Alien

Alien


Capítulo 5

Página 7 de 16

5

Reanimado por el breve descanso, Kane volvió a apartarse con los pies de la lisa columna, y continuó descendiendo. Volvió a alejarse, empujándose con los pies y aguardó hasta que sus botas hicieran contacto con un lado. Pero no hicieron contacto, y siguieron colgando en el vacío. Las paredes de la columna se habían desvanecido. Estaba colgando en el aire, del extremo de un cable.

Pensó: «Alguna clase de sala, quizás otra cámara como la grande de arriba»; fuese lo que fuese, había descendido hasta el fondo de la columna. Respiraba entrecortadamente por el esfuerzo del descenso y por el calor, cada vez más intenso.

Era curioso, pero la oscuridad parecía hacerse más densa a su alrededor ahora que había salido de la columna que cuando había estado descendiendo dentro de sus estrechos confines. Pensó en lo que podría haber abajo, hasta dónde podría descender y lo que le ocurriría si se llegase a romper el cable. «Calma, Kane», se dijo, «sigue pensando en diamantes, grandes, de mil facetas, limpios, impecables, de muchos quilates. No pienses en esta negrura, en esta niebla en que estás girando, que hace pensar en fantasmas y trae recuerdos siniestros y…».

¡Maldición! Lo estaba haciendo de nuevo.

—¿Puedes ver algo?

Sobresaltado, dio un tirón al cable y nuevamente empezó a mecerse. Se valió del mecanismo para serenarse, y se aclaró la garganta antes de replicar. Debía recordar que no estaba solo. Dallas y Lambert le aguardaban allá arriba, no muy lejos. Y un poco al sudoeste de la nave abandonada estaba el Nostromo, lleno de café, de gratos olores bien conocidos y de las comodidades propias del sueño profundo.

Durante un instante se encontró deseando desesperadamente estar allá, una vez más a bordo del Nostromo. Luego se dijo que en el remolcador no había diamantes, y ciertamente no había gloria. Y aún podía encontrar ambos aquí.

—No veo nada. Debajo de mí hay una caverna o una sala. He salido de la columna.

—¿Una caverna? Conserva la cabeza, Kane, aún estás en la nave.

—¿De veras? ¿Recuerdas lo que se decía de las columnas? Quizás tengan razón, después de todo.

—Entonces, en cualquier momento puedes encontrarte nadando entre tus malditos diamantes.

Ambos rieron entre dientes; la risa de Dallas sonó hueca y distorsionada por los magnavoces de los cascos. Kane trató de sacudirse algo del sudor que perlaba su frente. Eso era lo malo de los trajes. Mientras lo mantenían a uno fresco todo iba bien, pero cuando se empezaba a sudar no se podía limpiar más que el visor.

—Bueno, entonces no es una caverna, pero aquí hace un calor como en los trópicos.

Inclinándose ligeramente, revisó los instrumentos de su cinturón. Se hallaba muy por debajo de la superficie para estar en una caverna, pero hasta entonces no había encontrado nada que le indicara que estaba fuera de las entrañas de la nave.

Solo había una manera de descubrirlo: llegar al fondo.

—¿Cómo está el aire allá abajo, además de caliente?

Otra revisión, diferentes lecturas esta vez.

—Muy parecido al de allá afuera. Alto contenido de nitrógeno, poco o ningún oxígeno. Concentraciones con vapor de agua aún más altas aquí abajo por la elevación de la temperatura. Tomaré una muestra, si quieren. Ash se divertirá con ella.

—No te preocupes ahora por eso. Sigue adelante.

Kane activó un interruptor. Su cinturón registró la composición atmosférica aproximada, en su nivel. Aquello podría interesar mucho a Ash, aunque una muestra podría ser mejor. Siempre bufando, Kane activó la unidad de su pecho. Con un confiado zumbido, siguió bajándolo lentamente. Se sentía más solitario que cayendo a través del espacio. Girando lentamente al desenrrollarse el cable, atravesaba unas tinieblas totales; no había a la vista ninguna estrella o nebulosa.

La apacible negrura lo había tranquilizado, tanto que sintió un estremecimiento cuando sus botas chocaron con una superficie sólida. Gruñó, sorprendido y casi perdió el equilibrio. Recobrando el aplomo, se enderezó y desactivó la unidad de descenso.

Estaba preparándose para desenganchar el cable cuando recordó la indicación de Dallas. Iba a ser difícil y embarazoso explorar arrastrando la línea, pero a Dallas le daría un ataque si descubría que se había desenganchado. Así pues, tendría que arreglárselas lo mejor que pudiera y rogar que el cable no fuera a atorarse en algo allá arriba.

Respirando ahora con más facilidad, encendió su barra de luz y las luces de su traje en un esfuerzo por descubrir algo de lo que le rodeaba. Instantáneamente, fue claro que la suposición de que se encontraba en una caverna había sido tan desacertada como emocional. Evidentemente era otra cámara de la extraña nave.

Por su apariencia, por las desnudas paredes y el alto techo, supuso que sería un depósito de carga. La luz viajaba a través de extrañas formas y formaciones que podían ser parte integral de las paredes, o bien algo sujeto a ellas. Su aspecto era blando, casi flexible, en contraste con la sólida apariencia de las costillas que reforzaban las paredes de los corredores y de la cámara. Cubrían las paredes de techo a piso, limpia y ordenadamente.

Y sin embargo, no le daban la impresión de algo almacenado. Había demasiado espacio desperdiciado en aquella cámara. Desde luego, hasta que tuviese alguna idea de lo que pudiesen ser aquellas protuberancias, era absurdo hacer suposiciones acerca del motivo de aquellos extraños métodos de almacenar carga.

—¿Estás bien allá abajo, Kane? —dijo la voz de Dallas.

—Sí, quisiera que vieran esto.

—¿Ver qué? ¿Qué has encontrado?

—Todavía no estoy seguro; pero es extraño.

—¿De qué estás hablando? —Hubo una pausa; luego—. Kane, debes hablar más claro. «Extraño» no nos dice mucho. Toda esa nave es extraña, pero no es así como hemos de describirla en el informe oficial.

—Muy bien. Estoy en otra gran cámara como la de arriba, pero hay algo en todas las paredes.

Manteniendo su barra de luz encendida frente a él, blandiéndola inconscientemente como un arma, caminó hasta la pared más cercana y examinó las protuberancias. Más de cerca, decidió que no eran parte de la estructura del casco. No solo eso, sino que le parecieron orgánicas.

Allá arriba, Dallas miró a Lambert.

—¿Cuánto falta para la puesta del sol?

Ella miró sus instrumentos y tocó brevemente un control.

—Veinte minutos.

Acompañó sus palabras con una mirada significativa. Dallas no hizo comentarios; volvió su atención al negro círculo de la columna y continuó mirando hacia abajo, aunque no pudiese ver nada.

Un rayo de la barra de luz de Kane reveló más aún de los extraños objetos apilados en el centro de la cámara, en el suelo. Avanzó hacia ellos y los rodeó mientras los examinaba uno por uno, revisando especímenes individuales. Cada uno medía aproximadamente treinta centímetros, eran de forma ovoide y de apariencia de cuero. Tomando uno al azar, enfocó su luz sobre él, y la mantuvo allí. La iluminación fija no le mostró nada nuevo, ni pareció tener ningún efecto sobre el ovoide.

—Desde luego, es algún tipo de zona de almacenamiento.

No recibió ninguna respuesta de los magnavoces de su casco.

—Me atrevo a decir con seguridad que es una zona de almacenamiento. ¿Me oyen?

—Muy claramente —dijo Dallas—. Estábamos escuchando, eso es todo. ¿Dices que estás casi seguro de que es una zona de almacenamiento?

—Exactamente.

—¿Tienes algo para apoyar esa suposición, además de su tamaño y de su forma?

—Claro. Esas protuberancias de la pared también están en el suelo, y no forman parte de la nave. Todo el lugar está lleno de ellas. Parecen de cuero. En realidad, se parecen un poco a ese vaso que encontraste arriba, pero son mucho más blandas. Y también parecen selladas, mientras que lo de arriba está vacío. Están arregladas de acuerdo con cierto concepto del orden, aunque parece haber mucho espacio desperdiciado.

—¡Vaya un cargamento, si eso es en realidad! ¿Puedes ver algo en ellas? —dijo Dallas, recordando la forma del vaso vacío que había encontrado.

—No te retires. Miraré más de cerca.

Dejando encendida la barra de luz, Kane se aproximó al espécimen particular que había estado estudiando, extendió su mano enguantada y lo tocó. No ocurrió nada. Inclinándose, palpó sus lados, y luego su parte superior. En la superficie no hubo nada que pareciera trabarse o romperse.

—Produce una sensación extraña, aun a través de los guantes.

De pronto, la voz de Dallas reveló preocupación.

—Simplemente, te pregunté si podrías ver qué había dentro; no trates de abrirlo. No sabemos qué puede contener.

Kane examinó el objeto más de cerca. No había cambiado ni mostraba ningún efecto, aunque él lo había alisado y palpado.

—Contenga lo que contenga, está bien sellado.

Volviéndose a otra parte, dirigió su rayo de luz sobre la hilera de ovoides.

—Quizás pueda encontrar alguno que se haya roto o haya derramado algo.

Al tenue reflejo de las luces de su traje, un pequeño chichón apareció silenciosamente en la tersa superficie del ovoide que Kane había tocado; luego apareció una segunda erupción, seguida de otras, hasta que quedó cubierto de ellas.

—Todas son iguales —informó Kane a Dallas y a Lambert—, no se ve ninguna costura ni rajadura en ninguno de ellos.

Distraído, volvió a iluminar el ejemplar que había experimentado; entonces, se inclinó hacia adelante y miró, incrédulo, lo que tenía ante los ojos.

La superficie opaca del ovoide se había vuelto translúcida; mientras Kane seguía mirando con ojos cada vez más abiertos, la superficie continuó aclarándose, hasta volverse tan transparente como el cristal. Acercándose, Kane apuntó su luz a la base del objeto, y lo miró fijamente, casi sin respirar, al ir haciéndose más clara una forma dentro de aquel recipiente oval.

—¡Cielos…!

—¿Qué pasa, Kane? ¿Qué ocurre allá abajo? —dijo Dallas, esforzándose por no gritar.

Una pequeña pesadilla era ahora claramente visible dentro del ovoide. Estaba limpiamente plegada sobre sí misma, y parecía hecha de una carne afiligranada, semejante al caucho. A Kane le pareció un fragmento de delirium tremens arrancado de la mente de alguien, que hubiese cobrado solidez y forma.

La cosa tenía, básicamente, la forma de una mano de muchos dedos. Los dedos, largos y huesudos, estaban doblados hacia la palma. Mucho se parecía a la mano de un esqueleto, de no ser por los dedos extras. Algo brotaba del centro de la palma, como un corto tubo. Una cola musculosa estaba enrollada bajo la base de la mano. En el dorso alcanzó a ver una forma sombría y convexa, que le pareció un ojo vidrioso.

¡Aquel ojo…! Si era un ojo y no sencillamente excrescencia brillante. Habría que verlo más de cerca. Pese a la sensación de repugnancia que sentía en sus entrañas, Kane se acercó más aún y levantó la luz para ver todo mejor. El ojo se movió y miró a Kane.

El ovoide explotó. Lanzado hacia adelante por un súbita descarga de energía contenida en la cola, la mano se abrió y se lanzó contra él. Kane levantó la mano para protegerse. Demasiado tarde. Aquel ser se fijó a su visor. Kane pudo echar una mirada desde horriblemente cerca al tubo, que se enroscaba al centro de la palma, y que golpeaba el visor de cristal a unos centímetros de su nariz. Algo empezó a zumbar, y el material del visor empezó a fundirse. Presa del pánico, Kane trató de arrancarse la criatura.

Todo pasó a través del visor. Una atmósfera extraña, fría y dura mezclada con el aire respirable. Kane sintió que se debilitaba, y continuó tirando débilmente de la mano. Algo empujaba insistentemente sus labios.

Presa del máximo horror, Kane avanzó vacilante por la cámara, tratando de quitarse aquella abominación. Unos dedos largos y sensitivos habían pasado por el visor abierto. Se extendieron hacia su cerebro y a los lados de su cara, mientras aquella cola gruesa se deslizaba a su alrededor, para enrollarse como una serpiente en su cuello.

Pudiendo apenas respirar, con aquel horrible tubo como un gusano que se deslizaba por su garganta, Kane tropezó con sus propios pies, vaciló y, finalmente, cayó de espaldas.

—Kane… Kane… ¿Puedes oírme? —dijo Dallas, que sudaba dentro de su traje—. ¡Kane, contesta!

Silencio.

Dallas meditó un momento; luego habló:

—Si no puedes usar tu comunicador, dame dos bips de tu unidad de rastreo.

Luego miró a Lambert, que podía recibir la señal. Ella le dio un tiempo razonable, antes de sacudir la cabeza, lentamente.

—¿Qué crees que pasa? —preguntó.

—No lo sé, no lo sé. Quizás se ha caído y dañó las células de energía.

Luego Dallas vaciló:

—No puede o no quiere contestar. Creo que lo mejor será que tiremos de él.

—¿No es un poco prematuro? También yo estoy preocupada pero…

Vio una mirada terrible en los ojos de Dallas. Cuando Dallas vio que Lambert lo miraba fijamente, logró calmarse:

—Estoy bien, estoy bien —dijo, haciendo un amplio ademán indicando las paredes—. Todo este lugar me impresionó durante un momento, eso es todo. Pero sigo creyendo que debemos tirar de él.

—Lo arrancaremos del suelo; si no espera nuestro tirón, podemos hacerle daño, especialmente si se ha caído y se encuentra encorvado. Si realmente no le pasa nada grave, nunca sabremos el final.

—Vuelve a tratar de comunicarte.

Lambert volvió a encender su propio comunicador:

—Kane… Kane… ¡Por Dios! ¡Contesta!

—Sigue tratando.

Mientras Lambert seguía llamando por turnos, suplicante o amenazadora, Dallas llegó a la columna y examinó el cable. Se movió flojamente en su mano. Demasiado flojamente; tiró de él, y un metro de cable subió sin la resistencia esperada.

—La línea está suelta —dijo, echando una mirada a Lambert.

—Y Kane no responde, no quiere o no responde. ¿Crees que se soltó? Yo sé lo que le dijiste, pero ya sabes cómo es. Probablemente pensó que no nos daríamos cuenta de una reducción temporal de la tensión del cable. Si descubrió algo y temió que el cable no le alcanzara o pudiera trabarse, lo creo muy capaz de haberse zafado.

—No me importa lo que haya encontrado. Me preocupa que no responda.

Dallas encendió el motor del montacargas.

—Lo siento si llega a lastimarse. Si no le pasa nada a él ni a su equipo, le haré desear haberse soltado.

Un golpe en el otro interruptor y el montacargas empezó a enredar el cable. Dallas lo observaba con mirada intensa, y se relajó un poco cuando vio que después de enrollarse un par de metros, la línea se ponía tensa. Como entonces esperó, el regreso del cable fue más lento.

—Hay un peso en el extremo. Lo traerá.

—¿Se ha trabado en algo?

—Puede ser. Pero sigue enrollando, solo que un poco más lentamente. Si se hubiese trabado y estuviese trayendo algo más, aparte de Kane, el peso diferente haría el ascenso más lento o más rápido. Creo que sigue allí, aunque no pueda contestar.

—¿Qué pasa si no quiere subir y trata de usar su unidad del pecho para tratar de descender?

Dallas movió la cabeza.

—No puede ser —dijo señalando al montacargas—. El cable anula la unidad y el equipo portátil que lleva. Subirá, le guste o no.

Lambert miraba expectante por la columna, hacia abajo.

—Aún no puedo ver nada.

Una barra de luz iluminó una porción del agujero. Dallas la hizo recorrer las paredes lisas.

—Yo tampoco. Pero la línea sigue subiendo.

El ascenso continuaba, mientras ambas figuras aguardaban silenciosamente que apareciera algo en el círculo de la luz de Dallas. Transcurrieron varios minutos antes que el cono de iluminación fuera roto por algo que ascendía desde las profundidades.

—Aquí viene.

—No se mueve.

Lambert buscaba ansiosamente un gesto o movimiento de la sombra que se acercaba, aunque fuese un gesto obsceno, algo; pero Kane no se movía; el trípode se inclinó ligeramente hacia abajo al enrollar los últimos metros del cable.

—Prepárate a agarrarlo si se va de tu lado.

Lambert se preparó del lado opuesto de la columna.

Apareció el cuerpo de Kane, meciéndose lentamente al extremo del cable, colgado, inerte, a la luz mortecina.

Dallas estiró los brazos por encima del agujero tratando de asir el cuerpo inmóvil del ejecutivo, por el arnés del pecho. Su mano ya casi hacía contacto cuando notó una criatura gris, igualmente inmóvil, dentro del casco, que rodeaba la cabeza de Kane. Retiró su mano extendida, cual si se hubiera quemado.

—¿Qué pasa? —preguntó Lambert.

—¡Mira! Hay algo en su cara, dentro del casco.

Lambert rodeó el agujero.

—¿Qué dem…? —empezó a decir, y luego tuvo la primera vista de aquella criatura, limpiamente introducida en el casco como un molusco en su concha.

—¡Cielos!

—¡No lo toques! —ordenó Dallas, estudiando el cuerpo inerte de su compañero.

Luego, para probar agitó una mano ante aquella cosa pegada al rostro de Kane; no se movió. Preparándose para saltar hacia atrás y correr, tendió la mano hacia ella. Su mano se movió cerca de la base y luego hacia aquella protuberancia en forma de ojo, en el dorso. La bestia no pareció enterarse, y no dio otra señal de vida que una lenta pulsación.

—¡Es una cosa viva! —dijo Lambert, cuyo estómago estaba revolviéndose. Se sentía como si acabara de tragar un litro de los desperdicios de semireciclados del Nostromo.

—No se mueve, pero creo que tiene vida. Toma a Kane de los brazos, y yo lo tomaré de las piernas. Quizá podamos sacarle eso.

Lambert se apresuró a obedecer; hizo una pausa y luego miró vacilante a Dallas.

—¿Cómo lo tomo de los brazos?

—¡Oh, diablos! ¿Quieres cambiar?

—Sí.

Dallas cambió de lugar con ella. Al hacerlo, le pareció ver moverse un dedo de la mano, muy ligeramente, pero no quedó seguro.

Empezó a colocarse bajo los brazos de Kane; sintió el cuerpo muerto, y vaciló.

—Así nunca lograremos llevarlo a la nave. Tómalo de un lado, y yo lo tomaré del otro.

—Me parece justo.

Cuidadosamente dieron vuelta al cuerpo del ejecutivo, dejándolo sobre un lado; la criatura no cayó del casco. Permaneció fija al rostro de Kane, tan firmemente como cuando este había yacido de espaldas.

—No sirvió. Fueron ganas de creer. En realidad, no creí que cayera. Llevémoslo a la nave.

Dallas deslizó uno de sus brazos tras la espalda de Kane y lo incorporó; luego pasó uno de los brazos del ejecutivo sobre sus hombros. Lambert hizo lo mismo del otro lado.

—¿Estás lista?

Lambert asintió con la cabeza.

—No quites un ojo a esa criatura. Si parece que va a desprenderse, suelta tu lado y apártate.

Ella volvió a asentir.

—En marcha.

Se detuvieron al llegar a la entrada de la nave extraña; ambos ya respiraban con dificultad.

—Colócalo en el suelo —ordenó Dallas.

Lambert lo hizo así, de buen grado.

—Esto no sirve. Sus pies tropezarán con cada roca, se hundirán en cada grieta. Quédate aquí con él. Trataré de hacer una camilla.

—¿Con qué?

Dallas iba ya de regreso rumbo a la nave, hacia la cámara de la que acababan de salir.

—Con el trípode —le oyó decir Lambert, en su casco—. Es bastante fuerte.

Mientras aguardaba el regreso de Dallas, Lambert se sentó lo más lejos de Kane que pudo.

El viento aullaba fuera del casco de la nave abandonada, anunciando la próxima caída de la noche. De pronto, Lambert descubrió que no podía apartar la mirada del pequeño monstruo pegado a Kane, de dejar de especular sobre lo que habría ocurrido.

No logró impedirse pensar en lo que aquello podía estar haciéndole a Kane. Tenía que hacerlo, porque la histeria se hallaba al cabo de ese proceso mental.

Dallas retornó con unas secciones del trípode desarmado bajo su brazo derecho. Extendiendo las piezas en el puente, empezó a formar una plataforma en la cual extender a Kane. El miedo daba rapidez a sus dedos enguantados.

Una vez terminada la armazón, Dallas probó su resistencia contra la superficie. Se dobló un poco, pero no se rompió. Dallas decidió que podía sostener al ejecutivo inconsciente hasta llegar al Nostromo.

El breve día se apresuraba a su fin. La atmósfera estaba volviéndose color de sangre, y el viento se levantaba aullando. No era que no pudiesen arrastrar a Kane o encontrar al remolcador en la oscuridad, pero Dallas tenía ahora menos deseos que nunca de encontrarse de noche en aquel mundo azotado por el viento.

Algo inimaginablemente grotesco había surgido de las profundidades de la nave abandonada para imprimirse sobre el rostro de Kane, y sobre la mente de todos ellos.

Terrores aún más espantosos podían estar reuniéndose en aquella penumbra impregnada de polvo. Dallas anhelaba encontrarse entre las seguras paredes del Nostromo.

Cuando el sol se puso tras las nubes que se elevaban, el anillo de luces que punteaba la parte baja del remolcador se encendió. Las luces no alegraron el paisaje que rodeaba a la nave; simplemente sirvieron para dar brillo a los contornos siniestros de la roca ígnea en que descansaba. Ocasionales remolinos de polvos más espesos giraban frente a ellos, anulando temporalmente hasta ese débil intento de disipar las tinieblas.

En el puente, Ripley aguardó con resignación alguna palabra de la silenciosa partida de los exploradores. La primera sensación de desamparo ya se había desvanecido, solo para ser reemplazada por un vago embotamiento de cuerpo y alma.

Ripley no podía animarse a mirar por una escotilla; tan solo podía estar sentada, inmóvil, tomando de vez en cuando sorbos de un café tibio, y mirando estúpidamente sus datos, que cambiaban con lentitud.

El gato Jones estaba sentado frente a una escotilla. La tormenta le había interesado y él había inventado el juego frenético de tratar de cazar las partículas de polvo más grandes, cada vez que una chocaba con el exterior de la nave. Jones sabía que en realidad nunca podría cazar una de aquellas motas voladoras. Comprendía las leyes fijas subyacentes en una transparencia sólida. Ello reducía la emoción del juego, pero no la anulaba. Además, él podía hacer como si los fragmentos oscuros de piedra fueran aves, aunque nunca había visto una. Pero instintivamente comprendía ese concepto.

Otros monitores junto al de Ripley estaban siendo observados, otros aparatos regularmente calibrados. Como era el único tripulante del Nostromo que no tomaba café, Ash realizaba su trabajo sin estímulos líquidos. Su interés se despertaba solo con nueva información.

Dos aparatos habían estado inmóviles durante algún tiempo y de pronto habían vuelto a la vida; los números afectaron el sistema nervioso del oficial en ciencias, tan poderosamente como cualquier narcótico. Redujo los amplificadores y los revisó silenciosamente antes de abrir la intercomunicación con el puente y anunciar su recepción.

—¿Ripley? ¿Eres tú, Ripley?

Ripley notó la intensidad del tono de Ash y se puso rígida en su asiento.

—¿Buenas noticias?

—Creo que sí, acabo de recobrar las señales de sus trajes. Y las imágenes están de nuevo en las pantallas.

Ripley suspiró profundamente, e hizo la pregunta aterradora pero inevitable:

—¿Cuántos vuelven?

—Todos ellos. Tres señales continuas.

—¿Dónde están?

—Cerca, muy cerca. Alguien habrá pensado en encender para que pudiéramos rastrearlos. Vienen hacia acá con ritmo continuo; lentamente, pero no dejan de avanzar. Todo parece bien.

«No esperes demasiado», pensó Ripley al activar el transmisor de su estación.

—Dallas… Dallas… ¿Puedes oírme?

Le contestó un verdadero huracán de sonidos atmosféricos, y ella trató de sintonizar mejor.

—Dallas, habla Ripley. ¡Contesta!

—Calma, Ripley, te oímos, casi hemos regresado.

—¿Qué sucedió? Los perdimos en las pantallas, perdimos las señales en las rocas cuando entraron en la nave. He visto las cintas de Ash. ¿Ha ocurrido…?

—Kane está herido —dijo la voz de Dallas, exhausta y furiosa—. Necesitaremos alguna ayuda para meterlo; está inconsciente. Alguien tendrá que darnos una mano.

Una rápida respuesta sonó en los amplificadores:

—Yo iré.

Era Ash.

Allá en el departamento de ingeniería, Parker y Brett escuchaban atentamente la conversación.

—Inconsciente —repitió Parker—. Siempre supe que Kane se metería en apuros algún día.

—De acuerdo —respondió Brett, preocupado.

—Sin embargo, no es mal tipo para oficial de una nave. Lo prefiero a él sobre Dallas. No da órdenes tan bruscas. Quisiera saber qué diablos les ocurrió allá.

—No lo sé; pronto lo averiguaremos.

—Quizás —continuó Parker—, simplemente se cayó y se hizo daño.

La explicación resultó tan poco convincente para Parker como para Brett. Ambos guardaron silencio, con su atención fija en el altoparlante.

—Allá está —dijo Dallas, al que aún le quedaron fuerzas para hacer una señal con la cabeza.

Varias formas tenues y semejantes a árboles asomaron en la cercanía, entre aquella penumbra.

Sostenían una gran forma indefinida: el casco del Nostromo.

Casi habían llegado a la nave cuando Ash llegó al cerrojo del interior; allí se detuvo, se aseguró de que el cerrojo se abriría fácilmente, y tocó el tabique del comunicador más cercano.

—Ripley, estoy junto a la escotilla interior —dijo, luego dejó abierto el canal y se colocó junto a una pequeña puerta contigua.

—No hay señales de ellos; afuera es casi de noche, pero cuando lleguen al ascensor, yo veré las luces de sus trajes.

—Muy bien —contestó Ripley, que estaba pensando a toda velocidad, y algunos de sus pensamientos habrían sorprendido al científico. Resultaron sorprendentes para ella misma.

—¿En qué dirección? —preguntó Dallas, tratando de penetrar con la mirada aquel polvo, e intentando ver las huellas de la nave a la luz mortecina.

Lambert hizo un ademán hacia su izquierda.

—Por allá, según creo. Por esa primera columna. El ascensor debe estar detrás.

Continuaron por la misma dirección hasta que casi chocaron contra el borde del ascensor, firmemente emplazado en el terreno duro. Pese a su fatiga, lograron sacar el cuerpo inerte de Kane de la camilla y ponerlo en el ascensor manteniendo apoyado entre ambos al ejecutivo.

—¿Crees que lo puedes mantener de pie? ¿Será más fácil si no tenemos que levantarlo de nuevo?

Lambert respiró profundamente.

—Sí, creo que sí. Siempre que alguien nos ayude a salir de la cámara.

—Ripley, ¿estás ahí?

—Aquí mismo, Dallas.

—Vamos a subir —dijo Dallas echando una mirada a Lambert—. ¿Lista?

Ella asintió con la cabeza.

Dallas oprimió un panel. Hubo una sacudida y luego el ascensor se elevó limpiamente, y se detuvo a la misma altura de la puerta de salida.

Dallas se inclinó ligeramente y tocó un interruptor. La escotilla interna se deslizó a un lado, y ellos entraron en la cámara de aire.

—¿Está presurizada? —preguntó Lambert.

—No importa. Podemos admitir una bocanada de aire. Entraremos dentro de un minuto, y entonces podremos quitarnos estos malditos trajes.

Cerraron la escotilla y aguardaron a que se abriera la puerta interior.

—¿Qué le ocurrió a Kane? —dijo nuevamente la voz de Ripley.

Dallas estaba demasiado fatigado para notar algo en su voz, aparte de la preocupación normal.

Cambió a Kane ligeramente sobre su hombro sin preocuparse ya demasiado por la criatura. En todo el viaje de regreso a la nave no se había movido un solo centímetro, y Dallas no esperaba que ahora se moviera de pronto.

—Algún tipo de organismo —contestó, y el eco débil de su propia voz le resultó tranquilizador en su propio casco—. No sabemos cómo ocurrió ni de donde vino, pero se ha fijado en él. Nunca he visto cosa parecida. No se ha movido ni ha cambiado de posición en todo el regreso. Tendremos que llevar a Kane a la enfermería.

—Necesito una definición clara —respondió Ripley fríamente.

—¡Al demonio las definiciones claras!

Dallas trataba de contestar de modo tan racional como le fuera posible, y no revelar con sus palabras su furia y amargura.

—¡Mira, Ripley, no vimos lo que ocurrió! Él había bajado por una especie de columna, muy por debajo de nosotros. No supimos que había ocurrido algo hasta que tiramos de él. ¿Es esa una definición clara?

Hubo un silencio en el otro extremo del canal.

—¡Mira, simplemente abre la escotilla!

—Espera un momento —Ripley escogía sus palabras cuidadosamente—: Si lo dejamos entrar, puede infectar toda la nave.

—¡Maldita sea! ¡No es un germen! Es más grande que mi mano y de apariencia muy sólida.

—Ya conoces los procedimientos de cuarentena —respondió la voz de Ripley, con una determinación que ella no sentía—. Veinticuatro horas para descontaminación. A los dos les queda en su traje aire más que suficiente para eso, y de ser necesario podemos mandarles otros tanques. Veinticuatro horas tampoco probarán concluyentemente que ese ser no será ya peligroso, pero esa no es mi responsabilidad. Simplemente tengo que aplicar las reglas. Lo sabes tan bien como yo.

—¡También sé de excepciones! Y yo soy el que está sosteniendo lo que queda de un buen amigo, no tú. En veinticuatro horas podría estar muerto, si no lo está ya. ¡Abre la escotilla!

—Escúchame —imploró Ripley—. Si rompemos la cuarentena, todos podemos morir.

—¡Abre la maldita escotilla! —gritó Lambert—. ¡Al demonio las reglas de la Compañía! Tenemos que llegar a la enfermería, donde el médico pueda atenderlo.

—¡No puedo! Si estuvieras en mi lugar, con la misma responsabilidad, harías lo mismo.

—Ripley —dijo Dallas lentamente—. ¿Puedes oírme?

—Te oigo muy claro.

La voz de ella estaba llena de tensión.

—La respuesta sigue siendo negativa. Veinticuatro horas, y luego podrás meterlo.

Dentro de la nave, otra persona llegó a una determinación. Ash golpeó el panel de emergencia fuera de la cámara. Una luz roja se encendió, acompañada por un rechinar claro y conocido.

Dallas y Lambert miraron fijamente la puerta interior, que empezaba a correrse a un lado. El tablero de Ripley se iluminó y en ella aparecieron las palabras increíbles:

ESCOTILLA INTERIOR ABIERTA, ESCOTILLA EXTERIOR CERRADA.

Ella contempló atónita aquellas palabras, no queriendo creerlas. Pero sus instrumentos confirmaron aquella afirmación increíble.

Con su pesada carga entre ambos, Dallas y Lambert salieron vacilantes de la cámara y entraron al corredor, en cuanto la escotilla interior se apartó para dejarlos pasar. Al mismo tiempo llegaron Parker y Brett.

Ash se apresuró a ayudarlos con el cuerpo, pero con un ademán Dallas le ordenó retroceder.

—Apártate.

Depositaron en el suelo el cuerpo de Kane y se quitaron los cascos.

Manteniéndose a respetuosa distancia, Ash se afanaba alrededor del cuerpo encogido del ejecutivo, hasta que vio aquella forma en su cabeza.

—¡Santo Dios! —murmuró.

—¿Aún está con vida? —dijo Parker, estudiando aquel ser, admirado por su simetría, que sin embargo no le hacía menos repugnante a sus ojos.

—No lo sé, pero no lo toques —dijo Lambert, quitándose las botas.

—No se preocupen por eso —dijo Parker inclinándose hacia adelante y tratando de ver los detalles de la criatura donde estaba en contacto con Kane—. ¿Qué está haciéndole?

—No lo sé. Llevémoslo a la enfermería para averiguarlo.

—De acuerdo —asintió Brett—. ¿Ustedes dos están bien?

Dallas asintió lentamente.

—Solo cansado. No se ha movido, pero no le quiten el ojo.

—Así lo haremos.

Los dos ingenieros tomaron aquella carga del suelo y se colocaron cuidadosamente tras los brazos de Kane, mientras Ash ayudaba como podía…

Ir a la siguiente página

Report Page