Alien

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Capítulo 2

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Aunque lejos de ser confortable, el comedor era lo bastante espacioso para contener a toda la tripulación. Como pocas veces tomaban sus alimentos simultáneamente (el siempre funcional autochef fomentaba indirectamente el individualismo en los hábitos alimentarios) no había sido diseñado como para acomodar bien a siete personas. Tenían que apoyarse en uno y otro pie, chocaban y se empujaban tratando de no ponerse nerviosos unos a otros.

Parker y Brett no estaban de buen humor y no intentaron disimular su irritación, su único consuelo era saber que nada andaba mal en ingeniería y que fuese lo que fuese para lo que los habían despertado, aquella era responsabilidad de otros. Ripley ya les había informado de la ausencia desconcertante de su presunto destino.

Parker pensaba que pronto tendrían que volver al hipersueño, proceso confuso e incómodo cuando menos, y maldijo entre dientes. Le molestaba todo lo que se interpusiera entre él y el cheque de paga que lo esperaba al fin de cada viaje.

—Sabemos que no hemos llegado a Sol, capitán —dijo Kane hablando por los otros, que miraban expectantes a Dallas—. No estamos cerca de casa y sin embargo han considerado necesario sacarnos del sueño. Es hora de que sepamos por qué.

—Lo es —reconoció Dallas, luego comentó, en tono importante—: como todos ustedes saben, Madre está programada para interrumpir nuestro viaje y sacarnos del hipersueño si surgen ciertas condiciones específicas.

Luego hizo una pausa para dar mayor efecto y añadió:

—Han surgido.

—Tiene que ser algo bastante grave —dijo Lambert, observando al gato Jones jugar con el indicador de vigilancia—. Ya sabe usted eso. No es fácil sacar del hipersueño a toda una tripulación. Siempre hay algún riesgo.

—Háblame de eso —murmuró Parker en voz tan baja que solo Brett pudo oírlo.

—Les dará gusto a todos saber —continuó Dallas— que la emergencia por la que nos han despertado no afecta al Nostromo. Madre dice que estamos en perfecta condición.

Alrededor de la mesa se oyó un par de voces que, con alivio, decían «Amén».

—La emergencia está en otra parte, específicamente en el sistema no determinado en que acabamos de ingresar. Precisamente ahora estamos acercándonos al planeta en cuestión.

Echó una mirada a Ash, quien asintió con la cabeza.

—Hemos recibido una transmisión de otra fuente. Está mutilada y al parecer Madre necesitó cierto tiempo para descifrarla, pero definitivamente es una señal de socorro.

—Bueno, eso no tiene ningún sentido —dijo Lambert que parecía desconcertada—. Entre todas las transmisiones estándar, las llamadas de socorro son las más directas y menos complejas. ¿Cómo pudo tener Madre el menor problema para descifrar una?

—Madre supone que esto no es una transmisión estándar. Es una señal luminosa y acústica que se repite a intervalos de doce segundos. Eso no es usual; sin embargo, Madre cree que la señal no es de origen humano.

Eso provocó ciertos sorprendidos comentarios en voz baja. Al pasar el primer sobresalto, Dallas siguió explicando:

—Madre no está segura, y eso es lo que yo no comprendo. Nunca había visto tanta confusión en una computadora. Ignorancia sí, pero no confusión. Acaso sea la primera vez. Lo importante es que está lo bastante segura de que es una llamada de socorro para sacarnos del hipersueño.

—¿Y eso qué? —dijo Brett, con soberbia insolencia.

Kane replicó, con un dejo de irritación:

—¡Vamos, hombre! Ya conoces el manual. De acuerdo con la sección B2 de la Compañía de las directivas en tránsito, estamos obligados a prestar toda la ayuda y asistencia que podamos en semejante situación, ya sea humana o no la llamada.

Parker, disgustado, dio un puntapié a la mesa.

—¡Diablos! No me gusta decir eso, pero somos un remolque comercial con un gran cargamento difícil de manipular. No somos una unidad de rescate. Este tipo de trabajo no está en nuestro contrato —luego, las sombras se disiparon de su rostro—. Desde luego, si ese trabajo significa un dinero extra…

—Más te vale leer tu contrato —dijo Ash, tan claramente como la computadora principal, de la que estaba orgulloso— hay que investigar toda transmisión sistemática que indique un posible origen inteligente, bajo pena de pérdida completa de la paga y las primas debidas a la terminación de un viaje. No se dice una palabra acerca de bonificaciones por ayudar a alguien en peligro.

Parker dio otro puntapié al escritorio y mantuvo la boca cerrada. Ni él ni Brett se consideraban del tipo heroico. Cualquier cosa que pudiese obligar una nave a cambiar de ruta en un mundo extraño podía tratarlos a ellos de manera igualmente desconsiderada. No tenían ninguna prueba de que aquella llamada desconocida fuese para ellos; pero siendo un realista en un universo cruel, se inclinaba al pesimismo.

Brett sencillamente veía aquel retardo en relación con su cheque.

—Iremos a ver que pasa. Eso es todo lo que puedo decir —resumió Dallas, mirándolos uno tras otro.

Dallas estaba harto de los dos. No le gustaba aquella dilación, ni más ni menos que a ellos, y estaba tan ansioso por llegar a casa y cargar el cargamento como lo estaban ellos, pero había momentos en que desahogar el mal humor llegaba a ser casi una desobediencia.

—Correcto —dijo Brett, sardónicamente.

—¿Qué es lo correcto?

El técnico de ingeniería no era ningún necio. La combinación del tono de Dallas con la expresión de su rostro indicó a Brett que era el momento de relajar la tensión.

—Correcto, veremos qué hay…

Dallas continuó mirándolo y entonces añadió con una sonrisa:

—Señor.

El capitán volvió sus ojos irritados hacia Parker, pero este ya se había amansado.

—¿Podremos aterrizar allí? —preguntó a Ash.

—Alguien lo hizo.

—Eso es lo que quiero decir —añadió significativamente—. «Aterrizar» es el término apropiado. Implica una secuencia de acontecimientos felizmente realizados que resultan en el suave posarse de una nave sobre una superficie dura. Ahora nos hallamos ante una llamada de socorro. Eso implica acontecimientos no muy gratos. Primero, veamos qué está pasando. Pero hagámoslo tranquilamente, con cuidado.

Sobre el puente había una iluminada mesa cartográfica. Dallas, Kane, Ripley y Ash se hallaban en puntos opuestos de la brújula, mientras Lambert se hallaba sentada en su puesto.

—Allí está —dijo Dallas, señalando con el dedo un punto brillante de la mesa y mirando a su alrededor—. Hay algo que quiero que oigan todos.

Volvieron a sentarse, mientras Dallas indicaba algo a Lambert con la cabeza. Sus dedos se hallaban sobre un interruptor particular.

—Bueno, oigamos. Cuidado con el volumen.

La navegante soltó el interruptor. Sonidos atmosféricos llenaron el puente. Cesaron de pronto, para ser remplazados por un sonido que envió escalofríos a la espalda de Kane y a la de Ripley. Duró doce segundos y luego fue remplazado por los sonidos atmosféricos.

—¡Santo Dios! —exclamó Kane con expresión tensa.

Lambert apagó los magnavoces. Sobre el puente volvió a imperar un ambiente humano.

—¿Qué demonios es? —dijo Ripley, como si acabase de ver algo muerto sobre un plato—. No suena como ninguna señal de socorro que yo conozca.

—Así es como lo llama Madre —les dijo Dallas—. Llamarlo «extraño» resulta el colmo de la discreción.

—Quizás sea una voz.

Lambert hizo una pausa, consideró las palabras que acababa de proferir; luego le parecieron desagradables sus implicaciones y trató de hacer como si no las hubiese dicho.

—Pronto lo sabremos. ¿Ya lo estudiaron?

—He encontrado la sección del planeta.

Luego, Lambert se volvió agradecida hacia su tablero, contenta de poder enfrentarse con matemáticas y no con pensamientos inquietantes.

—Estamos bastante cerca.

—Madre no nos hubiera sacado del hipersueño si no lo estuviéramos —murmuró Ripley.

—Viene de ascenso en seis minutos veinte segundos; declinación menos 39 grados, dos segundos.

—Muéstramelo todo en una pantalla.

La navegante oprimió una serie de botones. En una de las pantallas del puente algo parpadeó, y luego apareció allí un punto brillante.

—Albedo alto. ¿Puedes acercarlo un poco más?

—No. Tendrás que mirarlo desde lejos. Eso es lo que yo voy a hacer.

Inmediatamente, la pantalla se concentró, con un zumbido, en el punto de luz revelando una forma nada espectacular, ligeramente ovalada, en el vacío.

—¡Asno! —exclamó Dallas, sin malicia—. ¿Estás seguro de que es eso? Es un sistema atestado.

—Eso es, exactamente; en realidad solo un planetoide. Quizás unos doce mil kilómetros, no más.

—¿Tiene alguna rotación?

—Sí. Cerca de dos horas, si calculamos las cifras iniciales. Podré decirte algo dentro de diez minutos.

—Eso basta por ahora. ¿Cuál es la gravedad?

Lambert estudió diferentes cifras.

—Punto ocho seis; debe ser bastante denso.

—No les digas a Parker ni a Brett —imploró Ripley—. Pensarán que es metal sólido que se desprendió de alguna parte antes de que podamos verificar nuestra llamada desconocida.

La observación de Ash fue más prosaica:

—Se puede caminar sobre ella.

Todos se dedicaron a estudiar el procedimiento de orbitación.

El Nostromo se acercó a aquel pequeño mundo arrastrando su vasto cargamento de tanques y equipo de refinería.

—Nos acercamos al apogeo vital. Marca. Veinte segundos, diecinueve, dieciocho…

Lambert siguió contando hacia atrás mientras sus compañeros se ajetreaban a su alrededor.

—Ha rodado 92 grados a estribor —anunció Kane, completamente inexpresivo.

El remolque y la refinería giraban haciendo enormes piruetas en la inmensidad del espacio. Una luz apareció en la proa del remolcador, cuando se encendieron por unos instantes sus motores secundarios.

—Identificada órbita ecuatorial —declaró Ash.

Por debajo de ellos, aquel mundo en miniatura daba vueltas despreocupadamente.

—Dame una lectura de presión EC.

Ash examinó controles y habló sin volver su rostro a Dallas:

—Tres punto cuatro cinco en apertura EM al cuadrado… Cerca de cinco psia, señor.

—Grita si cambia.

—¿Está preocupado porque la administración de redundancia esté incapacitando el control de CMGS cuando estemos ocupados en otra parte?

—Sí.

—El control de CMG se desconecta por DAS/DCS. Aumentaremos con TAC y dirigiremos por medio de ATMDC y computadora de interfase. ¿Se siente mejor ahora?

—Mucho mejor.

Ash era un tipo raro, frío y a la vez cordial, pero soberanamente competente. Nada le perturbaba. Dallas se sintió confiado con el apoyo del oficial de ciencias, que aguardaba su decisión.

—Prepárense a despegar desde la plataforma.

Manipuló un interruptor y habló a un pequeño micrófono:

—Ingeniería, prepárense a despegar.

—Alineación L en el puerto, y a estribor verde —informó Parker, sin ninguna huella de su habitual sarcasmo.

—Verde en la separación umbilical espinal —añadió Brett.

—Estamos cruzando el terminador —les informó Lambert a todos—. Entramos en el lado de la noche.

Abajo, una línea oscura separó las densas nubes, dejándoles un reflejo brillante en un lado y negro como el interior de una tumba en el otro.

—Ya va subiendo, ya va subiendo. Manténgase —dijo Lambert maniobrando interruptores en secuencia—. Sosténgase. Quince segundos… diez… cinco… cuatro… tres… dos… uno. Cierre.

—¡Despeguen! —ordenó Dallas, tajante.

Minúsculas nubéculas de gas aparecieron entre el Nostromo y la densa masa de la plataforma con la refinería. Las dos estructuras artificiales, una pequeña y habitada, la otra enorme y desierta, fueron separándose lentamente. Dallas observó tensamente la separación en la pantalla número dos.

—Cordón umbilical separado —anunció Ripley, después de breve pausa.

—Precesión corregida —dijo Kane, echándose hacia atrás en su asiento y relajándose un momento—. Todo bien y en orden. Se logró la separación. Ningún daño.

—Verifica aquí —añadió Lambert.

—Y también aquí —dijo, aliviada, Ripley.

Dallas echó una mirada a su navegante.

—¿Estás segura que la dejamos en órbita fija? No me gustaría que los dos mil millones de toneladas cayeran y se incendiaran mientras nosotros estamos revisando unos aparatos allá abajo. La atmósfera no es lo bastante densa para darnos un escudo protector.

Lambert revisó los números.

—Se quedará allí durante un año poco más o menos, señor.

—Muy bien. El dinero está a salvo, y también nuestra piel. Hagámosle descender. Prepárense para un vuelo atmosférico.

Cinco seres humanos se afanaron ordenadamente, cada uno seguro de su tarea. El gato Jones se echó sobre un tablero y estudió las nubes que se aproximaban.

—Está cayendo —dijo Lambert, cuya tensión se hallaba fija en un aparato en particular—. Cincuenta mil metros; abajo, abajo. Cuarenta y nueve mil, entramos en la atmósfera.

Dallas observaba sus propios instrumentos, trató de evaluar y de memorizar las docenas de cifras que cambiaban continuamente. Viajar por el espacio profundo era rendir el homenaje debido a los propios instrumentos y dejar que Madre hiciera el trabajo fuerte. El vuelo atmosférico era algo totalmente distinto. Para variar, era trabajo del piloto y no de una máquina.

Nubes grises y de color marrón besaron la parte inferior de la nave.

—Mira, no parece estar bien allá abajo.

«¡Típico de Dallas!», pensó Ripley.

Allá abajo, en un infierno sombrío, otra nave emitía una llamada de auxilio, regular, inhumano, terrorífico.

Todo aquel mundo no aparecía en las listas, lo que significaba que tendrían que comenzar desde el principio, por cuestiones como peculiaridades atmosféricas, terreno y similares. Y sin embargo, para Dallas, aquello «no parecía estar bien». A menudo ella se había preguntado qué hacía un hombre tan competente como su capitán en una bañera sin ninguna importancia, como el Nostromo, por todo el cosmos.

La respuesta, si Ripley hubiese podido leer en el cerebro de Dallas, la habría sorprendido. A él le gustó.

—Descenso vertical computado y realizado. Ligera corrección de curso —informó Lambert—. Ahora estamos en curso, acercándonos. Vamos directamente.

—Revisión. ¿Cómo nos va a ir con la propulsión secundaria en este clima?

—Hasta ahora vamos bien, señor. No puedo estar seguro hasta que estemos bajo aquellas nubes. Si podemos ponernos debajo de ellas.

—Me basta —dijo Dallas, mirando con el ceño fruncido ciertas cifras; luego oprimió un botón. Las cifras cambiaron y su rostro se iluminó.

—Házmelo saber si crees que vamos a perderlo.

—Lo haré.

El remolcador tocó algo invisible, invisible para el ojo, no para los instrumentos. Vibró una, tres veces, luego se acomodó mejor en el denso lecho de una nube obscura. La facilidad de la entrada era todo un tributo a la pericia de Lambert para planear y de Dallas como piloto.

Pero no duró. Dentro del océano de aire pronto se dejaron sentir enormes corrientes. Ellos empezaron a tropezar dentro de la nave que descendía.

—Turbulencias —murmuró Ripley, luchando con sus propios controles.

—Danos luces de navegación y aterrizaje —dijo Dallas, tratando de encontrar algún sentido en el remolino que oscurecía la pantalla—. Quizás podamos descubrir algo visualmente.

—No hay sustituto para los instrumentos —comentó Ash—. No en esto.

—Tampoco hay sustituto para la producción máxima. De todos modos, quiero ver.

Unas luces poderosas surgieron debajo del Nostromo, pero apenas si perforaron las oleadas de nubes y no les dieron el claro campo de visión que tanto deseaba Dallas, pero sí iluminaron las pantallas oscuras así como el puente y la atmósfera. Lambert ya no sintió que estaban atravesando un mar de tinta.

Parker y Brett no podían ver la cubierta de nubes del exterior, pero sí podían sentirla. La sala de máquinas se estremeció, luego se inclinó hacia el lado opuesto y volvió a vibrar bruscamente.

Parker maldijo entre dientes.

—¿Qué fue eso? ¿Oíste?

—Sí —contestó Brett examinando nerviosamente unas cifras—. La presión ha bajado en la toma número tres. Seguramente perdimos una coraza.

Luego oprimió botones.

—Sí, la tres se ha ido. Está entrando polvo por esa toma.

—¡Ciérrala! ¡Ciérrala!

—¿Qué crees que estoy haciendo?

—Lo que nos faltaba… Así que ahora tenemos una dosis extra de polvo.

—Espero que no haya dificultades —murmuró Brett ajustando un control—. Prescindiremos del número tres y arrojaré esa materia cuando tratemos de entrar.

—De todos modos hay daños —dijo Parker, a quien no le gustaba pensar en lo que la presencia de abrasivos azotados por el viento podría hacer al revestimiento—. ¿A través de qué demonios estamos volando? ¿De nubes o de rocas? Si no nos estrellamos, te apuesto dólares contra centavos a que en algún circuito tendremos un incendio eléctrico.

Sin enterarse de las maldiciones que no cesaban de oírse en el cuarto de ingenieros, los cinco que se hallaban en el puente seguían tratando de hacer que el remolcador se aproximara intacto a la fuente de las señales.

—Nos aproximamos al punto de origen —dijo Lambert estudiando unos controles—. Nos acercamos a 25 kilómetros. Veinte, diez, cinco…

—Más lento y dando vuelta —murmuró Dallas inclinado sobre el timón manual.

—Corregir el curso en tres grados, cuatro minutos a la derecha.

Obedeció las indicaciones.

—Eso es. Cinco kilómetros al centro del círculo giratorio, y mantenerse firmes.

—Está acercándose —dijo Dallas manipulando nuevamente el timón.

—Tres kilómetros, dos —dijo Lambert que parecía un tanto excitada, aun cuando Dallas no podía decir si era por el peligro o por la cercanía de la fuente de señales—. Prácticamente estamos circunvolándola por arriba.

—Buen trabajo, Lambert. Ripley, ¿cómo ves el terreno? Busca un lugar para aterrizar.

—Estoy trabajando, señor.

Ripley probó diversos paneles; su expresión de disgusto se hizo más profunda al encontrar cifras inaceptables. Dallas continuaba asegurándose de que la nave conservara su blanco en el centro del círculo de vuelo, mientras Ripley trataba de descubrir el sentido de aquella superficie no vista.

—Línea de visión imposible.

—Ya podemos ver eso —murmuró Kane— o más bien, podemos no verlo.

Los raros semiatisbos que los instrumentos le habían dado del terreno no le habían puesto de muy buen humor. Los datos ocasionales parecían indicar una desolación inmensa, un mundo desierto y hostil.

—El radar está revelando ruidos —dijo Ripley, a quien habría agradado que los aparatos electrónicos pudiesen reaccionar a las imprecaciones tan bien como la gente—. El sonar también produce ruidos. Infrarrojos, pero ruidos. No se retiren, voy a probar los ultravioletas. El espectro está bastante elevado para que no haya interferencia.

Un momento después de la aparición de unos datos decisivos de algunas líneas, tranquilizadoras por fin, siguió a su vez por unas palabras brillantemente iluminadas y el diseño de la computadora.

—Eso es.

—¿Y dónde podemos aterrizar?

Ripley parecía completamente tranquilizada.

—Por lo que puedo saber, donde ustedes quieran. Los datos dicen que debajo de nosotros todo es plano, totalmente plano.

Los pensamientos de Dallas cambiaron hacia visiones de lava tersa, de una costra fría pero engañosamente delgada que apenas ocultaba una destrucción total.

—Sí, pero ¿qué es plano? ¿Agua, lava, arena? Lleguemos a una determinación. Kane. Descenderé lo bastante para que perdamos la mayor parte de esta interferencia. Si es plano, podremos acercarnos bastante sin problemas.

Kane manipuló varios interruptores.

—Monitor. Activación de analítico. Seguimos oyendo demasiado ruido.

Con cuidado, Dallas aproximó el remolcador a la superficie.

—Aún oigo ruidos, pero empieza a mejorar.

Una vez más, Dallas perdió altura. Lambert observaba los aparatos. Tenía altura más que suficiente para elevarse con seguridad, pero a la velocidad que avanzaban, aquello podría cambiar inmediatamente si algo andaba mal en los motores de la nave o si llegaba a aparecer alguna corriente hacia abajo. Y también podía reducir más la velocidad; con aquel tiempo eso significaría una crítica pérdida de control.

—Despejado, despejado… ¡Eso es!

Dallas estudió los datos y las líneas que le daba la pantalla de imágenes de la nave.

—Estaba fundiéndose, pero ya no. No por mucho tiempo, según los analíticos. En su mayor parte es basalto con alguna riolita y ocasionales estratos de lava. Ahora todo es frío y sólido. No hay señales de actividad tectónica.

Luego, Dallas utilizó otros instrumentos para sondear más profundamente los secretos de la piel de aquel minúsculo mundo.

—No hay fallas importantes debajo de nosotros en la proximidad contigua.

Puede ser un buen lugar para aterrizar.

Dallas pensó rápidamente.

—¿Estás segura de esa composición de la superficie?

—Es demasiado vieja para que fuese de otro modo —dijo la oficial ejecutiva un tanto irritada—. Conozco lo bastante para descubrir datos de edad junto con la composición. ¿Crees que correría el riesgo de meterme con todos ustedes en un volcán?

—Muy bien, muy bien. Lo siento, solo estaba comprobando. Desde que estuve en la escuela nunca he hecho un solo aterrizaje sin mapas y sin rayos. Estoy un poco nervioso.

—¿No lo estamos todos? —se apresuró a añadir Lambert.

—¿Y si lo intentamos?

Nadie opuso ninguna objeción.

—Descendamos. Entraré en espiral lo mejor que pueda con este aire y trataré de que nos acerquemos lo más posible. Pero tú, Lambert, mantén una señal de alerta. No quiero que vayamos a dar contra la parte superior de esa nave que está llamando; avísame de la distancia si me acerco demasiado.

Su tono era intenso dentro del atestado compartimiento.

Se hicieron ajustes, se dieron órdenes que fueron ejecutadas por fieles servidores electrónicos. El Nostromo empezó a seguir una línea espiral sobre la superficie, luchando contra vientos y contra ráfagas de aire negro en cada metro de camino.

—Quince kilómetros y descendiendo —anunció Ripley con voz neutra—. Veinte… diez… ocho…

Dallas tocó un control.

—Tasa de pérdida de velocidad. Cinco… tres… dos. Un kilómetro.

El mismo control fue alterado nuevamente.

—Cada vez más lento. Estoy activando los motores de descenso.

—Todo cerrado —dijo Kane, que trabajaba confiado ante sus controles—. El descenso está monitorizado por computadoras.

Un zumbido tenso y cada vez más alto llenó el puente cuando Madre tomó el control de la nave regulando los últimos metros del descenso con mayor precisión que ningún piloto humano.

—Estamos descendiendo sobre esquíes —dijo Kane—. Apaguen los motores.

Dallas efectuó una última revisión antes de aterrizar y apagó varios interruptores.

—Motores apagados. Los aparatos de elevación están trabajando bien.

Una vibración continua llenó el puente.

—Novecientos metros y estamos cayendo —dijo Ripley observando su tablero.

—Ochocientos, setecientos, seiscientos.

Siguió contando la tasa de descenso en cientos de metros. Antes de mucho, estaba contando por decenas.

A cinco metros, el remolque vaciló bamboleándose sobre sus esquíes sobre la superficie azotada por una tormenta y envuelta por la oscuridad de la noche.

—Hacia abajo.

Kane ya estaba en acción para ejecutar el movimiento requerido mientras Dallas daba la orden. Un zumbido agudo llenó el puente. Varias patas gruesas de metal, semejantes a las de un inmenso escarabajo, salieron por debajo de la panza de la nave, y empezaron a moverse angustiosamente cerca de la roca aún invisible debajo de ellos.

—Cuatro metros… ¡Ufff!

Ripley se detuvo. Y asimismo el Nostromo cuando los puntales de aterrizaje hicieron contacto con la durísima roca. Unos enormes amortiguadores suavizaron el contacto.

—Hemos llegado.

Algo pareció saltar de su sitio. Probablemente un circuito pequeño o quizás una descarga no bien compensada, no calculada con suficiente rapidez. Un choque terrorífico recorrió la nave. El metal del casco vibró arrancando un terrible gemido metálico a toda la nave.

—¡Perdido! ¡Perdido! —gritó Kane, cuando todas las luces del puente se apagaron.

Todos los aparatos parecieron rechinar, pidiendo atención, cuando la falla mecánica fue recorriendo los extremos de los nervios mecánicos interdependientes del Nostromo.

Cuando el shock llegó a ingeniería, Parker y Brett se preparaban a destapar otras dos cervezas.

Una hilera de tubos alineados en el techo hizo explosión. Tres paneles del cubículo de control se incendiaron, mientras una cercana válvula de presión se soltaba y luego hacía explosión.

Las luces se apagaron mientras Parker y Brett buscaban a tientas sus rayos de mano y Parker trataba de encontrar el botón que controlaba el generador de retroalimentación que daba energía de emergencia y servicio directo a los motores.

En el puente reinó una confusión controlada. Cuando cesaron los gritos y las preguntas, fue Lambert la que expresó el pensamiento común.

—El generador secundario ya debía haber entrado en acción —dijo; luego dio un paso y una de sus rodillas chocó rudamente contra un tablero.

—¿Por qué no ha entrado en acción? —dijo Kane, acercándose a la pared a tientas.

—Los controles de aterrizaje… aquí. —Hizo correr sus dedos sobre varias palancas conocidas—. El perno del puente de popa… allí. Debió de estar cerca… —Su mano se aferró a una barra de luz de emergencia y la encendió. Una luz mortecina reveló varias siluetas fantasmales. Con la luz de Kane sirviendo de guía, Dallas y Lambert localizaron sus propias barras de luz. Los tres rayos se combinaron, dando iluminación suficiente para trabajar.

—¿Qué ocurrió? ¿Por qué no se encendió el generador secundario? ¿Y qué causó la fuga?

Ripley palpó el botón de intercomunicación.

—Sala de máquinas, ¿qué ocurrió? ¿Cuál es nuestra situación?

—Pésima —sonó la voz de Parker, atareada, frenética y preocupada a la vez.

Un zumbido lejano, como el de alas de un insecto colosal, formó un fondo a sus palabras. Las palabras se elevaron y se desvanecieron como si el que hablaba tuviera dificultades para mantenerse en el ámbito del micrófono de intercomunicación omnidireccional.

—Maldito polvo en las máquinas, eso fue lo que pasó. Entró cuando descendimos. Creo que no cerramos y abrimos a tiempo. Allí hay un incendio eléctrico.

—Es grande —fue lo único que Brett añadió a la conversación. La distancia hacía débil su voz. Hubo una pausa durante la cual solo pudieron percibir el soplar de los extinguidores químicos sobre el magnavoz.

—Las entradas se han atascado —pudo decir finalmente Brett a sus ansiosos oyentes—. Sobrecalentamiento grave, ardió toda una celda. ¡Maldición, todo está suelto aquí…!

Dallas miró a Ripley.

—Esos dos parecen bastante atareados. Alguien que me dé la respuesta crítica. Algo explotó. Quiero creer que fue solo allá en su departamento, pero pudo ser peor. ¿No se abrió el casco?

Luego aspiró profundamente.

—De ser así, ¿dónde y de qué gravedad?

Ripley efectuó una rápida inspección de los calibradores de presurización de emergencia, luego estudió rápidamente los diagramas de cada cabina antes de sentir confianza para contestar con certeza:

—No veo nada. Aún tenemos toda la presión en los compartimientos. Si hay un agujero, es demasiado pequeño y el autosellador ya lo tapará.

Ash estudió su propio tablero. Como los demás, tenía energía independiente para el caso de una enorme falla como la que estaban sufriendo por el momento.

—El aire en todos los compartimientos no muestra señales de contaminación de la atmósfera anterior. Creo que aún tenemos presión, señor.

—Es la mejor noticia que he tenido en sesenta segundos. Kane, cuenta las pantallas exteriores que todavía tengan energía.

El oficial ejecutivo ajustó tres palancas. Hubo un parpadeo perceptible, la visión vaga de tenues formas geológicas, luego la oscuridad completa.

—Nada. Estamos ciegos afuera, así como aquí adentro. Tendremos que conseguir la energía secundaria, al menos, antes de poder echar un vistazo a dónde estamos. Las baterías no bastan ni siquiera para imágenes mínimas.

Los sensores auditivos requerían menos energía. Llevaban la voz de este mundo a la cabina. Los sonidos de la tempestad y el viento subieron y bajaron por los receptores inmóviles llenando el puente con sonidos semejantes a los de dos peces discutiendo bajo el agua.

—¡Ojalá hubiésemos llegado con la luz del día! —dijo Lambert contemplando la oscuridad—. Habríamos podido ver sin necesidad de instrumentos.

—¿Qué te pasa Lambert? —le preguntó Kane, por molestarla—. ¿Tienes miedo a la oscuridad?

Lambert no sonrió.

—No me da miedo la oscuridad que conozco, la que me aterra es la que no conozco. Especialmente cuando está llena de ruidos como esa llamada de auxilio.

Luego dedicó toda su atención a la escotilla que estaba cubierta de polvo.

Su disposición a expresar los temores más profundos de todos no mejoró la atmósfera mental dentro del puente. Demasiado atiborrada aun en sus mejores momentos, se había vuelto sofocante en la oscuridad casi total, empeorada por el continuo silencio de todos. Fue un alivio cuando Ripley anunció:

—Nuevamente tenemos intercomunicación con ingeniería.

Dallas y los otros la miraron expectantes mientras ella manipulaba el amplificador:

—¿Eres tú, Parker?

—Sí, soy yo.

A juzgar por el sonido, el ingeniero estaba demasiado cansado para hablar con su habitual manera sarcástica.

—¿Cómo están allí? —preguntó Dallas, cruzando los dedos mentalmente—. ¿Qué me dices de ese incendio?

—Finalmente lo hemos apagado.

Un suspiro de alivio sonó como un ventarrón por el intercomunicador.

—Empezó en esa vieja línea de lubricantes que hay a lo largo de las paredes del corredor en el nivel C. Por un momento creí que nos habíamos quemado los pulmones. Sin embargo, el combustible era más delgado de lo que yo creía y se consumió antes de acabar con nuestro aire. Los limpiadores parecen estar sacando bien el carbón.

Dallas se pasó la lengua por los labios.

—¿Qué daños hay? No te preocupes por las cosas superficiales. Lo único que me preocupa es el funcionamiento de eficiencia y la dificultad de desempeño.

—Veamos… hay cuatro paneles totalmente inutilizados.

Dallas pudo imaginar al ingeniero contando las cosas con los dedos antes de informar.

—La unidad de carga secundaria está estropeada; al menos tres celdas del módulo doce desaparecieron.

Dejó que ese pensamiento fuera bien captado, y luego añadió:

—¿También quieren saber de las cosas pequeñas? Denme una hora y tendré una lista.

—Olvídate de eso. No te retires ni un segundo.

Se volvió entonces hacia Ripley:

—Vuelve a intentar con las pantallas.

Así lo hizo Ripley, sin éxito.

Permanecieron tan a ciegas como la mente del contador de la Compañía.

—Tendremos que prescindir de eso un tiempo más —dijo Dallas a Ripley.

—¿Estás seguro de que eso es todo? —contestó ella ante el micrófono. Ripley descubrió que estaba sintiendo lástima hacia Parker y Brett por vez primera desde que habían entrado a tomar parte de la tripulación. O desde que había entrado ella, ya que Parker había entrado antes, como miembro complementario del Nostromo.

—Hasta ahora sí.

Dallas tosió ante el micrófono.

—Estamos tratando de recobrar toda la energía de la nave. El módulo doce, al fundirse, estropeó todo lo de aquí atrás.

—Les informaremos de la energía cuando sepamos todo lo que consumió el fuego.

—¿Qué hay de las reparaciones? ¿Pueden arreglárselas solos?

Mentalmente, Dallas estaba repasando los breves informes del ingeniero. Tenían que reparar los daños iniciales, pero el problema de la celda requería tiempo. No quería pensar en lo que hubiese mal en el módulo doce.

—No lo podemos arreglar todo aquí atrás, sea lo que sea —replicó Parker.

—No dije que pudieran. No espero eso. ¿Qué pueden hacer?

—Necesitamos reparar un par de estos conductos y realinear las tomas dañadas. Debemos trabajar en los daños realmente graves. No podemos colocar bien esos conductos sin llevar la nave a un dique seco. Haremos lo que podamos, con nuestros recursos.

—De acuerdo. ¿Qué más?

—Ya te lo dije. El módulo doce. Te lo diré de una vez, perdimos una celda principal.

—¿Cómo? ¿Por el polvo?

—En parte, sí.

Parker hizo una pausa mientras intercambiaba palabras inaudibles con Brett y luego volvió a enfrentarse al micrófono:

—Algunos fragmentos se aglutinaron dentro de las tomas, se solidificaron y causaron un sobrecalentamiento que causó el fuego. Ya sabes lo sensibles que son estas cosas. Pasó directamente a través del blindaje e incendió todo el sistema.

—¿Hay algo que puedas hacer? —preguntó Dallas. De alguna manera había que reparar el sistema. No podían reemplazarlo.

—Creo que sí. Y Brett cree que sí. Tenemos que limpiar todo y volver a crear un vacío y luego veremos si se sostiene. Si permanece tenso después de limpiarlo, todo irá bien; si no, podemos tratar de hacer un parche de metal. Si resulta que hay una grieta a lo largo del conducto, entonces…

Su voz se desvaneció.

—No hablemos todavía de los problemas últimos —sugirió Dallas—. Dediquémonos a los inmediatos y esperemos que no haya más.

—Por nosotros, está bien.

—Correcto —añadió Brett, y su voz sonó como si estuviera trabajando a la izquierda del ingeniero.

—El puente, corte.

—Ingeniería, corte. Mantengan caliente el café.

Ripley desconectó la intercomunicación y miró expectante a Dallas que estaba sentado, pensando, inmóvil.

—¿Cuánto tardaremos antes de funcionar, Ripley? Supongamos que Parker tiene razón acerca de los daños y que él y Brett pueden hacer las reparaciones.

Ripley estudió los datos y pensó durante un momento.

—Si ellos pueden realinear esos conductos y fijar el módulo doce hasta el punto en que soporte su parte de la carga de energía, calculo que entre quince y veinte horas.

—No está mal. Supongamos dieciocho —dijo Dallas sin sonreír, pero sentía ya renacer su esperanza—. ¿Y qué me dices de los auxiliares? Más valdrá que estén listos cuando recobremos la energía.

—Estoy trabajando en ello —dijo Lambert haciendo adaptaciones en los instrumentos ocultos—. Cuando hayan terminado en ingeniería, estaremos listos.

Diez minutos después, un minúsculo altoparlante en la estación de Kane dejó escapar una serie de agudos «bips». Kane estudió un aparato y luego encendió la comunicación:

—Puente, habla Kane.

Con voz agotada pero sin poder ocultar su satisfacción, Parker habló desde el otro extremo de la nave:

—No sé cuánto tiempo podrá sostenerse. Algunas de las fundiciones que hicimos son bastante burdas. Si todo funciona como debe, volveremos a hacerlo con más cuidado y haremos permanentes los sellos. Ahora, ya deben tener energía ustedes.

El ejecutivo oprimió un botón; las luces volvieron al puente y ciertos instrumentos dependientes parpadearon y luego quedaron encendidos; hubo murmullos y sonidos dispersos de aprobación de los demás.

—Otra vez tenemos energía y luz —informó Kane—. Buen trabajo, ustedes dos.

—Todo nuestro trabajo es bueno —replicó Parker.

—Muy bien.

Brett debía estar hablando junto al micrófono de intercomunicación, junto a los motores, a juzgar por el zumbido continuo que formaba un elegante contrapunto con su habitual respuesta monosilábica.

—No se entusiasmen demasiado —decía Parker—. Los nuevos nexos deben mantenerse, pero no hago promesas. Simplemente, aquí unimos cosas. ¿Algo nuevo por allá?

Kane meneó la cabeza y se recordó a sí mismo que Parker no podía ver el gesto.

—Absolutamente nada.

Luego dio una ojeada por la escotilla más cercana. Las luces del puente arrojaban su pálido reflejo sobre un cuadro de terreno desierto, sin ningún rasgo notable; ocasionalmente, la tormenta que azotaba aquel paraje lanzaba algún fragmento de arena o de roca que pasaba frente a la escotilla y podía verse un breve rayo producido por reflejos. Pero eso era todo.

—Tan solo roca. No se puede ver muy lejos. Por lo que veo, podríamos estar a cinco metros del oasis local.

—Sigue soñando —gritó Parker a Brett y luego añadió en tono objetivo—: Manténganse en contacto. Si hay algún problema, hágannoslo saber.

—Ya te enviaremos una postal —dijo Kane, y cortó la comunicación.

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