Alex

Alex


Segunda parte » Capítulo 28

Página 32 de 69

28

Alex ha llegado hasta su edificio con paso pesado, torpe y receloso. ¿Estará Trarieux esperándola? ¿Se habrá percatado de su fuga? No, no hay nadie en el vestíbulo. La correspondencia no ha desbordado el buzón. Nadie en la escalera. Nadie en el rellano, es como un sueño.

Abre la puerta de su apartamento, entra y la cierra.

Verdaderamente, es como un sueño.

Está en su casa, resguardada. Hace dos horas aún corría el riesgo de que se la comieran las ratas. Está a punto de desplomarse y se sostiene apoyándose en las paredes.

Lo más urgente es comer.

Pero antes, verse en el espejo.

Dios, quince años más, fácilmente. Fea, sucia. Vieja. Ojeras, arrugas, cicatrices y piel amarillenta, ojos de demente.

Vacía cuanto queda en el frigorífico: yogures, queso, pan de molde, plátanos. Se atiborra como una náufraga mientras llena la bañera. Y enseguida tiene que ir al baño a vomitar.

Recobra el aliento, bebe medio litro de leche.

Luego se limpia con alcohol las heridas de los brazos, las piernas, las manos, las rodillas y la cara, y al salir de la bañera, donde ha tenido que vencer el sueño, se aplica antiséptico y pomada alcanforada. Está exhausta. Su rostro está cubierto de marcas. Aunque los hematomas del día del rapto parecen reabsorberse, las heridas de los brazos y las piernas tienen muy mal aspecto y dos de ellas están infectadas. Puede cuidárselas, dispone de todo lo necesario. Cuando trabaja, el último día de cada sustitución se aprovisiona en los armarios de la farmacia antes de marcharse. Ha acumulado un arsenal de medicamentos impresionante: penicilina, barbitúricos, ansiolíticos, diuréticos, antibióticos, betabloqueantes…

Por fin se acuesta y se duerme en el acto.

Trece horas seguidas.

El aterrizaje es como salir de un coma.

Tarda más de media hora en comprender dónde se encuentra, de dónde viene, se echa a llorar y se acurruca en la cama como un bebé, y vuelve a dormirse entre sollozos.

Segundo despertar pasadas cinco horas, son las seis de la tarde. Es jueves.

Alex, borracha de sueño, se despereza. Le duele todo el cuerpo, así que se toma su tiempo para levantarse sin hacer movimientos bruscos y practica, muy lentamente, ejercicios de flexibilidad. Hay zonas enteras de su cuerpo que siguen bloqueadas, pero gracias a la progresiva relajación muscular, el conjunto vuelve a funcionar. Sale de la cama tambaleándose. Recorre dos metros y un mareo la obliga a apoyarse en una estantería. Está hambrienta. Se contempla en el espejo, tiene que curarse las heridas, pero su cerebro le dicta una reacción de autoprotección. «Ante todo, tienes que ponerte a salvo».

Se ha escapado y Trarieux intentará capturarla de nuevo, la perseguirá. Sabe dónde vive, puesto que la raptó de camino a su casa. A esas horas, ya debe de saberlo. Un vistazo por la ventana, la calle parece tranquila. Tan tranquila como la noche en que la raptó.

Alarga el brazo para coger el ordenador portátil y lo pone a su lado, en el sofá. Teclea el apellido «Trarieux» en el buscador, no conoce su nombre, solo el del hijo, Pascal. Al que busca es al padre. Porque recuerda perfectamente qué hizo del gilipollas de su hijo, aquel imbécil, y dónde lo dejó.

El tercer resultado, la página de Paris.news.fr, menciona a un «Jean-Pierre Trarieux». Un clic. Es él.

¿Un error policial en el cinturón periférico?

En la noche de ayer, Jean-Pierre Trarieux, un hombre de unos cincuenta años de edad, murió atropellado en el cinturón periférico. Tras ser perseguido por varios vehículos de la policía, detuvo bruscamente su furgoneta en el puente que cruza el cinturón a la altura de La Villette, corrió hacia el parapeto y se arrojó al vacío. Falleció en el acto arrollado por un semirremolque.

Jean-Pierre Trarieux es sospechoso en un caso de rapto cometido hace unos días en la rue Falguière de París y cuyos detalles se desconocen «por razones de seguridad», según fuentes policiales. La identidad de la persona secuestrada no ha sido establecida y el lugar «identificado» por la policía donde estaba presuntamente retenida resultó… estar vacío. En ausencia de cargos concretos, la muerte de este sospechoso —su «suicidio» según la policía— sigue siendo un misterio y está bajo secreto de sumario. El juez Vidard, al cargo de la instrucción, ha prometido esclarecer este caso que la brigada criminal ha confiado al comandante Verhoeven.

La mente de Alex funciona tan deprisa como puede. No suele creer en los milagros.

Por eso no ha vuelto a verlo. Murió atropellado en el cinturón periférico y por eso dejó de aparecer por el almacén. Y de llevarles comida a las ratas. Ese hijo de puta prefirió suicidarse antes que ver cómo la liberaba la policía.

Que arda en el infierno, con el gilipollas de su hijo.

El otro dato esencial es que la policía no ha logrado identificarla. No saben nada de ella. Al menos, no sabían nada acerca de ella a principios de semana. Teclea su nombre en el buscador, Alex Prévost, y encuentra homónimos, pero nada sobre ella, nada en absoluto.

Siente un alivio inmenso.

Revisa su teléfono móvil para comprobar si hay llamadas. Ocho… Y la batería está agotada. Se pone en pie para ir por el cargador, pero lo hace demasiado deprisa, su cuerpo aún no está preparado para semejantes aceleraciones y vuelve a caer en el sofá, extenuada y aturdida. El esfuerzo la ha cegado, ve luces parpadeantes ante sus ojos y tiene la sensación de girar sobre sí misma a toda velocidad, con el corazón desbocado. Alex frunce los labios. Unos segundos después, el mareo desaparece y se pone en pie con prudencia, coge el cargador, lo conecta con cuidado y vuelve a sentarse. Ocho llamadas. Alex las comprueba y respira aliviada. Son todas profesionales, de agencias, algunas han llamado dos veces. Hay trabajo. Alex no escucha los mensajes, ya se ocupará de eso más tarde.

—¿Ah, eres tú? Me preguntaba cuándo iba a tener noticias tuyas.

Esa voz… Su madre y sus eternos reproches. Oírla siempre le produce el mismo efecto, un nudo en la garganta. Alex habla y su madre invariablemente hace demasiadas preguntas, es una mujer escéptica cuando se trata de su hija.

—¿Una sustitución? ¿En Orléans? ¿Me llamas desde allí?

Alex percibe siempre la duda en la entonación de su madre, le dice: «Sí, pero no dispongo de mucho tiempo». La respuesta es inmediata:

—En ese caso no merecía la pena que me llamaras.

Su madre la llama en contadas ocasiones, y cuando es Alex quien lo hace siempre sucede lo mismo. Su madre no vive, reina. Continuamente encuentra algo a lo que aferrarse para poder atacarla. Una conversación con su madre es como superar un examen, habría que prepararlo, revisarlo y concentrarse.

Alex no reflexiona.

—Y me voy a ausentar un tiempo, me voy fuera de la ciudad para una sustitución. Quiero decir otra…

—¿Ah, sí? ¿Adónde?

—Es una sustitución —repite Alex.

—Sí, ya me lo has dicho, una sustitución fuera de la ciudad. ¿Y ese sitio fuera de la ciudad no tiene nombre?

—Es para una agencia, aún no se sabe el destino, es… complicado, no se sabrá hasta el último momento.

—¡Ah! —exclama su madre.

No está dispuesta a creerse ese cuento. Tras un instante de titubeo, continúa:

—Así que vas a sustituir no se sabe dónde a no se sabe a quién, ¿es eso?

Ese diálogo no tiene nada de excepcional, es el habitual, pero esta vez Alex está muy débil, mucho más expuesta que en otras ocasiones.

—No, no es e… e… eso…

De cualquier forma, con su madre, con fatiga o sin fatiga, siempre tartamudea en un momento u otro.

—¿Y qué es, pues?

—Oye, no me queda mucha ba… batería…

—Ah… Y supongo que tampoco se sabe la duración. Tú trabajas, sustituyes a alguien. Y un día te dicen que se acabó, que puedes irte a casa, ¿es eso?

Tendría que dar con algo «con pies y cabeza», como dice su madre, pero a Alex no se le ocurre nada. O sí, siempre acaba por ocurrírsele algo, pero ya es demasiado tarde, una vez ha colgado, bajando las escaleras o en el metro. Se tirará de los pelos cuando se le ocurra. Se repite la frase en la que ha metido la pata, le da vueltas y más vueltas a la escena, y la revisa y la corrige a veces durante días, en un ejercicio tan vano como nocivo pero superior a ella. Alex la adereza y al cabo de un tiempo se convierte en una historia totalmente nueva, distinta, un combate en el que Alex vence todos los asaltos. Y luego, cuando vuelve a llamar a su madre, queda KO desde la primera palabra.

Su madre aguarda, silenciosa, incrédula. Alex al fin cede:

—De verdad tengo que colgar…

—De acuerdo. ¡Ah, sí, Alex!

—¿Qué?

—Yo también estoy bien, es muy amable por tu parte preocuparte por mí.

Cuelga.

Alex tiene el corazón en un puño.

Resopla, intenta no pensar en su madre, concentrarse en lo que tiene que hacer. Trarieux, caso cerrado. La policía, fuera de juego. Su madre, tema liquidado. Ahora un SMS a su hermano.

«Me voy a…». Reflexiona un instante y elige entre los destinos posibles. «… Toulouse para una sustitución. Avisa a la reina madre, no tengo tiempo de llamarla. Alex».

Tardará al menos una semana en transmitirle la información. Si es que llega a hacerlo.

Alex respira, cierra los ojos. Lo consigue. Paso a paso, hace todo lo que debe hacer a pesar de la fatiga.

Se cambia las vendas mientras su estómago aúlla de hambre. Se mira en el espejo de pie del baño. Diez años más, sí, por lo menos.

Luego, una ducha que acaba con agua tan fría que la hace temblar, ¡Dios, qué bueno es estar vivo!, una fricción de los pies a la cabeza, la vida que renace, ¡Dios, qué bueno es que duela de esa manera!, un jersey que rasca su piel desnuda, antes lo detestaba y hoy lo desea para sentir su cuerpo vivo, necesita sentirlo sobre su piel. Un pantalón de lino, vaporoso, ancho, holgado, feo pero cómodo, algo ligero y acariciador, su tarjeta bancaria y la llave del apartamento. A su paso, «Hola señora Guénaude, sí ya estoy de regreso, de viaje, eso es, muy bien. ¿El tiempo? Estupendo, en el sur ya se sabe. ¿Parezco cansada? Sí, un trabajo agotador, no he dormido mucho en estos últimos días, oh, nada, una tortícolis, nada grave, ¿ah, esto? —Se señala la frente—. Una caída tonta». La otra: «¡Vaya, si apenas se sostiene!». Risas. «Sí, buenas noches». «Igualmente». Y la calle, esa luz azulada del anochecer, tan bella que hace saltar las lágrimas. Alex siente un ataque de risa tonta creciendo en su interior, la vida es magnífica, ahí está el árabe de la tienda de alimentación, qué guapo es ese hombre en el que nunca se había fijado, es muy guapo, se dejaría llevar por la inspiración, le acariciaría la mejilla mirándolo a lo más hondo de los ojos, ríe al sentirse tan llena de vida. Lo que le hace falta para resistir el asedio son todas esas cosas de las que normalmente recela y que en ese instante se le presentan como recompensas: las patatas fritas, la crema de chocolate, el queso de cabra, una botella de Saint-Émilion e incluso una de Bailey’s. Regresa al apartamento.

El menor esfuerzo la agota y podría hacerla llorar. De repente, un mareo. Se concentra, aguarda, consigue dominarlo, y sube con sus pesadas compras en el ascensor. Tiene muchas ganas de vivir. ¿Por qué la vida no ha sido siempre como en ese instante?

Alex, desnuda bajo su vieja bata holgada, pasa frente al espejo de pie. Cinco años más. Está bien, de acuerdo, quizá seis. Sabe que se recuperará deprisa, lo siente. Cuando hayan desaparecido las heridas y las contusiones, las ojeras y las arrugas, las pruebas sufridas y la tristeza, ¿qué quedará? Alex, espléndida. Abre la bata y se contempla desnuda, esos senos, ese vientre… Y se echa a llorar de pie frente a su vida.

Ríe y llora porque ya no es capaz de distinguir si se siente feliz de seguir viva o desgraciada por seguir siendo Alex.

Sabe encajar esa adversidad que surge de las profundidades. Se sorbe los mocos, se suena, se ata la bata y se sirve una generosa copa de Saint-Émilion y una bandeja enorme de comida, chocolate, un tarro de paté de conejo y galletas.

Come, come y come. Luego se retrepa en el respaldo del sofá. Se inclina para servirse una copa de Bailey’s. Un último esfuerzo para ir a buscar hielo. Sabe que el agotamiento se avecina, pero el bienestar persiste, como un ruido de fondo.

Un vistazo al despertador. Está totalmente desorientada, son las diez de la noche.

Ir a la siguiente página

Report Page