Alex

Alex


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—Bip…bip… bip…bip…

La alarma del móvil sonó muy alto y Sashi saltó, aunque no se levantó, porque no era su teléfono y porque, afortunadamente, no era ella la que tenía que madrugar.

Se movió un poco, cogió la mano de Alex, que la tenía sobre su vientre, y se la besó hasta que él gruñó, se apartó de ella y salió de la cama a regañadientes.

—¿Qué hora es?

—Las seis, sigue durmiendo, Moonlight.

—Sí…

Cerró los ojos para retomar el sueño, algo que no le costaba nada desde que había cumplido los seis meses de embarazo, y se puso una almohada entre piernas, porque una molestia aguda en el nervio ciático apenas la había dejado descansar. Respiró hondo y se acarició la tripa pensando en que aún le quedaban tres semanas así, tres semanas hasta el nacimiento del bebé, y que más le valía tener paciencia, respirar y tener paciencia, no tenía otra alternativa.

—Cielo, me voy… —Alex se acercó a la cama unos minutos después, oliendo a gel de ducha, desodorante y aftershave, se le sentó al lado y le acarició la tripa antes de besarla en la boca—. En cuanto acabemos te aviso ¿Estarás bien?

—Perfectamente, no te preocupes.

—Ok, te quiero —Se inclinó para besarle el vientre y ella le acarició el pelo—. Alexander, cuida de mamá y pórtate bien.

—Te quiero, cariño, ve tranquilo y mucha suerte.

—Vale, luego te llamo. Te quiero.

La besó otra vez y salió a toda prisa de la habitación, Sashi lo siguió con los ojos y pensó en lo guapo que era, más aún cuando se ponía el traje y la corbata, como ese día, que tenía un juicio contra dos antiguos socios a los que había demandado por apropiación indebida.

El pleito llevaba meses esperando la vista y al fin los habían citado, en pleno verano y con todo el mundo de vacaciones, pero ya estaban en ello y sus abogados pretendían zanjarlo todo esa mañana. Luego les quedaría esperar la sentencia, pero ese día pensaban dejarlo atado delante del juez, que era precisamente lo que quería resolver Alex antes de que naciera el bebé.

Últimamente toda su vida giraba entorno al bebé. Desde que se habían reconciliado su relación de pareja era prácticamente perfecta, intensa y feliz, pero por encima de todo estaba el pequeño Alexander, que llenaba sus proyectos, sus sueños e ilusiones. Ambos estaban locos de amor por el niño, por él se habían apresurado a vivir juntos, porque querían crear el nido perfecto para su hijo, y por él su trabajo se había ralentizado, porque a los siete meses, contra todo pronóstico, había decidido retirarse, tomarse un descanso y disfrutar de su embarazo, y después del parto, de los primeros meses del bebé a tiempo completo. Podía permitírselo, se lo había ganado tras doce años casi sin vacaciones, y todo el mundo la había apoyado en su decisión, así que había dejado todo en suspenso para concentrarse en lo importante, y se sentía realmente feliz.

Tampoco es que hubiese podido seguir atendiendo a marsupiales u otro tipo de pacientes con su barriga de embarazada, era consciente de sus limitaciones, por lo tanto, pasar a la retaguardia había sido un paso natural y el mejor en ese momento, y desde entonces se había dedicado a descansar, hacer deporte, yoga, clases de parto sin dolor, a nadar o dar paseos con Alex, con Liz, con Sophie y con William, que estaban volcados con ella.

También estaba aprendiendo a cocinar. Sophie, que además de ser una gran artista era una cocinera de primera, lo mismo le había enseñado a hacer una paella, que la había ayudado a pintar y a decorar la habitación del bebé, y toda esa actividad la tenía muy distraída, tanto, que a veces ni se acordaba del trabajo, ni de sus proyectos profesionales, y aquello era una verdadera gozada.

En noviembre había dejado Maroubra Beach definitivamente y se había instalado con Alex en Cremorne Point. Su casa era mucho más grande y más cómoda, tenían la ayuda de Juani, que era una mujer estupenda y muy atenta, y a ella le había parecido la opción más lógica, aunque estaban pensando en comprar algo nuevo más cerca de William y Sophie, seguramente en Point Piper para empezar los dos de cero, en una casa elegida por ambos… pero eso sería más adelante, después del nacimiento de Alexander, cuando todo estuviera más tranquilo y asentado.

Llegado diciembre, con sus siete meses de embarazo, ya estaba completamente integrada en Cremorne Point, con Juani y en la vida de Alex, y las navidades habían llegado con sorpresa añadida porque las habían pasado por primera vez todos juntos en casa de Oliver, que se había esmerado en organizar unas fiestas espectaculares para la familia. La nochebuena, Sophie, William y Sean, la habían pasado con los padres de ella, pero la navidad y la nochevieja sí habían estado todos juntos en Mona Vale, y tanto Alex como Will habían dado ejemplo de tolerancia y cortesía.

Era obvio que nunca iban a ser amigos íntimos, apenas se dirigían la palabra, pero habían aprendido a comportarse con cordialidad y educación. La tensión había disminuido muchísimo entre los dos y había conseguido relajar el ambiente para los demás, y todo gracias a una charla “secreta” que habían mantenido en el hospital cuatro días antes de su reconciliación con Alex, y de la que ninguno quería hablar.

Ni Sophie, ni Oliver, ni Jackson, ni ella, nadie sabía exactamente de lo que habían hablado. Lo único que tenían claro es que William le había contado que estaba preocupado por ella y que eso había motivado que Alex intentara ir a buscarla a Darwin, pero, aparte de eso, nada, y ya se había cansado de preguntar, se conformaba con verlos actuar como dos seres humanos civilizados, con eso ya tenían bastante, y no pensaba seguir presionando.

Su vida, por lo tanto, estaba funcionando con bastante armonía. Nada era perfecto, ni inmejorable, por supuesto, todo podía ir incluso mejor, como la nula relación con Laura, la madre de Alex, a la que él no trataba y a la que todo el mundo le recomendaba mantener lejos, pero aparte de eso, podía sentirse muy afortunada.

Se llevaban muy bien, se querían con locura, estaban formando un hogar. Se sentía una mujer plena, al fin tenía su propia familia, un hombre sexy, apasionado, fuerte y maravilloso al que amar, y un bebé a punto de nacer. No se podía quejar, y tampoco pensaba hacerlo.

 

—Hola, Juani, buenos días —Entró en la cocina y la saludó en castellano intentando secarse el pelo con una toalla.

—Hola, Sashi, ¿qué tal estás hoy?

—No sé, un poco revuelta, he pasado una noche rara, me duele mucho la espalda. Ni la ducha me ha aliviado, y eso que me he puesto los chorros… ¿Qué? —Se calló al ver la cara con la que la estaba mirando y ella entornó los ojos.

—Tienes la tripa muy abajo, yo creo que el bebé está colocado.

—¿En serio? —Se puso delante de un cristal y se miró de perfil—. Un poquito sí, igual de adelanta.

—Yo creo que hoy o mañana te pones de parto.

—No me digas eso, que Jackson tiene que volver de Escocia —Le sonrió y se fue a la nevera a buscar un zumo—. Mi primo viene ahora con la cuna, creo que lo voy a invitar a comer. ¿Cómo lo ves? Alex no saldrá de los juzgados hasta tarde.

—Podemos hacer ensaladas y unos buenos filetes. ¿Trae al niño?

—Sí, está solo con él, Sophie está en Camberra por la exposición que inaugura esta noche. Lo de las ensaladas y la carne me parece perfecto, Sean puede comer un puré y lo que le apetezca.

—Muy bien, mira —Se le acercó para enseñarle el móvil y un pequeño tirón en el costado le anunció una ciática en toda regla, respiró hondo y miró las fotografías que tenía de Jackson—. Jackson me ha mandado unas fotos de la nieve en Edimburgo. Tiene pinta de no querer volver a Australia.

—Está loco con eso de pasar tiempo con Duncan Harris, su músico favorito, que es íntimo amigo de Ewan, por eso no quiere volverse ahora, pero ya se aburrirá, dos meses en Escocia son más que suficientes.

—No sé yo, dice que igual puede hacer el próximo curso en alguna universidad de allí, ¿crees que es posible?

—Claro que es posible, William lo hizo, pero no te preocupes, seguro que vuelve dentro de dos semanas.

—También me cuenta que liga un montón y que lo tratan estupendamente, supongo que estar con su familia paterna debe ser una verdadera maravilla.

—Sí, es que son increíbles, y la tía Fiona está como loca con él porque dice que es igual que su hermano.

—¿Tanto se parece a su abuelo?

—Pues sí, se parecen mucho. Los ojos, la altura, la voz, todos los hombres Campbell tienen esos ojazos y esa voz. William es el único que tiene los ojos oscuros, como su madre, pero el timbre de voz es exacto… anda… hablando del rey de Roma…

Le dijo viendo llegar a William en su 4X4 y se levantó para ir a saludarlo, puso el pie en el suelo y una descarga eléctrica le paralizó la espalda, respiró hondo, miró a Juani y ella movió la cabeza.

—Te vas a poner de parto hoy o mañana, Sashi, esa es una contracción. Quédate quieta, yo voy a ayudar a tu primo.

La dejó sola en la cocina y salió para ayudar a William con Sean y con la caja donde traía la cuna que habían mandado a hacer para Alexander, y ella se aferró a la encimera esperando otro dolor parecido, pero no llegó, así que salió al jardín para ocuparse del niño mientras William y Juani llevaban la cuna hasta la habitación del bebé.

Sean, que, a su año y medio, estaba precioso, lleno de energía y no paraba de andar, le ofreció la manita para que lo llevara a caminar por el jardín, pero otro dolor la detuvo en el acto y decidió volver a la casa. Entró en el salón y sintió el latigazo definitivo a la altura de las caderas, llamó a William a gritos y se apartó del niño sintiendo como rompía aguas en medio del recibidor.

—¿Qué ocurre? —Él llegó corriendo y la miró de arriba abajo.

—He roto aguas y llevo tres contracciones en quince minutos.

—Vale, no pasa nada, tranquila. Juani, por favor, ¿puedes quedarte con Sean? Llamaré a mis suegros para que vengan a recogerlo, yo me llevo a Sashi a la clínica.

—Claro, ven, chiquitín, ¿quieres comer algo? —Juani cogió al niño y miró a William a los ojos—. La canastilla está en el armarito de la entraba, voy a por su maleta.

—Muy bien, gracias. ¿Sashi?, ¿cielo?, mírame y respira tranquila.

—Tengo todo a medio hacer, faltan cosas que meter en la maleta. Juani… ohhhhhhhhhh, ¡mierda! —Exclamó al sentir la cuarta contracción y se agarró a William muy fuerte—. Llama a Alex, está en los juzgados, no tiene el móvil operativo, pero alguien tiene que avisarle. No pienso dar a luz sin él.

—Vale, ya nos ocupamos nosotros.

—¡No!, no pienso parir sola. Dame mi teléfono.

—No vas a parir sola, estoy aquí.

—Tú no eres él…

—No, pero soy médico, ¿recuerdas? Tranquila. Vamos…

—¡No!, no pienso ir a la clínica sin Alex.

—¡Sashi! Sé que estás sufriendo una revolución hormonal estratosférica, que te duele y estás asustada, pero calma y relax, ¿ok?, localizaremos a Alexander y, mientras tanto, te voy a llevar a la clínica y lo esperaremos allí. Gracias, Juani.

Cogió la maleta y la canastilla, se despidió de Sean y la agarró por la cintura para meterla en la parte trasera del coche. Ella se puso a reclamar sus cojines y su música de parto, y él regresó a la casa corriendo para buscarlos, muy de prisa, pero ella empezó a desesperarse porque las contracciones no se detenían y supo, fehacientemente, que iba a dar a luz de inmediato. Había asistido a demasiados partos, de otros mamíferos, pero partos al fin, y sabía que estaba a punto de caramelo.  

William aceleró camino del centro, llamando por el manos libres a su doctora, a Alexander, a Sophie, a Liz, a Oliver y a Kim, y todos contestaron menos Alex, y se echó a llorar como una cría, sollozando porque no quería hacerlo sin él, hasta que a Will se le ocurrió llamar a su oficina y fue entonces cuando Marion la tranquilizó diciéndole que iba a sacarlo personalmente de los juzgados.

—Vamos, Sashi…

En la recepción de la clínica la estaban esperando dos enfermeras muy amables que la llevaron en silla de ruedas hasta su habitación y allí la obligaron a ponerse una bata, e intentaron que se metiera en la cama, pero ella no estaba por la labor de hacer ningún caso, y se quedó de pie, con el suero en un brazo y aguantando los envites de las contracciones sin intención alguna de dar a luz sin el padre de la criatura.

—Cielo, acuéstate —Le dijo la doctora Bruckheimer una eternidad después, entrando en la habitación con los guantes de látex puestos, y ella negó con la cabeza.

—No, no voy a empujar sin Alex.

—Sashi, por el amor de Dios —William la miró con las manos en las caderas y ya bastante harto, y la ginecóloga lo miró a él con atención.

—¿Doctor Campbell?, ¿qué tal?, creo que hemos coincidido en algún congreso, y operó a un neonato de los míos hace un par de años en su hospital.

—Hola, sí, ¿qué tal está?

—¡Madre mía! —se quejó ella, doblándose de dolor y los miró con cara de asesina—. Sigo aquí, ¿eh?

—Sí, cariño y por eso te vas a acostar, tengo que ver cómo va la dilatación y llamar al anestesista si hace falta.

—No voy a ponerme la epidural. La naturaleza es sabia y todos los animales parimos igual, a mi no me pone química, se lo he dicho un millón de veces.

—Ok, ¿me dejas comprobar qué tal dilatas?

—Dilato estupendamente, estoy genial, solo duele una barbaridad. William, por favor, llama otra vez a Alex…

—Tenemos una mamá rebelde, muy bien —bufó la ginecóloga mirando a la enfermera con cara de resignación y ella frunció el ceño.

—Solo estoy esperando al padre, en cuanto llegue dejaré que me haga lo que quiera. Conozco mi cuerpo, conozco el proceso, soy veterinaria, ¿sabe?, sé tanto de anatomía como usted, y sé que aún puedo esperar.

—No, Sashi, creo que el bebé ya ha coronado y si no te subes a esa cama, lo tendremos que recoger del suelo.

—¡Sashi!...

Alex entró corriendo en la habitación, sin corbata y sacándose la chaqueta, y en cuando la miró a los ojos un alivio inmenso le inundó todo el cuerpo y se echó a llorar. Él la acunó contra su pecho besándole la cabeza y la llevó hasta la cama mientras William, que también parecía más aliviado, se despedía de ella con la mano para dejarlos a solas.

—Lo siento mucho, Moonlight… he venido en cuanto Marion llegó al tribunal. ¿Estás bien?... ¿está bien? —Preguntó a la doctora y ella asintió acomodándose con un sillín pequeñito entre sus piernas.

—Todo va perfectamente, rapidísimo para una primeriza. ¿Qué tal, Sashi?, ya tienes a tu hombre al lado, ¿podrás empujar para mí?

—Siiiiiiii.

Se dobló empujando, porque no lo podía contener ni un segundo más, y sintió el abrazo de Alex y la presión descomunal que dio paso a otra contracción, a un empujón más y al tirón definitivo del bebé saliendo de su cuerpo.

—Eres una campeona, cielo, no has tardado nada. Es increíble —sonrió la doctora dejando que el padre cogiera al niño y le cortara el cordón umbilical antes de ponérselo en el pecho, y ella se desplomó en la almohada agotada y feliz.

—Mira, Alexander, mira a mamá.

—Hola, mi vida, hola, cariño, eres precioso.

Le besó la cabecita perfecta y lo acunó revisándolo entero, contando deditos, orejas y piececitos, levantó los ojos y vio los azules de Alex llenos de lágrimas.

—Es un cachorrito perfecto —le dijo llorando también y él sonrió abrazándolos muy fuerte.

—Tú sí que eres perfecta, Moonlight. Te quiero, creo que es imposible que te quiera más.

—¿Qué?, ¿dejamos entrar al doctor Campbell, Sashi?, el pobre está de los nervios allí fuera. Es tu hermano, ¿no?

Preguntó la doctora al acabar el trabajo de parto y Sashi miró a Alex sin decir nada. Él se apartó de la cama y asintió poniéndose las manos en las caderas.

—Es su primo, pero es mi hermano, dejémoslo entrar, se lo merece después de la mañana que ha pasado.

—Sí… —susurró ella feliz, sonriendo y estirando la mano para acercarlo por la camisa y darle un beso en la boca—. Gracias. No sabes cuánto te quiero.

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