Algo

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M

A

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I

Cuando en lo hondo del valle

resuena un tiro,

se estremecen las aves

dentro sus nidos,

y tal vez piensen

en el hijo ó el padre

que están ausentes.

II

Duerme la tierra cubierta

bajo un fúnebre capuz

cuando el alba la despierta

dándola un beso de luz.

Huye la sombra de donde

la luz nueva vida crea:

tras los árboles se esconde

para que el sol no la vea.

Del campo las verdes galas

cruza, cantando su amor,

esa armonía con alas

que se llama ruiseñor.

El aura corriendo esquiva

presta al valle nuevo encanto,

y en las flores, compasiva,

del rocío enjuga el llanto

y su voz de acentos suaves,

fingiendo un hueco sonido,

corre á asustar las aves

que aún duermen dentro su nido.

III

Vi á una niña y á un anciano,

tristes y pobres los dos;

tendiome aquélla su mano

y dijo temblando: —¡Hermano,

una limosna por Dios!

Una limosna la di

al mirar sus tristes ojos,

y —¿te acordarás de mí?—

dije. Abrió sus labios rojos,

sonrió, y dijo que sí.

Desde entonces han pasado

dos ó tres años ó más;

ella no se habrá acordado

de mí, yo no la he olvidado

ni la olvidaré jamás.

IV

Tranquilo duerme el niño en muelle cuna,

mas de pronto su rostro de querube

vela un sombrío aspecto de tristeza,

cual vela al cielo azul la densa nube,

y á suspirar y á estremecerse empieza.

La angustia se dibuja en sus facciones,

en convulsión se agita, y se resiste

a admitir de su madre los abrazos,

y como auxilio demandando triste

al aire extiende sus pequeños brazos.

Si ha visto siempre dulce su reflejo

y su imagen tranquila

en el límpido espejo

de la radiante maternal pupila;

si su breve existencia

ha pasado rodeado de placeres

¿qué recuerdos de horror que así revisten

sombríos caracteres,

hijos de sensaciones que aún no existen,

que aprenderse no pueden en tal calma,

se han despertado súbito en su alma?…

V

Milloncito de mi alma,

mi amor escribir no sé,

papel y pluma me sobran;

sólo lo escribiera bien

a ser la pluma mis labios

y tus labios el papel.

VI

Si cada vez que en ti pienso

cayese una blanca estrella,

tanto pienso en ti, que pronto

quedara el cielo sin ellas.

VII

Si cumplir con lealtad

nuestra última voluntad

es sagrada obligación,

cuando mis ojos se cierren

he de mandar que me entierren

dentro de tu corazón.

VIII

¿Te acuerdas?…… Brilló la luna

y pensamos: ¡qué importuna!……

IX

Ríe; en el hermoso hoyuelo

un beso quiero enterrar,

luego ponte seria, y nadie,

nadie lo conocerá.

X

Toda una noche del polo;

los dos en un lecho solo,

tú aterida por el frío,

témpanos en derredor…,

y en tu pecho y en el mío

el fuego del Ecuador.

XI

—¿A quién quieres tú más, di,

a mí, ó á Dios?, ¡dilo!

—¡A Dios!

—¡Ah! ¿Conque á Dios?

—¡A los dos!

(Y luego al oído): ¡A ti!

XII

Rodó una perla de tu collar,

cayó en tu seno,

y allí, á tu seno, fuila á buscar

de gozo lleno.

¡Creílo un nido! ¡Dulce calor,

fuertes aromas,

y acurrucadas hallé en su amor

a dos palomas!

XIII

Cual la abeja los olores

en el cáliz de las flores,

bebo en tus labios la esencia

del amor que te consume:

¡el deseo!… este perfume

de la flor de la existencia.

XIV

La cosa más sublime,

el cuadro más hermoso

que he visto en este mundo

ni puedo ver en otro,

fué el techo de tu alcoba

reflejado en el fondo de tus ojos.

XV

¡Mis labios en tus labios…,

mis manos en tu seno…,

y un canto sin palabras

con música de besos!…

XVI

¡He aprendido en tu regazo

(mira, levántate un poco,

quiero retirar el brazo)

la gran ciencia de ser loco!

XVII

¿Por qué es menor el placer

que el deseo, en el amor?

Porque el fruto no ha de ser

tan bello como la flor.

XVIII

A la luz de la pasión,

los seres que nos rodean

vemos, en torpe ficción,

como queremos que sean,

nunca tales como son.

XIX

¿Que por qué no te echo flores

después que me has dado un beso?…

Pues… por eso…

XX

Que es una gran verdad veo,

aunque tarde se conoce,

que más aún que en el goce

está el goce en el deseo.

XXI

Por tener agua,

el mundo entero

diera yo un día,

y ahora, creed

que lo daría

por tener sed.

XXII

Amor, deseo, goce, hastío, enojo,

colores son del iris de la vida;

¿quién, mirando el del cielo, habrá que mida

dónde acaba el azul y empieza el rojo?

XXIII

Quise apartarme del mundo

y consagrarme á mi amor

y vivir sólo por ella,

mas no logré mi ambición.

La luna en torno á la tierra,

la tierra en torno del sol,

¡más que la luna no quiera,

del sol gira alrededor!

XXIV

Hay en tu ser otro ser

que forjó mi fantasía

y encarnó la mente mía

en tu cuerpo de mujer.

¡Y crees, en tu egoísmo,

que te adoro á ti! A ti no,

a aquel ser adoro yo

pura esencia de mí mismo.

El vaso que la atesora

eres, pero no la esencia;

aquél cambia con frecuencia,

ésta… ¡ay!, ¡ésta… se evapora!

XXV

Si yo quisiera matar

a mi mayor enemigo,

me habría de suicidar.

XXVI

El ansia de saber, ansia infinita

en que siempre mi espíritu se agita,

no hallara paz, satisfacción ni calma,

aunque supiera el

para qué del mundo,

las leyes de la física del alma,

el origen fatal de la existencia…,

cuánto no sabe ni sabrá la ciencia.

El ansia de gozar que me devora

no quedara tampoco satisfecha,

si al fin llegara la anhelada hora

de contemplar, sentada en mis rodillas,

la mujer ideal que yo he soñado,

de pálidas mejillas

y de mirar sensual y apasionado,

de pechos mal cubiertos por el traje

que en dureza y color mármol parecen

que no ceden al peso del ropaje

y á la presión de un beso se estremecen,

llena de amor, de fe, de poesía…,

la que busca y no encuentra el alma mía.

Anhelo ciencia y goce,

goce y ciencia imposibles, si me afano

buscándolos, mi espíritu conoce

que fatalmente habrá de ser en vano.

Si alguna vez alcanzo lo que ansío

y ávida al fin lo estrecha ya mi mano,

a la palabra mágica de ¡

es mío!,

la posesión transformase en hastío.

XXVII

El tiempo es cruel con los seres

al medir pena y ventura;

en un día de amargura

cabe un año de placeres.

XXVIII

Para matar la inocencia,

para envenenar la dicha,

es un gran puñal la pluma

y un gran veneno la tinta.

XXIX

Graba bien esta máxima en tu mente,

consuelo del mortal atribulado:

«No hay bien como el ajeno y el pasado,

y no hay mal como el propio y el presente».

XXX

Si no hay alma, ni hay Dios, ni hay otra vida

después de la terrena,

¿por qué, para qué, quién á este terrible

suplicio de la vida nos condena?

¿Por qué esta aspiración al infinito

que dentro de mí siento,

no puedo dominar, y encuentro en ella

a la par mi esperanza y mi tormento?

El latir de mi pecho fatigado

¿es tal vez el ruido

del batir de las alas de una ave

que se ensaya á volar dentro su nido?

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