Alice

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Primera parte » Capítulo 14

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Capítulo 14

Las señoras de abajo y de arriba han vuelto cada una a su sitio.

Annina ha tenido que buscarse corriendo otro trabajo de asistenta y volver a ponerse la pastillita para el corazón debajo de la lengua. Por la mañana sale tempranísimo y por la noche regresa con las bolsas de la compra.

Johnson sénior tiene un aire atormentado y, si es posible, está todavía más fuliau de sa maretta[9]. En vista de que las cortinas de Buckingham Palace están siempre echadas, para ver a Anna se pone en la escalera de servicio a la hora en que ella regresa del trabajo y quiere quitarle de las manos las bolsas pesadas con la compra, pero ella las sujeta con firmeza porque no quiere su ayuda. Dice que no es una destrozahogares, así que se retira en buen orden.

Mr. Johnson se pone también en la parada donde sabe que Anna espera el autobús, finge que pasa por casualidad, en su chatarra de coche, y le pregunta si puede llevarla al trabajo.

—No se moleste —contesta Anna, que le habla otra vez de usted, y le vuelve la cara.

Después se queda sentada en el murete, con las piernas colgando, esperando el autobús, y, cansada y melancólica, lo ve desaparecer en su chatarra de coche, y entonces se echa a llorar.

O si no él pasa y vuelve a pasar por las tiendas de alimentación donde sabe que ella hace la compra y, si la ve, entra y le ruega que lo deje explicarse.

—No hay nada que explicar —contesta Anna—, está todo en orden.

Anna y Natascia descorren las cortinas sólo por la mañana temprano y las veo mientras desayunan. Se nota que están calladas, la madre echa trocitos de pan en la leche, acercando mucho la cara a la taza. Se coloca la servilleta alrededor del cuello antes de ponerse a comer, y después, en cuanto empieza, se la quita, como hace Johnson sénior, la única costumbre que le ha quedado del piso de arriba. Entonces, cuando se da cuenta, se echa a llorar.

—Yo hablaría con Levi —me confesó—, pero Natascia no quiere. Me ha amenazado: «Si sigues haciéndole caso a ese hombre, nunca más volverás a verme».

—¿Por qué tú lo querrías incluso con su mujer en casa? ¿No dices siempre que no quieres ser una destrozahogares?

—Lo querría incluso por una o dos horas, incluso un par de minutos. Pero ¿adónde podemos ir? Podría venir al piso de abajo, pero Natascia me controla y es capaz de pedir permiso en el trabajo para presentarse de repente.

—Creía que ante todo te interesaba el piso de arriba.

—Con él sería feliz incluso en el tugurio donde vivía con mi madre, aquí en la Marina.

—Annina, entonces eres tú quien manda. Debes decirle a Natascia que no son asuntos suyos. ¿De qué te acusa? ¿Qué quiere de ti?

—Querría una madre normal.

—¿Y cómo es una madre normal?

—Una que a mi edad ya no piense en el amor ni en ser feliz. Me acusa de tener la cabeza llena de cuentos de hadas, de haber intentado llenársela también a ella, pero no se ha dejado engañar.

—Mis padres me contaban muchísimos cuentos de hadas y rimas infantiles. Los cuentos de hadas me gustaban porque terminaban bien, las rimas porque el mundo era al revés, pero todos estaban contentos. ¿Qué sería la niñez sin cuentos ni rimas?

—Cierto. Mi madre nunca me contaba nada, pero las mujeres de la Marina, ellas sí que me contaban cuentos. Las pocas señoras ricas que había hasta me compraban libros. Hermosísimos. Los guardo en el arcón.

—Creía que allí guardabas la cubertería de plata.

—¡La plata! Gioja! ¿Me tomas el pelo?

—¿Me dejas verlos? —hice ademán de ir a abrir el arcón.

—No. No. El arcón no se abre.

—¿Y Natascia los leyó?

—Claro, pero a ella no le gustaban, decía que eran cosas que no podían ocurrir y me miraba con desconfianza, siempre con ese aire acusador tan suyo. La tiene tomada conmigo porque no he sabido darle una familia normal, quedándome con mi marido.

—Pero si el que te dejó fue él.

—Aunque era pequeña, a lo mejor se dio cuenta de que yo a su padre no lo quería.

—¿Lo maltratabas?

—¡No, qué dices! Era amable con él y hacía todo lo posible por entrar en aquel zapato apretado que era mi matrimonio. Hasta me corté los dedos, como las hermanastras de Cenicienta, para que el pie me cupiera en el zapatito y así poder casarme con el príncipe. Pero no hubo nada que hacer. Antes de casarme yo tuve muchos novios, y siempre llegaba un momento en que me dejaban sin darme ninguna explicación. El único que me tomó en serio fue el único que no me gustaba para nada, pero yo tenía treinta y cinco años y ya era tarde para una vida normal. Natascia siempre intuyó la verdad, aunque nadie se la haya dicho nunca.

—Johnson júnior dice que debemos comprender quiénes somos, en qué zapatos podemos meter los pies.

Desde mis ventanas que dan al patio los veo, a Annina y a Johnson júnior cuando se confiesan. Se encuentran a solas y se sientan a una de las mesas de Buckingham Palace; cuando está él Annina deja las cortinas descorridas, porque se siente a salvo de cualquier posible ataque de su hija. Saca el florero de cristal de Bohemia, uno de los manteles bordados en malla, la porcelana y pone la mesa. Los veo sentados uno frente al otro, hablando sin parar.

A veces Anna se queda mirando fijamente los objetos de s’aposentu bonu.

—¿No es ridícula esta habitación? —me pregunta—. ¿No parece una bidduncula[10] vestida de fiesta? De fai morri de s’arrisu![11]

—Es muy bonita y elegante —miento.

—¿Has visto?, ahora en el piso de arriba vuelven a tener criada de uniforme, y para su nieto, Mrs. Johnson ha contratado a una tata que lleva delantal azul y cofia blanca. Pero Giovannino no necesita a esa tata, justo él que se ha educado solo.

—Se oyeron unos gritos descomunales entre Johnson júnior y su madre y después a la tata esa no se le vio más el pelo.

Sigue la época difícil también para Natascia. Su novio ha encontrado un nuevo trabajo en el que está en contacto con muchas mujeres.

Una noche que fui a la cocina a beber un vaso de agua vi que en Buckingham Palace la luz estaba encendida. Eran las tres de la mañana. Esperé un rato, pero no la apagaban y me pareció oír un llanto, unos sollozos. Entonces pensé en el corazón de Anna y salí a llamar a la puerta. Pero era Natascia que había tenido otro mal sueño de celos, una pesadilla horrible. Su novio y una colega estaban en una habitación, él se agarraba la cabeza con las manos, como desesperado. Natascia entraba en la habitación y él la miraba con desprecio, se metía el dedo en la nariz y le lanzaba unos mocos que se le estampaban en la camiseta, entonces ella salía corriendo y en ese momento se despertó y sus sollozos desesperados asustaron a su madre.

Me dio pena, me parece que Natascia se está volviendo loca, como mi madre, y encima por algo que no existe. Le propuse que llamáramos a Johnson júnior, aunque fuesen las tres de la mañana, estaba segura de que iba a decir lo correcto. Pero Natascia no quiso saber nada y dijo que Johnson júnior es una persona que nunca ha tenido problemas, alguien con la vida resuelta, un camino en la llanura sin una sola piedra, y no lo puede entender.

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