Alice

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Segunda parte Fin de la novela » Capítulo 5

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Capítulo 5

Íbamos a disfrutar de la playa del Poetto con Giovannino antes de que terminara el verano, antes de que empezaran las clases, antes de que yo hiciera el equipaje para mudarme al piso de arriba, antes de que a Natascia le creciera la barriga, antes de que metieran las manos en el corazón de Anna.

En septiembre el Poetto está precioso. Más que en el resto de las estaciones. A veces tengo la impresión de que las olas son más leves, aunque con un sonido más decidido y terco. Tal vez porque en septiembre el verano ya es viejo y tiene que disfrutar de lo que le queda por disfrutar, con obstinación.

Mrs. Johnson también venía con nosotros, en autobús, ella que siempre había ido en taxi. Pero ya no era lo bastante rica como para ir en taxi a todas partes. Cogíamos el autobús en la parada de la plaza Matteotti, en la cabecera de línea, hasta nuestro sitio, mío y de Giovannino, donde no hay quioscos pero sí una fuente de esas antiguas, de hierro verde, para beber agua.

El Poetto, ese septiembre, fue nuestro escondite. En la playa el tiempo tenía su propio ritmo, independiente del de la vida cotidiana. En días despejados, los rayos de sol le daban al agua una transparencia total y un tono esmeralda. Alrededor de nuestros pies bailaban sin miedo pequeñas mabras. Si llegábamos temprano, el promontorio de la Sella del Diavolo surgía en medio de una levísima niebla matutina. Para nosotros pasar allí unas horas era como regresar al mundo perfecto, divino, del que todo ser humano sabe que procede y por el que siente nostalgia.

Tres generaciones de náufragos, la vieja, la joven y el niño. Fondeados en una playa de arena suave y blanca, ya no tenían problemas. Realmente mis padres habían sido dos jovencitos inmaduros. Me entraban ganas de hacer que viesen el mar con mis nuevos ojos.

Sentadas cada cual en su toalla, mientras Giovannino corría feliz con esa manera que él tiene, como si persiguiera algo bonito que merece la pena ser alcanzado, Mrs. Johnson se me quejaba de las familias ruidosas y no me dejaba pedirle a nadie que nos vigilara las bolsas para poder bañarnos los tres juntos, porque según ella era gaggio, o sea, hortera. Me confesaba que a ella también, que se consideraba una vieja bruja, le habría gustado echarse un novio, porque lo único que quieren nuestros corazones es amor. Y pensándolo bien, la mejor edad para enamorarse es justamente la vejez.

—¿Por qué? —le preguntaba.

—Porque a vuestra edad, la tuya y la de Natascia, tarde o temprano el amor se termina.

—¿Se terminará para Natascia y su novio?

—Creo que sí.

—¿Y entre Johnson sénior y Anna?

—Que quede entre nosotras, pero ¿a ti te parece de veras que a Anna le gusta tanto el jazz?

—Johnson sénior seguro que le gusta con locura. El jazz, no lo sé. A ella le encantan las canciones de la iglesia, la música de los Beatles, las arias de las operetas. Me he fijado en que antes nunca cerraba la puerta cuando Johnson sénior tocaba. Ahora sí que la cierra. Cuando le pregunté por qué, me contestó que lo hace porque así él se concentra mejor.

—Sabemos perfectamente que no es verdad.

—¿Para ellos también se terminará?

—No. Pero será porque no les dará tiempo a cansarse el uno del otro. Se morirán antes. Ésa es la única ventaja auténtica de la vejez. A mí también me gustaría aprovecharla. Pero para que la cosa acabe con un broche de oro, elegiré a un señor respetable, sensato, de esta tierra, en una palabra, completamente distinto a Levi, y a lo mejor, por qué no, rico, para ir otra vez en taxi a todas partes y renovarme el guardarropa. Con todo este desbarajuste a mí también me han entrado ganas de rarezas. Yo, que siempre he sido normal.

—¿Para Natascia y su novio se terminará aunque ella sea una máquina de guerra del sexo?

Ma petite fille, ¡tanta obsesión con las máquinas de guerra del sexo y vas y te cortas al cero esa preciosa cabellera!

—Quiero convertirme en chico.

—¿Para conquistar a mi hijo? Malheureuse! ¡Pobrecilla! De todos modos, con el tiempo, terminamos cansándonos hasta del sexo. Y si Natascia decide tener a ese niño, el novio se le irá incluso antes.

—Seguro que Johnson júnior la convence de que lo tenga, está en ello y algo inventará.

—Ah, claro, para él todo es fácil. ¿Qué quieres que invente? ¿Precisamente él, que tuvo un hijo para echarlo a perder? ¿Sabías que el niño ha decidido irse a París con su padre y el Omar ese?

Entonces Giovannino también se marchaba, todas las personas que quería en mi vida se marchaban.

En ese momento, Giovannino se acercaba a nosotras.

—¡Hoy las olas son ensordecedoras! —gritaba, pero yo no lo oía.

Sólo quería dejar de existir, no haber nacido nunca. Miraba mis zapatos, colocados al lado de la toalla, y pensaba en cómo serían sin mis pies dentro, vacíos para siempre. El mundo puede hundirse y desaparecer de un momento a otro.

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