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JOAQUÍN MARÍA BARTRINA I DE AIXEMÚS (Reus, 1850 - Barcelona, 1880). Representa, en la convulsa literatura catalana decimonónica que encontrará su nueva voz luego de la Revolución de 1868 ó «La septembrina», la supremacía de la duda como motor poético en aquellos tiempos ideológicamente revueltos. Poeta, dramaturgo, ensayista, narrador y periodista, Bartrina plasmó en su obra tanto en castellano como en catalán las profundas grietas producidas por el debate entre el positivismo y la religión. Basta con recordar el conocido suceso ocurrido en 1877 en el Ateneu Barcelonés durante el ciclo intitulado «La América precolombina». Debido al marcado énfasis positivista que entonces sus ponentes evidenciaban, las directivas de dicho centro decidieron suspenderlo, impidiendo así la participación de Bartrina. Ante tal debacle entre los anhelos librepensadores que se llevarían á cabo luego de la Revolución de 1868 y de la conformación del movimiento denominado «la Renaixança» —movimiento cultural que encontró su formulación y puesta en marcha á partir de 1840, en el cual se buscaba un «renacer» de la lengua catalana con una orientación más poética que social— con los impedimentos institucionales que cercenarían de raíz cualquier intento de pensamiento positivista, se decidió fundar un año después, á manera de un renacer de un espacio cultural, L’Ateneu Lliure de Catalunya, del cual Bartrina fue, en su momento, secretario.

Ya desde Reus Bartrina había establecido contacto con los grupos literarios barceloneses que después recibirían el nombre de «La Jove Catalunya», de los cuales él mismo formó parte; por estos motivos, su iniciativa de contrarrestar el naciente rechazo á cualquier poesía liberadora y liberada encontró en todo momento espacio en sus actividades literarias: traduce

El origen del hombre de Darwin; publica el folleto

¡Guerra á Dios! en 1869, con un evidente énfasis antirreligioso; sus piezas políticas

Lo matrimoni civil (1869),

Lo ball de les cartes (1871) y

El testamento del año (1871) lo vinculan, á la vez, con el debate político que entonces, luego del reino de Isabel II, buscaba esclarecer las tentativas de la nueva poesía española —será después, á partir del Noucentisme, que la poesía catalana buscará su identidad—. Sus publicaciones, no obstante, no se enmarcaban únicamente en un cambio de pensamiento social ó político: basta con recordar su elogio al poeta Frederic Soler y á la Renaixança publicado en 1872, ó su poemario

Epístola, que obtuvo el premio de los Jocs Florals de 1876 gracias á su marcado énfasis en la invitación á la reformulación de los criterios mismos del concurso.

No obstante su fe en la ciencia y sus anhelos de cambio, Bartrina vivió en la plenitud de la duda, en las acechanzas del vacío que le impediría una mirada tranquila y plena sobre su propia existencia poética. El avance tecnológico que apoyaba de manera positivista, por ejemplo, en vez de traerle tranquilidad acerca de un futuro prometedor, le hacía atentar contra su fe, exponiéndolo á la gran crisis ya conocida en el último cuarto de siglo XIX europeo. Ante la incertidumbre de la voz poética, solo resta la duda como principio filosófico personal. A pesar de su anhelo científico, el corazón y el sentimiento siempre encerraron su concepción de la vida.

En medio de su injusto olvido y parcial rememoración sobresale, pues, un famoso pareado endecasílabo suyo que resume en gran medida aquello que hemos señalado: «Si quieres ser feliz como me dices / no analices, muchacho, no analices», perteneciente al poema «Fabulita», contenido en su colección de poemas

Algo (1876). En sus publicaciones

Páginas de amor (1877) y

Algo (1876; segunda edición, 1877) Bartrina se evidencia como el híbrido entre dos de las más importantes vertientes filosóficas del siglo XIX: el materialismo positivista y el idealismo absoluto. Desgarrado entre el romanticismo que entonces sucumbía ante la naciente aparición del naturalismo, la poesía de Bartrina, tal como la define el crítico José-Carlos Mainer, es un producto «del corazón y la cabeza».

Bartrina, injustamente olvidado, siempre nos recordará la seducción tormentosa del anhelo de plenitud, tanto de cabeza como de corazón.

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