Alex

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Capítulo 1

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—¡Jefe!

Marion, su secretaria, se le acercó con la mano en alto, pero él la detuvo y le hizo un gesto para que guardara silencio y lo dejara seguir hablando por teléfono. Entró en su despacho, tiró la chaqueta en un sofá y cerró la puerta de cristal respirando hondo.

—Fred, solo es un traspié, no es para que te pongas así.

—Lo que me fastidia es que nuestro banco nos niegue una línea de crédito, eso es lo que de verdad me parece ofensivo.

—Son negocios, nadie te está ofendiendo.

—Movemos millones al año, no debiste salir de ahí sin el dinero.

—La decisión estaba tomada, tío, no había margen de negociación, aunque, si quieres volver e intentarlo tú, adelante.

—Alex, tú eres el potentado de la empresa, si no te lo dan a ti, a mí mucho menos.

—Madre mía —se pasó la mano por la cara y tragó saliva—. Es inútil seguir hablando de esto, te dejo, tengo un montón de temas pendientes.

—No me extraña.

—¿Disculpa?

—Pasas más tiempo en Darwin que en Sydney últimamente y ya sabes lo que dicen: “el ojo del amo engorda el caballo”. Te necesitamos aquí.

—Macho, no voy a discutir contigo. Adiós.

Colgó mordiéndose la lengua, porque no tenía socios para que lo controlaran, sino para que le facilitaran el trabajo, y se sentó en su butaca abriendo el ordenador. Revisó los correos electrónicos por encima y sintió como Marion entraba en la oficina con una taza de café, se la agradeció y le hizo un gesto para que hablara.

—Tienes dos reuniones antes de una hora con los gerentes de Circular Quay. A las dos, comida con Peter Wilson en el Bistró Columbus y tu madre pregunta si puedes cenar con ella.

—A todo ok, menos a lo de mi madre, solo necesita dinero. Te haré un cheque y que se lo lleve un mensajero, por favor.

—Muy bien.

Sacó la chequera y le firmó un talón por una cantidad considerable, un poco más de lo que su madre le había pedido por teléfono, para que se relajara y lo dejara un poquito en paz. Se lo pasó a Marion y decidió concentrarse en el trabajo pendiente, aunque sin querer su mente voló hacia Laura, su madre, con la que se relacionaba principalmente por asuntos económicos, como había sido siempre, desde que era bien joven.

Al ser madre soltera, Laura Williams siempre había tirado de él. Primero, cuando era pequeño, lo utilizaba sin piedad como moneda de cambio con su padre biológico, John Campbell, un rico empresario de origen escocés con el que había tenido una aventura fugaz, extramatrimonial para él, que le había arruinado la vida, o eso decía ella.

Como Campbell se había negado a reconocerlo públicamente, aunque sí lo había hecho de forma legal, se había pasado años sangrándolo, era perfectamente consciente de eso. Sabía que Laura había sido un incordio para su padre, aunque aquello no justificaba en absoluto la desidia de John Campbell hacia él, su falta de interés y desapego. Su indiferencia.

Se puso de pie y miró el océano que se extendía frente a su edificio pensando en su “hermano” William, el hijo oficial, dentro del matrimonio, de John Campbell. El orgullo de su padre. Un reputado cirujano cardiovascular, formado en las mejores universidades del mundo, al que al fin había conocido en persona hacía poco más de un año, cuando la muerte repentina del viejo lo había obligado a asistir a la lectura de su testamento.

En un despacho de abogados había coincidido por primera vez en su vida con William Campbell, que ese día había descubierto que tenía dos hermanos, porque había un tercero en discordia, otro hijo secreto, aunque sí reconocido por John Campbell, que era una conocida estrella del rugby australiano diez años menor.

Oliver Watson Campbell, el “hermano” pequeño, fruto del romance del viejo con una Top Model de los ochenta, se había presentado a la lectura del testamento sabiendo de la existencia de sus dos hermanos mayores, y él, a su vez, también conocía el nombre y el origen de ambos, sin embargo, el único ignorante de los secretos de su padre había sido, irónicamente, el hijo al que había criado y con el que había vivido toda su vida, William. Un tío muy listo, y muy amable, al que por alguna razón superior e incontrolable apenas podía soportar.

William Campbell no tenía culpa de los actos de su padre, eso, con la cabeza, podía entenderlo, pero había algo en él, algo poderoso, que le recordaba el estilo y la forma de comportarse del viejo y lo tiraba para atrás. Era tan cortés y caballeroso como John Campbell, tan elegante y sereno. Siempre le habían dicho que era él el que más se parecía a su padre, pero viendo a William había decidido que no, que era él el vivo retrato de John Campbell, y solo por eso, sin poder dominarlo, se ponía a la defensiva y acababa fastidiando cualquier acercamiento, y de verdad que lo lamentaba.

Se sentía fatal por haberlo convertido en el heredero de los malos rollos que le despertaba la figura de su padre biológico, porque objetivamente no era justo, pero no podía contenerse. No obstante, estaba trabajando en ello, por su bien, pero principalmente por su relación con Sashi.

Sashi Campbell.

La lectura del testamento de John Campbell no solo le había legado hermanos, dinero y alguna que otra propiedad, también le había regalado la posibilidad de descubrir a Sashi, la prima de William, bueno, la prima de todos, que se había criado con los Campbell desde los seis años tras la muerte de sus padres en un accidente de tráfico.

Sashi, Luna en Indi, había nacido en la India y había sido adoptaba por Arthur Campbell, el hermano mayor de John, y su joven mujer australiana antes de cumplir un año de vida y en seguida se habían trasladado con ella a Sydney. Allí se había criado y había crecido entre algodones a pesar de la pérdida de sus padres, porque John y su mujer, Ethel, la adoraban y se habían volcado con ella, y su primo William también. Tal vez por esa razón era tan encantadora, tan increíblemente divertida y generosa.

Sashi había sido mencionada durante la lectura del testamento, había aparecido de la nada, y desde ese mismo instante le había puesto la vida del revés porque, a pesar de que en un principio su resquemor inicial hacia esa familia lo había hecho mirarla con cierta distancia, su acercamiento sincero y amistoso había traspasado cualquier prejuicio, y contra todo pronóstico se habían hecho amigos.

Ella lo había llamado por primera vez por teléfono, tras un encuentro casual en uno de sus restaurantes, y desde el minuto uno habían conectado, y habían empezado a llamarse, a mandarse mensajes e incluso a verse, porque, aunque ella vivía en Darwin donde trabajaba como veterinaria del Kakadu National Park, él había decidido organizar varias escapadas para visitarla.

Era una chica estupenda, inteligente, fuerte, con carácter y mucho sentido del humor. Dueña de una belleza demoledora, deslumbrante, y pronto esa amistad que había surgido gracias a un parentesco fortuito, había pasado a transformarse en atracción física, y en seguida habían traspasado la barrera invisible y se habían acostado juntos, y seguían haciéndolo, con naturalidad y sin prejuicios, ni compromisos, aunque nunca hablaran de ello en voz alta.

Ella tenía un medio noviete en Darwin, y él una media relación en Sydney, ambos eran libres y querían seguir siéndolo, les iba estupendamente con ese trato, y se llevaban de maravilla. Su “no relación” era prácticamente perfecta, salvo por la premisa de ella de defender a muerte a su tío John Campbell, y por supuesto a su querido primo William, que para ella era su hermano. Ese tema era tabú, intocable, y habían llegado al acuerdo tácito de no tratarlo, porque de lo contrario siempre acababan discutiendo, ella saltando como una leona para comérselo con argumentos y razones, y él cabreándose en serio y dando algún que otro portazo.

Obviamente, nunca llegarían a un acuerdo con respecto al comportamiento de John Campbell hacia él o hacia Oliver, su otro hijo secreto. Ella jamás podría comprender su postura, y para evitar enfrentamientos, había optado por callarse y dejarlo correr.

Con toda sinceridad, estaba loco por ella, le encantaba meterse en la cama con ella, charlar toda la noche en la playa o mirando las estrellas desde una montaña, comer hasta reventar y beber como dos cosacos. Hacer surf juntos o salir en moto a recorrer rutas nuevas, en resumen, disfrutaba muchísimo compartiendo su tiempo con Sashi Campbell, y no pensaba prescindir de ella por culpa del viejo, aunque aquello significara morderse la lengua continuamente.

—Hola, Moonlight (1) —Marcó su número, pero ella no respondió, así que le dejó un mensaje tratando de parecer conciliador—. Estoy en Sydney y ya te echo de menos, llámame cuando puedas. No me ha hecho gracia venirme sin despedirnos…

—¿De quién no te has despedido? —preguntó Linda a su espalda y él se giró, colgó el móvil y le sonrió.

—¿No estabas en Wellington?

—Volví anoche. ¿Qué tal en el Territorio Norte?

—Bien, como siempre, mucho deporte y… en fin… ¿necesitas algo?

—¿Cenamos juntos?

—Hoy no, quiero ver a Jackson, pero mañana sí puedo.

—Genial, cielo. —Miró la hora y le hizo un gesto hacia la sala de juntas—. Paul y Frank, de Circular Quay, ya han llegado. ¿Te vienes?

—Claro, vamos allá.

 

 

 

 

 

(1)Moonlight, Luz de luna. Hace referencia a su nombre, Sashi, Luna en Indi.

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