Alex

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Primera parte » Capítulo 21

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La más voraz no es la negra y rojiza, sino una rata grande y gris. Le gusta la sangre y se pelea con las demás para ser la primera. Es brutal, impetuosa.

Desde hace horas, Alex batalla sin descanso. Ha tenido que matar a dos para encolerizarlas, para excitarlas. Para hacerse respetar.

A la primera la ha empalado con la astilla, su única arma, y la ha sujetado bajo su pie desnudo, apretando con fuerza hasta matarla. Se revolvía, chillaba como un cerdo al degollarlo y trataba de morderla. Alex gritaba aún más fuerte que la rata y la colonia estaba electrizada. La rata sufría unas convulsiones desquiciadas y se revolvía como un enorme pez. Esos bichos asquerosos alcanzan una fuerza increíble cuando ven que van a morir. Los últimos instantes han sido espantosos: la rata ha dejado de moverse, orinaba sangre y gemía entre estertores, con los ojos desorbitados, el hocico palpitante, la boca abierta y los dientes aún dispuestos a morder. Luego la ha arrojado al suelo.

Es una declaración de guerra, todas lo han entendido.

Con la segunda, ha esperado a que se le acercara mucho. La rata, desconfiada, olfateaba la sangre, sus bigotes se movían a una velocidad espectacular y estaba muy excitada. Alex ha dejado que se aproximara, incluso la ha llamado, «ven, acércate, hija de puta, ven con mamá…». Y cuando estaba al alcance de su mano y ha podido sujetarla contra las tablas, le ha clavado la astilla en el cuello. La conmoción ha hecho que se retorciera como si quisiera dar un salto, y de inmediato, Alex la ha arrojado entre las tablas. La rata se ha aplastado contra el suelo y ha seguido chillando durante más de una hora, con la astilla todavía clavada.

Alex ha perdido su arma, pero las ratas no lo saben y la temen.

Y además las alimenta.

Ha diluido la sangre que mana de su mano en el agua que le queda, ha levantado la mano por encima de su cabeza y ha empapado la cuerda que sostiene la jaula. Cuando ya no le queda agua, impregna la cuerda solo con su sangre. A las ratas eso les gusta aún más. Y en cuanto deja de sangrar, se pincha en otro punto con una astilla más pequeña. No podrá usarla para acabar con las otras ratas, sobre todo con la más grande, pero le basta para pincharse una vena de la pantorrilla o del brazo, para sangrar, y eso es lo que cuenta. A veces el dolor es terrible… Se marea y no sabe si son imaginaciones suyas o si realmente se debe a que ha perdido mucha sangre. O quizá sea a causa de la fatiga.

En cuanto empieza a sangrar, pasa la mano entre las tablas y agarra de nuevo la cuerda.

La impregna.

A su alrededor, las ratas acechan sin saber si abalanzarse sobre ella o… Entonces retira la mano y las ve pelearse para devorar esa sangre fresca, para roer la cuerda hasta apurarla, y eso les encanta.

Pero ahora que les ha dado a probar su sangre, ya nada las detendrá.

La sangre las vuelve locas.

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