Alice in Wonderland

Alice in Wonderland


Alice in Wonderland

Página 9 de 12

"¡No soy una mujercita! He sido reducida y ampliada así tantas veces y no recordar mi verdadera estatura. He luchado en contra de un ejército de tarjetas, pasé a través de los portales de Wonderland, he estado en el mundo real trabajando duro para vivir como cualquier otro hombre vive, ayudé a construir el prototipo de vuestra aeronave y ahora estoy aquí, frente a ustedes, para dar testimonio que mi condición de ser mujer no me impide hacer lo que hacen ustedes. Y que, a pesar de la ciencia, puedo afirmar que la magia existe".

Apunté mis pies y vi una oleada de orgullo en Wade y Rupert. Edmund me cubrió los hombros y me puso su mano en mi cadera.

"¿Por lo tanto, yo debería creer que tú y tus compañeros salieron del libro?"

"Sí, señor. Desde un espejo para ser más precisos".

El hombre reflexionó. Encendió otro cigarrillo y comenzó a susurrar a sí mismo. Se quedó en silencio, con las manos en los bolsillos. Caminó adelante y atrás, murmurando. De repente, se detuvo y nos miró, de forma perentoria.

"Lo haré. Sin embargo, nadie debe saber de esta invención. El mundo no está preparado para ver lo que hay en la otra habitación".

Capítulo 19

Ese mismo día hubo una gran confusión en el laboratorio. Nikola alejó a sus colaboradores y se atrincheró con nosotros en el interior del edificio, despertando una gran curiosidad y miedo en los habitantes de las zonas cercanas. Ellos creían que estaba desafiando la ley divina con alguna otra invención. Y, de hecho, lo estaba haciendo.

Él se había mostrado reacio al principio, pero después de algunas vacilaciones iniciales, parecía aún más entusiasta que nosotros. Era un gigante al que le gustaba jugar como niño con las leyes del universo.

Estaba obsesionado con el número tres. Él ordenaba a todos los componentes de su máquina en múltiplos de tres. Incluso nosotros locos estábamos divididos en dos grupos de tres. Yo me quedé afuera, porque era una mujer. Aún no se había liberado de los prejuicios hacia la categoría. Una verdadera injusticia, tomando en cuenta que mi apoyo era esencial. Pero yo estaba de acuerdo que en el área de la energía yo no entendía mucho y no quería molestar al hombre, a quien gracias a él, iba a poder regresar a casa. A lo mejor creo que yo no le caía muy bien, quien sabe. Creo que no amaba a las mujeres en general. Bueno, para un hombre de ciencia, el amor y la mujer pasaban en un segundo plano. Aunque yo de un científico de este calibre me hubiera esperado que comprendiera las complejidades del universo femenino. O tal vez no. Las mujeres son cuestiones desconocidas para cualquiera, hasta para ellas mismas.

Me quedaba mucho tiempo para reflexionar y planificar nuestro regreso. La primera cosa por hacer era encontrar el espejo de Wonderland. Hubiéramos podido empezar a buscar en Villa Carroll, pero yo conocía a Lewis y sabía dónde podía guardarlo.

De hecho, un día me lo había confesado, de forma inconsciente.

Él había contado de su última visita a su musa, Alice Liddell, la verdadera Alicia. Me había dicho: "Ya no la veré más. Ni ella me visitará a mí. Yo le hice un regalo especial a través del cual ella siempre podrá verse como yo la admiraba".

No me di cuenta de inmediato, pero había estado dándole vueltas hasta que finalmente entendí. Él le había regalado un espejo. La confirmación vino a mí un par de semanas más tarde, con la llegada de una carta. Yo la había leído antes que Lewis. Decía: Gracias, Charles, por ese don maravilloso. Este espejo me mostrará el tiempo que ya no tengo.

Esa fue la última comunicación entre Lewis y ella. Nunca la había conocido a pesar de que me hubiera gustado. Una vez Lewis me había dicho que, en su mente, yo reproducía la imagen perfecta de Alice. Yo era Alice. Yo tenía su perfil, sus ojos, su temperamento. El pelo no, Lewis me quiso rubia, a diferencia de Liddell. Creo que al crearme, Lewis había querido inmortalizar esa niña, de cuya imaginación había nacido nosedonde y después Wonderland. Algo que había negado durante una de las varias entrevistas. Tal vez para disipar las sospechas sobre su conducta moral cuestionable. Lo que se había visto obligado hacer, el pobre Lewis, para silenciar a las personas.

Y para regresar de vuelta a casa me iba a encontrar con ella. Yo no había comentado a mis compañeros la ubicación del espejo, porque sólo lo había entendido durante el viaje en la aeronave. Me salió a la memoria, entre el sueño y la vigilia, mientras que estábamos surcando el cielo.

Sin embargo, quería todavía reflexionar y prepararme para la reunión conmigo misma. Una mi misma cansada, vieja, diferente. Habría sido como mirarse en un espejo que proyecta una imagen del futuro.

Yo no estaba preparada, no totalmente.

Apenas estaba preparada para enfrentarme a los fantasmas que infestaban los cuartos del pasado. Para las apariciones del futuro iba a necesitar más tiempo.

* * *

Rupert representaba una ayuda indispensable y aprobaba cualquier sugerencia de Tesla, anotando y memorizando. Pasaba su tiempo libre para aprender de memoria el esquema del nuevo prototipo.

Edmund de vez en cuando levantaba la cabeza y me sonreía.

Cuando las luces se apagaban y los párpados se cerraban para cruzar las fronteras del sueño, él y yo estábamos paseando detrás del laboratorio, haciéndonos acariciar las rodillas por los racimos de trigo. La luna en Colorado era enorme, esférica y clara, cómo nunca la había visto en Inglaterra. Era el sello de un beso entre la tierra y la noche.

El cielo estaba despejado de nubes, así como mi cabeza, libres de toda preocupación. Yo no pensaba en nada, no hubiera podido, encerrada en los brazos de Edmund. Cuando habla el corazón, todo lo demás se queda en silencio, incluso la mente.

El cielo estaba velado con las estrellas que mostraban su cara, su mito, su brillo. Todo estaba teniendo lugar ante nuestros ojos, hechizados por el secreto encanto de la naturaleza.

La noche estaba tocando para nosotros, una canción suspendida sobre notas sin tiempo. Sólo nuestros corazones, absortos uno en el otro, podían percibir la perfección de esa música inaudible para los demás, pero casi ensordecedora para nosotros. Todo giraba alrededor de nosotros y, en el fragor de esa danza de caricias y halagos, nos encontrábamos cada mañana, despertados por el sol, en medio de los campos de trigo.

Perdíamos la noción del tiempo. Después de todo, cuando se ama, el reloj sólo cuenta los latidos del corazón, que se convierte en un cronometro perfecto de momentos imposibles de conseguir.

La voz de Wade llegó en el sueño como una trompeta.

"Despierta, tenemos trabajo que hacer."

Estaba acurrucada sobre el pecho del Sombrerero, cuando nos levantamos, desempolvando la ropa de las espigas. Yo tenía las manos congeladas y los pies entumecidos. Si no me iba a enfermar en ese momento, no me iba a enfermar con ninguna otra epidemia.

"Entren a calentarse, adelante", dijo él.

Bebimos una humeante taza de café, eso era costumbre allí. Un poquito me gustaba, aunque tuve que ahogarle tres terrones de azúcar para que fuera al menos aceptable. Pero me calentó y me puso como nueva. Ese día Tesla aceptó mi presencia en el laboratorio e incluso me mostró los avances.

"Rupert me decía que teníamos que ir más allá de la dimensión que se oculta atrás de un espejo." Me habló, mirándome de lado.

Yo vacilé un momento y luego contesté. "Sí, señor."

"Pero nadie aquí sabe dónde está", continuó.

"Exacto."

"Supongo que sea algo tonto empujar a estas personas para un viaje tan largo y tan cansado para construir una máquina capaz de atravesar un espejo que, de hecho, no se sabe ni dónde está y ni cómo sea".

Me mordí el labio inferior y cambié mi peso de un pie a otro. "Supongo que sí."

"Por lo tanto, debo suponer que usted, señorita Alice, sabe exactamente dónde está."

Todos dejaron sus herramientas y me miraron, quedándose inmóviles y silenciosos.

Me sentí expuesta y llegados a ese punto yo creo que ya no podía mantener el secreto solo para mí. "Sí, se encuentra en Cuffnells, Hampshire. En casa de Alice Liddell".

Edmund vino hacia mí. "¿Tú sabías?"

"Sí."

"Bueno", entonces es todo mucho más simple," dijo Rupert, dándose palmadas sobre su chaleco.

Edmund se quedó mirándome con curiosidad. Sabía que me iba a preguntar el porqué de mi silencio.

Capítulo 20

Tres semanas más tarde, la Máquina de Flujo Dimensional estaba lista. Rupert se preocupó de cambiar su nombre con un nombre más apropiado tan pronto hubiera tenido tiempo.

Tenía una base de cobre circular gruesa de veinte centímetros. En el centro estaba colocado un cilindro donde encajaba un transformador. Esa era la descripción aproximada que me dio Wade, mientras se limpiaba las manos de la grasa que había usado para engrasar los pivotes. Más que nada, creo que fue muy preciso en la explicación. Era yo quién no le había entendido nada.

Tesla y Rupert posicionaron por encima del cilindro una especie de telescopio. Brent y Rent atornillaron la base hasta la parte superior de la estructura.

"Está lista", dijo Tesla.

Para ser honesta, tenía dudas sobre el funcionamiento de esa cosa, pero yo también tenía dudas de Guardar Tiempo y, sin embargo, nos había llevado atrás en el tiempo. Con dos años de retraso, por supuesto, pero lo había hecho.

Levanté una ceja y humedecí mis labios. "¿Cómo funciona?"

«"No lo podrías entender niña, aunque te lo explicara," contestó Tesla con una sonrisa maliciosa.

Después de varios días pasados bajo su cobertizo, el tono formal había cambiado a uno más confidencial. Aunque no era suficiente en absoluto para disipar la sensación de asombro que yo tenía hacía él, ya que aprovechaba cada pequeña ocasión para hacerme sentir insignificante e incompetente con la materia. Yo, al contrario, continuaba dirigiéndome a él de la misma forma que cuando lo conocí.

Fruncí el ceño. "Si usted me explica le contesto... no puede estar seguro de que no entendería. Inténtelo, adelante. Después puede ser que usted tenga la razón. Bien puede ser que usted necesite cambiar su opinión acerca de mi".

"Usted me gusta, señorita Alice. Es suficiente que tú sepas que la Tierra es un conductor eléctrico gigante. La misma atmósfera fibrilla de electricidad. Es a partir de esto que el Flujo tomará su energía".

Me mostró el funcionamiento de la máquina que, por suerte para mí, entendí. No era difícil, de hecho. Bajando una palanca, situada en la base de la circunferencia, se ponía en función un mecanismo que ponía en oscilación continua un flujo de corriente. Esta pasaba a través de un conducto de hierro y era ampliada en la bobina, con un arco eléctrico de doce millones de voltios; el equivalente que serviría para iluminar toda la ciudad de Búfalo. Me quedé sorprendida de cómo una máquina tan alta como Edmund, pudiera desatar tanta energía. Y el telescopio se utilizaba para refractar la corriente que, a través de la lente, se extendería creando una porción de energía tan potente que podría arañar la superficie del tangible y cruzar los universos.

Y todo eso sin romper el espejo.

Nikola se quedó impresionado por mi capacidad de asimilar la información. Para ser honesta, yo misma estaba asombrada, también, visto mi talento en tener la cabeza cortada del cuello.

Podía decir con absoluta certeza que yo ya no era la niña cabeza hueca del libro. De ella sólo había quedado el asombro por cada cosa y la curiosidad. Había una nueva Alicia en mí. Me sentía orgullosa de mí misma y estaba segura de que lo estaban también mis compañeros. Ya era hora de probar el Flujo Dimensional. Wade recuperó un espejo en el baño de los asistentes, y lo colocó delante de la máquina. Tesla nos hizo poner las gafas y nos ordenó alejarnos algunos metros. Orientó la lente del telescopio hacía el espejo y se inclinó para tirar la palanca.

"No se acerquen hasta que oigan mi señal", dijo perentoriamente.

Edmund y yo nos agarramos de la mano, a la espera de lo increíble. Y así fue.

Tan pronto el dispositivo se bajó, un zumbido metálico serpenteó alrededor de todo el cilindro, el cual fue irradiado por una descarga de corriente púrpura. Un rugido aturdió nuestros oídos y nos encontramos con la cabeza inclinada, de rodillas, con el temor de que el techo se derrumbara sobre nosotros: el resplandor desprendido por la maquinaria había estallado hasta el techo, escoriándolo y abriéndolo como una lata de sardinas. Un haz de luz diurna irrumpió en el laboratorio y golpeó sobre la maquinaria, que pareció casi recargarse. Desde la lente crepitó una fuente de energía de una magnitud suficiente para obligarnos a cerrar los ojos. "No abran los parpados," nos reprendió Tesla. Yo tuve el temor que la invención no hubiera funcionado, porque oí el vidrio estrellarse. "¡Ahora!" nos instó Nikola.

Abrimos los ojos, y nos quedamos sorprendidos con esa imagen: la superficie del espejo parecía hervir, era como la superficie del agua rizada por pequeñas olas que recorrían todo el perímetro.

"Diablo de hombre, lo lograste," exultó Rupert, lanzándose hacía su amigo para felicitarlo.

"¿Y ahora qué va a pasar?", preguntó Edmund, mirando el haz de electricidad que golpeaba el espejo constantemente.

"Bueno", si ese fuera su portal, del otro lado estaría Wonderland. Pero, no lo es. Y solo Dios sabe qué universo esté en el otro lado. Reconozco ser curioso".

Rent brincó. "¡Uh, sí! Yo también”.

"Yo más", contestó su hermano.

Con un movimiento elástico, Wade se acercó al marco y lo tocó con los dedos. "Um, me gustaría husmear por allí"

"No, no, no lo hagas", dijo Lawrence, temblando.

Tesla se movió hacia el objeto. "En realidad, tal vez no...

Pudiera no regresar. Quédense Un paso atrás”.

"¿Existe esa posibilidad?", preguntó Edmund.

"Claro. Yo los puedo dejar ir más allá de la superficie con el Flujo Dimensional, pero en el otro lado no tienen nada que les permita regresar. Siempre y cuando no encuentren por casualidad algún pasadizo, vórtices o resoplidos dimensionales. Pero, sinceramente yo no creo que ustedes se quieran regresar".

"¿Cómo le hacemos para pasar?", pregunté yo.

"Cada uno de ustedes podrá hacerlo, hasta que el rayo esté en la superficie. Cuando esté apagado, el portal volverá a ser simplemente un espejo ordinario de ropavejero. Y por favor, cuiden muy bien de no romperlo. Al menos hasta que no hayan pasado todos, de lo contrario, el que se quede afuera no podrá alcanzarlos".

Estaba todo muy claro y casi sencillo.

Sólo había una cosa que hacer: ir de visita con Alice Liddell.

* * *

"Ningún enlace puede romperse si tiene raíces firmemente ancladas en el corazón", le había dicho a Alice antes de alejarme. El capullo me estaba esperando y yo ya no podía esperarme o ella lo iba a encontrar, y se hubiera destruido la imagen que ella tenía de mí. Ella me había saludado en lágrimas, sollozando como una niña. Yo no había sido capaz de soportar su llanto, así que había elegido ayudarla a olvidar todo. Había utilizado el humo del olvido, mi opio azul, y cada recuerdo de nosotros juntos se había evaporado en un soplo.

Ella parpadeó y me preguntó: "Disculpe, ¿quién es usted?"

Mi corazón se hizo pedazos. Pero no tenía elección. No podía dejarla sufrir. Yo me envolví en el mantel y le di la espalda. Otra vez. Mi alma se quedaba pegada a la suya sin que la distancia pudiera separarlas.

Capítulo 21

Mis amigos cargaron la maquinaria arriba de la aeronave. La pusieron en la sala de calderas, amarrada con pasadores de acero para evitar que las oscilaciones pudieran afectar el circuito central.

Fuimos a saludar a Nikola. A Rupert le hubiera gustado quedarse allí en el laboratorio, pero sin él no íbamos a poder lograr cumplir esa aventura. Necesitábamos de alguien que permanecería afuera del espejo para desviar el flujo tan pronto hubiéramos pasado todos. Él prometió a su amigo que iba a regresar y que le ayudaría en el descubrimiento y la producción de nuevas invenciones, diseñadas para sorprender al mundo. Al parecer, ya se había tomado una decisión y yo no podía hacer nada. Ya me imaginaba cuanto iba a ser triste Wonderland sin él. Sin la imagen del Conejo Blanco nadie hubiera generado la fantasía de perseguirlo para alcanzarnos. Un torrente de lágrimas se me paró a mitad de camino, retenido en la garganta. “El desarrollo progresivo del hombre depende de las invenciones", nos dijo Tesla. "Ellas son el resultado más importante de las facultades creativas del cerebro humano. El objetivo final de estas facultades es el completo dominio de la mente sobre el mundo material, el logro de la posibilidad de canalizar las fuerzas de la naturaleza con el fin de satisfacer las necesidades de la humanidad." Yo empezaba a adorarlo. Tenía algo que decir a cada uno de nosotros, también a mí. "Me has demostrado que la magia existe y que nada es imposible. Atesoraré todo esto que me empujará a ir a donde el hombre nunca ha pensado llegar antes." Él me besó la mano y me acompañó hasta la aeronave.

Nos subimos a bordo. Brent y Rent alzaron las anclas y las hélices empezaron a rodar frenéticamente. Una llamarada de humo resopló desde las boquillas y una sacudida me hizo tambalear. Empezamos a ascender lentamente, sintiendo el aire acogernos entre sus vacíos. Estábamos volando nuevamente hacía Inglaterra.

El viaje fue agradable hasta que, en el camino de regreso, nos encontramos con una tormenta.

El cielo parecía desgarrarse e hincharse como una vela negra y andrajosa. Un enjambre de rayos crujía, saltando de nube a nube. Y luego un trueno fuerte como un grito de libertad rasgó el silencio y golpeó la popa de la aeronave, que se inclinó y fue tragada por un vórtice profundo.

"Que se mantengan bien agarrados a las cimas!" Gritó Rupert, mientras trataba de enderezar el timón.

Tuve la impresión que el globo iba a explotar: el puente chirriaba y desde el vientre de la nave salían sonidos graves como bramidos y notas bajas de órganos lejanos.

La voz de Wade salió desde el caos como el grito de una sirena. "Que alguien controle el Flujo Dimensional."

El viento nos empujaba cada vez más adentro del ciclón, haciéndonos brincar desde un parapeto al otro como soldados de plomo en una caja. Edmund se golpeó el hombro contra el borde. Hubiera querido ir con él para controlar los daños, pero no podía. Si hubiera dejado la cuerda, probablemente habría hecho un vuelo en el corazón del tornado.

"Deberíamos tratar de quedarnos en la cubierta inferior," sugirió el Sombrerero, dejando la cima y empezando a arrastrarse hasta la escalera. Un poco a la vez todos lo fuimos siguiendo.

Excepto Rupert, firmemente anclado a la estación de mando. "Un comandante nunca abandona la nave", dijo.

Wade brincó hacia él y se lo llevó. "Sí, pero uno se espera que el Comandante permanezca vivo. Vamos, vieja liebre."

Nos refugiamos allí abajo, sintiendo los látigos de viento abrasar el casco. Los silbidos se oían hasta la cubierta, dándonos escalofríos.

"Vamos a morir, vamos a morir," murmuró Lawrence.

"El corazón de león de siempre, ¿eh?" regañó Wade.

Brent y Rent se apretaban uno con otros como dos niños y Edmund estaba finalmente a mi lado.

Examiné su hombro. "¿Te duele?"

"No, tranquila. Tú, en cambio, ¿estás bien?"

Asentí con la cabeza.

Un golpe seco nos sorprendió. Venía desde las calderas, donde estaba colocada la máquina de Tesla.

"Voy a controlar." Edmund se levantó y se dirigió con paso inseguro hacia el piso inferior. Lo oí bajar las escaleras. "Maldita sea," blasfemó.

La cabeza de Rupert se asomó desde abajo. "¿Qué está pasando?"

"Hay unos tablones de madera apilados que me impiden controlar la invención."

"¿Pero qué diablos estás diciendo? No hay tablas de madera".

"¿Oh, no? Ven a comprobarlo".

"Mira es exactamente una aeronave fantasma," murmuró entre dientes Lawrence.

"Ya deja de estar lloriqueando, ¿Ok?", espetó Wade.

"¡Estoy llegando!"

El gato de Cheshire bajó los escalones y se acercó a Edmund, viendo en persona lo que acababa de decir. "Tiene razón Ed. ¿Quién demonios ha puesto los tablones aquí? Sólo hay un pequeño agujero libre entre tres tablones cruzados y no podemos pasar por aquí".

Su voz llegó enrarecida y casi embotellada.

"Voy a ir a ver", sugerí yo.

Rupert me guiñó un ojo. "Con cuidado".

Bajé y me hice espacio entre Edmund y Wade.

"Alice, regrésate de inmediato..." murmuró el Sombrerero.

"Sólo voy a echar un vistazo," le dije.

Una corriente de aire penetrante congeló mis tobillos. Venía desde la ranura.

"Esto no me convence, puede ser demasiado peligroso. Wade, ayúdame a mover los tableros y voy a entrar yo ", sugirió Ed.

Incluso antes de que actuaran, me agaché e intenté colarme en la ranura. No era la primera vez que entraba en una abertura tan pequeña.  En Bajomundo lo hacía continuamente.

Una ráfaga de aire me dio una bofetada en la cara. Supuse que probablemente estaba abierta una falla. Me arrastré hacia abajo.

"Entonces, ¿todo está bien?", preguntó Edmund.

No, no lo estaba, para nada. La maquinaria estaba firmemente fijada, pero la escotilla de la cámara de sellado estaba abierta. Es por esto que casi seguramente fuimos perdiendo potencia. El aire ya no salía cíclicamente por las boquillas y la válvula de la caldera oscilaba frenéticamente. El cuadro de control de la temperatura estaba empañado por el humo. Un olor acre de gas me causaba dolor de cabeza.

El viento se azotaba entre mi pelo que iba delante de mis ojos, escondiéndome la vista. Tenía que cerrar la escotilla, pero estaba hecha de acero pesado que era el doble de mi tamaño. Yo no lo iba a lograr sola. Me agarré con fuerza a las vigas para que el viento no me succionara.

"Ed, Wade, la cámara de sellado está abierta. No puedo cerrarla yo sola".

"Alice, quédate allí donde estás, ya voy", dijo Edmund.

Los otros también llegaron para quitar las vigas, mientras que yo trataba de no hacerme arrastrar hacía afuera. El viento era muy fuerte. Los dedos ya no soportaban el cansancio y, si no hubieran llegado en mi ayuda pronto, yo habría sido tragada por el ciclón. Bajé los ojos para evitar que el viento me los picara. Mis sentidos se nublaron. Casi parecía que el viento me había entrado en la cabeza, expulsando todo lo demás. Tuve la impresión de caer en la madriguera de Rupert. Si la corriente no hubiera sido tan fuerte, podría haber jurado que era todo un sueño. Una pesadilla distorsionada donde se precipitaba hasta el centro de la Tierra.

Los párpados se cansaron y las voces de mis compañeros se volvieron débiles como el eco de una piedra arrojada a un estanque. Oscuro.

Capítulo 22

Soñé por largo tiempo cosas sin nombres y lugar sin un por qué. ¿Yo estaba en el Inframundo?

Flotaba en una dimensión abstracta, me sentía como un pequeño punto en el cosmos. A veces las imágenes se hacían ligeramente más claras, dejándome entrever formas y caras que no reconocía.

En un estado de vigilia, vi una espalda desnuda, pálida y armoniosa. Alguien me estaba dando la espalda. Vi un perfil y, finalmente, dos ojos mirándome.

El mundo estaba reducido dentro de una burbuja, y cada sonido me llegaba como la reverberación de un gong. Traté de abrir los ojos varias veces, pero una mano cálida y tranquilizadora se ponía sobre mi frente, regresándome al sueño.

Me sentía como entre los brazos de un ángel o de un sueño. Por último, no sé cuándo ni cómo, me desperté.

Yo estaba en una habitación con grandes ventanas pintadas de blanco. Estaban en frente de un hermoso jardín con setos y senderos que se cruzaban como trenzas de jóvenes niñas. Me pareció ver una mariposa azul revoloteando entre los arbustos. Los cipreses se disparaban hasta unirse con el cielo y un sol lechoso navegaba sobre la ola de un banco de nubes.

El papel pintado de la habitación era claro y tranquilizador, me daba la impresión de haberlo ya visto. Moví la mirada al otro lado de la habitación, donde en un escritorio de madera estaba sentado alguien.

Sobresalté. "¿Quién eres tú?", le pregunté, espantada.

El hombre levantó la cabeza y pude ver el azul profundo de sus ojos. Empezó a hablar con su boca perfecta, pero creo que otra vez me desmallé porque todo volvió a ser oscuro y pesado.

* * *

Cuando abrí los ojos, me encontraba siempre en la misma habitación, acostado en un sillón de damasco y los apoyabrazos en forma de pata de león.

Era noche y el resplandor producido por la vela sobre el escritorio reproducía formas parpadeantes sobre las paredes.

La cara de un hombre joven estaba iluminada por la luz, mientras escribía con un bolígrafo, con la cabeza inclinada.

Me levanté con los codos y apoyé la espalda al respaldo.

"Bienvenida de nuevo", comenzó él.

"¿De dónde?"

"Desde el reino de los sueños."

Fruncí el ceño. "¿En qué lugar estoy?"

"En casa, Estell."

Estell? ¿Quién demonios era Estell?

Miré a mí alrededor. En realidad, todo se veía muy familiar. Sin embargo yo no recordaba nada acerca de cómo había terminado allí y, sobre todo, no recordaba quién era yo.

"¿Quién eres tú?", Le pregunté, levantando una ceja.

"Cariño, no me digas que no te acuerdas de mí."

No, yo no recordaba nada en absoluto. ¿Era algo grave? Si este joven era alguien que yo conocía, sería terriblemente embarazoso admitir que no tenía ni idea de quién era. Pero ya era igual de embarazoso fingir conocerlo. Negué con la cabeza y fingí que recordaba algo vagamente.

Se levantó y se acercó a mí, sentándose en el sillón. "Nos diste un buen susto, ¿sabes?"

¿Nos? ¿Quién más se asustó?"

¿Qué me pasó?", Me pasé una mano sobre la frente y puse mi pelo hacia atrás, seguro estaba horriblemente despeinada.

"Te caíste de un árbol. Ese". Indicó a un roble más allá de la ventana.

"¿Qué estaba haciendo sobre ese árbol?"

"Estabas tratando de salvar a un pajarito."

Yo no me acordaba de nada. Era terrible. Y, la cosa todavía más preocupante, es que tenía la sensación de haber ya experimentado una situación parecida.

"Por favor, no te ofendas, pero ¿cuál es tu nombre? ¿Quién eres tú?"

"Estell, ¿realmente no tienes memoria de mí?"

Negué con la cabeza.

"Soy Ambroise. Tu marido”.

Mis ojos se fueron hacía arriba y me desmallé.

Soñé sopas y pastas humeantes, ladrones de infantería, grifos bailarines, interminables laberintos y rimas sin sentido.

incram ittavs i oiraperp lA

,onaib li rep navalletroT

ihceab i onare ihcnatsrirt aM

.onsilibis isrepuap i E.

No, prova così, avanti:

Al prepario i svatti marchi

Tortellanav per il diano,

Ma i tristanchi erano i barchi

E i paupersi sibilavano.

Me desperté. ¿Pero de que estaba hablando? Era un sueño, por supuesto. Recuerdo a un rey vestido de blanco, con un abrigo de piel blanca que cubría sus hombros. Me invitaba a leer algo.

Pero que sueño tan extraño, pensé.

No tuve ni tiempo de recuperarme del delirio cuando Ambroise se acercó a mí con una bandeja de plata entre sus manos, sobre la cual estaban colocados una humeante taza de té y un platito de galletas de jengibre.

"Buenos días Estell," dijo, "dormiste toda la noche. No te quería despertar, y así te dejé descansar aquí".

Me di cuenta que yo traía puesta una calientita cobijita de cachemir color verde.

"Debes perdonarme, pero realmente no me acuerdo de ti."

Vi sus ojos oscurecerse por la preocupación. Era una verdadera lástima porque parecía que el invierno había pasado adentro de repente.

"Oh, no tienes que pedir disculpas. El médico dijo que, a lo mejor, te podías acordar de algo. Pero pronto todo te regresará a la mente. Verás, querida”.

Él tomó una galleta y le dió un mordisco, sonriéndome. Luego me dio una a mí. La acepté con recelo y no supe si morderla o no, pero yo tenía hambre. Tomé un sorbo de la bebida y me comí tres o cuatro dulces. No los conté, para ser honesta, a lo mejor eran más.

"Bueno entonces tu y yo somos..."

"Esposos, sí."

Volvió a darme vueltas la cabeza tan fuerte que tuve que apoyarme en el respaldo. "¿Desde hace cuánto tiempo?"

"Dos años".

Miré a mí alrededor. "No tenemos hijos, ¿verdad?"

"Todavía no."

Mejor así. Me imaginaba la cara de un niño cuya madre no se acordaba ni de haberlo traído al mundo.

Todo parecía tan absurdo, que mis sueños parecían casi más reales.

Tenía una sensación de vacío en el estómago y ya no era hambre. Era más bien una especie de vértigo. Tenía la sensación de estar todavía sobre la cima de ese árbol, porque en un instante vi bancos de nubes que se movían unos pocos centímetros de mí y unas golondrinas, que me saludaban. Pero, en realidad, ¿qué tal alto era ese árbol?

Ambroise me tocó la mejilla y me hice para atrás. Yo supuse que no tenía que hacerlo, dada nuestra unión. Pero no podía evitarlo.

"¿Quieres dar un paseo por el parque?"

Asentí con la cabeza. Así que salimos a la pálida luz del sol. Ambroise me sostenía por el brazo, mientras caminábamos por el sendero de rosas de la villa.

"Esta es nuestra casa, ¿entonces?"

"Por supuesto, querida."

¿Cómo pude haber olvidado toda esa belleza por culpa de una caída de un árbol?

Cada paso que recorría me llevaba a imágenes cotidianas que Ambroise goteaba en mi mente como gotas. Me contaba de nuestros paseos al parque, de las Navidades con los tíos Gertrude y Nelson, de la tarta de moras que yo les preparaba para su cumpleaños. ¿Yo que cocinaba? Pensé que era verdad todo lo que él decía. ¿Pudiera yo hacer de forma diferente? Él era la única persona que había tenido a mi lado desde que me había despertado.

Era mi marido, después de todo.

Nos sentamos en un pequeño escenario detrás de la villa.  Los jazmines goteaban sobre nuestras cabezas desde la pérgola, ofreciéndome su delicada fragancia. La mano de Ambroise se puso sobre la mía y habrá sido por la fragancia frutal o la dulzura de sus palabras, pero me dejé besar. Sus labios me parecían de terciopelo y escenas como esas se repitieron en mi mente como una ráfaga de viento.

Estaba recordando de todo.

Nos amábamos, desesperadamente y locamente, desde un tiempo que yo no sabía cuantificar.

Capítulo 23

"Ambroise, ¿cuándo vendrán a vernos los tíos?", Le pregunté.

"Querida, pronto. El médico dijo que no puedes cansarte demasiado. ¿Quieres que lea algo por ti? “Se puso a mi lado en la banca del jardín, y recibió a mi cabeza en su regazo. Mientras leía, y el viento iba a través de las páginas, me acariciaba el cabello. Me acordaba de otros momentos como esos.

Una mariposa había aterrizado en la esquina del libro. Me levanté para verla en todo su esplendor. Ella tenía venas púrpuras y azules sobre las alas.

"Siempre has amado las mariposas", murmuró Ambroise, interrumpiendo la lectura.

"Es como si me acordaran de algo. Es extraño, ¿sabes? "¿Positivo?"

"Yo diría que sí. “Extendí la mano con el dedo hacía la pequeña criatura y ella brincó. Agitó las alas lentamente y como un juego hipnótico, me quedé viéndola, perdida.

Unas imágenes irregulares llenaron mis ojos, entre todas, un objeto brillante capturaba mi atención. Era un broche. Con la misma forma de ese ser que yo estaba contemplando.

"Ambroise, ¿alguna vez me has regalado un broche en forma de mariposa?"

Se quedó en silencio, deglutiendo. "Te he obsequiado muchas joyas, querida."

"Pero un broche..." Me levanté por completo y lo miré a los ojos, que por alguna razón, estaban llenos de emoción.

"Sí, Estell. Una vez te regalé un broche de esa forma".

Apoyé la cabeza sobre su hombro y la mariposa voló lejos de mi mano. Y, con ella, una parte de mi.

No sé cuánto tiempo pasó, pero me pareció sin fin. Me sentía feliz pero me daba cuenta que faltaba algo. No sabía qué, pero. Tenía un espacio en el pecho, a pesar de que Ambroise me llenara de atenciones y me mostrara toda su devoción. Sonreía pero, mi corazón gritaba. ¿Por qué?

Leía a la sombra del pequeño escenario; la primavera había explotado, lanzando sus colores por todas partes. El zumbido de una abeja me hacía levantar la cabeza, permitiéndome ver la colmena que, con mucha paciencia y habilidad, ella y sus compañeras habían construido.

En el césped temblaban pequeñas margaritas blancas que el viento apenas cosquillaba. Dos libélulas se entrelazaban en una danza acrobática, de polen en polen.

¿Podría haber sido la vida más perfecta?

Reanudé mi lectura, cuando un ruido me hizo abandonar el libro sobre la banca y me hizo correr hacia la casa.

El grito de Ambroise destrozó mi corazón. Cubrí mis ojos con las manos y sofoqué un grito.

"¡Nunca la tendrán!" Gritó él, tirado entre los dos hombres.

"Ni tu maldito traidor", contestó el otro con el pelo de fuego, que lo afrontaba, pinchándolo con sus ojos extraños de dos colores. Exacto, uno era verde y el otro azul.

"Ambroise, querido. ¿Quiénes son estos hombres? "

"¿Querido?" me hizo eco el joven de cabello carmesí.

Di un paso atrás, temblando. "¿Quiénes son ustedes?"

"Alicia, soy yo. Tu Edmund”.

Hice una mueca. No tenía idea de quién era y tenía miedo por Ambroise. "¿Qué pasa?", Grité.

"Vamos, díselo, Algar. Dile quien eres y que le hiciste", instó el joven.

Mi marido me miró con una expresión triste, bajó la mirada y se quedó en silencio.

Yo estaba temblando y llorando.

"Niña, ven aquí," me dijo el otro con las orejas cubiertas de pelo.

Grité y estaba a punto de salir corriendo.

«! Maldito!» dijo el joven, tirando un golpe en la mejilla de Ambroise.

El ruido me regresó a la realidad. Parpadeé, y todo me resultó claro. Algar me había engañado, de nuevo.

"Edmund", suspiré y corrí hacía sus brazos.

¿Todavía tenía ese derecho?

El Sombrerero me abrazó fuerte y me besó en la frente, llevándome lejos de esa escena. Brent y Rent estaban sujetando a Algar mientras que se retorcía como un demonio en la garganta del infierno.

¿Pero lo era de verdad? ¿De verdad era malvado o simplemente movido por el amor? ¿Puede el amor convertirte en ciego o malvado? Yo no lo sabía y tenía miedo de tener respuestas.

Algar se liberó del agarre. "¡No!" Gritó.

Brent y Rent lo sujetaron por las mangas y Wade se puso adelante de él. "Yo pensaba que tú eras más sabio, mi viejo amigo."

El otro levantó la mirada y con un hilo de voz dijo: "Perdí mi sabiduría cuando conocí el amor. Por ella... "

Él me lanzó una mirada y yo me sentí abrumada por la tristeza.

"No te atrevas a hablarle a Alicia," lo amenazó Edmund.

Lawrence le cubrió los hombros, mientras que otro fuerte ruido rasguñaba mi corazón. El puño de Wade había golpeado el pómulo de Algar, dejándolo sin conocimiento en el suelo de la entrada.

El gato de Cheshire y los gemelos se unieron a nosotros mientras nos íbamos. “Lo hice por ti." Su voz me llegó al corazón y convirtió mis huesos en yeso frágil. "Siempre te amé, Alicia. Recuerda que yo estuve contigo y tú conmigo. Recuerda que me amaste”.

Me había acordado de todo.

En un salto, recordé nuestra historia. O mejor dicho, nuestras historias. A la Green House no era la primera vez que subyugaba mi mente. Ya lo había hecho otras veces, sin que yo me diera cuenta.

La ira se cambió en un vestido incandescente y seguramente me hubiera quemado si algo no me hubiera tranquilizado: los buenos recuerdos llenos de ternura.

Lo odiaba. Pero lo amaba. El recuerdo de su amor era una espada de brasas que me cortaba por adentro y me derretía.

Mi corazón estaba partido por la mitad.

Una terrible conciencia se hizo espacio adentro de mí: yo amaba a ambos.

Uno de ellos era oscuridad, el otro la luz. Uno era el abismo, el otro la llovizna del verano. Eran diferentes y perfectos. Y yo amaba a la Alicia que estaba con ambos.

Estaba seriamente en problemas porque nunca hubiera podido elegir.

Sin embargo, las circunstancias me obligaban a hacerlo.

"Vamos a casa, jovencita," dijo Wade, acariciando mi cabello.

"No van a poder. Nunca la van a encontrar", arremetió Algar, arrastrándose por el suelo. Desde el labio salía un hilo de sangre.

Me sentí morir.

"¿Él sabe dónde está el espejo?", preguntó Rupert.

"Olvídate de él. Es sólo uno de sus trucos", dijo Edmund, tomándome en sus brazos.

Nos alejamos todos a bordo de un carruaje. Villa Carroll desapareció de mi vista, así como Algar,  solo y llorando por mí. Levanté mi cabeza desde el pecho de Edmund y respiré profundamente. Estaba harta de todo. En Wonderland todo era más sencillo.

"¿Cómo me han encontrado?", pregunté.

"Nos dimos cuenta que había sido Algar quién te secuestró. Vimos el humo azul de su opio resoplar desde la grieta entre las vigas", dijo Rupert.

"Sí, y oímos el olor," dijo Edmund.

"¿Por cuánto tiempo me fui?"

«Tres días, niña», dijo Wade, mirando hacia atrás.

Brent y Rent incitaron a los caballos y la velocidad del carruaje aumentó, haciéndome brincar.

"Pero, ¿cómo le hizo para secuestrarme? Recuerdo la tormenta y la cámara sellada. Y después... "

* * *

Ver que se alejaba entre los brazos de Edmund me mató. Me arrastré adentro de la casa y me serví un vaso de whisky. Lo tragué y me hundí en el sillón donde Alicia había dormido.

Lloré.

Había hecho todo lo posible para alejarla de ellos. Yo había plagiado la mente de Elfrida, para que me permitiera entrar en el laboratorio. Me escondí en el casco del dirigible. Sufrí el hambre, y por eso robé algo de comida. Yo había manipulado el panel de control. Yo había viajado con ellos y esperado el momento adecuado para secuestrarla.

Yo había abierto la cámara sellada y bloqueado el paso con tablones de madera, por lo que sólo Alicia, tan flaquita como era, hubiera podido pasar por allí.

Había nublado su mente y luego la había arrastrado conmigo lejos de allí, entre los espirales furiosos del viento.

Mis alas habían demostrado su utilidad. No tener ya a nadie que me curara mis heridas y que me calmara había tenido su ventaja. Habíamos volado, ella y yo, la había protegida con mi cuerpo, haciéndome rasguñar por todos los pequeños materiales arrastrados por el viento. Nos habíamos dejado arrastrar por la fuerza del viento, hasta aterrizar, agotados, en pleno campo, cerca de Londres. Desde allí nos fuimos hasta Guildford.

Alicia estaba semi-inconsciente y, como quiera, había borrado todo rastro de sus recuerdos antes de que volviera a abrir los ojos de nuevo, una vez llegados en Villa Carroll.

Ella tenía que creer lo que yo siempre había soñado. Ella y yo juntos, bajo ese techo, donde sus tejas estaban llenas de recuerdos. Y, por último, le había infundido la memoria de nuestras vidas pasadas.

Aquellas donde lograba llevármela conmigo.

En mi pecho yo sólo tenía ceniza y odio, un rencor devastador hacia Edmund. Estaba tan celoso de oír rugir adentro de mí un monstruo. Porque los celos son un demonio que devora el corazón y los escupe en chispas incandescentes.

Yo la quería secuestrar de nuevo. Y seguramente él siempre iba a regresar por ella.

Pero Alice no era un objeto. No podía pertenecerle. Tal vez ni siquiera podía pertenecerme a mí. Hay cosas demasiado valiosas para ser poseídas, el corazón de Alice era una de ellas.

Ella pertenecía a sí misma, desde el momento que había venido al mundo, pateando y gritando su diversidad. Su unicidad.

Cuando la vi alejarse, vi algo en sus ojos. El dolor, la ira, pero también el amor. Sentí que ella había entendido, que por fin había tenido conciencia a nuestro amor. Pero entendía el drama de su corazón. Y me había sentido culpable porque yo le había causado ese dolor. Podía dejarla vivir feliz con Edmund y, en cambio, no había podido resistir a la idea de ser feliz con ella. Había sido tan egoísta. Quien tanto ha amado y tanto se ha equivocado, muy poco ha reflexionado. No hay mente más ingenua que la de un enamorado, así como no hay corazón más prudente.

Me sentía muy infeliz. De hecho, ya había descubierto la infelicidad cuando había florecido mi sentimiento. La alegría tenía un tiempo muy limitado para mí, al igual que el batir de las alas de una mariposa. El resto era euforia ilusoria, y momentánea magia.

Me tragué las lágrimas y el polvo.

A la espera de que vinieran por mí.

Yo lo sabía y los iba a esperar.

Capitolo 24

¿Cómo era posible que la ilusión pudiera raspar una sólida realidad? No entendía cómo la ficción sugerida por la hipnosis de Algar podría insinuarse de esa forma en mi amor por Edmund.

Este último era verdadero. El de Algar, era un engaño. ¿O incluso ese también era sincero? Yo ya no entendía nada. ¿En realidad que era real?

Sentía mi cabeza explotar.

Nos estábamos dirigiendo hacia la casa de Alice Liddell. No podíamos perder más tiempo. Ahora ya nos encontrábamos arriba de un tren, que estaba corriendo a una increíble velocidad en una carrera sin paradas. Antes hubiera regresado a Wonderland y antes me hubiera olvidado de Algar porque estaba claro que no él iba a venir con nosotros. Y yo me sentía aliviada al pensar que todo de él habría desaparecido, regalándome un poco de paz. Pero consciente de que yo me iba  a acordar siempre de él.

Edmund me abrazaba con fuerza, casi por el miedo a que yo me soltara. Aunque se que mi cabeza, de hecho, estaba en otra parte. Tenía tantos pensamientos en mi mente, que parecía un acerico.

Los caballos galopaban y con ellos mi corazón. Faltaba poco, muy poco para conocer a la verdadera Alicia. Yo sólo era una pálida imitación suya, tal vez yo era incluso una imitación de mí misma. Yo ya no sabía quién era después de todas esas vidas. Había cambiado de nombre así tantas veces que incluso Alicia ya no me pertenecía.

"Así es, vamos a conocer a Alicia," dijo Wade.

"¿No eres feliz?", me preguntó Rupert.

¿Por qué tenía que serlo? "No sé...”

"Oh, déjenla descansar", dijo Lawrence..

Nos intercambiamos una mirada de complicidad y él comprendió mi gratitud. No tenía ningún deseo de hablar, y yo estaba agradecida con que Edmund no dijera nada.

En ese momento, todas mis vidas se regresaron. Pensé en Lewis, en el manicomio, en los Richardson, en Prudence y en los niños, en Algar...

Marianna, Astrid, Estelle, Isabell, Victoria, Alicia. Todas estas bailaban reflejadas en una multitud de espejos.

Me obligué a dormirme, y puse mi cabeza en el hombro de Edmund, que me estaba acariciando el dorso de la mano. Lo logré, y el zumbido de los recuerdos terminó.

* * *

Me desperté de sobresalto, arrancada desde el sueño por el fuerte relinchado de los caballos. El carruaje se detuvo. Habíamos llegado.

Ir a la siguiente página

Report Page