Alien

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Capítulo 1

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Siete soñadores.

Entiéndase que no eran soñadores profesionales. Los soñadores profesionales reciben buena paga, respeto, son talentos muy bien cotizados. Como casi todos nosotros, estos siete soñaban sin esfuerzo ni disciplina. Soñar profesionalmente, de modo que los propios sueños puedan ser registrados y repetidos para entretener a otros es algo mucho más difícil: requiere la capacidad de regular los impulsos creadores semiconscientes y de estratificar la imaginación, combinación extraordinariamente difícil de lograr. Un soñador profesional es, simultáneamente, el más organizado de todos los artistas y el más espontáneo. Trama sutil de espectaculación no directa y torpe como la de usted o la mía. O la de estos siete soñadores.

Entre todos, Ripley fue la que llegó más cerca de alcanzar ese potencial especial. Tenía cierto innato talento para el sueño y más flexibilidad de imaginación que sus compañeros. Pero carecía de verdadera imaginación y de esa poderosa madurez de pensamiento característica del prosoñador.

Ripley era excelente para organizar almacenes y carga, para perforar tarjetas A en una cámara de almacenamiento B, o para organizar convoyes. Era en el almacén de la mente donde su sistema de archivo se confundía. Esperanzas y temores, especulaciones y creaciones a medias pasaban libremente de un compartimiento a otro.

La oficial de cédulas Ripley necesitaba más dominio de sí misma. Pensamientos en bruto, exuberantes y confusos yacían esperando ser llamados, apenas bajo la superficie de la realización. Un poco más de esfuerzo, una mayor intensidad de autoreconocimiento y Ripley sería una excelente prosoñadora. Al menos, así pensaba ella ocasionalmente.

En cambio, el capitán Dallas parecía perezoso y era, por contraste, el mejor organizado de todos. Y tampoco le faltaba imaginación. De ello daba prueba su barba. Nadie llevaba barba en los congeladores. Nadie más que Dallas. Era parte de su personalidad, como había explicado a más de un curioso compañero de vuelo. Y no se separaría del anticuado vello facial como no se separaría de ninguna otra parte de su anatomía. Dallas era capitán de dos naves: el remolcador interestelar Nostromo, y su propio cuerpo. Y ambos permanecerían intactos en el sueño, así como en la vigilia.

Así pues, Dallas tenía la capacidad reguladora con un mínimo deseable de imaginación. Pero un soñador profesional requiere bastante más que un mínimo y esa es una deficiencia que solo puede compensarse mediante una cantidad desproporcionada de aquella. Dallas no era un prosoñador más realista que Ripley.

Kane controlaba menos su pensamiento y su acción que Dallas, y tenía mucho menos imaginación. Era un buen funcionario ejecutivo, pero nunca sería capitán. Eso requiere cierto impulso, aunado a la capacidad de mandar a otros, y Kane no tenía ninguno de estos dones. Sus sueños eran sombras amorfas, translúcidas en comparación con las de Dallas, así como el propio Kane era como un eco más tenue, menos vibrante, del capitán. Esto no le impedía ser agradable. Pero prosoñar requiere cierta energía extra, y Kane apenas tenía suficiente para la vida diaria.

Los sueños de Parker no eran ofensivos, pero eran menos pastorales que los de Kane. En ellos había poca imaginación. Eran demasiado especializados, y rara vez se relacionaban con seres humanos. No podía esperarse otra cosa del ingeniero de la nave.

Sus sueños eran directos y de vez en cuando desagradables. Estando despierto, este sedimento profundamente enterrado se mostraba algunas veces cuando el ingeniero estaba de mal humor o irritado. La mayor parte del limo y el desprecio que fermentaban en lo más hondo de la cisterna de su alma se mantenían bien ocultos. Sus compañeros de la nave nunca veían más allá del Parker destilado que flotaba en la superficie, nunca tenían un atisbo de lo que en sus profundidades fermentaba burbujeante.

Lambert era más inspiración de soñadores que soñadora en sí. En el hipersueño, sus inquietas meditaciones estaban llenas de conspiraciones intersistemáticas y factores de carga que se cancelaban al tomar nota del combustible. Ocasionalmente, había imaginación en aquellas estructuras oníricas, pero nunca en la manera apropiada para hacer latir el corazón de otros.

Parker y Brett a menudo imaginaban sus propios sistemas, mezclando sus tramas con las de ella. Ambos consideraban la cuestión de los factores de carga y las yuxtaposiciones espaciales de una manera que habría enfurecido a Lambert si ella lo hubiese sabido. Se guardaban para ellos tales meditaciones no autorizadas, en la seguridad de su sueño, diurno y nocturno, para no enfurecerla. No habría convenido perturbar a Lambert; como navegante del Nostromo, era la principal responsable de llevarlos a todos sanos y salvos, y esa era la tarea más emocionante y deseable que cualquiera pudiese imaginar.

Brett solo aparecía como técnico en ingeniería; tal es una curiosa manera de decir que era tan inteligente y enterado como Parker, pero que le faltaba antigüedad. Y los dos formaban una pareja extraña, pues eran totalmente distintos a los ojos de los demás; sin embargo, coexistían y trabajaban juntos a la perfección. En gran parte, su triunfo como amigos y colaboradores se debía a que Brett nunca se metía en los terrenos mentales de Parker. El técnico era tan solemne y flemático en su aspecto y habla, como Parker voluble y caprichoso. Parker podía hablar durante horas acerca de la falla de un circuito de micronave, maldiciendo a sus antepasados hasta llegar a la madre tierra, de la que originalmente habían salido sus constituyentes; y Brett comentaría pacientemente: «correcto».

Para Brett, esa sola palabra era mucho más que una expresión de su parecer; era una expresión de sí mismo, y el silencio era la forma más limpia de comunicación. En la locuacidad estaba la demencia.

Y Ash, por otra parte, que era el oficial de ciencias; pero no era esto lo que hacía tan curiosos sus sueños. Curiosos, no cómicos. Sus sueños eran los más profesionalmente organizados de todos los de la tripulación; entre todos era él quien estaba más cerca de alcanzar a su yo despierto. En los sueños de Ash no había absolutamente ningún engaño.

Eso no resultaba sorprendente para los que en realidad conocían a Ash. Sin embargo, ninguno de sus seis compañeros de tripulación lo conocía. Ash sí se conocía bien. De haber sido interrogado, habría podido contestar por qué nunca podría llegar a ser un prosoñador. Nadie pensó jamás en preguntárselo, pese al hecho de que el oficial en ciencias claramente encontraba el prosueño más fascinador que cualquiera de ellos.

¡Ah! Y también estaba el gato. Su nombre era Jones; era un gato corriente de casa, o mejor dicho, gato de nave. Jones era un gran macho amarillento, de padres desconocidos y hábitos independientes, acostumbrado a los avatares de los viajes de la nave y la idiosincrasia de los humanos que viajaban por el espacio. También su dormir era frío, y soñaba simples sueños de lugares cálidos y oscuros y ratones sujetos a la gravedad.

De todos los soñadores que había a bordo, Jones era el único contento, aunque no habría podido llamársele inocente.

Era una vergüenza que ninguno de ellos hubiera calificado como prosoñador, pues cada uno tenía más tiempo para soñar en el curso de sus labores que una docena de profesionales, pese a lo lento del ritmo de sus sueños por obra del dormir frío. La necesidad había hecho que el sueño fuese su principal vocación. Una tripulación del espacio sideral no puede hacer en los congeladores nada más que dormir y soñar. Acaso siguieran siendo para siempre simples aficionados, pero desde hacía tiempo eran aficionados competentes.

Eran siete. Siete apacibles soñadores en busca de una pesadilla.

Aunque tenía una especie de conciencia propia, el Nostromo no soñaba. No lo necesitaba, así como no necesitaba el efecto de conservación de los congeladores. Si soñaba, tales reflexiones sin duda eran breves y pasajeras, ya que nunca dormía. Trabajaba y se mantenía, y lograba que su complemento humano en hibernación siempre estuviese un paso adelante de la muerte acechante que seguía al dormir frío, como un tiburón gris sigue a un barco en el mar.

Pruebas de la incesante vigilancia mecánica del Nostromo se hallaban por doquier en la tranquila nave, en los tenues zumbidos y las luces que eran como su aliento, la prueba de su sensibilidad instrumental. Aquello imbuía la textura misma de la nave, extendía sensores para revisar cada circuito y cada pieza de compresión. También afuera había sensores, palpando el pulso del cosmos. Y aquellos sensores habían descubierto una anomalía electromagnética.

Una parte del cerebro del Nostromo era peculiarmente capaz de descubrir el sentido de toda anomalía. Y diríase que ya había masticado esta anomalía. Su sabor le había resultado tan extraño que había examinado los resultados del análisis y llegado a una conclusión. Activó instrumentos que antes dormían; circuitos que poco antes habían estado en reposo volvieron a regular el flujo de los electrones. Como para celebrar aquella decisión, bancos enteros de luces brillantes parpadearon, señales de vida de un aliento mecánico e inquieto.

Sonó un «bip-bip» característico, como si hasta entonces solo hubiese estado presente un tímpano artificial para oír y reconocer. Era un sonido que no se había oído en el Nostromo durante algún tiempo y eso indicaba un acontecimiento extraño.

Dentro de esta inquieta botella que despertaba, ola de sonidos tenues y de luces, de aparatos que conversaban entre sí, había un compartimiento especial. Y en aquella habitación de metal blanco había siete capullos de metal y plástico, color de nieve.

Un nuevo ruido llenó esta cámara, una exhalación explosiva que creó una atmósfera nueva, fresca, respirable. La humanidad se había colocado voluntariamente en esta posición, confiando en pequeños dioses de metal, como el Nostromo, para que le dieran aliento vital cuando no podía obtenerlo por sí mismo.

Las ramificaciones de ese ser electrónico semiconsciente probaron entonces el aire recién exudado y lo declararon satisfactorio para sostener la vida de organismos tan frágiles como los de los hombres. Brillaron nuevas luces, se cerraron más circuitos. Sin ruido se abrieron las capas de las siete crisálidas y las formas que había dentro, semejantes a gusanos, empezaron a salir, una vez más, a la luz.

Vistos fuera de sus sueños, los siete miembros de la tripulación del Nostromo eran aún menos impresionantes que en el hipersueño. Por una parte, sus cuerpos escurrían gotas del líquido conservador del críosueño con que los habían llenado y untado. Por muy analéptico que sea, el limo de cualquier clase no favorece la buena presentación.

Por otra parte, estaban desnudos y el líquido no era buen sustituto de los efectos de esas pieles artificiales llamadas ropas que dan elegancia y esbeltez.

—¡Diablos! —Murmuró Lambert, viendo con repugnancia cómo caían gotas de sus hombros y costados—. ¡Tengo frío!

Salió entonces del féretro conservador de la vida, en lugar de la muerte, y empezó a buscar algo en un compartimiento cercano. Valiéndose de la toalla que encontró allí, empezó a quitarse de las piernas aquel jarabe transparente.

—¿Por qué diablos no puede Madre calentar la nave antes de sacarnos del depósito?

Lambert había logrado ponerse de pie y trataba de recordar dónde había dejado sus ropas.

—Bien sabes por qué —dijo Parker, demasiado ocupado con su cansancio y con el jarabe para pensar siquiera en contemplar a la navegante desnuda—. Política de la Compañía; conservación de energía que puede entenderse por vil avaricia. ¿Para qué desperdiciar el exceso de energía calentando la sección congelada hasta el último segundo posible? Además, al salir del hipersueño, siempre hace frío. Ya sabes que el congelador también baja tu temperatura interna.

—Sí, lo sé. De todos modos, estoy helada.

Lambert sabía que Parker tenía toda la razón, pero le disgustó reconocerlo. Nunca había sentido gran simpatía hacia el ingeniero.

«¡Maldita sea, Madre!», pensó viéndose en su brazo la carne de gallina. «¡Hagamos un poco de calor!».

Dallas estaba enjugándose, limpiándose en seco los restos de aquel jarabe del críosueño y tratando de no contemplar nada que los otros no pudiesen ver. Lo había notado desde antes de salir de la congelación. Así estaba todo dispuesto por la nave.

—El trabajo nos calentará rápidamente —dijo Lambert en voz alta—. ¡Todos a sus puestos! Supongo que recuerdan para qué se les paga, además de dormir para olvidar sus preocupaciones.

Nadie sonrió ni se molestó en hacer comentarios. Parker echó una mirada a su compañero quien aún estaba sentado en su congelador.

—Buenos días. ¿Todavía estás con nosotros, Brett?

—Sí.

—Tenemos suerte —dijo Ripley, estirándose y haciendo unos movimientos más estéticos que los demás—. Me alegra saber que nuestro mejor conversador está tan charlatán como siempre.

Brett se limitó a sonreír, sin decir nada.

Brett hablaba tanto como las máquinas a quienes atendía; es decir, nada, y aquella era una broma corriente entre la tripulación. En momentos como esos se reían con él, no de él.

Dallas estaba haciendo ejercicios calisténicos con los codos paralelos al suelo y las manos unidas frente al esternón. Le pareció oír tronar sus músculos por tanto tiempo en reposo. La deslumbrante luz amarilla, tan elocuente como cualquier voz, monopolizaba sus pensamientos. Aquellos pequeños cíclopes eran el modo que la nave tenía de decirles que los había despertado por algo que no era el fin de su viaje. Dallas se preguntaba por qué.

Ash se sentó y miró a su alrededor, sin ninguna expresión. Por la animación que denotaba su rostro, bien habría podido estar aún en el hipersueño.

—Me siento como muerto —dijo, observando a Kane. El oficial ejecutivo estaba bostezando, aún no completamente despierto. La opinión profesional de Ash era que al ejecutivo en realidad le gustaba el hipersueño y que si se lo permitieran, se pasaría toda su vida como narcoléptico.

Ignorante de la opinión científica del oficial, Parker le echó una mirada y habló en tono agradable.

—Pareces muerto.

Estaba consciente de que sus propios rasgos probablemente no eran los mejores. El hipersueño agotaba la piel, así como los músculos. Su atención se volvió hacia el ataúd de Kane. El ejecutivo finalmente estaba sentándose.

—Me alegro de haber regresado —dijo parpadeando.

—Para lo que te tardas en despertar, bien podíamos haber regresado.

Kane pareció ofendido.

—¡Esa es una calumnia, Parker! Simplemente, tardo un poco más que ustedes, eso es todo.

—De acuerdo.

El ingeniero no insistió en el punto; se volvió al capitán que estaba absorto estudiando algo por la ventanilla.

—Antes de atracar, quizá sea mejor ver la situación de los bonos.

Brett mostró ciertas señales de entusiasmo, sus primeras desde que despertaba.

—Sí.

Parker continuó colocándose las botas:

—Brett y yo creemos merecer una parte completa. Bonificación completa por misión cumplida, además de salario e intereses.

Al menos sabía que el sueño profundo no había dañado a su cuerpo de ingenieros, pensó Dallas cansadamente. No hacía ni dos minutos que habían despertado y ya estaban quejándose.

—Ustedes dos recibirán aquello por lo que se les contrató. Ni más ni menos, como todos nosotros.

—Todos reciben más que nosotros —murmuró Brett suavemente.

Para él, aquello había sido todo un discurso. Sin embargo, no surtió ningún efecto sobre el capitán. Dallas no tenía tiempo para trivialidades ni juegos de palabras semiserios. Aquella luz parpadeante requería toda su atención y él coordinó sus pensamientos con exclusión de todo lo demás.

—Cualquiera merece más que ustedes dos. Quéjate, si quieres, ante el pagador de la Compañía. Ahora, ve allá abajo.

—Quejarme ante la Compañía —murmuró Parker tristemente, observando a Brett salir de su ataúd y empezar a enjugarse las piernas—. Sería lo mismo que tratar de quejarme directamente a Dios.

—Es lo mismo —dijo Brett, observando una débil luz de servicio en su propio compartimiento congelado. Apenas consciente, desnudo y goteando líquido, ya estaba trabajando arduamente. Era el tipo de persona que podía caminar durante días con una pierna rota, pero era incapaz de soportar un excusado que funcionara mal.

Dallas echó a andar hacia la sala central de computadoras y habló por encima de su hombro:

—Uno de ustedes dos, bromistas, traiga al gato.

Fue Ripley quien levantó una forma suelta y amarillenta de uno de los congeladores. Su expresión era de ofendida.

—No tienes que mostrarte tan indiferente hacia él —dijo dando palmaditas cariñosas al animal empapado—. No es una pieza del equipo. Jones es tan miembro de la tripulación como cualquiera de nosotros.

—Y más que muchos —dijo Dallas, observando a Parker y a Brett ya completamente vestidos que se alejaban en dirección de la sala de ingeniería—. No viene a quitarme el tiempo en mis ratos de vigilia a bordo para quejarse de salarios ni de bonificaciones.

Ripley se alejó con el gato envuelto en una gruesa toalla limpia. Jones iba ronroneando irregularmente mientras se lamía con gran dignidad. No era la primera vez que lo sacaban del hipersueño. Por el momento, toleraría la ignominia de ser llevado así.

Dallas había terminado de secarse; luego oprimió un botón que había al lado de su ataúd. Un cajón se proyectó silenciosamente hacia adelante, sobre molduras casi a prueba de fricción. Contenía sus ropas y algunos objetos personales.

Mientras se vestía, Ash se acercó sin hacer ruido. El funcionario de ciencias bajó la voz y habló mientras acababa de ajustarse una camisa limpia.

—Madre quiere hablarte —cuchicheó, y con la cabeza señaló en dirección de la luz amarilla que parpadeaba continuamente en el cercano tablero suspendido.

—Ya la vi —dijo Dallas metiendo los brazos en su camisa—. Es amarilla viva, cuestión de seguridad, no de advertencia. No digas a los demás. Si pasa algo grave, ya lo descubrirán muy pronto.

Se deslizó dentro de una chaqueta color marrón sin planchar y la dejó abierta.

—No puede ser algo muy grave, sea lo que sea —dijo Ash con esperanza y volvió a señalar hacia la luz que no dejaba de parpadear—. Es solo amarilla, no roja.

—Por el momento —repuso Dallas, no tan optimista— habría preferido un bonito y tranquilizante verde.

Se encogió de hombros y trató de mostrarse tan optimista como Ash.

—Quizás el autochef esté al habla; eso sería una bendición, si consideramos lo que aquí llaman comida.

Trató de sonreír pero no lo logró. El Nostromo no era humano. No jugaba bromas a su tripulación, y no la habría despertado del hipersueño con una luz amarilla de advertencia si no hubiese tenido una razón perfectamente válida. Un autochef de cocina que funcionara mal no habría sido una buena razón.

¡Oh, bueno! Después de varios meses de no hacer más que dormir, no tenía derecho a quejarse si ahora se requerían de él varias horas de verdadero y honrado sudor…

La sala central de computadoras se diferenciaba poco de las otras salas de vigilia que había a bordo del Nostromo. Un desconcertante caleidoscopio de luces y pantallas, aparatos y palancas daba la impresión de un enorme salón de fiestas habitado por una docena de árboles de navidad ebrios.

Acomodándose en un sillón redondo confortablemente acojinado, Dallas pensó cómo proceder. Ash se sentó enfrente del banco mental, manipulando controles con más velocidad y eficiencia de lo que habría podido esperarse de un hombre que acababa de salir del hipersueño. La habilidad del oficial en ciencias no tenía rival en la operación de máquinas.

Tenía una armonía especial que Dallas a menudo le envidiaba. Todavía mareado por los efectos del hipersueño, perforó una pregunta inicial; pautas de distorsión parecieron perseguirse a través de la pantalla y luego se asentaron hasta formar palabras reconocibles. Dallas revisó la redacción y la encontró normal:

ALERTA FUNCIÓN HIPERMONITOR PARA DESPLIEGUE E INVESTIGACIÓN DE MATRIZ.

También la nave lo consideró aceptable y la respuesta de Madre fue inmediata: Hipermonitor se dirige a matriz. Columnas de categorizaciones de información se alinearon para su inspección bajo este letrero.

Dallas examinó la larga lista de finas letras, localizó la sección que buscaba y mecanografió: ALERTA COMANDO DE PRIORIDAD.

FUNCIÓN DE HIPERMONITOR LISTA PARA INVESTIGACIÓN, respondió Madre. Las mentes de computadora no habían sido programadas para tener gran elocuencia y, Madre no era la excepción de la regla.

Aquello venía bien a Dallas. No estaba de humor para hablar bien. Mecanografió, concisamente, ¿QUÉ PASA, MADRE?, y aguardó…

No podría decirse que el puente del Nostromo fuese espacioso; antes bien, era un poco menos claustrofóbico que las otras salas y cámaras de la nave, pero no mucho. Cinco asientos redondos aguardaban a sus respectivos ocupantes. Las luces brillaban pacientemente, encendiéndose y apagándose en tableros múltiples, mientras incontables pantallas de diversas formas y tamaños también esperaban la llegada de humanos que estuviesen capacitados para pedirles lo que debían mostrar. Un gran puente habría sido una frivolidad muy costosa, pues la tripulación pasaba inmóvil en los congeladores la mayor parte del tiempo de vuelo. Estaba diseñado estrictamente para el trabajo, no para el descanso ni el entretenimiento. Y quienes trabajaban allí sabían aquello tan bien como las propias máquinas.

Una compuerta sellada se deslizó silenciosamente dentro de la pared. Entró Kane, seguido de cerca por Ripley, Lambert y Ash. Avanzaron hasta sus sitios respectivos y se acomodaron tras los tableros, con la familiaridad de viejos amigos que se saludan después de una larga separación.

Un quinto sillón permaneció vacío y seguiría así hasta que Dallas retornara de su conferencia con Madre, la computadora del Banco Mental del Nostromo. Aquel mote le venía bien, no se lo habían puesto en broma. La gente se ponía muy seria al hablar de las máquinas responsables de mantener la vida. Por su parte, la máquina aceptaba la designación con idéntica solemnidad, aunque no con los mismos tonos emocionales.

Las ropas de todos eran tan sueltas como sus cuerpos, imitaciones libres de uniformes de una tripulación. Cada prenda revelaba la personalidad de su portador.

Camisas y slacks, todo arrugado y desgastado por años de almacenamiento. Así también eran los cuerpos que envolvían.

Los primeros sonidos hablados en el puente en muchos años resumieron los sentimientos de todos los allí presentes, aun cuando no pudieran entenderlos. Jones estaba maullando cuando Ripley lo depositó sobre el escritorio. Cambió luego a un ronroneo, y se frotó voluptuosamente contra sus tobillos al colarse subrepticiamente hasta el asiento de respaldo alto.

—Conéctanos.

Kane estaba revisando su propio tablero, acariciando los controles automáticos con la mirada en busca de contrastes e incertidumbres, mientras Ripley y Lambert comenzaban a manipular los controles necesarios.

Hubo un estremecimiento de excitación visual cuando nuevas luces y colores recorrieron paneles y pantallas. Dieron la sensación de que los instrumentos estaban complacidos por la reaparición de sus equivalentes orgánicos, y se mostraban ansiosos de probar sus habilidades a la primera oportunidad.

Números y palabras nuevas aparecieron frente a Kane; él los relacionó con otros bien recordados, que estaban ya fijos en su cerebro.

—Hasta aquí todo parece bien; dennos algo qué mirar.

Los dedos de Lambert bailaron un arpegio sobre toda una gama de controles. Pantallas de visión surgieron, vivas, por todo el puente, suspendidas en su mayoría del techo para facilitar su lectura. La navegante examinó los ojos cuadrados que se hallaban cerca de su asiento e inmediatamente frunció el ceño. Mucho de lo que vio ya lo esperaba, pero no demasiado. Lo más importante, la forma prevista que debía dominar su visión, estaba ausente. Era tan importante que negaba la normalidad de todo lo demás.

—¿Dónde está la Tierra?

Examinando cuidadosamente su propia pantalla, Kane notó una negrura salpicada de estrellas, y un algo más. Concediendo la posibilidad de que hubiesen salido del hiperespacio demasiado pronto, el sistema del que provenían al menos debería estar claro en la pantalla. Pero Sol estaba tan invisible como la esperada Tierra.

—Tú eres la navegante, Lambert. Dímelo tú.

Sí, había un sol central, fijo en las pantallas múltiples, pero no era Sol. No era el color debido, y unos puntos que giraban en órbita a su alrededor eran peores aún. Eran inadmisibles; de otra forma, otro color, otro número.

—Ese no es nuestro sistema —observó Ripley sombríamente expresando lo que era obvio.

—Quizás lo malo sea nuestra orientación, no la de las estrellas —dijo Kane, aunque su voz no parecía muy convincente, ni siquiera para él—. Se ha sabido de naves que salen del hiperespacio en sentido opuesto al de su destino; aquello podría ser Centauri, en gran amplificación, y Sol puede estar detrás de nosotros. Echemos una ojeada antes de dejarnos dominar por el pánico.

Se guardó de añadir que el sistema visible en la pantalla se parecía tanto al de Centauri como al de Sol.

Las cámaras selladas en la maltratada superficie del Nostromo empezaron a moverse silenciosamente en el vacío del espacio, buscando a través del infinito algún indicio de una Tierra cálida.

Las cámaras secundarias del cargamento del Nostromo, monstruoso conglomerado de gruesas formas de metal, aportaron su propia línea de visión. Los seres vivos de una época anterior se habrían asombrado de saber que el Nostromo estaba remolcando una considerable cantidad de petróleo crudo a través del vacío entre las estrellas, en su propia refinería automática que nunca dejaba de funcionar. Aquel petróleo sería ya productos petroquímicos terminados para cuando el Nostromo llegara a su órbita alrededor de la Tierra; tales métodos eran necesarios. Aunque la humanidad había creado desde mucho tiempo atrás maravillosos y eficaces sustitutos para impeler su civilización, solo lo había logrado después de que unos ávidos individuos habían extraído hasta la última gota de petróleo de la agotada Tierra.

La fusión y la energía solar movía a todas las máquinas del hombre. Pero no podían sustituir a los productos químicos. Un motor de fusión no podía producir plástico, por ejemplo. Los mundos modernos antes podrían existir sin energía que sin plásticos. De allí la presencia del cargamento del Nostromo, comercialmente lucrativo aunque históricamente incongruente, y del fétido líquido negro que procesaba pacientemente.

El único sistema que las cámaras mostraban era el que se hallaba limpiamente colocado en el centro de varias pantallas, el que tenía un desconcertante collar de planetas circundando una estrella de color extraño. Ahora no había duda en el cerebro de Kane, y menos aún en el de Lambert, de que el Nostromo había tomado ese sistema por su destino inmediato.

Sin embargo, aún podía ser un error de tiempo, y no de espacio. Sol podía ser el sistema localizado en la cercanía, a derecha o izquierda de aquellas estrellas. Había una manera segura de averiguarlo.

—Ponte en contacto con el control de tráfico —dijo Kane, mordiéndose el labio inferior—, si podemos detectar algo allí, sabremos que estamos en el cuadrante correcto; si Sol está en los alrededores, recibiremos una respuesta de una de las estaciones de relevo del sistema exterior.

Los dedos de Lambert tocaron diferentes controles.

—Habla el remolque comercial Nostromo del espacio profundo, registro N.º 180246, uno ocho cero, dos cuatro seis, en camino a la Tierra con cargamento de petróleo crudo y refinería apropiada. Llama al control de tráfico de la Antártida. ¿Pueden leerme? Cambio.

Tan solo el tenue y continuo murmullo de soles distantes replicó por los altoparlantes. Cerca de los pies de Ripley, el gato Jones ronroneaba en armonía con las estrellas.

Lambert intentó de nuevo.

—Remolque comercial Nostromo del espacio exterior llama a control de tráfico Sol/Antártida. Tenemos dificultades de navegación fija. Llamada de prioridad; por favor, respondan.

Una vez más, tan solo el nervioso susurro de las estrellas. Lambert pareció preocupada.

May day, may day. El remolque Nostromo llama a control de tráfico de Sol, o a cualquier nave que nos oiga. May day, responda.

La injustificada llamada de auxilio (Lambert sabía que no estaban en peligro inmediato) no recibió ninguna respuesta. Desalentada, apagó el transmisor, pero dejó el receptor abierto en todos los canales, por si alguna otra nave pasaba cerca de allí transmitiendo.

—Sabía que no podíamos estar cerca de nuestro sistema —murmuró Ripley—. Conozco la zona.

Con la cabeza señaló la pantalla que colgaba encima de su propia estación.

—Eso no queda cerca de Sol, y nosotros tampoco.

—Sigue intentando —le ordenó Kane, que luego se volvió para enfrentarse a Lambert—. Entonces, ¿dónde estamos? ¿Has dado una lectura?

—Dame un minuto ¿quieres? No es fácil. Estamos muy lejos.

—Sigue intentando.

—No dejo de hacerlo.

Varios minutos de intensa búsqueda y cooperación de computadoras produjeron una sonrisa de satisfacción en su rostro.

—Ya lo encontré… y a nosotros. Estamos casi en los Retículos de Zeta II. Aún no hemos llegado al anillo exterior poblado. Es demasiado profundo para aferramos a una boya de navegación, no digamos a un relevo de tráfico de Sol.

—Entonces, ¿qué demonios estamos haciendo aquí? —Se preguntó Kane, en voz alta—. Si todo está bien en la nave y no estamos en casa ¿por qué nos descongeló Madre?

Fue solo coincidencia, no respuesta directa a la meditación del ejecutivo, pero una bocina de «atención a la estación» comenzó su sonoro e imperativo «bip, bip…».

Cerca de la proa del Nostromo había una vasta cámara, casi llena de maquinaria compleja y poderosa. Allí vivía el corazón de la nave, el extenso sistema de propulsión que capacitaba al navío a distorsionar el espacio, a olvidarse del tiempo y a hacer un palmo de narices metálicas a Einstein… Y solo incidentalmente a mover las máquinas que mantenían con vida a su frágil tripulación humana.

En el extremo de este complejo, macizo y zumbante, había un cubículo de cristal como un grano transparente en el extremo de aquel iceberg de hiperimpulso. En el interior, acomodados en asientos redondos, descansaban dos hombres. Eran los responsables de la salud y del bienestar de la tripulación de la nave, situación de la que ambos estaban contentos. Ellos la cuidaban, y ella los cuidaba.

La mayor parte del tiempo, la nave sabía cuidarse a sí misma, lo que les permitía dedicar su tiempo a obras más elevadas y dignas de atención, como beber cerveza o contarse cuentos sucios.

Por el momento, tocaba el turno de divagar a Parker, que por centésima vez estaba contando el cuento del aprendiz de ingeniero en el prostíbulo barato. Era un buen cuento que nunca dejaba de provocar una o dos sonrisas al silencioso Brett y una buena carcajada al propio narrador.

—… Y así la madame se lanza contra mí, preocupada y furiosa al mismo tiempo —decía el ingeniero— e insiste en que vayamos a rescatar al pobre estúpido. Supongo que no sabía en lo que se había metido.

Como de costumbre, rio de buena gana.

—Tú recuerdas el lugar. Cuatro paredes, techo y piso perfectamente reflejados, sin cama. Solo una red de terciopelo suspendida en el techo del cuarto para limitar las actividades y evitar choques contra las paredes.

Sacudió la cabeza, como desaprobando su recuerdo.

—Ese no es lugar para que se metan aficionados, ¡claro que no! Supongo que este pobre fue llevado allí con engaños por sus compañeros de tripulación; por lo que después me contó la muchacha, mientras ella se estaba limpiando, todo empezó bien. Pero luego empezaron a girar, y a él le entró el pánico. No lograban controlar la nave. Ella trató, pero se necesitan dos para detenerla, así como para empezar la caída libre. Y con los espejos confundiendo su sentido de la posición y todo lo demás, aparte de la caída, él no podía dejar de vomitar.

Parker tomó otra bocanada de cerveza.

—Nunca había visto tal desastre en su vida natural. Esta es la hora en que siguen limpiando esos espejos.

—Sí —dijo Brett, sonriendo para mostrar su aprobación.

Parker seguía sentado, tranquilo, dejando que los últimos vestigios del recuerdo se disiparan en su memoria. Le habían dejado un residuo gratamente lascivo. Distraído, manipuló un conmutador sobre su tablero. Una apacible luz verde apareció encima y se mantuvo encendida.

—¿Cómo está tu luz?

—Verde —admitió Brett, después de repetir el procedimiento de encender y revisar su propia instrumentación.

—La mía también —dijo Parker estudiando las burbujas de la cerveza.

Varias horas después del hipersueño ya estaba aburrido. El salón de máquinas se mantenía a sí mismo con tranquila eficiencia, y no perdía tiempo antes de hacerle sentir que él sobraba. No había nadie con quién discutir, excepto Brett, y era difícil armar un debate verdaderamente interesante con un hombre que solo pronunciaba monosílabos y para quien una frase completa era una verdadera tortura.

—Sigo creyendo que Dallas está pasando por alto deliberadamente nuestras quejas —se aventuró a decir—. Quizás no dependa de él que recibamos la bonificación completa, pero él es el capitán. Si lo deseara, podría pasar una solicitud, o al menos una palabra en nombre de nosotros dos. Eso sí que sería una ayuda.

Estudió entonces unas cifras. Los números parecían marchar del signo de menos al signo de más, de derecha a izquierda. La línea roja fluorescente corría hacia abajo desde el centro y se detuvo precisamente en cero, dividiendo limpiamente en dos la indicación deseada de neutralidad.

Parker habría continuado sus meditaciones alternadas con cuentos y quejas de no haber sido porque el «bip, bip» comenzó súbitamente su llamada monotonía.

—¡Diablos! ¿Qué pasa ahora? ¿No puede uno ponerse cómodo antes de que alguien empiece a moler?

—Exacto.

Brett se inclinó hacia adelante para oír mejor, mientras el locutor se aclaraba una garganta lejana.

Era la voz de Ripley:

—Informe a la central.

—No puede ser la comida, no es hora —dijo Parker confuso—. O bien estamos con un cargamento desnivelado o bien…

Echó una mirada interrogadora a sus compañeros.

—Pronto lo averiguarán —dijo Brett.

Conforme avanzaban hacia el control, Parker observó las paredes no muy antisépticamente limpias del corredor «C», con cierto disgusto.

—Me gustaría saber por qué nunca bajan aquí. Aquí es donde se hace el verdadero trabajo.

—Por la misma razón que tenemos que participar en el suyo. Nuestro tiempo es el suyo. Así lo ven ellos.

—Bueno, te diré algo: esto apesta.

El tono de Parker no dejó duda de que estaba refiriéndose a otra cosa que al olor con que estaban impregnadas las paredes del corredor.

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