Alex

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Segunda parte » Capítulo 40

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—¡Muy amable! —ha dicho el árabe de la tienda de comestibles.

Armand se ha ocupado del tendero árabe. Siempre se ofrece voluntario cuando se trata de comerciantes, sobre todo si tienen una tienda de comestibles, una breva que no cae todos los días. Cuando interroga, da un poco de miedo. Pasea su aspecto de vagabundo entre las estanterías, alardea con inquietantes sobrentendidos y, como si nada, saquea la tienda, ahí un paquete de chicles, más allá una lata de Coca-Cola, luego otra, lanza sus preguntas al aire y el tendero ve cómo se llena los bolsillos de tabletas y barritas de chocolate, bolsas de bombones y galletas. A Armand le encantan los dulces. No descubre gran cosa acerca de la chica, pero insiste. «¿Cómo se llamaba? ¿Pagaba siempre en metálico? ¿Nunca con tarjeta o con un cheque? ¿Venía a menudo? ¿Cómo vestía? Y esa noche, ¿qué compró exactamente?». Una vez tiene los bolsillos a rebosar, le da las gracias al tendero por su colaboración y se dispone a vaciar su cargamento en el maletero del coche, donde nunca faltan bolsas de plástico usadas para ese tipo de ocasiones.

Y ha sido Camille quien ha dado con la señora Guénaude. Alrededor de la sesentena, gorda, con una cinta para el pelo. Redonda y sanguínea como una carnicera, de mirada huidiza. Y se siente muy incómoda. Realmente muy, muy, muy incómoda, se retuerce como una colegiala a la que acabaran de proponerle echar un polvo, del tipo que fastidia a los comandantes de policía. Del tipo igualmente que llama a la policía por cualquier cosa, envuelta en su dignidad de propietaria. «Así que, no, no era solo una vecina, cómo decírselo, la conocía sí y no», se hace difícil entender sus respuestas que en realidad no son tales, es exasperante.

Sin embargo, a Camille le han bastado menos de cuatro minutos para poner contra las cuerdas a la vieja Guénaude. Gabrielle. Apesta a mentira, mala fe e hipocresía. A mala voluntad. Regentaba una panadería con su marido. El 1 de enero de 2002, Dios descendió a la tierra y se encarnó en la adopción del euro. Y cuando Él se desplaza personalmente, no es de los que escatiman los milagros. Tras la multiplicación de los panes, vino la multiplicación de la pasta. Por siete. De un día para otro. Dios es un simplificador genial.

Desde que enviudó, la vieja Guénaude alquila en negro todo cuanto posee. Afirma que lo hace por caridad. «Si por mí fuera…». El día en que la policía tomó al asalto prácticamente todo el barrio estaba ausente. Se encontraba en casa de su hija, en Juvisy, no importa. Cuando a su regreso se enteró de que la chica a la que buscaban se parecía muchísimo a su antigua inquilina, no llamó a la policía, no podía saber que se trataba de ella, si lo hubiera imaginado, evidentemente les habría llamado.

—La voy a enviar a la cárcel —dice Camille.

Guénaude palidece, al parecer la amenaza ha surtido efecto. Para tranquilizarla, Camille añade:

—En la cárcel, con sus ahorros, se podrá permitir todos los suplementos de la cantina.

La chica se hacía llamar Emma. Por qué no. Después de Nathalie, Léa y Laura, Camille se espera cualquier cosa. La señora Guénaude se sienta para examinar el retrato robot. No se sienta, más bien se hunde en la silla. «Sí, es ella, es ella. ¡Ah, cuántas emociones!», se lleva una mano al pecho y Camille se pregunta si no irá a reunirse con su marido en el país de los maleantes. «Emma solo estuvo tres meses y nunca recibía visitas, a veces se ausentaba, precisamente la semana pasada tuvo que partir precipitadamente, volvía de una estancia en provincias, con tortícolis, había sufrido una desgraciada caída, dijo que en el sur, y pagó sus dos meses, un asunto de familia, explicó. Sentía tener que marcharse tan repentinamente». Cuenta todo lo que sabe, la panadera no sabe qué más hacer para satisfacer al comandante Verhoeven. Si osara, le ofrecería dinero, pero al mirar a ese policía bajito de mirada fría, siente confusamente que no es un proceder pertinente. Camille recompone la historia a pesar del caos de la información y la mujer señala el cajón del bufete: en un papel azul está anotada la dirección que ella le dejó. Camille no se precipita, no se hace ninguna ilusión al respecto, pero a pesar de todo coge su móvil y abre el cajón.

—¿Es la caligrafía de ella?

—No, la mía.

—Ya me lo parecía…

Le dicta la dirección y aguarda. Delante de él, enmarcado, hay un cuadro que muestra a un ciervo en un sotobosque de color verde manzana.

—Ese ciervo parece bobo…

—Lo pintó mi hija —aventura la señora Guénaude.

—Son ustedes sabandijas…

La vieja Guénaude rebusca en su memoria. Emma trabajaba en un banco, no sabe en cuál, un banco extranjero, cree recordar. Pese a conocer ya las respuestas, Camille la interroga: la señora Guénaude cobraba un alquiler exagerado por no hacer preguntas, es una cláusula implícita en el contrato cuando se alquila en negro.

La dirección es falsa. Camille cuelga.

Louis llega seguido por dos técnicos de identificación. La propietaria, sin fuerzas para sostenerse, no puede acompañarlos cuando se dirigen al piso de arriba. Aún no ha encontrado un nuevo inquilino. Ya saben qué van a descubrir en el apartamento de Emma: las huellas de Léa, el ADN de Laura, el rastro de Nathalie.

Camille le espeta:

—Lo había olvidado, tendrá que rendir cuentas por cómplice de asesinatos. Asesinatos en plural…

Aunque esté sentada, Gabrielle Guénaude busca dónde apoyarse agarrándose al borde de la mesa. Está sudando, presa de la ansiedad.

—¡Sí! —exclama de repente—. ¡Conozco al que le hizo la mudanza!

Camille vuelve de inmediato sobre sus pasos.

«Cajas, algunos muebles desmontados, no tenía muchas cosas, ya se imaginarán», comenta en un tono pretencioso. Camille comprende que, para la señora Guénaude, quien no posee nada no es nada o no es gran cosa. Sin perder un segundo, se pone en comunicación con el transportista. La secretaria no se muestra muy colaboradora por teléfono, no, no puede facilitar ninguna información, no sabe con quién está hablando.

—De acuerdo —dice Camille—, ¡iré personalmente a sacarle esa información! Pero se lo advierto, si tengo que ir hasta ahí, les voy a cerrar el negocio por un año entero y haré que les caiga una inspección fiscal que se remontará hasta el año en que usted empezó a ir a la guardería, y a usted, a usted personalmente, la encerraré por obstrucción a la justicia y si tiene hijos, ¡irán directos a protección de menores!

Aunque se trata de un farol como la copa de un pino, surte efecto, la secretaria se pone a trabajar de inmediato y les proporciona la dirección del guardamuebles donde la chica hizo almacenar sus pertenencias y su nombre: Emma Szekely.

Camille hace que se lo deletree.

—Empieza con S y Z, ¿verdad? Prohíba el acceso a ese box, ¿me ha oído? ¡Que no entre nadie! ¿He sido lo suficientemente claro?

Está a diez minutos de allí. Camille cuelga y vuelve a gritar:

—¡Un equipo! ¡Ahora mismo!

Y sale corriendo hacia la escalera.

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