Alice in Wonderland

Alice in Wonderland


Alice in Wonderland

Página 7 de 11

El Sombrerero se había alejado sobre una colina. Su silueta negra parecía un recorte en la noche. La luz de la luna se deslizaba sobre sus bordes y se balanceaba sobre las cuerdas de un violín. Una brisa suspiraba entre sus mechones, agitándolos ligeramente. Sus dedos recorrían el teclado, mientras que la crin del arco besaba las cuerdas. Y esas gemían a causa de la belleza de aquel toque. También mi corazón se quejó, licuado en esa visión.

Me imaginé que había robado el instrumento mientras salíamos de los camerinos. Creo que no pudo evitarlo. Y yo estaba contenta de que lo hubiera hecho, eran años que no lo escuchaba tocar y casi ya no tenía ya la esperanza.

Me senté en el pequeño pasto húmedo y me abracé entre mis rodillas. Me quedé escuchándolo hasta que la oscuridad, llenó mis ojos. Pero en el sueño aquella música continuaba ofreciéndome su encanto.

Ah, si un día me hubiera acariciado a mí como acariciaba aquellas cuerdas.

* * *

Me desperté en el carruaje de Wade. El sol aún no estaba alto y Edmund ya estaba listo para la salida.

Wade nos dio una hogaza de pan de centeno y un vaso de leche. Edmund lo tragó rápidamente, dejándose unos bigotes blancos. Era bonito, especialmente cuando parecía torpe.

Había llegado el momento de decirnos adiós, aunque fuera temporalmente. Los gemelos sollozaban, apoyándose uno en el hombro del otro. Lawrence, todo serio, trataba de recuperar la compostura; pero se rompió tan pronto lo abracé. Lloriqueó como una niñita. Agarró su pañuelo desde el bolsillo y se sonó la nariz.

Edmund se aclaró la garganta. "La fanfarria comenzó a correr. Tenemos el viento, tenemos... »

"Siempre el mismo", dije yo.

Wade no dijo nada, pero me estaba mirando. En sus ojos sentí la misma afición que Lewis tenía por mí.

"Vamos, niña.

"Extendió sus brazos y me dejé mecer sobre su pecho.

"Veinte años no es mucho tiempo", traté de tranquilizarlo.

"El tiempo es solamente una suposición." Me acarició la barbilla. A continuación, pasó a saludar a Edmund. "Hey, cuida la niña".

Él hizo una reverencia y tomó mi mano.

La recomendación era casi obvia, el Sombrerero siempre habría cuidado de mí.

Nos despedimos ante nuestros amigos agitando las manos, con la esperanza en los ojos y el anhelo en el corazón.

Volvimos a Londres en el tren de la mañana. La luz del amanecer florecía en el horizonte como las rosas.

Una vez allí, llegó el momento de usar los transportadores. El empleado de la tienda de comestibles nos miró con consternación cuando regresamos a su tienda. No tuvo tiempo de reaccionar porque rompimos pronto las cápsulas. El chirrido de los cristales rotos me hizo la piel de gallina.

Nos envolvimos en una masa de rayos azules y desaparecimos. Un cono de luces estaba flotando a nuestro alrededor y me sentí atraída por una fuerza centrípeta que me tiraba hacia abajo, hacia el centro de algo.

Durante el viaje vi las caras de mis amigos y saboree su abrazo; Ya los echaba de menos.

* * *

"Bienvenidos de nuevo!" Exclamó Rupert. Ya estábamos en el futuro, o más bien, en el presente. Me sentía mareada. Edmund me sostuvo y me abrazó. Exhalé el olor penetrante de su aliento y por un momento me pregunté quién era él en realidad. Habían sido demasiadas personas en las últimas horas. Me sentía desconcertada por su actitud.

Rupert quiso saber de nuestro viaje y de las hermanas Fox. Quedó realmente decepcionado cuando supo la triste verdad. Después de todo, él estaba perfectamente integrado en el mundo moderno.

De hecho, su comentario no me tomó completamente desprevenida, "Alice, no voy a ir con ustedes, si encontramos un modo para regresar."

"¿Y por qué?", Pregunté de todos modos.

"Vamos, yo era un estúpido conejo que servía como chambelán de una reina musaraña. Ahora soy libre. Puedo dedicarme a mi verdadera pasión: el tiempo. Y la investigación”.

"Rupert, tal vez no has entendido bien las consecuencias para ti y para Wonderland."

"Las afrontaré, sin miedo. Y Wonderland tendrá un agujero de conejo menos. Te ruego entenderme, mi dulce amiga."

«Pero se olvidarán de ti.»

«Oh, un poco, dulce amiga.»

«¿Qué quieres decir?»

"Seré famoso con mis invenciones, ya lo verás."

Ed se río entre dientes. "Por supuesto, presentarás la patente para el primer abrelatas del nuevo milenio."

El relojero se estiró el chaleco. "Vas a ver, es solo una cuestión de tiempo. Bueno, es tarde, ya es tarde”.

No quise llevarle la contraria. Yo le había explicado todo, él estaba a cargo de su vida. Después de todo, la elección era solo suya y yo no era nadie para obligarlo a preferir una ruta que fuera universal para todos. Creo que, una vez encontrando a mis compañeros, juntos íbamos a llegar a un acuerdo. Yo era consciente de que más de uno no iba a querer volver y no podía evitarlo. El resto de nosotros habría recordado su presencia y sufrido su ausencia.

"Pero yo te ayudaré, si eso es lo que quieres", continuó.

Lo abracé con fuerza y él me devolvió el abrazo, meciéndome como cuando era una niña. Algunas cosas nunca las íbamos a olvidar.

"Entonces, ¿nos puedes ayudar a viajar a través de las dimensiones?" pregunté, quedándome confundida por el silencio de Edmund.

"No puedo, no sabría ni por dónde empezar. Pero mi amigo Nikola él... sí, tal vez podría ayudarles”.

Alguien tocó a la puerta de la tienda. Rupert fue a ver quién era; Edmund y yo nos quedamos en el laboratorio.

Empezó a llover y me encogí de hombros, las gotas caían sobre la claraboya, quebrantándose ruidosas en pequeños círculos. Sentí un escalofrío. Yo esperé que él me recibiera entre sus brazos, pero no lo hizo.

Escuché que Rupert hablaba con entusiasmo con alguien, cuando se abrió la puerta, la sorpresa me invadió como una cascada.

Brent, Rent, Wade y Lawrence estaban allí adelante de mí. Estaban mojados y goteando. El bombín de Wade goteaba sobre todo el piso y en sus zapatos. Cuando levantó la capa y pude mirar su cara, me di cuenta del tiempo sin fin de su espera. Nos habíamos dejado solo hace unas pocas horas, en el pasado, pero ahora ellos estaban allí; un poquito más "viejos...

Los movimientos bellos y elegantes de los gemelos eran ligeramente más lentos, como si cargaran con el peso de un tiempo que no era de ellos. Lawrence se veía debilitado y mucho más humano que la última vez. Tomó el pañuelo desde el bolsillo del chaleco y se limpió la nariz con fuerza, como una trompeta. Me esperaba una broma de Edmund por ese gesto, pero no llegó.

Wade había empezado a tener algún pelito blanco en las orejas puntiagudas. El tiempo. Que asesino inexorable.

Verlo a distancia de todos esos años, que me habían parecido un respiro, me dio una punzada en el corazón. Tenía en sus ojos un abismo lleno de melancolía. No era solamente el peso del tiempo lo que daba sombra a la luz que veinte años antes brillaba en sus ojos. Había algo más. Me pregunté qué le había pasado.

Me sentí llena de esperanza, con el pensamiento de que todos íbamos a recuperar nuestro pasado y nuestro País de las Maravillas.

El viento estaba cambiando.

Era una cuestión de días.

Rupert brincaba detrás de ellos, saludando y mostrando sonrisas deslumbrantes. Estaba feliz de verlos. Bueno, estaba segura que no le gustaba mucho la presencia de Wade, pero esos dos siempre habían sido así. El gato y el ratón. De hecho, gato y conejo. Pertenecer a la familia de los roedores que Rupert daba a Wade era como una especie de intolerancia.

"Bueno, bueno, bueno, ahora estamos casi todos, eh!", Dijo Rupert.

Edmund los alcanzó. "Fueron muy rápidos."

"Bueno, ya sabes, solamente nos tardamos como unos veinte años", dijo Wade, quitándose el bombín. "Pero ven aquí, niña. Déjate darte un apretón."

El gato de Cheshire me recibió con los brazos abiertos, haciéndome ser parte de algo que había sido y podría volver a ser.

Emitía un aroma picante y acre, casi estornudé cuando enterré la cabeza entre sus hombros.

"Te extrañé, gato de Cheshire," murmuré.

Él me guiñó un ojo. "¿No nos habíamos visto ya?"

"Decía antes de vernos."

"Lo sé, niña. Tu también me hiciste mucha falta".

"A mí también", dijo Rent

"A mi más", dijo Brent

"A mi más que a ustedes dos", dijo Lawrence, que molestaba a los gemelos con su bastón. Los locos estábamos otra vez juntos. Así nos llamaba Lewis. Esa definición nos daba un sentido de pertenencia y sabíamos que siempre estaríamos juntos, sin importar lo que pasara.

"Vieja liebre, ¿entonces, qué nos escondes bajo tu manga?"

Wade se acercó a Rupert tanto, que llegó a tocarle la nariz con la punta de la suya y frunció los labios. "Todavía hueles a roedor."

"Y tú a gato pulgoso."

Él arqueó su espalda y se balanceó flexible alrededor del relojero ágil, como lo haría un gato.

"Respeta mi raza, Sr. Bunny." Estornudó. "Sigo siendo alérgico al pelaje del conejo." Y volvió a estornudar.

"Y yo a las estupideces de los felinos."

"Sr. Bunny, ya basta. Tengo un par de orejas que solo esperan el momento de volver a casa. ¿Cómo le hacemos? ", se preguntó Wade, arqueando una ceja espesa y peluda.

"Maldito gato, justo ahora le estaba diciendo a Alice que..."

Edmund lo interrumpió. "No creo que sea una buena idea."

Se giraron hacia él, mirándolo con decepción.

* * *

Cuando ya estábamos solos, Wade y yo, le comenté lo que atormentaba mi corazón, y él hizo lo mismo, contándome la historia de su único y gran amor.

« ¿Cuál es el nombre de la mujer que te rompió el corazón? " le pregunté después.

"Mirea. Y no me lo rompió. Literalmente se lo llevó con ella" respondió, con tristeza.

Me quedé sin saber que decir y un nudo me agarró el estómago en un abrazo fuerte como el acero. No me dijo nada más y yo ya no le quise preguntar. Yo no habría apostado un centavo sobre el hecho de que el gato de Cheshire pudiera enamorarse de alguien. Él estaba por encima de todo y de todos. No se dejaba atravesar por los sentimientos humanos ni había tenido la curiosidad de probarlos, a diferencia de Algar que se ahogaba en ellos.

En el corazón de Wade había lugar sólo para nosotros los locos. Pero estaba equivocada. Me puse celosa y apreté los puños. No podía ser mi Gato de Cheshire. Me di cuenta de repente que yo era diferente. Cuando yo era una niña yo era egoísta, exigiendo todas las atenciones y exclusividad en sus corazones. Habría llorado sabiendo a uno de mis locos en los brazos de otra. No porque yo probara algún sentimientos por ellos más allá del afecto fraterno, sino porque ellos eran míos. Tonta Alice. Wade me estaba enseñando el placer de compartir y que el amor no se puede poseer.

Después de todo, yo estaba feliz de que alguien hubiera encontrado un nido cálido en su corazón.

* * *

Alice tenía el valor de ser loca en un mundo donde todos se esfuerzan por ser normales.

Era eso también lo que hacía de ella un ser maravilloso a mis ojos. O tal vez el inconformismo había sido infundido en ella por Edmund. Había nacido con ese espíritu, como una marca registrada. Tenía que admitir que estaba hechos el uno para el otro. Eran piezas de un rompecabezas perfecto, uniones realizadas de manera profesional por un arquitecto visionario. Quizás Lewis lo había entendido antes que yo.

Cuando Alice había atravesado el espejo, el primer nombre que había dicho era el de Edmund. No el mío que la había guiado, sino el suyo, que varias veces le había creado confusión. No me había importado en ese momento. No era más que una niña. Y en mi corazón no estaba ni siquiera a un soplo de aquel amor que pronto se convertiría en una tormenta. Y la tormenta habría roto mi alma, reduciéndola en polvo.

"Algar, son maravillosos," Alice me dijo, con una sonrisa que floreció en su rostro, con la frescura de las flores que acababa de donarle.

Bajo la sombra de un árbol de cerezo, yo le había jurado que iba a pertenecerle para siempre. Ella también me lo había prometido, nublada por mis palabras. Cuando vi sus pequeños dedos recorrer tímida el perfil de mi mandíbula, me pregunté si era correcto engañarla, alejarla de aquel que era su verdadero amor. Pero, ¿quién dijo eso? Podría haber sido yo su verdadero amor; y se lo iba a demostrar. El tiempo es la medida que se nos concede para probar nuestro valor. A lo mejor yo solo no tenía ningún merito, pero Alice tenía la capacidad de hacer de mí una mejor persona, mejor que nadie.

La besé, y un rayo de la luz del sol se filtró entre las hojas esmeralda, haciéndome deslumbrar por el oro de su pelo. La primavera traía consigo un encanto tácito que dormía los sentidos. Pero los míos estaban despiertos, sobre su boca. La memoria se desvaneció, junto con el sabor de su beso, arrastrado por un sorbo de brandy. Ahogué en la melancolía que tenía el color de los recuerdos de un tiempo, el aroma de los abrazos estropeados, el sabor de los besos ahora negados.

Ah, si hubieran sido sus besos las lluvias que amenizaban la soledad de mis lágrimas. Si hubieran estado sus besos en las horas que me separaban de ella. Si hubieran sido besos mis oraciones y las estrellas que continuamente contaba y que envidiaba, a pesar de que eran las únicas en notar sus sueños.

Como me hubiera gustado hacerle falta, como a la boca le falta la sal de mar en invierno.

Tiré el vaso contra la pared, destruyéndolo en innumerables fragmentos. Sobre el papel tapiz de color rosa antiguo con motivos florales apareció una mancha oscura como mi alma.

"Eres mi ángel, Algar," me había dicho una vez Alice.

Descubrí ser exactamente el contrario.

Yo era un demonio, nada más.

Estaba casi seguro de que si ella se hubiera acordado de nuestro amor me iba a elegir a mí. ¿Pero lo iba a hacer de todos modos, sabiendo que yo la tenía engañada? Tal vez me iba a odiar, terminando sin alguna esperanza entre los brazos de aquel loco. Pero creo que ya hasta yo me estaba volviendo loco.

Capítulo 12

Rupert nos informó que su amigo Tesla acababa de cambiarse de domicilio. Ya no vivía en Nueva York, donde se habían conocido, sino en Colorado. Yo nunca había oído antes de ese lugar.

El viaje iba a ser muy largo y al principio nos desmoralizamos "Adelante, Sr. Bunny, ¿cómo conseguimos llegar a Colorado? Volando? ", preguntó con rabia Wade, mientras que hacía ondear en el aire su bastón, apuntando hacía Rupert.

"Excelente intuición, maldito gato. Excelente intuición", dijo él. Nos intercambiamos una mirada de sorpresa y él se río de buena gana, como si encontrara divertidas nuestras caras. "Que se preparen amigos, vamos a surcar los cielos de América."

Edmund se levantó del sillón sobre el cual estaba acostado. Tenía el pelo revuelto. "Diablo de un conejo, ¿cómo?"

"Con un dirigibile."

Rupert no dejaba de sorprenderme, sabía cómo encontrar la solución ideal para todo. Nos mostró un boceto que había realizado con la complicidad de su amigo. Lo desenrolló sobre la mesa de trabajo, parando los bordes con dos llaves Allen. Estaba excitado mientras que con sus dedos recorría las líneas fijas dibujadas con el grafito sobre el pergamino amarillento. El proyecto estaba en su mente desde hace mucho de tiempo, pero no había tenido ninguna razón para llevarlo a cabo y ni siquiera se había encontrado empleados de confianza con los cuales compartir los secretos de la construcción, sin temor a que lo robaran para verlo. Bueno, a veces Rup era un poco paranoico, tengo que admitirlo.

Wade dio un golpe muy fuerte sobre el hombro de Rupert. "Bien hecho, conejito. Por fin podré saborear el azúcar de las nubes".

"Aquí las nubes no están hechas de azúcar, son de vapor."

"Siempre tienes que romper los huevos en una sola canasta maldito." Se volteó hacia su amigo.

"Con el debido respeto, Lawrence."

Yo imaginaba el entusiasmo del gato de Cheshire. Él estaba acostumbrado a volar. Volaba por los cielos de Wonderland, tan ligero como una nube espumosa. Su estado gaseoso le permitía tomar el aspecto de cualquier personaje u objeto deseado. Efectivamente, él no tenía siempre la misma forma. Y podía encontrarse en un lugar distante, en un abrir y cerrar de ojos. Su condición humana debe haber sido muy complicada para él. Me imaginé una gaviota bloqueada en el suelo sin poder usar las alas. Para mi amigo tenía que ser la misma cosa.

"Disculpen un momento", dijo Lawrence. "¿Para volar, quieren decir... volar?" Él imitaba el aleteo de las alas con las manos, con los guantes blancos, que parecían dos palomas.

"Mi estimado, a veces me pareces una cabeza hueca", dijo Wade. "Por supuesto. Todavía no he entendido como lo lograremos, pero creo que nuestro Rupert quería decir precisamente eso. "

"Eso es correcto", comentó el Conejo Blanco.

Lawrence sofocó un gemido. "Bueno, me pudiera quedar aquí para vigilar..." Miró a su alrededor. "El techo. Mira, ¿quién vigilará el techo? "

"Cobarde. Tú vas a venir con nosotros. No puedo perderme el ver tu cara mientras despegáremos!". La risa de Wade se expandió por todo el laboratorio y vibró dentro de mí.

Edmund se unió a nosotros y se dejó contagiar por el Gato de Cheshire. Una sonrisa floreció en su cara, fresca como una gota de rocío en una hoja. "Rupert, dime qué tengo que hacer."

Hizo un guiño y me calentó el corazón. Finalmente lo veía interesado en lo que estábamos haciendo. Me pregunté por qué había estado escondido durante tanto tiempo. Pero no me importaba, ahora él estaba a mi lado y juntos íbamos a vivir esa aventura loca.

Me apretó la mano y me cubrió los hombros con un brazo. Que fuera en los cielos o en el Submundo, su toque me llenaba como la fuerza de un millar de ejércitos de tarjetas. Me sentía eufórica y viva.

* * *

Desde ese día lo ayudamos todos en la planificación de su nave.

Yo también los ayudaba,  lo que me permitía mi complexión delgada. No podía levantar chapas de metal o hacer soldaduras. Pero podía llevarles tazas de té calientito durante los descansos; o podría ser útil en trabajos pequeños, tales como tomar medidas o dibujar trazados. Y soldar pequeños tornillos demasiado apretados para ellos, porque yo era la más flaquita y la única que podía llevar a cabo esa tarea.

Pero no era suficiente. Me sentía inútil, mientras que los otros estaban haciendo el trabajo grande. Por lo tanto, me ofrecí en empezar las investigaciones para encontrar a los otros compañeros. ¿Dónde buscarlos? Sería toda una hazaña. Pensaba en los posibles lugares donde podrían estar, pero probablemente estaba equivocada. Cada uno de nosotros se había adaptado a la estructura social de esa época, algunos de una manera, otros de otra. ¿Y por fin, dónde estaría Algar?

Una maraña de preguntas se me anudaba en la cabeza cuando oí a Rupert gritar: "¡Dejen su cabeza!" Señalaba con el dedo contra de Rent que por error había dejado caer una chapa de metal sobre su pie. El relojero se puso muy rojo y murmuró unas cuantas maldiciones, mientras todos los demás se reían.

Yo no, esa exclamación me había atropellado y electrocutado.

Me levanté rápidamente. "Yo sé dónde se encuentran la reina roja y la blanca", les comenté."

¿Dónde?" Ellos preguntaron en coro.

"Ed, ven conmigo." Lo arrastré por la mano fuera del laboratorio, nos zafamos bajo la persiana bajada de la tienda y empezamos a correr por las calles.

"Pero, pero... Alice, maldita sea. Détente".

"No puedo. ¡Yo sé dónde encontrarlas! "

Las insignias de las tiendas volaban sobre nuestras cabezas, las calles adoquinadas sonaban bajo nuestras plantas de los pies. El miedo de no encontrarlas donde me acordaba rugía en mi pecho, junto con mi respiración que se cortó cuando, por fin, las vi.

Acurrucada en las escaleras del Ayuntamiento, se encontraba Elfrida.

Cubierta de trapos y temblando, mantenía su cabeza inclinada y su mano extendida en busca de pocas monedas. Sus rosas rojas se habían convertido en negras.

Edmund se paró conmigo y se quedó mirándola. Se volteó hacia mí. "No puede ser ella."

"Si, es ella."

"¿Cómo puedes decirlo con tanta seguridad? ¿Según cual ley universal una reina poderosa y hermosa se puede convertir en una mendiga en otro mundo?"

"Te has dado la respuesta tu solo. Creo que sea una especie de paradoja o una ley del equilibrio. No sé. Pero ella es Elfrida. Pobrecita, ni puedo imaginar cómo haya llegado a vivir en la calle." Sentí mi corazón apretado en un tornillo de banco.

"¿Qué quieres hacer?"

Lo callé, presionando un dedo sobre sus labios. Él hizo una mueca. Caminé lentamente hacia ella. Edmund estaba a un soplo de mí y me hacía sentir tranquila, sosteniendo su mano firme sobre mi cintura. Me agaché para que ella me pudiera ver la cara, pero permaneció con los ojos fijos en el asfalto.

"Sus rosas son hermosas", murmuré.

"Rosas, rojas mis rosas son", murmuró con una voz débil temblando por el frío.

"Me gustaría comprarlas."

Ella levantó débilmente la cabeza y me dieron ganas de llorar. Su rostro estaba demacrado y sucio, con los ojos entrecerrados y la boca reclamaba delicias que ya no había probado. Tomó sus rosas, hizo un paquete y me las entregó, mientras que algunas perdían sus pétalos secos.

Tomé su mano y la toqué. Ella se quedó mirando nuestros dedos, sobre los cuales llovieron dos gotas diminutas.

Ella estaba llorando.

Miró hacia arriba y la reconocí totalmente. "Alice," suspiró.

Ella también me había reconocido.

"Sí, Elfrida. Soy Alice. Venga mi reina, la voy a acompañar con los demás”.

"¿Los demás?"

"Sí. ¿Se acuerda de Edmund?"

Él salió detrás de mis hombros y se quitó el bombín, sonriendo. "¡Córtenle su sombrero! ¿Le recuerda algo, Majestad?"

"¡Sombrerero!" dijo, dejándome la esperanza de que ella pudiera volver a ser la de un tiempo. Es decir, no exactamente con la misma personalidad de antes, por el amor de Dios. De lo contrario, habría comenzado a ordenar a la derecha y a la izquierda de cortar cabezas. En ese momento me acordé de un pequeño detalle. Las barajas con las cuales Wade encantaba a la audiencia, en el Circo Fox, eran el ejército de Elfrida. ¿Cómo habíamos podido olvidarlo?

Y las piezas del tablero de ajedrez con las cuales jugábamos en la Villa Carroll eran todos los demás personajes, que por un cierto tipo de hechizo habían sido embridados en esa forma. Recuerdo al Grifo, al Rey Blanco, la Condesa, la Cocinera y a muchos otros. Ellos también volverían a tener su apariencia de siempre, una vez pasado el espejo.

"Llévenme a casa", pidió con sufrimiento.

"Lo haremos, Elfrida. Todos volveremos a casa".

* * *

Alice estaba planeando algo, yo lo percibía. Su mente era para mí un curso fluido de agua en la que me podía espejear. Ella quería ir a casa. Qué bueno, yo esperaba esa ocasión.

Preparé la única maleta que necesitaba y me dispuse a regresar a Londres.

Iba a tratar de verme solo con ella. Y tal vez todo podría reiniciar desde donde lo habíamos dejado. Sobre esa banca en el parque, leyendo Utopía y planeando una vida que fuera mejor para ambos.

Capítulo 13

Regresamos de nuevo al laboratorio.

Elfrida se hizo antes un baño caliente bajo mis amables atenciones. Nunca pensé que un día iba a tener que cuidar de ella, para vestirla, peinarla.

Trencé su cabello negro y lo encerré con dos peines de hueso. Era hermosa como el amanecer.

Le habían quitado tanto y era muy difícil de admitir que había sido, hasta hace poco, en lo que se había convertido.

Tomé su ropa vieja y el broche blanco en forma de rosa cayó al suelo.

"Rowena!" gritó ella.

Qué tonta era yo, me había olvidado de ella. Recogí el collar y lo sostuve suavemente en mis manos. Tal vez a ella le había ido hasta peor que a su hermana. La reina blanca era solo una pequeña rosa inanimada.

Lo entregué a Elfrida, que lo pegó en su nuevo vestido. Bueno, no propiamente nuevo: era uno de los míos. Uno de los azules. Después de todo, era mi color favorito. Pero creo que ella se veía mejor con el rojo. No en vano era el color de su linaje.

"Es cierto, ¿volveremos a Wonderland?", me preguntó.

"Sí, lo prometo, Majestad." Le hice una reverencia y sonreí. Nunca habíamos sido tan cómplices, ni cuando estábamos bajo el techo de la Villa Carroll.

La acompañé en el laboratorio, donde encontró a los locos.

"Oh, Rupert," dijo.

De su chambelán se había acordado de forma inmediata. Pero él no se veía tan feliz de verla de nuevo. Supongo que había tenido suficiente de sus órdenes.

Uno tras otro, la recibieron con una reverencia y algunas sonrisas a las cuales ella no dio mucha importancia.

Wade pasó un dedo en el borde del cuello de la camisa, aflojándolo. "Cabeza..." arrastró las palabras a través de sus dientes.

"¿Tienes algo que decir, Gato de Cheshire?" chirrió Elfrida.

"Oh no, Majestad. Solamente tengo una picazón leve en el cuello”.

"Oh tranquilo no te cortaré la cabeza."

"Ah, bueno, que bueno. No veo a su ejército aquí. A menos que tome un abridor de cartas y lo haga directamente usted".

"¡Oh, no! ¿Yo debería empuñar un arma? "

"Así es, Majestad. Era un decir. Yo sé que nunca lo haría. Debido a que usted es demasiado perezosa para hacerlo ", agregó en voz baja, haciendo morir de risa a los gemelos.

"¿Qué has dicho?", contestó ella.

"Dijo que le migra un gusano, Majestad" interrumpió Edmund.

"Sombrerero, no tiene sentido lo que has dicho."

"Lo que he dicho no tiene sentido, y lo que tiene sentido yo no lo he dicho."

"Bien dicho," dijo Wade.

Allí estaban, siempre se burlan de ella. Pero ella se lo merecía, en fin.

Se volvió hacia mí. "Alice, ¿me puedes explicar, por favor?"

"Sí, Majestaaaaad." Le hice una reverencia, y el Gato de Cheshire y el Sombrerero se intercambiaron un empujón.

La insolencia de mis compañeros se apagó cuando escucharon cómo la Reina había vivido en los últimos años. Y hasta llegaron a tener pena por ella. Por primera vez, hasta Wade había sido amable.

Abrí los ojos cuando lo vi mientras le vertía el té en una taza y se la entregaba con una sonrisa. Lewis mismo no lo hubiera creído si se lo hubiera contado.

* * *

Elfrida nos ayudaba poco o casi nada, y con pereza, también. Una vez que se acordó de su pasado y de ser reina, inició a comportarse como tal. Es cierto que a veces nuestras creencias nos forman, casi más que nuestras acciones.

Para ella, incluso, pasar una llave Allen era un asunto tan deshonroso y pesado que podría agotarla. Claro. Yo, sin embargo, no tenía ningún problema de ensuciarme de grasa la cara. Entre una búsqueda y la otra, yo ayudaba en el montaje y tomaba las medidas para los cortes.

Ya había arruinado tres vestimentas porque me enredaba entre las grietas de la trama. Al final optamos por ropa más indicada para ese tipo de trabajo, con la decepción de Elfrida que me miraba de pies a cabeza.

"Una chica no debe vestirse así... ¿dónde está tu crinolina?"

Le hice una mueca. "Es suficiente que la traiga puesta usted, Majestad. Yo no la necesito".

Edmund me había cosido un vestido azul con líneas grises y sin volantes ni otros detalles, largo hasta la rodilla. La Roja lo encontraba ofensivo, pero al menos era cómodo. Estaba atornillando un tornillo con un destornillador, cuando mi muñeca empezó a temblar y la punta plana de la herramienta me hirió la otra mano. Una sutil línea de sangre se dibujó en la parte posterior. Ahogué un gruñido.

Edmund se volvió hacia mí y vio la línea carmesí caer como la savia. Se quitó la corbata y me la envolvió alrededor de la herida.

"¿Siempre tienes que darme alguna preocupación?", preguntó, mirándome con ojos asustados.

"Es solamente un poco de sangre, Ed"

"¿Sangre?" se levantó Elfrida.

"¿Sangre?", Dijo Lawrence.

Ellos se desmayaron al unísono.

Wade se rió entre dientes. "Esos dos serían una pareja perfecta si Elfrida ya no estuviera casada con el Rey Rojo".

Edmund se me quedó mirando. "A partir de ahora, tú te dedicarás sólo a tareas pequeñas. ¿Estamos de acuerdo? "

"Humm...”

"¿Ok?", continuó.

"Está bien, está bien", dije.

Cada vez que me veía con un destornillador en la mano, corría y me lo quitaba de los dedos e incluso, hacía también mi trabajo. Era incansable y yo no entendía donde encontraba tantas energías. Era como si trabajara para no pensar, para mantenerse ocupado, ¿pero de qué?

Elfrida se recuperó de la conmoción, y, mirando mi mano vendada, chasqueó la lengua. "Te lo mereces. Una jovencita no debería utilizar ciertas herramientas. Chambelán, ordeno que a partir de este momento, la Reina Roja, que sería yo, ya no tenga la obligación de levantar un dedo. No me gustaría que me pasara el mismo destino de Alicia".

Rupert llevó una mano a la cabeza y levantó los ojos hacia el cielo.

Tal vez empezaba a recordar la razón por la que esa mujer me fastidiaba tanto.

Después de un largo día de trabajo, el casco de la nave estaba trazado. El esqueleto de cobre, acero y madera se elevaba en el laboratorio. Todavía no entendía como hubiéramos podido agarrar el vuelo. El experto era Rupert.

Otros se retiraron al piso de arriba, en casa de Rup, para brindar por a los excelentes resultados obtenidos después de días de trabajo incansable.

Edmund y yo nos quedamos en el laboratorio para poner orden, esta vez había tocado a nosotros. Cuando terminamos, él se sacudió el polvo y se sentó en un sillón destartalado. Yo seguí su ejemplo, me senté junto a él. Había algo en él que me hacía pensar que quería quedarse lejos de mí. No podía entenderlo en absoluto. En algunos momentos, parecía que no podía quitarme sus ojos de encima, incluso mientras estaba trabajando, amenazando con perforarse una mano o aplastarse un dedo debajo del martillo. Y en otros, no me dignaba ninguna atención. Su estado de ánimo era fluctuante, así como el mío. Yo dependía de su estado de ánimo. Si él sonreía, yo también lo hacía. Si era reflexivo, yo lo era más que él.

"¿Cuál es el problema?", le pregunté.

"¿Quién te dice que tengo algún problema?"

"Te conozco".

"Bueno, entonces no me conoces bien."

Se dio la vuelta y me dejó con el corazón destrozado, el aliento estrangulado y el deseo de hundir las lágrimas sobre su pecho. ¿Por qué era tan rígido conmigo? Nadie podía conocerlo mejor que yo. Él era mío y yo de él, en un mundo ancestral y desconocido.

"Edmund, dímelo por favor. Es por lo del regreso a Wonderland, ¿no es así? ¿Por qué no quieres regresar?"

Sus ojos volvieron a mí, húmedos por la emoción y rojos de ira. "¿Tal vez no quiero regresar a ser solo nada más que el Sombrerero?"

"Pero no, Morgan dijo que nos vamos a acordar de todo. Nada va a cambiar, pero estaremos a casa." Extendí la palma de mi mano hacía su cara, y le di una caricia. Su mano tocó la mía y era como no sentir los huesos, hechos añicos como el cristal y pulverizados. ¿Cómo podía no darse cuenta de lo mucho que lo amaba?

Se llevó mi mano a sus labios y la besó. "Te extrañaría mucho, si no te recordara," susurró.

"¿Cómo podría hacerte falta si no tendrás memoria de momentos como este?"

"Oh, yo te extrañaría. Me quedaría adentro un enorme vacío y sentiría haber perdido algo. Tú no sabes lo doloroso que es pensar en haber perdido algo y no saber que es. Estaría deambulando con la cabeza vacía".

Ahí está de nuevo el Sombrerero. Yo sabía lo que quería decir. Había estado en su misma situación un tiempo antes. Lo abracé y no me importaron las consecuencias que podrían interrumpir nuestra amistad, nuestros corazones ya estaban comprometidos. "Nunca te olvidarás de mí."

"Lo sé, ese es el punto."

Me miró a los ojos y no entendí lo que quería decir. Me sentí casi ofendida, cuando él no me regresó el abrazo. Me levanté, furiosa, pero él me sujetó por la muñeca.

"Es que estoy celoso," suspiró.

"¿Qué?"

"Sí, me vuelvo loco solo a la idea de que..."

"Pero tú ya estás loco." Le saqué la lengua y él me mostró una sonrisa torcida. "¿De quién estás celoso, dime?” Me puse las manos en las caderas y esperé una respuesta que llegó después de varios segundos.

Él levantó la cabeza rizada y me miró, desconcertado. "De Algar, estoy mortalmente celoso de él."

Yo sobresalté.

Su revelación me golpeó como un látigo y con la misma fuerza rasgó el velo que se quedaba sobre mi memoria.

Era cierto, ellos estaban peleando por mí. Recordé otras escenas como la del puño; Recordé mis lágrimas, mi angustia al verlos pelearse, a pesar de que un tiempo fueron unidos por un enlace que yo pensaba era indestructible.

Sólo entonces me acordé de sus paseos en barco en los días soleados y la euforia, sus risas, incluso cuando arreciaba la tormenta.

¿Cómo pude olvidarlo?

Yo era la causa de todo. Me sentí doblada por el remordimiento que mordía mi corazón. Yo no sabía qué decir, traté de ocultar la vergüenza y la culpa que me oprimía.

Finalmente lo mitigué: "No seas tonto." Me senté a su lado y le apreté las manos. "No puedes sentir a Algar como una amenaza, él nunca lo ha sido."

"Sí, lo es. Él se había insinuado en nuestras vidas, en nuestros secretos, sin que tú te dieras cuenta. Yo me había dado cuenta que estaba enamorado de ti, desde hace mucho tiempo. Algar mismo me lo reveló, poco después. Me sugirió que fueras tú a elegir, de no comentarte mis sentimientos.

Llegamos a algún tipo de acuerdo, él y yo: ninguno de los dos tenía que decirte nada, dejando que tu corazón eligiera espontáneamente a uno de nosotros".

Ese era su secreto, por esta razón Edmund nunca me había declarado su amor. Me pareció completamente absurdo.

"¡Pero todo esto es una locura!"

"El amor es una locura. ¿Qué es el amor, sino una caída en el vacío sin paracaídas? Es un acto de fe, una confesión, así como una oración o una obra de arte. El amor es un columpio que oscila entre el sueño y la realidad".

"Pero...”

"No puedes encontrar lógica en el amor".

Me quedé suspendida entre sus palabras, tan cargadas de poesía y reflexión. Yo casi no lo reconocía. Y me sorprendió positivamente. "Pero tú sabes muy bien a quien iba a elegir yo..." continué.

"No estaba seguro, tenía miedo de perderte. El destino a lo mejor quiso eso".

"No. Tú eras lo que yo quería. Yo era lo que tú querías. Pero le tuvimos miedo al destino que nos quería juntos. No es su culpa, es de nosotros, que nos demoramos con sus señales. El destino siempre nos ha querido juntos. Yo siempre quise que estuviéramos juntos. Podemos recuperar cada momento perdido. ¿Y aparte no eras tú que decías de nunca culpar al destino? ¿Cómo pudiste pensar que habría elegido a Algar? Incluso lo odio por lo que me hizo".

"Cuidado, el amor y el odio son las dos caras de la misma moneda."

"¿Edmund, que sientes por mí ahora?"

Se llevó atrás un mechón de pelo. Se demoró en contestarme, haciendo que me tragara el corazón. Su cara se acercó a la mía y fueron sus labios a decirme lo que la voz eludía.

Después de todo ese tiempo, esta era la contestación que esperaba. Estaba allí en su beso, que me ponía nuevamente en el mundo y me hacía negar su adhesión.

Cerré las pestañas y floté en una dimensión que no conocía; la tormenta y la calma, el ruido y el silencio, todos amontonados en mi corazón.

Un cosquilleo recorrió cada centímetro de mi piel y la felicidad era tal que tuve miedo de no ser capaz de contenerla. Sus labios eran como seda, como un pincel que pinta sobre un lienzo. Yo era ese lienzo, mientras pintaba sobre mi alma figuras de un amor infinito. Nada ni nadie lo habría agrietado. Sentí las mejillas hacerse calientes y deseaba que este momento nunca terminara. Entrelacé mis dedos con los suyos. Apreté mi agarre, por temor a que él se escapara. Su pecho estaba presionado contra mi corazón, para evitar que se saliera para ir caminando por el mundo para bailar su euforia.

Yo quería llorar, y así una lágrima corrió por mi cara, evaporando casi al contacto con la piel caliente de vergüenza y sápida de una alegría que no conocía.

Él se retiró un poco y con el pulgar limpió la gota. “No te enseñé que cada lágrima es una sonrisa perdida"

"Son lágrimas de sonrisas reencontradas".

Me abrazó y me sentí derretir entre su ropa, su piel. Edmund me amaba.

Capítulo 14

"Envié un telegrama a mi amigo," dijo Rupert unas semanas más tarde. «Le he comentado algo, pero no demasiado. Como quiera, nos espera." Se acercó a mí y examinó mis lóbulos de las orejas. "Bueno, bueno, bueno. No usas aretes"

« ¿Y qué?»

«Nikola los odia... tiene una real aversión por las mujeres que los usan», me dijo, encogiéndose de hombros.

"¿Pero él está loco, o qué?»

"¿Y eso te asombra?" Hizo una mueca. "¿Cuál hombre de genio en esta tierra no se ha dejado sobornar por el abrazo de la locura? Ahí radica la semilla de la intuición. ¿Sin una pizca de locura que seríamos nosotros, si no árboles sin hojas? Secos, rígidos, inmóviles. Las hojas son para los árboles lo que para nosotros es la locura: el movimiento, la linfa como la fruta. La evolución.»

¿Y quién podría no estar de acuerdo con él?

"Los hombres de este tipo tienen lo mejor de la vida porque nada se esperan y toman riesgos. Se atreven. Están en constante movimiento. Las oportunidades las crean, no las esperan.»

Edmund infló su pecho. «Gracias por la apreciación con respecto a la categoría.»

"Tu cállate, cabezón. Yo no estaba hablando contigo," replicó, aclarando su voz.

Edmund se burló de él detrás de su espalda y tuve que contener una carcajada con la mano. «Más bien, ¿cuánto falta para que la aeronave esté lista? "Preguntó, recuperándose.

"Cuánto te tardarás tú, sombrerero trabajador, para coser el toldo del balón," contestó entre dientes Rupert.

¿«Toldo? ¿Balón? Pero ¿de qué diablos estás hablando?»

"¿Y cómo crees que flotaremos en el aire sin un balón?»

« ¿Y con que lo llenarás?»

«De aire, por supuesto.»

"¿Que?"

"Podemos decir vapor de agua presente en el aire, aquí está".

"Discúlpame si te lo digo, pero es una idiotez absoluta."

"Ed, siento decírtelo, pero tú eres un idiota emérito."

Cada uno indignado por la afirmación del otro, se dieron la espalda, continuando a mirarse con odio. No estaban realmente enojados, fingían estarlo. Sus peleas siempre eran así y yo me doblaba de risa cada vez. Rupert enrizaba su nariz cuando empezaba a calentarse y Edmund arqueaba sus cejas. ¿Cómo podía vivir en un mundo sin el Conejo Blanco?

Poco después, Rupert nos explicó el funcionamiento de la aeronave y nos indicó su estructura. Porque, de hecho, nosotros la estábamos construyendo sin entender para que servía cada pieza. Había sido diseñada a la perfección y organizada en tres pisos.

El primer nivel se utilizaba para la sala de calderas, donde se encontraba el verdadero motor, alimentado por carbón. El agua se iba a llevar a nivel de evaporación mediante un motor giratorio a triple expansión.

Yo no entendía casi nada de términos técnicos, pero en general había entendido que la energía producida por el vapor iba a permitir rodar a las hélices. De esta manera nos íbamos a levantar en el aire. Y los alerones externos en la popa y conectados con el timón externo nos iban a permitir orientar la dirección.

Rupert nos explicó que nos había hecho instalar una apertura de cámara sellada en la sala de calderas, en caso de incendio. Así tendríamos tiempo de escaparnos. Al momento de escuchar la palabra fuego Lawrence se desmalló. Otra vez. Tuvimos que hacer un gran esfuerzo para tranquilizarlo. Empezó a calmarse cuando empezamos a coser nuestro paracaídas.

Edmund y yo habíamos pasado las últimas tres noches hilvanando las teles de fibra ligerísima que nos iban a sostener en caso de caída. Cada uno de nosotros, de hecho, tenía que llevar una mochila especial, incluso cuando estuviéramos durmiendo.

"La seguridad nunca es demasiado y todavía tengo muchos inventos que presentar al público," dijo Rupert.

Por supuesto, nuestra salvación dependía de su deseo de descubrimiento. Por lo menos, podríamos decir que estábamos en buenas manos.

En el segundo nivel, el que se define como la cubierta inferior, estaban nuestros alojamientos. Se encontraban en un largo pasillo, y desde el techo de madera estaban suspendidos algunos camastros, realizados con redes de pescadores o telas de cáñamo. No eran lo último en comodidad, pero al menos podríamos dormir. Pensé que podía ser una sensación agradable. Tal vez Lawrence tendría algo que decir, porque él sufría de mareo. Nos lo había escrito en una carta, una vez llegado en el Yorkshire. Tal vez no habría sufrido el mareo del cielo.

El nivel superior, al contrario, daba hospedaje a la espaciosa cubierta y a la sala de mando.

* * *

El tren llegó con dos horas de retraso. Revisé el reloj de bolsillo y bajé en la estación.

Cada vez Londres me recibía de la misma manera: con el sonido profundo y rotundo del tráfico de los carruajes, los gritos de la gente que trabajaba sin preocuparse del clima, la belleza de la ciudad que gritaba bajo los estucos y cantaba junto con el replicar del Big Ben.

Cómo amaba a Londres. Me pertenecía y yo le pertenecía, como se pertenecen dos amantes secretos. Ella era perfecta porque era grande, caótica y viva. A mi gusto, yo podía pasar desapercibido o resaltar como un lirio en un matorral. Yo elegía y la ciudad me lo concedía.

Creo que Londres le gustaba también a Alice. Como era angustiante cruzar solo esas calles donde antes había caminado de la mano con ella. En cada esquina me acordaba de ella y del sueño melifluo de su risa.

Y cuando pasé por aquel parque, mi corazón se redujo al tamaño de un granito de polvo.

Yo sabía dónde la podría encontrar. Seguramente había buscado a ese malvado Conejo Blanco; y con ellos, seguramente estaba también Edmund. La ira creció en mí y yo estaba a punto de irme. Pero iba a luchar también esta vez.

"Algar, no me dejes nunca," me había dicho una vez Alice.

Y no tenía ninguna intención de hacerlo.

* * *

“No pierdan tiempo y sigan avanzando," los incitó Rupert, aplaudiendo. La aeronave estaba casi lista.

La primera ronda de patrullaje la hice yo. Caminaba arriba y abajo de la cubierta, oyendo el eco de mis pasos sobre las tablas de madera. Me dirigí hacía el timón, que quitamos de un barco de vapor que se había hundido unos años antes. No sé si eso traería mala suerte o no. La cabina de mando pululaba de botones y luces de los cuales no conocía el funcionamiento. Nuestro inventor se había encargado de planearlo todo.

La estructura estaba coronada por un enorme balón de tela, que en ese momento estaba blando; los muchachos los iban a inflar con la ayuda de otra extraña diablura de Rupert. Me parecía increíble que hubiéramos creado algo como eso.

Ir a la siguiente página

Report Page