Alicia

Alicia


Capítulo 5

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—Alicia…

Sintió el cálido beso en la mejilla y alzó los párpados. ¿Se había dormido?

—Ga… ¡Cariño, eres tú! —exclamó sorprendida y contenta al ver que era Roberto quien se hallaba a su lado, sentado en la cama.

—¿Quién sino yo? Estabas soñando. Te agitabas.

Ella asintió y deslizó la mano afuera del pijama con cierto pudor.

—Soñaba…

Entonces se incorporó un poco en la cama, le atrajo y le dio un largo y húmedo beso.

—Ya te has duchado. Hueles muy bien.

—¿Alguna pesadilla?

—No —movió la cabeza para afianzar la negación—. Al contrario… —Hizo una pausa, como si dudase. Acercó la boca a su oído y susurró—. Me estaban haciendo el amor.

Le mordió el lóbulo de la oreja.

—¿Eso podría considerarse infidelidad? —bromeó él.

—No, tonto. Ven aquí. —Volvió a besarle mimosa.

—Estoy un poco cansado.

—Yo me encargo de todo.

—Alicia…

—¡Chsss!

Se quitó la camisola del pijama por la cabeza. Sus pezones erguidos apuntaban al frente y los miró ampliando la sonrisa. Luego le echó el albornoz a la espalda y él sacó los brazos. Roberto estaba cachas. Era guapo, fuerte, inteligente y lo tenía allí mismo. Todo para ella sola.

Le hizo tumbarse entre risas. De un brinco se puso de rodillas a su lado, llevó la mano al pene y jugó con los testículos.

—¿Es toda para mí? —preguntó agachándose para besar el glande.

—Toda. —Rio mirando por si veía a alguien más—. Podrías sufrir una sobredosis si no tienes cuidado.

—Me la tomaré poco a poco —Volvió a besarle y se la metió en la boca—. ¡Hmmm! Es deliciosa… Y se está poniendo dura.

Roberto gimió de placer. Alargó la mano para alcanzar un pecho. Ella se acomodó para facilitarle el acceso al pezón. Se lo retorció y le provocó un gemido.

—Ponla más dura —pidió él.

—La quiero muy dura.

Volvió a la carga. La alojó entre los labios y la saboreó lentamente hasta conseguir que le llenase los carrillos. Luego recorrió con la lengua toda la longitud. Se entretuvo lamiendo el frenillo y la corona del glande.

—Eres una viciosa.

—Ya sabes que me encanta chuparla.

—Acércate, quiero tocarte.

Se quitó el pantalón de raso y se puso de nuevo junto a él, con la piernas separadas. Enseguida la mano de su esposo alcanzó la vulva.

—¡Vaya, cómo estás!

—Mojada. Ya te he dicho que he soñado que me follaban.

—Has dicho que te hacían el amor. —Deslizó dos dedos por sus pliegues íntimos.

—Te he mentido. Me estaban follando.

—¿Lo conocías? —introdujo dos dedos en la vagina.

—No, pero tenía una polla enorme.

—¡Oh, vaya! —Con el dedo pulgar masajeó el clítoris y la oyó gemir.

—Si sigues haciendo eso me voy a correr enseguida.

—No me importa.

—A mí, sí.

Se apartó un poco para que no pudiese tocarla más. Estaba excitada ya antes de que sus dedos la invadiesen pero no quería sus dedos, quería su pene.

A horcajadas sobre sus muslos volvió a torturarle con la lengua. A masturbarle lentamente.

—Alicia…

—Ni se te ocurra correrte —advirtió antes de volver a agacharse.

—Como sigas así…

—¿Quieres que pare?

—¡Claro que no!

Se retrepó hacia su torso y le besó las tetillas. Al mismo tiempo, movió las caderas y se encajó la verga ente las piernas. El glande le rozaba el clítoris cuando echaba el cuerpo hacia atrás.

—¡Hmmm! Ya está dura, como a mí me gusta!

El vello pectoral le hacía cosquillas en la nariz. Le mordió los pezones. Roberto se retorció de gusto. Se recostó sobre él aplastando los senos en su torso.

—Si aprietas más, me clavarás un pezón.

Eso le dio una idea. Adelantó el cuerpo y se los ofreció.

—Chúpalos. Muérdelos.

Los amasó con las manos. Los estrujó y luego alzó la cabeza para alcanzarlos. Succionó y arrancó un gemido en ella.

—Date la vuelta, déjame lamerte.

—No. Me correré en cuanto me roces. Y no quiero.

Volvió a retrasar las caderas hasta que de nuevo la verga encajó en su chorreante grieta.

—Estás empapada. Métela.

—Ten paciencia.

Metió una mano entre sus cuerpos, le cogió el pene y lo apuntó a la entrada, frotándose con él. Luego se deslizó un poco y se metió tan solo el glande.

—¿No quieres más?

—Has dicho que poco a poco. La tengo donde la quiero.

—Tú mandas.

—Me la voy a meter poquito a poquito —explicó a medida que lentamente se iba deslizando haciendo desaparecer la verga en su interior.

—¿Ves? Poquito a poco.

Con toda dentro, sin apenas moverse, le acarició y le besó. Notaba los leves movimiento que él producía al bombear. Sus latidos.

—No seas tramposo. Hoy te follo yo.

Fue moviendo las caderas a su gusto, a su ritmo, haciéndolo sufrir por su lentitud. Al cabo de un rato, se puso en cuclillas y separó las rodillas antes de comenzar a subir y a bajar.

—Mira ¿Te gusta ver cómo desaparece, cómo me la meto?

—Sabes que sí. —Alargó la mano para tocarla y ella lo rechazó de un manotazo cariñoso.

—He dicho que hoy te follo yo.

Para castigarlo se quitó de encima y se agachó para meterse el pene en la boca y sacarlo lentamente, rozando la piel con los dientes.

—¡Para, para! —rogó él al ver que se acercaba al límite.

Volvió a ponerse en cuclillas pero en esta ocasión lo hizo dándole la espalda. Sujetó el pene de nuevo y se la clavó hasta el fondo. Roberto alargó las manos y le acarició los glúteos.

—¿Sabes lo que me apetece?

—Hazlo.

Roberto llevó los dedos a la vulva y los lubricó. Buscó el estrecho orificio anexo y presionó el índice contra él. Lo mojó más y volvió a repetir. Así varias veces hasta conseguir que el esfínter cediera y permitiera su entrada. Volvió a salir, lo mojó de nuevo y volvió a arremeter. Ahora, cada vez que descendía, la penetración era doble.

Sin dejar que su miembro escapase, se colocó a horcajadas y apoyo el torso en sus piernas.

—Fóllame el culo.

—¿Quieres que coja un juguete, o lubricante?

—No. Solo el dedo. Me correré enseguida.

Roberto dejó una buena cantidad de saliva en sus dedos y la llevó al culo. Lo lubricó más y cambió el dedo índice por el medio. Lo insertó en el estrecho agujero y satisfizo sus deseos como sabía que a ella más le gustaba. Con cada vaivén también Alicia se movía y se excitaba. Necesitaba control. Apretó los dientes y aguantó hasta que por fin consiguió que tuviese su orgasmo.

—Ya. Ya está.

Se quedaron quietos unos instantes. Roberto extrajo el dedo y ella gimió aliviada. Volvió a darse la vuelta y le hizo encoger las piernas bien cerca del torso, sujetándolas con las manos para que no se levantasen. Tomó el miembro masculino en vertical y se sentó sobre él encajándoselo de nuevo, cabalgando como una amazona sobre la parte trasera de los muslos. El placer se reavivó de nuevo en ella.

—Ahora, tú.

—Como sigas así…

—Voy a seguir hasta que te corras.

—Déjame tu boca.

—¿Eso quieres?

—Por favor —rogó.

Aún le cabalgó unos segundos mientras se lo pensaba, luego desmontó y se tumbó con una carcajada.

—Ven aquí, dame esa polla.

A horcajadas sobre su torso le ofreció su anatomía palpitante y empapada en ella. Alicia la engulló de un golpe y la devoró. Le amasó los testículos como si propusiera extraer todo el jugo.

—Dámelo todo —le animó.

—Estoy a punto, cariño.

—Lo sé, lo noto. ¡Vamos!

¡A… Li… Cia…! —Exclamó al fin metiendo la verga hasta el fondo del paladar.

Ella succionó fuerte y tragó todo lo que pudo. Le sujetó ahí unos segundos, hasta que creyó que no saldría más, y luego le fue liberando lentamente, sin dejar de chupar y succionar, torturándolo aún más en aquellos críticos instantes. Se limpió la comisura de los labios con los dedos y los chupó.

—¡Oh, Alicia, ha sido…! —Se interrumpió para darle un beso antes de quitarse de encima.

—Para mí, también. —Le abrazó y se acurrucó contra él— Ahora me daré una ducha y dejaré que duermas.

—Lo necesito.

—Yo te necesito descansado. —Volvió a besarle.

—Creo que ese sueño tuyo te ha alterado un poco.

—Pero no hay nada comparado con la realidad.

—Eres muy amable.

—Te quiero.

Saltó de la cama y fue derecha al baño. Se encerró tras la mampara de cristal y el agua fría de la mañana erizó de nuevo aquellos rebeldes pezones. Diez minutos después salió de la ducha. Se estaba secando y se sobresaltó al ver en el espejo tres caras conocidas que le sonreían. Giró la cabeza para cerciorarse de que estaba sola. La volvió hacia el espejo.

—La tuya es más grande, pero es solo fantasía. Mi marido folla de verdad —le susurró acercando la cara al cristal.

La imagen se desvaneció. Salió del baño. Roberto ya dormía como un bebé, desnudo entre las sábanas revueltas. Buscó unas bragas en el armario. Oyó moverse las hojas y los arbustos y se giró con rapidez. No había nadie entrando por la ventana. Se puso una camiseta corta de tirantes y sonrió al ver que sus desobedientes protuberancias dibujaban un grueso punto en el algodón. Sonrió. Se inclinó para darle un beso y salió de la habitación cerrando la puerta.

Ciertamente, su marido la ama —dijo una incorpórea voz masculina.

—Y ella a él —Respondió la voz Bea.

—¿Cree que volverá, señor? —La voz de Berta se oyó como un tímido susurro.

—Volverá. Le quedan muchas noches solitarias por vivir y nosotros estaremos siempre ahí, en su cabecita.

—Berta, creo que el señor se ha enamorado de Alicia —Bromeó.

—Bea, no sea irreverente —le recriminó.

Se oyó una risita infantil y burlona que poco a poco fue disipándose.

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