeaba. Había corrido a lo largo de la nave. Ahora se encontraba sola, en mitad del cuarto de máquinas.

Oyó algo, y dejó de respirar. El sonido se repitió y ella dejó escapar un suspiro cauteloso. Era un sonido familiar, humano. Era un sonido de llanto.

Aún abrazando el lanzallamas, caminó lentamente alrededor del cuarto hasta llegar a la causa del sonido. Se encontró sobre la cubierta de una escalera, un disco redondo de metal. Sin apartar su atención de la cámara bien iluminada a su alrededor se arrodilló y quitó el disco. Una escalera descendía, casi en las tinieblas.

Ripley descendió, tentando las paredes, hasta que puso los pies en algo firme. Entonces activó su barra de luz: se hallaba en una pequeña cámara de mantenimiento. Su luz iluminó recipientes de plástico y herramientas pocas veces usadas. También dio sobre huesos, con pedazos de carne aún unidos.

Sintió que se le ponía la carne de gallina al caminar sobre fragmentos de ropa, sangre coagulada, los restos de una bota. A lo largo de las paredes se hallaban cosas extrañas.

Algo se movió en las tinieblas. Ripley se dio vuelta y levantó el cañón del lanzallamas, mientras su luz buscaba lo que se había movido.

Un gigantesco capullo colgaba del techo, un poco a su derecha; parecía una hamaca transparente tejida con un material blanco sedoso. Y se balanceaba.

Con el dedo tenso en el gatillo del lanzallamas, Ripley se acercó; el rayo de luz le mostró al capullo casi transparente. Dentro había un cuerpo: Dallas.

De pronto, los ojos se abrieron y enfocaron a Ripley. Los labios se separaron, formando palabras. Ella se acercó, al mismo tiempo horrorizada y fascinada.

—Mátame… —susurró a Ripley.

—¿… Qué te hizo?

Dallas trató de hablar nuevamente, y no lo logró. Su cabeza se inclinó ligeramente hacia su derecha. Ripley hizo girar su luz y la levantó ligeramente. Allá colgaba un segundo capullo, distinto del primero en textura y en color. Era más pequeño y oscuro. La cara parecía haber formado una concha gigante. Aunque Ripley no lo supiera, parecía la urna rota y vacía de la nave abandonada.

—Ese es Brett.

Ripley volvió la luz a los labios de Dallas.

—Te sacaré de aquí —prometió Ripley llorando—. Haremos funcionar al automédico, te llevaremos…

Se interrumpió, incapaz de continuar. Estaba recordando la analogía hecha por Ash, de una avispa y una araña. Las crías vivas alimentándose del cuerpo paralizado de la araña, creciendo, consciente de lo que estaba ocurriendo pero…

De algún modo, logró sacudirse aquella horrible línea de pensamientos. La conduciría a la locura.

—¿Qué puedo hacer?

El mismo susurro enloquecedor:

—Mátame.

Ripley lo contempló; por fortuna, los ojos se habían cerrado, pero los labios aún temblaban, como preparando un grito. Ripley no creyó poder soportar aquel grito.

El cañón del lanzallamas se levantó, y Ripley oprimió convulsivamente el gatillo. Una descarga envolvió al capullo y a lo que había sido Dallas. Todo se quedó sin un sonido. Luego Ripley lanzó otra descarga contra todo el compartimiento, que se llenó de llamas.

Para entonces, Ripley ya iba subiendo la escalera, sintiendo el calor abrasar sus piernas.

Ripley asomó la cabeza en el cuarto de máquinas. Aún estaba desierto. El humo pareció rodearla, haciéndole toser. Salió de allí; con el pie volvió a poner el disco en su lugar, dejando un hueco para que el aire llegase al fuego. Luego avanzó resueltamente hacia el cubículo de control del cuarto de máquinas.

Aparatos y controles funcionaban adentro pacientemente, en espera de que se les ordenara qué hacer. En un tablero particular, los interruptores estaban en rojo. Ripley los estudió, recordó ciertas frecuencias y empezó a desconectar los interruptores, uno por uno.

Un interruptor doble yacía protegido bajo una cubierta. Ella lo contempló un momento, luego retrocedió y lo soltó, con la culata del lanzallamas lo movió y encendió el doble control.

Tuvo que aguardar una eternidad, las sirenas empezaron a aullar. Una voz llamó desde intercomunicación y Ripley dio un salto, hasta que reconoció la voz de Madre.

¡ATENCIÓN! ¡ATENCIÓN!

«¡Las unidades de enfriamiento de los motores de hiperimpulso no están funcionando. Las cubiertas no están funcionando. Los motores se sobrecargarán en cuatro minutos, cincuenta segundos; cuatro minutos, cincuenta segundos!».

Ripley iba a la mitad del corredor B cuando se acordó de Jones. Lo encontró maullando continuamente frente al micrófono, tranquilo y solitario en su caja presurizada, entre el puente y el nivel B. Ripley lo levantó y corrió con la caja azotando sus piernas rumbo a la navecilla, con el lanzallamas asegurado bajo el otro brazo.

Dio vuelta a la última curva que conducía a la navecilla. De pronto dentro de su caja Jones bufó; los pelos de su lomo se pusieron de punta. Ripley se detuvo y contempló fascinada la cerradura abierta. Unos sonidos de metal destrozado llegaron hasta sus oídos.

El extraño estaba dentro de la navecilla.

Dejando a Jones a salvo en la escalerilla del nivel B, Ripley corrió de vuelta al cuarto de máquinas. El gato protestó con todas sus fuerzas por su nuevo abandono.

Mientras ella corría hasta el cubículo de la máquina, una voz paciente y tranquila llenó la habitación:

—¡Atención! Las máquinas estarán sobrecargadas en tres minutos veinte segundos.

Al entrar en el cubículo, una pared de calor la rechazó. El humo dificultaba la visión. La maquinaria parecía quejarse rechinando agudamente a su alrededor; ella trató de enjugarse el sudor que perlaba su frente. De alguna manera logró localizar el tablero de control a través del humo; se obligó a recordar la secuencia apropiada y volver a apagar los interruptores que había encendido unos momentos antes. Las sirenas continuaban con su lamento.

—¡Atención! Las máquinas se sobrecalentarán en tres minutos. Las máquinas se sobrecalentarán en tres minutos.

Boqueando en busca de aire, Ripley se apoyó contra la pared caliente, al oprimir un botón.

—¡Madre, he puesto a toda potencia las unidades refrigerantes!

—¡Demasiado tarde para acción correctiva! El núcleo del impulso ha empezado a fundirse. Reacción irreversible en este punto. Estallido interno incipiente, seguido por sobrecalentamiento incontenible y subsiguiente detonación. Las máquinas se sobrecalentarán en dos minutos cincuenta y cinco segundos.

Madre siempre le había sido reconfortante a Ripley. Ahora la voz de la computadora estaba vacía de antropomorfismos, implacable como el tiempo que iba contando.

Ahogándose con la garganta ardiendo, Ripley salió dando traspiés del cubículo; las sirenas parecían reír histéricamente en su cerebro. «¡Atención! Las máquinas se sobrecalentarán en dos minutos», anunció Madre por un magnavoz de la pared.

Jones estaba aguardándola en la escalera. Ahora estaba tranquilo; se había desahogado maullando. Ripley avanzó dando traspiés hacia la navecilla, arrastrando la caja con el gato, de algún modo que ni ella misma habría podido explicar, manteniendo listo el lanzallamas. Por un momento pensó que una sombra se había movido detrás, y se dio vuelta, pero esta vez era una sombra y nada más.

Ripley vaciló en el corredor, sin saber qué hacer y terriblemente agotada, pero una voz se negó a dejarla descansar:

«¡ATENCIÓN! ¡LAS MÁQUINAS EXPLOTARÁN DENTRO DE NOVENTA SEGUNDOS!».

Dejando en el piso la caja de Jones, Ripley abrazó el lanzallamas con ambas manos, y corrió hacia la navecilla.

Estaba vacía.

Ripley giró, volvió a correr por el corredor y tomó la caja del gato. No se materializó nada para desafiarla.

«¡ATENCIÓN LAS MÁQUINAS EXPLOTARÁN DENTRO DE SESENTA SEGUNDOS!».

Anunció Madre con toda calma. Un airado Jones se encontró lanzado cerca del tablero principal cuando Ripley se dejó caer en el asiento del piloto. No había tiempo de planear minucias como la trayectoria o el ángulo de despegue. Se concentró en oprimir un solo botón, que tenía una palabra roja grabada encima:

DESPEGUE.

Los soportes de contención volaron con pequeñas y cómicas explosiones, y hubo un rugido de los motores secundarios, cuando la navecilla se apartó del Nostromo.

Las fuerzas G parecieron desgarrar a Ripley mientras luchaba por asentarse. Las fuerzas G pronto se desvanecerían, resultado de que la navecilla hubiese salido del campo de hipertensión del Nostromo y se apartara en diagonal, sobre su propia ruta, por el espacio.

Ripley terminó de atarse; luego se permitió respirar profundamente el aire limpio de la navecilla. Verdaderos aullidos penetraron en su cerebro agotado. Desde su puesto, apenas pudo tocar la caja con el gato. Su cabeza se inclinó sobre la caja y las lágrimas brotaron de sus ojos enrojecidos por el humo al apretarla contra su pecho.

Su mirada se posó en la pantalla que daba hacia atrás. Un minúsculo punto de luz fue convirtiéndose silenciosamente en una majestuosa bola de fuego que iba creciendo, enviando tentáculos de metal retorcido y plástico desgarrado. Fue desvaneciéndose, y entonces fue seguida por una bola de fuego mucho más grande, al explotar la refinería. Dos mil millones de toneladas de gas y maquinaria vaporizada llenaron el cosmos oscureciendo la visión de Ripley hasta que, por fin, empezaron a desvanecerse.

La vibración llegó a la navecilla poco después, cuando el gas sobrecalentado pasó sobre ella. Cuando la nave hubo recobrado el equilibrio, Ripley se desató y fue a la parte trasera de la pequeña cabina. Desde allí vio por una escotilla trasera. Su rostro estaba bañado con una luz anaranjada al desvanecerse el último de los globos de fuego.

Finalmente, Ripley se dio vuelta. El Nostromo, sus compañeros, todo había dejado de existir, eran No Más, en aquel momento de quietud y soledad, eso la afectó más de lo que hubiese creído. La condición definitiva de aquello era difícil de aceptar, el conocimiento de que ya no existían como componentes, por muy insignificantes que fuesen, de un gran universo. Ni siquiera como cadáveres, sencillamente eran un NO.

Ripley no vio la enorme mano que se estiraba hacia ella saliendo del escondite de las sombras profundas, pero Jones sí la vio. Y dio un aullido. Ripley giró sobre sí misma, y se encontró ante la criatura, que había estado en la navecilla todo el tiempo.

Su primer pensamiento fue el lanzallamas. Yacía sobre el puente junto al extraño agazapado. Desesperadamente, Ripley buscó espacio para retroceder. A su lado había un minúsculo armario. Su puerta se había abierto con la vibración del gas en expansión. Ripley empezó a avanzar, de lado, hacia él.

La criatura empezó a levantarse en cuanto Ripley se movió. Ripley saltó hacia el armario y se arrojó hacia el interior, mientras su mano buscaba desesperadamente la cerradura. Al caer dentro, su peso hizo que la puerta se cerrara tras ella con estrépito.

Había una lumbrera en la parte posterior de la puerta. Ripley se encontró prácticamente de narices contra ella en el armario vacío. Afuera, el extraño puso su cabeza junto a la ventana, mirando al interior casi con curiosidad, como si Ripley estuviese exhibiéndose en una jaula. Ripley trató de gritar, y no pudo. El grito murió en su garganta. Todo lo que pudo hacer fue contemplar con ojos desorbitados la aparición que, a su vez, la miraba. El armario no estaba sellado, y un sonido característico llegó a Ripley desde fuera. Sorprendido, el ser extraño dejó la escotilla para inspeccionar la causa del extraño ruido. Se agachó y levantó la caja, haciendo que Jones gruñera en un tono más alto.

Ripley tocó con ambos puños el cristal, tratando de distraer la atención de la criatura, para que dejara al animal indefenso. Su táctica resultó. En un segundo, el ser extraño estuvo de vuelta ante el cristal. Ripley se quedó helada, y el ser regresó a su tranquila inspección de la caja de Jones.

Ripley inició una búsqueda frenética en aquel lugar confinado. Poco había dentro, salvo su propio traje de presión. Moviéndose rápidamente pese a que sus manos temblaban, Ripley logró ponérselo.

Afuera, el extraño estaba sacudiendo la caja del gato, por vía de experimento. Jones aullaba por el diafragma de la caja. Ripley había entrado a medias en el vestido de presión cuando el extraño arrojó al suelo la caja. Rebotó, mas se conservó entera. Recogiéndola de nuevo, el extraño la arrojó contra una pared. Fuera de sí, Jones aullaba continuamente. Por la fuerza, el extraño metió la caja en una rendija entre dos conductos expuestos y empezó a golpearla, mientras Jones luchaba por escapar, bufando y escupiendo.

Colocándose el casco, Ripley logró asegurarlo. No había nadie allí para ayudarla a verificar. Si los sellos habían quedado mal fijados, ella pronto lo descubriría. Un toque activó el respirador, y el traje se llenó de vida.

Ripley luchó por hacer una última búsqueda dentro del casillero. No había nada parecido a un láser, y de todos modos no lo habría podido usar. En un largo rodillo de metal, al quitarle su capa protectora de caucho, vio un extremo agudo. No era una gran arma, pero le dio un poco de confianza, algo más importante aún.

Respirando profundamente, entornó con lentitud la puerta y luego de un puntapié la acabó de abrir. El extraño se volvió para encararse a la alacena, y recibió el ataque de la lanza de metal en mitad del cuerpo. Ripley había corrido con todo su peso tras el arma, que penetró profundamente. El ser extraño aferró el rodillo, mientras un fluido amarillo empezaba a brotar, zumbando violentamente al hacer contacto con el metal.

Ripley botó hacia atrás, y alcanzó a aferrar un soporte mientras que con la otra mano buscaba una salida de emergencia.

Aquello abrió la escotilla trasera. Instantáneamente, todo el aire de la navecilla y todo lo que no estuviese asegurado por amarras fue absorbido por el espacio exterior. El ser extraño pasó volando junto a ella; con reflejos inhumanos, buscó algo, algo que sobresaliera y alcanzó la pierna de Ripley, por encima del tobillo.

Ripley se encontró colgando parcialmente de la escotilla, mientras tiraba desesperados puntapiés a aquel ser que aferraba su pierna. No la soltaría. Había una palanca cercana a la salida de emergencia, y ella la bajó. La escotilla se cerró con estrépito, dejándola dentro con el extraño afuera.

El ácido empezó a espumear a lo largo de la escotilla, brotando del miembro aplastado del ser que aferraba su tobillo.

Luchando por avanzar, Ripley examinó el tablero, encontró los interruptores que activaban los motores secundarios, y oprimió varios botones.

Cerca de la proa de la navecilla, una energía incolora brotó hacia adelante. Incendiado, el ser extraño cayó de la nave. En el momento en que se soltó, el ácido dejó de fluir.

Ripley observó nerviosamente las burbujas que continuaban, pero había habido poca emisión, y finalmente se detuvo. Ripley maniobró con el pequeño tablero de la computadora y guardó los datos:

DAÑOS EN LA ESCOTILLA TRASERA: DUDOSOS.

ANÁLISIS: PEQUEÑA REDUCCIÓN DEL CASCO.

INTEGRIDAD DE LA NAVE NO COMPROMETIDA.

CAPACIDAD DE CONTENIDO ATMOSFÉRICO NO REDUCIDA.

SELLADOR SUFICIENTE PARA COMPENSAR.

OBSERVACIÓN: REPÁRESE LA SECCIÓN DAÑADA CUANDO LLEGUE A DESTINO.

EL ESTADO DEL CASCO SERÁ INSPECCIONADO.

Ripley dejó escapar un grito, y luego retrocedió para ver la escotilla trasera. Una forma humeante que se debatía iba alejándose de la nave. Pedazos de carne calcinada se esparcían a su alrededor. Por fin el organismo increíblemente resistente sucumbió a las leyes de la presión diferencial y el ser extraño fue hinchándose hasta estallar, enviando pequeñas partículas en todas direcciones. Por fin inofensivos, los fragmentos fueron perdiéndose de vista.

Ripley no habría podido decir que estaba alegre. Había arrugas en su rostro, y un lugar vacío en su cerebro que anulaba esa posibilidad. Logró relajar su cuerpo, y reclinarse en el asiento del piloto.

Un toque a varios botones represurizó la cabina. Ripley abrió la caja de Jones. Con esa maravillosa facilidad común a todos los gatos, Jones ya había olvidado el ataque. Se acurrucó en el regazo de Ripley y volvió a sentarse. Se hizo una rosca, satisfecho y empezó a ronronear. Ripley le dio palmaditas, mientras dictaba a la grabadora de la nave.

Debo llegar a la frontera, dentro de otros cuatro meses, poco más o menos. Con un poco de suerte, la red de boyas recogerá mi S.O.S. y dará la alarma. Tendré una declaración hecha para los medios de comunicación, y entregaré una copia triplicada oculta en este lugar con algunos comentarios de cierto interés para las autoridades, concernientes a ciertas medidas de la Compañía.

«Habla Ripley, número de identidad W5645022460H, funcionaria, única sobreviviente del remolcador comercial Nostromo, que firma la presente».

Con el pulgar, Ripley apagó la grabadora. Había quietud en la cabina, por primera vez en muchos días. Le pareció casi imposible poder descansar ahora. Tuvo esperanzas de no soñar.

La mano de Ripley acarició la piel anaranjada de Jones, y luego sonrió:

—Ven, gatito… vámonos a dormir…

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