Alice in Wonderland

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Alice in Wonderland

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Ahora estaba segura de que Masetti solo estaba esperando una visita de ese tipo. Claro que me iba a vestir a mí como una muñeca e iba a saquear la cartera de Mary. Bueno ella fue quien quiso ir allí.

Me senté en la otomana y apoyé mi cabeza entre mis manos. Estaba mirándome los pies, mientras que ellos discutían sobre precios y metros. ¿Quién sabe qué pasaría si los zapatos pudieran elegir solos por dónde ir? pensé. Empecé a reírme, imaginando las botas largas de Masetti y quitarse los calcetines para empezar un vals alrededor de la habitación.

« ¿Porque te estás riendo, querida?» preguntó Mary.

Me salvé gracias a alguien que llegó desde la trastienda, probablemente ese Edmund. No le podía ver la cara porque sostenía una pila de rollos de tela, y las orillas colgaban hacia la derecha y hacia la izquierda. Zigzagueó alrededor del mostrador con toda esa carga, y me pareció que vacilaba. Supuse que necesitaba ayuda y por eso me levanté, yendo hacia él.

Masetti me detuvo con un brazo. "Por favor, señorita. Hay que dejarlo trabajar.

Edmund desenrolló sus muestras en el mostrador y finalmente levantó la mirada.

Pensé que me iba a morir o volver al mundo.

Tenía la impresión de haberlo visto antes, pero no pude recordar dónde o cuándo. Se me apareció como una visión de sueño. Tenía un rostro anguloso, y sin embargo armonioso; labios sutiles, piel pálida y un puñado de pecas salpicadas sobre unos pómulos limpios y determinados. El pelo rojo y los rizos colgaban sobre su frente y las cejas color cereza eran el techo para esos ojos... Tan extraños.

Me sostuve a la pantalla porque pocos eran aquellos que los tenían así y yo debía haber conocido alguien más con aquella característica. Un ojo era color azul cobalto y el otro verde musgo.

Yo estaba temblando.

No por el miedo, por supuesto. De hecho, tenían algo de fascinante y había belleza en la imperfección de su iris. Yo vacilé, simplemente porque yo lo conocía. Y no lo conocía.

Él me sonrió y me hizo una reverencia en su chaleco de color ciruela. Hizo el gesto de quitarse el sombrero pero no tenía ninguno en su cabeza. Cuando su mano se posó en su rizada cabeza, yo vi en su mirada una expresión desconcertada. Supuse que él estaba acostumbrado a traer puesto uno y que, con toda probabilidad, ese día podría haberlo olvidado.

"Él es la persona que va a confeccionar su sombrero, señorita Astrid. Yo me encargaré del vestido. Ese chico es muy bueno, eh ", dijo el sastre, mirándolo con un toque de orgullo. "No me cabe duda de eso, señor Masetti," sonrió Mary.

Extendió los brazos y nos habló en voz baja para que el joven no lo pudiera oír. "Bueno, ya saben, algunos clientes dudan de su talento, porque miren... le faltan unos cuantos tornillos, aquí." Hizo girar el dedo índice en su sien. "Pero es bueno. Se lo puedo asegurar, queridas señoras ".

«Con eso que quiere decir?» preguntó Mary.

"Bueno', mire... Me lo encontré hace tiempo que deliraba y balbuceaba frases absurdas. Lo puse a trabajar aquí en la tienda. Más que nada se ocupaba de la limpieza. Un día me lo encontré que dibujaba un sombrero femenino con una tiza, sobre el modelo de un vestido. Me acerqué para ver mejor el dibujo. Era muy bonito. Las líneas eran elegantes y limpias. Tenía una técnica excelente, no había ninguna duda. Así que le pregunté si él hubiera sido capaz de hacer uno igual con una tela. A partir de ese día se convirtió en mi ayudante sombrerero”.

María tenía lágrimas en los ojos. "Usted es una persona de buen corazón, Masetti. Mire, incluso mi Astrid es... »

No le permití de terminar la frase. Yo no quería que me acordara que había sido encontrada en la calle como un perro callejero y no quería que los demás lo supieran. La miré de reojo y ella entendió.

Moví mis ojos sobre Edmund. Tenía la mirada perdida y seguía tocándose la cabeza, como si a través de sus rizos se asomara aquel sombrero que estaba buscando poco antes. Había una poesía silenciosa en todos sus movimientos. No pude evitar notar sus manos esbeltas y diáfanas.

"¿Él entonces perdió la memoria?", Le pregunté al sastre.

"Sí, querida. Él no recuerda nada, excepto su nombre y que sabe coser. Estoy seguro de que fue un excelente sombrerero alguna vez. Creo que la causa de su enfermedad haya sido el ácido utilizado para mantener en forma el fieltro de los sombreros. Todos los sombrereros, después de todo, son un poco "locos". Nos hizo un guiño de nuevo.

Mi mente fue como golpeada por un gong dorado. Algo se movió, tenía la seguridad que ese Edmund entendiera como me sentía o, hasta pudiera darme algunas respuestas.

Me quedé mirándolo, no me importaba parecerle inoportuna. Hubo un momento en que su mirada se movió sobre mí y tuve la impresión de que nuestros ojos habían entrelazado una conexión secreta. Se estaban hablando, sin necesidad de usar los labios. O al menos eso me parecía. No podía parpadear y fue necesario un codazo de Mary para alejarme de él. Trataba de cavar en sus ojos y recuperar de alguna manera mi imagen. Pero no estaba. Él parecía no conocerme.

Intenté otra vez acercarme, cuando que de repente alguien entró en la sastrería. Era un muchacho que llevaba la ropa sucia y un sombrero de pico levantado sobre la nariz. Yo dudaba de que él pudiera ver algo de esa manera.

"La señora Jenkins me dijo que le comentara que espera su vestido para la fiesta de esta noche", advirtió, limpiándose la nariz con el dobladillo de la manga. Casi me sentí mal.

"Oh, sí", dijo Masetti. "Edmund, recoge la prenda de la señorita Jenkins desde el traspatio y entrégala a esta dirección." El sastre se inclinó sobre el mostrador y cogió un trozo de papel desde el interior de la caja. Se lo entregó al sombrerero que fue a recoger el vestido y salió sin mirar atrás.

Vi su silueta tragada por la palidez de la nieve y luego se desvaneció junto con ese niño que andaba brincando tras él como un cervatillo.

"Ahora que Edmund está fuera para la entrega, pasemos a tomar las medidas, ¿si, señorita?" Masetti se frotó las manos otra vez. En ese momento me parecía una mosca, pegajosa e incómoda.

El sastre desenrolló su medidor y comenzó a tomar mis medidas. Me dije entre mí misma: ¿qué pasaría si cambiara mi estatura, si me hiciera minúscula y luego muy grande?

¿Oh, cielo porque me salían a la mente estás rarezas?

Mary y Masetti terminaron de ponerse de acuerdo. Yo estuve esperando el regreso del chico, pero nos fuimos antes de que llegara.

Sin embargo, me sentí reconfortada por la idea de que lo iba a ver otra vez al momento de probarme el vestido.

Y nada me impediría hablar con él.

V

Regresamos a casa, a pesar de que en mi mente yo todavía estaba en esa sastrería esperando a ese misterioso chico. Por supuesto que parecía extraño, tal vez más que yo. Y eso es todo.

El día transcurrió lentamente y no encontré ningún estimulante, ni siquiera en mi té de la tarde. Me sentía apática y, al mismo tiempo eufórico. Yo misma no reconocía cuán voluble era mi estado de ánimo. Pasé el día en mi habitación, en frente de la ventana, porque la nieve me recordaba la última vez que había visto al sombrerero. ¿Pero qué demonios me estaba pasando?

"¿Astrid, de casualidad pasó algo que te molestó?" Me preguntó Greg entonces, mientras yo ponía en orden los libros en su estudio. Me gustaba hacerlo, me hacía sentir útil y notaba con gusto la expresión de orgullo que llenaba los ojos del hombre.

A menudo estábamos juntos allí. Él contestaba a las cartas y yo ponía en orden los títulos, a pesar de que ya lo había hecho innumerables veces. Pero me encantaba estar allí. Veía a Greg, que escribía, atento, y el sonido de la pluma contra el papel áspero cosquillaba en mis oídos. Lo veía mientras que goteaba la cera sobre los sobres y los agitaba para secar el sello. A veces realmente tenía la impresión de haber vivido desde siempre en esa casa y de pertenecer a los Richardson, no menos de la verdadera Astrid. Puse el libro que tenía en mis manos. "No pasó nada, es sólo que...”

« ¿Que, querida?»

«Tengo como la sensación de estar perdida.»

Su mirada se llenó de melancolía. « ¿Quién de nosotros nunca se perdió? Hay que perderse para encontrarse nuevamente.»

Me sentí aliviada. El sonido de su voz sabía acariciarme. Para mí tenía un poder calmante.

Pasaron otros días. Me hubiera gustado que fueran jugosos y llenos como semillas de granada, pero estaban vacíos como nueces talladas. Se acercaba la Navidad y la única a la cual no le importaba era yo.

Después de 5 días pedí a Mary si tenía alguna noticia sobre mi prenda.

"Cariño, todavía es muy temprano," dijo ella, apartando la mirada del libro que estaba leyendo en el salón. "Un vestido como el que Masetti te está haciendo no se crea en dos días. Ten paciencia. Yo sé que no te puedes esperar para ponértelo”.

El fuego calentaba el ambiente y pintaba juegos de luces sobre la alfombra persa, que parecía decir por favor, siéntate tranquilamente. Yo fantaseaba a menudo acerca de objetos que podían hablar. Por no hablar de las flores. Maldición. Me las imaginaba hablarme y cantar para mí. Tanto que tenía la impresión de que lo hacían en serio. Gladiolas, geranios y rosas eran las más habladoras. Y cuando Beth me descubría en flagrante con el oído dirigido hacia los ramos de flores frescas, dispuestas en las varias macetas de la casa, decía: "Astrid, no te quedes allí parada a perder el tiempo con las flores. Ellas no hablan".

Claro que tenía razón. Pero a mí me encantaba escucharlas.

No era normal, yo sabía que no lo era. Me senté a los pies de la sala de estar, me acurruque sobre mí misma observando las llamas. Ese rojo brillante me recordaba el pelo de Edmund y yo terminé sonrojada aún más. Cuanto más pasaba el tiempo, más se hacía él indeleble en mis pensamientos. ¿Es posible que solo fue suficiente un momento para que su imagen se grabara en mi mente?

«Eres extraña, Astrid», continuó Mary.

Ahhh que increíble descubrimiento. Me encogí de hombros. «Creo serlo en serio, Mary.»

«Oh, no digas estupideces, querida.»

Resoplé y crucé los brazos alrededor de mis rodillas.

"No se ve bien estar allí en el suelo. Ven en el sofá ", dijo ella, acariciando el brazo del sofá al lado de su sillón.

«Estoy bien así. Gracias Mary.»

Esa mujer no me entendía. Me podía dar todo el amor del mundo, pero no me entendía y eso me hacía sentir terriblemente sola.

* * *

Faltaban cuatro días a la Navidad y por fin llegó la noticia que abrió mi corazón: mi vestido estaba listo.

Iba a ver otra vez a ese chico y mi deslizarme dentro a través de los días se habría acabado. Yo no quiero nada de él, sólo preguntarle cómo se sentía al no tener un pasado. Bueno yo sabía cómo me sentía, pero quería hablar con alguien con el cuál compartir mi desconcierto, aunque sólo fuera por unos minutos.

Regresamos con Masetti y ya no me preocupaban los brincos del carruaje. Mi corazón latía muy fuerte.

La tormenta de la noche anterior, comparada con la tormenta dentro de mí, era sólo una pequeña gota de agua acunada en el hueco de una hoja. Y si no lo hubiera visto, creo que yo habría enloquecido.

Entré en la sastrería y miré alrededor. Masetti se me acercó con la prenda entre sus brazos. Me sonrió tan ampliamente que juré haberle contado todos los dientes, además de uno de oro y un empaste.

« ¿Dónde está el sombrerero?» pregunté.

« Ah, señorita Richardson, lamento informarle que no me fue posible confeccionar su pequeño sombrero", dijo el sastre con una voz como amasada.

Vacilé. « ¿Y eso porque?» dije casi gritando.

"Oh, yo no pensaba que te importaba tanto, querida. Al fin y al cabo era solo un sombrero ", dijo Mary.

"¿Dónde está el sombrerero?", Repetí, sonando como sorda o estúpida. No me importaba.

"No está aquí," contestó Masetti, que me invitaba a mirar a su alrededor.

"¿Y dónde está?"

"Señorita, maldición ese era solo un sombrero. Puedo producir otro para usted".

"Señor Masetti, perdón, no le pregunte dónde está mi sombrero, pero quiero saber ¿dónde está el sombrerero? ¿Por qué no está aquí? Quiero que me lo diga, o de lo contrario... “Salió en mi mente la afirmación: ¡Que le corten la cabeza! Yo no iba a ser tan drástica, ¿por qué lo había pensado?

"¿Astrid, no te parece que estás exagerando?", Comentó Mary.

Traté de tranquilizarme.

"Bueno, señorita, Edmund ya no está aquí. Huyó. El mismo día en que ustedes señoras vinieron aquí a mi tienda, él se marchó. No me dejó nada excepto su cilindro”.

Mi corazón se detuvo, tenía ganas de gritar y llorar. ¿Por qué se había ido? Empecé a hacerme mil preguntas. Y entonces tuve una intuición. No era imposible que Edmund hubiera escapado para poder encontrarse a sí mismo. Se había mostrado mucho más loco que yo, al renunciar a un trabajo y un lugar cálido dónde poder dormir y comer.

Masetti se dirigió hacia la trastienda y volvió con un sombrero entre sus manos. Inmediatamente supe que tenía que ser él sombrero de Edmund. Podía sentirlo. Era un cilindro alto, con el cono doblado. Era de terciopelo color verde esmeralda, y sobre la base estaba estrecha una faja de raso morado, de donde salía un pedazo de papel que decía: 10/6.

El sastre me pasó el cilindro y me pidió que me lo llevara. "Me dio la impresión de que a usted le gustaría quedárselo. Ya sabe, nosotros los ancianos entendemos ciertas cosas ", me dijo, sonriéndome. Ya no me parecía tan desagradable, ese gesto lo había redimido. Tal vez nunca más debería juzgar a la gente antes de conocerla.

Mary hacía rebotar su mirada entre él y yo, todavía sin entender. Yo lo Había percibido por la expresión aturdida de sus ojos. Ese hombre se había dado cuenta de que Edmund era importante para mí, y ella no.

Tenía que escaparme de esa casa, o ellos habrían destruido la poca identidad que yo me estaba construyendo. O tal vez eran ellos que la estaban construyendo para mí. Uno no se debería olvidar de sí mismo para llenar el molde de una imagen que otros quieren aplicar a nosotros. Era lo que yo estaba haciendo y ya era el momento de actuar. Beth tenía razón.

Agarré el sombrero y lo acerqué a mi pecho. «Se lo agradezco», murmuré.

"No hay problema. En serio no sé dónde está, señorita. Regresará, tal vez. No estoy seguro. Incluso pensé que había alejado de Guildford. Sin embargo, el sombrero está aquí. Por el momento, solo tengo remordimiento y miedo a perder al mejor ayudante que podía esperar encontrar ", concluyó.

Y yo había perdido la única ocasión que tenía para no sentirme tan sola y, a lo mejor, para recordar.

VI

Durante el regreso no dije nada.

La Navidad entró desde la puerta principal con regalos, chocolates, canciones. Y mi corazón se salió por la ventana, con nada más que cenizas.

Los Richardson invitaron a la cena de nochebuena a algunos amigos. Ellos se llamaban Paul y Evelyn Evans. Él era sub director del banco que dirigía Greg. Se veía muy serio y construido, aligerado pero por su esposa que en vez encontré agradable. Era espontánea y, a diferencia de Mary, no se preocupaba por las etiquetas. El mantel era blanco y enriquecido con bordados, como el vestido de una novia. Y estaba lleno de maravillas, que quien está a la intemperie sin un techo sobre su cabeza no puede ni siquiera soñar. Las llamas que ondeaban desde las velas del candelabro parecían pequeñas bailarinas vestidas de rojo. Beth iba y venía de la cocina, llevando cada vez una variedad de platos diferentes. Desde los platos se levantaba un aroma sazonado que abría el estómago y ofrecía al paladar un sinfín de promesas.

Pobre Beth, obligada a servir a esos creídos en la víspera de Navidad. Me hubiera gustado ayudarla, a pelar patatas y bayas, si no fuera que solicitaban de mi presencia. Hice una pausa para reflexionar sobre cuánto yo era tonta: hubiera podido tranquilamente irme. ¿Pero como iba a hacer todo yo sola? Sin memoria, ¿a dónde iría?

Bajo el árbol estaban los que habían de ser mis regalos. Levanté la mirada y señalé la estrella de oro que enviaba destellos en el techo. Las bolas de cristal, que colgaban de las ramas de pino con olor acre, me parecían pequeños globos, en cuyo interior se escondían mundos desconocidos y secretos ocultos.

Empecé a levantarme sin pedir permiso y fui interceptada inmediatamente por la mirada de Greg. No tuvo necesidad de decir nada, entendí que me obligaba a permanecer sentada y tranquila. La figura más autoritaria entre los dos Richardson, sin duda era él. No siempre era así, de hecho, cuando no había gente era muy cariñoso, especialmente con Mary. Sin embargo, tenía que haber alguien que pusiera orden. Además, creo que se quería demostrar autoritario sobre todo de frente a su sometido. Y creo que, después de todo, se había cansado de verme deambular por toda la casa con una cara colgante. Comía poco, no quería salir ni ver a la gente. Cualquier padre, real o ficticio, hubiera empezado a dar síntomas de agotamiento. Durante días, había intentado silenciosamente entrar en mi mundo, y yo había cerrado todas las puertas. Él no se lo merecía. Nadie merecía mi silencio y mi aislamiento. Yo no lo podía culpar. De hecho no lo habría culpado si de repente me hubiera dejado afuera de la puerta o me hubiera expuesto sus quejas.

Volví a sentarme, mientras que la habitación giraba a mí alrededor. Era como si yo hubiera estado bailando, realizando miles de giros y vueltas. O tal vez era la habitación que daba vueltas y con ella el mundo, que se movía sin mí mientras yo permanecía inmóvil sobre esa silla.

No me pude resistir más. "Discúlpeme, me mareé. ¿Pudiera alejarme por un momento? "

Greg apretó con fuerza la servilleta a su derecha y miró a Mary.

«Claro que si querida, puedes irte», dijo ella.

Me alejé caminando por el pasillo y llegué hasta mi cuarto.

Oí villancicos llegar a mi ventana, como llovizna. Me dieron alegría pero, al mismo tiempo, también una gran tristeza. Ya no regresé abajo, a pesar de que Mary y Greg se alternaban para comprobar mi estado y a suplicarme que bajara. Envié mis disculpas a través de Mary a sus invitados, pero no estaba de humor para eso. La siempre querida Beth me trajo su parte de la cena. Sin embargo, yo no quería comer. Un nudo me apretaba el estómago y me impedía tragar cualquier cosa. Era una maraña pesada, de las que se disuelven solamente llorando.

Me dormí abrazando el sombrero de Edmund.

* * *

A la mañana siguiente bajé y oí la voz de Greg y Mary en el pasillo. Me aplasté contra la pared y me quedé escuchando.

"Tal vez no ha sido una buena idea traerla a vivir con nosotros," dijo Greg.

Mary sollozaba. "¿Por qué dices eso?"

"Cariño, tú has derramado sobre ella el amor que tenías para Astrid. Pero ella no es Astrid y nunca lo será”.

"Podría serlo."

"¿Tú también pareces loca, ahora? Mary, yo también tengo cariño por ella, sin embargo, no creo que sea justo. Eso es todo".

"¿Qué quieres hacer, sacarla de la casa?"

"Madre santa, por supuesto que no."

"¿Y entonces?"

"Me gustaría solo que tú no te esperaras demasiado de ella y no trataras de entenderla. No puedes. Sólo Dios sabe lo que tiene en su cabeza esa chica.»

"Creo que es normal después de lo que le ha pasado."

Mis ojos se abrieron y se me salieron algunas lágrimas. Ellos sabían algo de mí y yo no. Inconcebible. Hubiera querido brincar afuera y preguntar, pero me quedé escuchando todavía.

"Lo sé. Mary, cualquiera en su lugar habría perdido la memoria. Pobrecita. ¿Crees que sospeche de algo? "

"No, no lo creo. La veo ausente, hace mil preguntas, pero no sospecha de nada. "

"Bueno. Sería un trauma adicional para ella. "

"Sí. Por eso cerré los artículos en un cajón de tu oficina”.

"¿Todavía no los tiraste?"

"No"

"¿Por qué, Mary?"

"No sé. Lo haré hoy mismo, después de que Beth haya limpiado las cortinas".

"Bueno. No debe saber de dónde viene. Sería terrible para ella y para nosotros. Y creo que lo sería más para ti".

Oí a Mary sollozar de nuevo y después ambos permanecieron en silencio. Sentí sus pasos que se alejaban y se desvanecían en la sala de estar.

Con decisión, subí otra vez las escaleras. Fui directamente a la derecha y entré en el estudio de Greg. Ya no podía aguantar más secretos. Si ellos sabían algo de mi pasado, yo tenía derecho a saber y de arrancárselo, en caso que fuera necesario.

La habitación estaba envuelta en la oscuridad. Las cortinas de damasco estaban cerradas y el sol estaba protestando para entrar. Abrí una, sólo lo suficiente para que entrara una lama de luz. Cerré la puerta detrás de mí, me armé de valor, caminando hacía su escritorio. En la penumbra veía muy poco. Sondeaba la superficie del mueble y tocaba cada entrada, cada testigo de la presencia de termitas, cada embutido, hasta que encontré los cajones. Eran dos por cada lado. Abrí uno y me di cuenta que no iba a ver nada con tan poca iluminación. Me atreví a abrir las cortinas por completo. La luz entró con prepotencia. Cerré los ojos en dos hendiduras, porque en ese rincón de la casa el sol parecía aún más brillante. Regresé al escritorio y rebusqué en el cajón. Me sentía como si fuera un ladrón, pero al final no estaba robando nada, me estaba adueñando otra vez de mi pasado.

Levanté una pila de papel, pero no encontré nada que tuviera que ver algo conmigo. Empecé con el cajón de abajo. Nada. Sólo chatarra. En la parte inferior estaba una pistola. Me imaginaba que todos o la mayoría de los hombres poseían una en el estudio. Busqué de nuevo, y me corté con un abridor de cartas sin cubiertas. Instintivamente me llevé el dedo a la boca y chupé la herida con la lengua. El sabor metálico y dulce de la sangre me dieron náuseas.

Me moví a los otros dos cajones. El de arriba estaba lleno de sellos, hojas y otras inútiles porquerías. Quedaba el último. Enganché el dedo índice a la manija para abrirlo y para mi sorpresa, estaba cerrado.

Me di cuenta de que los compartimentos inferiores estaban equipados con un pequeño candado. El hecho de que estuviera cerrado me confirmó que los Richardson me escondían algo importante.

Busqué en las otras habitaciones una horquilla, un clip o cualquier cosa me ayudara a forzar la cerradura. Todo lo que encontraba no era útil. Finalmente recordé mi llave.

Una llave para abrir todas las puertas.

¿Dónde había oído eso?

No tenía otra opción y tal vez el colgante podía realmente abrir esa pequeña cerradura. Mi valor y mi ingenio se vieron recompensados porque el compartimento se abrió con un chasquido fuerte que me hizo sumergir el corazón en el estómago. En este caso, también habría hojas sin valor y cartas escritas por Greg. Reconocí su oblicua y elegante escritura a mano. Seguí buscando, cuando, por fin, me encontré con algo. Documentos a primera vista. El expediente contenía la sigla Paciente 4X1D.

Lo saqué y desde su interior se salieron algunas hojas, como si la carpeta hubiera querido vomitar la verdad. Uno de ellos era un artículo de prensa. El titular decía: Joven huye del Instituto Saxon.

Un psiquiátrico.

La imagen, impresa con una tinta no muy reciente, representaba mi imagen.

Empecé a tener escalofrío y me estaba mareando.

Leí el artículo y no pude evitar llorar, apretando el papel entre mis manos y manchándome de negro las yemas de los dedos.

Tinta y sangre.

Apreté los dedos a las sienes.

Puse los ojos en blanco y me quedé cegada por copos blancos que remolineaban confundidas.

Recordé la imagen de un largo pasillo con azulejos negros y las paredes raspadas y húmedas, que una vez probablemente habían sido pintadas de color verde oscuro.

Pocas ventanas y aquellas presentes estaban cerradas, como para negar el derecho de ver el sol a quien, por locura o desgracia, estaba encerrado allí. ¿Porque para los locos estaba prohibida la luz? ¿Porque lo que el hombre ignora y quiere ignorar está ocultado en la oscuridad?

Vi habitaciones sombrías y vacías. Y un sinfín de caras mirarme perdidas. Sus ojos volvieron a mi mente, pinchando el alma y me dieron un vértigo en el estómago. Todo estaba oscuro y resbaladizo, como esas pesadillas que tragan hasta la esperanza de despertarse.

Y todavía podía oír en mis oídos el chillar discordante de lágrimas, risas y gritos. Los gritos de los pacientes y sus delirios dolorosos me azotaban el corazón. Recuerdo que algunos de nosotros éramos arrastrados por los pasillos con camisas de fuerza, obligados a ser sometidos a torturas indecibles. Veníamos sumergidos durante horas en tinas heladas, atados por las muñecas y los tobillos. Veníamos anestesiados, pasando la mayor parte del tiempo con la mirada y la capacidad de tomar decisiones como un zombi. A las más desafortunadas tocaba el electroshock. Yo nunca lo probé, entendí que era suficiente no agitarse ni hacer preguntas, y todo habría ido bien. Por supuesto, siempre existía la frustración de no ser nada más que un número, sin derechos, sin sentimientos.

Y después, no sé cómo, logré escapar.

Traté de recordarme, pero no me vino a la mente nada. Recordaba sólo el perfil del instituto que se perdía en el horizonte, detrás de mi espalda. Apreté los documentos entre mis manos y temblé. Yo tenía razón: estaba loca en serio. La fecha era de unos cinco meses antes. Leí con atención cada cosa, incluso los documentos que confirmaban mi dependencia a los Richardson, los cuales se tomaban la responsabilidad de mis acciones.

¿Para el mundo yo estaba loca y para mi familia postiza yo que era? Me imaginé que había hechos algunas investigaciones, después de mi descubrimiento. Yo reconocía su valor, sin embargo, pocas personas se hubieran quedado con una loca en la casa.

¿Pero yo lo era de verdad? ¿Porque me habían encerrado en esa institución?

Nada. No había escrito nada.

Confusa, arranqué las hojas. Miré otra vez en el en el cajón en busca de cerillos para quemarlos y me di cuenta que había un doble fondo. Apliqué un poco de presión y la tapa de madera se activó, levantándose rápidamente. Puse adentro mis dedos y lo levanté con cuidado. Encontré billetes y monedas. Cientos y quizás miles de libras. No las conté. No sé lo que me pasó, pero yo me quería ir y sólo me quedaba mendigar si no hubiera tenido algo de dinero conmigo. No lo pensé demasiado. Agarré una pila de billetes, fijé otra vez la tapa y cerré el cajón.

Me salí de la habitación, dejando atrás el eco de mis remordimientos. Volví a la habitación, recogí algunas cosas y me encargué de llevar conmigo el sombrero de Edmund. Puse todo en una bolsa de alfombra y me fugué a través de la puerta de la cocina.

Nadie se dio cuenta de mi salida.

Nadie vino a buscarme.

Así fue que vagaba de nuevo.

Pero estaba libre.

VII

Lo primero que tenía que hacer era cambiar de ciudad.

Había oído maravillas acerca de Londres y pensé que era un lugar apropiado para recomenzar.

No sabía cuantificar el valor del dinero que traía conmigo, pero pensé que habría sido suficiente para iniciar una nueva vida.

Me cubrí bien, levantando el cuello del abrigo, y traté de levantar el dobladillo del vestido para evitar que la nieve lo mojara y me diera aún más frío. Afortunadamente los guantes de piel de foca que Mary me había regalado fueron muy útiles.

Era la mañana de Navidad y las calles estaban desiertas. Todo el mundo estaba en su casa para desenvolver los regalos, para abrazarse y calentarse junto a la chimenea. Hubiera podido tener todo esto sí tan sólo me hubiera quedado. Lo que los demás esperan que nosotros hagamos es lo que en serio no queremos hacer. Ellos se esperaban que yo me quedara. Nunca. Sentía mucho haberlos decepcionados. Pero estaba cansada de haberme desilusionado a mí misma durante tanto tiempo y tenía que conocer mi pasado.

Me parecía estar en una cárcel. Y nadie es verdaderamente un esclavo si posee la verdad.

Crucé con un guardia que iba a caballo y le pregunté cómo llegar a la estación. No estaba muy lejos, podía llegar caminando.

"¿Segura que quieres ir a la estación?", me preguntó.

Tuve miedo que los Richardson ya hubieran notificado a la policía de mi escape. Temblé ante la idea de que el agente me llevara de vuelta o, peor aún, que me entregara otra vez al cuidado de la clínica. Tal vez no fue una buena idea preguntarle a él.

Vacilé, humedecí mis labios y al final contesté. "Sí, oficial."

"Usted quiere ir a Londres, ¿verdad?"

Su conjetura me sorprendió. "¿Cómo lo sabe?"

"Bueno', sólo hay un tren programado para hoy. Y va a Londres. Debe ir a la estación para esto, ¿verdad? "

Entrometido. Era evidente que era un agente, incluso si no hubiera traído puesto el uniforme.

Su caballo resopló y el vapor permaneció en el aire frío, condensándose sus grandes fosas nasales oscuras. Agitó la cola y relinchó suavemente.

"Sí, voy a Londres," dije.

"Entonces usted debe darse prisa. El tren sale en una hora”.

Se levantó la visera y me sonrió, simplemente, tirando de las riendas. Contesté a su sonrisa con un movimiento de mi cabeza y seguí por mi camino.

Una vez a la vuelta de la esquina, empecé a correr como loca.

Sentía mi cara ardiente. El sudor, expuesto al aire helado, llegó a crear una capa de hielo y fuego sobre mi cara. Seguí corriendo, hundiendo los pies en la nieve. Estaba batallando para respirar y la garganta me picaba como si hubiera tragado una caja de clavos. Tuve que aflojar el ritmo, si no, no iba a resistir más e iba a desmallarme en el suelo como un caballo de carreras.

Llegué a la estación por fin. La vía del tren estaba casi desierta. No podía pretender que estuviera toda Guildford allí conmigo; era la mañana de Navidad y quien tenía que salir de la ciudad ya lo había hecho el día anterior, o lo habría hecho con el próximo tren. El ambiente era surrealista. El tren parecía un cachalote de acero. Resoplando humo espeso y casi aceitoso que se propagaba en el aire.

Compré un boleto y esperé de pie. La soledad y el frío congelaron mis huesos y tuve la impresión de que podrían romperse como el vidrio en cualquier momento.

Pensé en la chimenea del salón de los Richardson, en los regalos que todavía tenía que descartar, en el desayuno caliente de todas las mañanas. Me di cuenta que no había comido. Me hubiera encantado comer dos bollos y tomar una taza de té Darjeeling.

El pensamiento voló entonces a los Richardson, particularmente a la querida Mary que tanto había trabajado para que yo me sintiera realmente su hija. ¿Cómo me habría sentido sin sus atenciones? Pensé en Gregory y en cuánto iba a echar de menos el olor de su puro. Y, por último, pensé en mi amiga Beth.

Me preguntaba si estaba haciendo lo correcto, me sentía como una desagradecida. Pero yo no huía por rebelión o para molestarlos, nunca hubiera querido; tenía el derecho como cualquier otra persona de saber quién era yo. En mi corazón, siempre hubiera reservado un lugar para ellos, que ninguna verdad iba a borrar. Una lágrima brotó desde el iris y se cayó sobre las pestañas. Estaba fría en mi mejilla. La quité con un dedo y la vi en la yema del dedo hasta formar un pequeña rosa de hielo.

El tren silbó y el chillido metálico me sacudió.

El controlador salió del vagón, levantando la visera. Una pareja de ancianos subió antes que yo, cogidos del brazo. Él guiaba a su pareja con amabilidad, mientras que ella se apretaba en el abrigo cubierto por una piel de castor. Luego fue el turno de un joven, que sostenía un maletín de cuero oscuro. Tenía que ser un abogado, tal vez un médico.

Después fue mi turno, pero vacilé un momento. Di media vuelta y pensé de nuevo en mi familia adoptiva.

«¿Se va a subir, señorita?» Preguntó el controlador, como despertándome.

Asentí y levanté un pie en el estribo. Sabía que una vez a bordo todo cambiaría. La mayoría de las personas se hubieran quedado allí donde yo estaba. Yo no. Ya no podía revolcarme en la mentira. Tan pronto como entré, las puertas se cerraron, dejando que mi mirada se deslizara sobre los vidrios cubiertos de escarcha.

Otro silbato sonó en el aire, y oí un zumbido muy bajo, vibrar bajo mis pies.

El controlador me hizo sentar en una litera, dado que de pie oscilaba y me aferraba a la barandilla. Me senté y puse la bolsa sobre mis rodillas. El tiempo en ese tren parecía no pasar mientras que yo proyectaba sobre los vidrios las memorias que me habían regalado los Richardson.

Mi primera vida estaba enterrada en un hueco oscuro de la mente. La segunda estaba desapareciendo detrás de la estela de los carriles. La tercera estaba a punto de comenzar.

Llegué a Victoria Station, después de casi dos horas. Bajé las escaleras y puse un pie por primera vez en mi nueva vida. A diferencia de la pequeña estación de Guildford, la de Londres daba hospedaje a un bullicio de gente que corría arriba y abajo de las vías del tren. Caminé hacia la salida, encontrándome con un pequeño coro que cantaba una canción de Navidad. Les di un cuarto de libra y una mujer con una sonrisa radiante, me dijo, "Feliz Navidad, señorita..."

Ella quería saber mi nombre, pero en realidad yo no lo conocía.

El reloj indicaba que era mediodía. Al dispararse la hora, el sonido del peaje me iluminó.

"Marianna", dije.

Nos sonreímos la una con la otra y me dirigí hacia la salida.

Marianna. Marianna!

Alguien me llamó. Me di la vuelta, pero nadie parecía prestarme atención y el coro siguió cantando. Fruncí el ceño y continué.

Marianna. Marianna! ¡Tráeme unos guantes!

¿Pero cuáles guantes? La voz venía directamente desde mi cabeza, de esto estaba segura.  A lo mejor ese de verdad era mi nombre. Despacito, todo estaba aflorando.

VIII

Yo estaba sola en una gran ciudad, y francamente tenía un poco de miedo”. ¿Qué me iba a pasar? ¿En dónde me iba a dormir? En mi mente nacían un sinnúmero de preguntas a las que no podía responder.

Decidí que por el momento sólo tenía que buscar una posada en donde alojarme, en la espera de un alojamiento mejor.

Caminaba por las calles, dejándome acariciar por la atmósfera de Navidad. Se podía percibir hasta el corazón, deslizándose como jarabe de arce en una capa de panqueques humeantes.

Un grupo de niños corrió rápido en frente de mí, riendo y bailando. Maravillosa inocencia que cree en la magia. Para ellos, todo es real y todo es fantasía, no hay límite para separar lo real del sueño. Sin embargo, para los adultos es diferente. Siempre demasiado ocupados en patrones rígidos de la materialidad y de las convenciones.

Paré a un transeúnte y le pregunté dónde estaba la posada más cercana. Me comentó de un lugar no muy lejos de allí. Yo seguí caminando, con la confianza de que mis pies se quedarían soldados a los tobillos todavía por poco de tiempo”. No quería desperdiciar el dinero pagando un cochero.

Pero al menos podía darme un festín con los ojos en las ventanas de las tiendas y con el derroche de colores que bailaban en las calles. Algunas tiendas estaban realmente preciosas, parecían casas de muñecas en miniatura. Estaban vendiendo jabones, sales, perfumes. Pasé en frente de un buen café con la puerta de cristal oscura y plomo forjado. De allí vi entrar y salir mujeres que traían puestos collares de perlas y elegantes abrigos de pieles. Sobre sus sombreros ondulaban plumas ligeras como soplos, flores y broches, cuyas aplicaciones brillaban como gemas. Incluso los hombres estaban vestidos de una forma muy elegante, con abrigos oscuros y sombreros de hongo que parecían recién sacados del molde. Cada uno de ellos llevaba un bastón con un mango curvo de plata o latón. Algunos llevaban monóculos y quevedos. Me sentía pequeña e insignificante entre ellos, a pesar de que en Guildford yo era bien vista y admirada.

Pasé adelante de la ventana de una panadería y compré una bolsa de galletas de mantequilla. Me habría desmayado si no hubiera mordido algo y esas galletas de mantequilla eran realmente una panacea. Yo caminaba comiendo, capturando la mirada de los transeúntes. No es educado comer en la calle, me hubiera dicho Mary. Pero ella no estaba allí y yo era libre de hacer lo que yo quería, a pesar de la opinión popular.

Llegué al lugar que me habían aconsejado. El edificio tenía que ser reciente, de hecho su arquitectura estaba como influenciada por un nuevo movimiento artístico. Había aprendido algo gracias a los libros que Greg guardaba en su estudio. A él le gustaba hablar de arquitectura. A menudo hablábamos de puentes, torres o catedrales. Él hubiera sabido sin duda proporcionarme detalles sobre aquellas construcciones.

El letrero de latón decía: Green House. Por lo menos, me daba una cierta esperanza.

Entré y llovió sobre mi cabeza el sonido chispeante de pequeñas campanas.

Por fin estaba en un ambiente caliente después de una mañana paseando. La alfombra de color melocotón acariciaba mis pies, por fin consolados. Las paredes, exquisitamente adornadas con un papel pintado color verde agua, relajaban mis ojos.

La recepción de roble estaba en frente de mí. No era un hotel de lujo, pero era un lugar acogedor y daba la impresión de que la era gente amable. Me acerqué y toqué el timbre dorado.

Una voz femenina llegó desde el pasillo detrás de la recepción. "¡Sí, sí! Llegó".

Tres niños salieron de repente, gritando y tirando una muñeca de trapo. Seguro pobrecita no la envidiaba. La pobre, en la cabeza tenía sólo dos mechones.

"Oh, por el amor de Dios", gritó la misma voz. Era una mujer frágil y de aspecto suave. Se acomodó el pelo castaño, llevando atrás los mechones despeinados y se arregló las mangas del vestido color vino. Se aclaró la garganta y me sonrió. "Me disculpo. Ya sabe, los niños a veces son verdaderamente tremendos".

« ¿No se preocupe. Son suyos?»

Suspiró. "Sí, lo son. Por desgracia, soy la única que puede cuidar de ellos por el momento. Mi Rob está siempre de viaje y por eso tanto la gestión de la familia como la de la Green House dependen de mí. Dígame, ¿quiere una habitación? "

Miré a mí alrededor para confirmar mi impresión inicial. Sí, ese lugar podría ser perfecto para mí. "Sí", contesté. "Bueno. Desafortunadamente no tengo mucha elección, tengo solo dos habitaciones.

Usted sabe, en tiempos como estos, la gente viene a visitar la ciudad ". "Cualquier habitación estará bien", le comenté, encorvando la boca en una sonrisa.

Los tres niños llegaron otra vez al vestíbulo haciendo mucho ruido. Uno empezó a tirarme por el dobladillo de la falda, la otra quería tocar mi pelo y la más pequeñita se iba colgando de mi bolsa como un mono. Yo había visto uno, cuando Mary y Greg me habían llevado de paseo a un zoológico, el parque de animales de Guildford. Tenían casi la misma habilidad en el trepar.

«¡Oh, Madre Santa!» gritó la mujer.

«No se preocupe», dije yo. «Solo son curiosos de alguien que no conocen.»

«No, ellos son exactamente así: sin vergüenza. Me hacen enloquecer." Dio la vuelta al mostrador y agarró de la muñeca el niño mayor. "Will, ¿cuántas veces te he dicho que no molestes a los clientes?" Lo regañó ella. Pero el regaño no tuvo el efecto deseado porque el niño se revolvió y sacó la lengua. "Will!" le gritó la mujer.

Me reí, no podía evitarlo. Esos niños se me hacían muy divertidos.

«¡Vete!» dijo ella, mientras que con una nalgada lo alejaba de mí. Las niñas corrieron detrás del hermanito, con muchos chillidos y risas. “Me van a volver loca, estoy segura de eso", resopló mientras caminaba otra vez detrás del mostrador. "Bueno en que estábamos..."

Sostuve una risita. "Le estaba preguntando por una habitación." "Ah, sí. Perdone, es que esos tres me privan de cualquier energía. Necesito un ama de casa o alguien que cuide de ellos. ¿Lo puede creer que yo ni siquiera tengo tiempo para salir de aquí y publicar un anuncio en el "Times"?" Movió la cabeza y se volteó hacia el armario donde se guardaban las llaves de las habitaciones.

Tuve una intuición que me vino como un rayo. Yo necesitaba de un trabajo. Ella, de una niñera.

Mary estaba en lo cierto, el caso no existe.

"Si me permite..." murmuré.

"¿Sí?"

"Yo podría ser muy útil para usted."

Me miró ladeando la cabeza, al igual de como hacen los cachorros cuando no comprenden un comando. "¿Alguna vez trabajó como niñera, querida?"

« Por supuesto que sí", mentí, pero entonces, ¿qué podía hacer? Si le hubiera dicho que no, nunca me hubiera considerado.

Me miró, preocupada. “Usted se ve muy joven."

Le respondí en un tono amistoso: "Yo podré cuidar de sus hijos."

Creo que estaba verdaderamente desesperada, porque me mostró su mano. "Hecho, entonces. Mi nombre es Prudence".

Apreté su mano y nos pusimos de acuerdo.

Trabajando como niñera para Will, Linsey y Cady, tenía el derecho de alojarme de forma gratuita en ese hotel y, aparte, habría recibido un salario digno. Nada increíble, pero tampoco miserable. Seguro era un salario más alto que el salario que pagaban en la fábrica. Las mujeres, aparte, también eran menos pagadas. Por lo tanto, me podía considerar más que afortunada y con suerte.

* * *

Prudence demostró ser una muy buena anfitriona, así como una buena compañía. Empecé a cuidar de sus hijos ese mismo día. Esos pequeñitos aprendieron rápidamente a quererme. Tal vez se les hacían muy divertidas mis historias extrañas. De hecho, a mí también me hacían reír. Le contaba cada día una historia diferente, inventando diálogos improbables con tortugas, langostas, conejos y liebres hablantes.

IX

Me caía violentamente a través de un túnel tenebroso y muy largo. Trataba de agarrar las raíces que sobresalían de las paredes, pero sin lograrlo. Y mientras me deslizaba por abajo, una pila de basura se iba hacia arriba: tenedores, vasos, platos, relojes, zapatos, sombreros. Todo fluía hacia arriba como si fuera succionado y tragado por un monstruo hambriento. Me preguntaba si era yo que iba en el sentido contrario o no. Estaba precipitado como una canica de vidrio en una cuneta. Faltó poco para que un piano que flotaba en el aire tocando solo, me golpeara. Seguí, tocando péndulos de oro de mi estatura, que oscilaban en el vacío produciendo un eco metálico. Finalmente llegué al revés, encontrándome a unos pocos centímetros del suelo ajedrezado que se desarrollaba debajo de mí.

De repente el arriba se hizo abajo y al revés. El tablero de ajedrez estaba sobre mi cabeza y me encontré de pie sobre una superficie plana. Hice tapping con los talones varias veces para comprobar que había aterrizado. Miré alrededor y me di cuenta que estaba en una habitación circular con las paredes pintadas de negro. Noté que estaba sólo una pequeña puerta con un candado y un badajo de oro. Me sentí casi como una urraca, hechizada por ese brillo. Cuanto más me acercaba,  más ésta se hacía minúscula. ¿Cómo podría abrirla? La clave alrededor de mi cuello había desaparecido misteriosamente.

Me sentía sola y desesperada, así que me puse a llorar y mis lágrimas se convirtieron en un lago que inundó el ambiente. Un barco que transportaba a un ratón vestido muy elegantemente vino hacia mí. Y después aquella imagen tan clara se convirtió en una visión aguada donde se mezclaban mil caras.

Un laberinto interminable serpenteaba alrededor de mí. Insectos con colores brillantes y dimensiones por nada usuales me perseguían. Medusas coloridas volaban sobre mi cabeza, fluctuando como burbujas de jabón; las aves, al contrario, nadaban bajo mis pies. El piso estaba hecho de agua y ahora yo podía caminar arriba de él.

Rosas, rosas por todas partes. Inhalaba su aroma dulce y picante, suficiente para darme dolor de cabeza y creer que me estuvieran hablando. Y cantando también.

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